venmarktec - Novela en nueve cartas

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Novela en nueve cartas

Fedor Dostoiewski

 

I

(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)

Muy señor mío y apreciadísimo amigo Ivan Petro vich:

Puede decirse, apreciadísimo amigo, que desde anteayer corro tras usted para hablarle

de un asunto muy urgente y no le encuentro en ninguna parte. Ayer, y refiriéndose

cabalmente a usted en casa de Semyon Alekseich, decía mi mujer en broma que usted y

Tatyana Petrovna están hechos un buen par de zascandiles. Aún no hace tres meses que

están casados y ya ni se cuidan siquiera de sus penates domésticos. Todos nos reímos

mucho -claro que por el sincero afecto que les tenemos-, pero, bromas aparte, amigo mío,

me trae usted de cabeza. Semyon Alekseich dijo que quizá estuviera usted en el club, en

el baile de la Unión Social. No sé si era cosa de reír o llorar. Figúrese usted mi situación:

yo en el baile, solo, sin mi mujer... Al verme solo, Ivan Ándreich, que tropezó conmigo

en la conserjería, conjeturó sin más (¡el muy bribón!) que soy un apasiona do ardiente de

los bailes de sociedad y, cogiéndome del brazo, trató de llevarme a la fuerza a una clase

de baile, diciendo que en la Unión Social había muchas apreturas, que la sangre moza no

tenía donde revolverse, y que el pachuli y la reseda le daban dolor de cabeza. No encontré

a usted ni a Tatyana Petrovna. Ivan Andreich dijo que estarían ustedes sin duda viendo la

obra de Griboyedov que ponen en el Teatro Aleksandrinski.

Fui volando al Teatro Aleksandrinski. Tampoco estaba usted allí. Esta mañana esperaba

encontrarle en casa de Chistoganov -y nada. Shistoganov mandó a preguntar a casa de los

Perepalkin - lo mismo. En fin, que quedé molido. Usted dirá si no fue ajetreo. Ahora le

escribo a usted (no hay más remedio). Mi asunto no tiene nada de literario (¿usted me

comprende?). Lo mejor será que nos veamos a solas. Me es absolutamente necesario

hablar con usted cuanto antes; por ello le ruego que venga hoy a mi casa con Tatyana

Petrovna a tomar el té y a pasar la velada. Mi mujer, Anna Mihailovna, se pondrá

contentísima con la visita de ustedes. Nos dejarán obligados hasta el sepulcro, como dijo

aquél.

A propósito, estimadísimo amigo - ya que estoy con la pluma en la mano lo diré todo,

sin omitir una coma- debo ahora reprocharle un poco y aun reprenderle, respetadísimo

amigo, por una picardía, al parecer muy inocente, que me ha jugado usted... ¡so pillo, so

desvergonzado! A mediados del mes pasado presentó usted en mi casa a un conocido

suyo, a Evgeni Nikolaich por más señas, avalándole con la amistosa y, por supuesto, para

mí sagrada recomendación de usted. Me alegré de la oportunidad, recibí al joven con los

brazos abiertos y con ello me puse un dogal al cuello. Con dogal o sin él, vaya jugarreta

que nos ha hecho usted, como dijo aquél. No es éste el momento de explicarlo, ni es cosa

para encomendar a la pluma. Sólo pregunto a usted muy humildemente, malicioso amigo

y compañero, si no hay modo de sugerir a ese joven delicadamente, entre paréntesis, al

oído, a la chita callando, que hay otras muchas casas en la cap ital además de la nuestra.

¡Que esto ya no hay quien lo aguante, amigo! Caemos de rodillas ante usted, como dice

nuestro amigo Simonevich. Ya le contaré todo cuando nos veamos. No es que el joven no

tenga garbo y cualidades espirituales, ni que haya metido la pata en nada. Muy al

contrario, es amable y simpático. Pero espere a que nos veamos; y si mientras tanto

tropieza usted con él, dígale eso al oído, muy respetuosamente, por lo que usted más

quiera. Yo mismo se lo diría, pero ya conoce usted mi carácter: no puedo, eso es todo. Al

fin y al cabo, usted fue quien lo recomendó. Pero en todo caso esta noche hablaremos. Y

ahora hasta la vista. Quedo de usted, etc.

P.S. Hace ocho días que tenemos al pequeño indispuesto y cada día está peor. Le están

saliendo los dientes. Mi mujer no hace más que cuidarle. La pobre sufre. Vengan ustedes.

De veras que nos darán un alegrón, estimadísimo amigo mío.

II

(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)

Muy señor mío:

Recibí su carta ayer y su lectura me dejó perplejo. Me anduvo usted buscando por Dios

sabe qué sitios y yo estaba sencillamente en casa. Estuve esperando a Ivan Ivanych

Tolokonov hasta las diez. Seguidamente, acompañado de mi mujer, tomé un coche de

punto y me planté en casa de usted a eso de las seis y media. No estaba usted y su esposa

nos recibió. Le esperé hasta las diez y media; más tiempo no pude. Tomé un coche de

punto, llevé a mi mujer a casa y yo fui a la de los Perepalkin, pensando que quizá le

encontraría allí, pero me llevé otro chasco. Volví a casa, no dormí en toda la noche por la

inquietud y esta mañana fui a casa de usted tres veces, a las nueve, a las diez y a las once;

más gastos, tres veces, con el alquiler de coches, y de nuevo me dejó usted con un palmo

de narices.

La lectura de su carta me dejó, pues, atónito. Habla usted de Evgeni Nikolaich, me dice

que le indique algo confidencialmente pero no me dice qué. Alabo su cautela, pero no

todas las cartas son iguales, y yo a mi mujer no le doy papeles importantes para que haga

rizadores para el pelo. Me pregunto, a decir verdad, qué sentido quiso usted dar a lo que

me escribió. Por lo demás, si las cosas han llegado a ese extremo, ¿para qué mezclarme a

mí en el asunto? Yo no meto la nariz en cada tejemaneje que se presenta. En cuanto a

despedirle, usted mismo puede hacerlo. Sólo veo que tenemos que hablar con más

claridad y precisión; amén de que el tiempo pasa. Yo ando en apuros y no sé cómo

arreglármelas si usted da esquinazo a lo que tenemos convenido. El viaje se nos viene

encima, cuesta dinero, y, por añadidura, mi mujer me gimotea para que le mande hacer

una capota de terciopelo a la última moda. En cuanto a Evgeni Nikolaich, me apresuro a

decir a usted que por fin ayer, sin perder más tiempo, me informé acerca de él cuando

estuve en casa de Pavel Semionych Perepalkin. Es propietario de quinientos siervos en la

provincia de Yaroslav y, además, espera heredar de su abuela otros trescientos en las

cercanías de Moscú. No sé qué dinero tiene, pero pienso que eso puede usted averiguarlo

más fácilmente que yo. Finalmente, ruego me diga dónde podemos encontrarnos. Ayer

vio usted a Ivan Andreich quien, según usted, dijo que yo estaba con mi mujer en el

Teatro Aleksandrinski. Yo por mi parte, digo que miente y que es imposible darle crédito

en estas cosas, y que anteayer, sin ir más lejos, estafó a su abuela 800 rublos. Tengo el

honor de reiterarme, etc.

P.S. Mi mujer ha quedado embarazada. Es, además, asustadiza y algo inclinada a la

melancolía. En las representaciones teatrales hay a veces tiroteos y se imita al trueno por

medio de máquinas. Por ello, temiendo que se asuste, no la llevo al teatro. Yo tampoco

tengo a éste mucha afición.

III

(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)

Apreciadísimo amigo Ivan Petrovich:

Tengo la culpa, la tengo, mil veces la tengo, pero me apresuro a excusarme. Ayer entre

cinco y seis, y en momento justo en que recordábamos a usted con sincera simpatía, llegó

corriendo un recadero de parte de mi tío Stepan Alekseich con la noticia de que mi tía

estaba grave. Sin decir palabra a mi mujer para no asustarla, pretexté tener que atender a

un asunto urgente y fui a casa de mi tía. La encontré en las últimas. A las cinco en punto

le había dado un ataque, el tercero en dos años. Karl Fiodorych, el médico de cabecera,

dijo que quizá no saliera de la noche. Imagínese mi situación, apreciadísimo amigo mío.

Toda la noche de pie, yendo y viniendo, abrumado de pena. Cuando llegó la mañana, con

las fuerzas agotadas y abatido por la debilidad física y mental, me acosté en un diván sin

acordarme de decir que me despertaran a tiempo, y cuando abrí los ojos eran las once y

media. Mi tía estaba mejor. Fui a ver a mi mujer. La pobre estaba deshecha, esperándome.

Tomé un bocado, di un beso al pequeño, tranquilicé a mi mujer y fui a buscarle

a usted. No estaba en casa. Quien sí estaba era Evgeni Nikolaich. Volví a mi casa, cogí la

pluma y ahora le escribo. No se enfade conmigo, mi buen amigo, ni rezongue contra mí.

Pégueme, córteme esta cabeza culpable, pero no me prive de su afecto. Me enteré por su

esposa de que esta noche van a casa de los Slavyanov. Allí estaré sin falta. Le esperaré

con gran impaciencia. Por ahora quedo de usted, etc.

P.S. El pequeño nos tiene verdaderamente deses perados. Karl Fiodorych le ha recetado

ruibarbo. Lloriquea. Ayer no conocía a nadie. Hoy ya empieza a conocer a todos y

balbucea: papá, mamá, bu... Mi mujer se ha pasado llorando toda la mañana.

IV

(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)

Muy señor mío:

Le escribo en su casa, en su cuarto y en su escritorio: pero antes de tomar la pluma le he

estado esperando más de dos horas y media. Ahora, Pyotr Ivanych, permita que le dé sin

rodeos mi opinión sincera sobre esta situación ignominiosa. Por su última carta supuse

que le esperaban a usted en casa de los Slavyanov. Me citó usted allí, fui, le estuve

esperando cinco horas y no asomó usted. Ahora bien, ¿es que se propone usted

convertirme en el hazmerreír de la gente? Perdón, señor mío... He venido a su casa esta

mañana esperando encontrarle, sin imitar, pues, a ciertas personas escurridizas que

buscan a la gente en sabe Dios qué sitios, cuando pueden encontrarla en casa a cualquier

hora decorosa. En su casa no había ni sombra de usted. No sé qué me impide decirle

ahora toda la dura verdad. Diré sólo que, por lo visto, quiere usted zafarse del convenio

que usted conoce. Y ahora, después de considerar todo el asunto, no puedo menos de

confesar que me asombra el sesgo astuto del pensamiento de usted. Ahora veo claro que

viene usted alimentando sus torcidas intenciones desde mucho tiempo atrás. Prueba de

ello es que la semana pasada se adueñó usted, harto impropiamente, de la carta, dirigida a

mi nombre, en la que usted mismo exponía, aunque de modo bastante oscuro e

incoherente, nuestro acuerdo sobre lo que usted sabe. Tiene usted miedo a los

documentos, por eso los destruye y yo me quedo haciendo el primo. Pero yo no permito

que se me tenga por tonto, pues nadie hasta ahora me ha tenido por tal, y en ese particular

siempre he obrado con beneplácito de todos. He abierto los ojos. Usted quiere sacarme de

mis casillas, ofuscarme con Evgeni Nikolaich; y cuando ante la carta del 7 del corriente,

que todavía me resulta indescifrable, le pido explicaciones, me da usted citas falsas y se

esconde de mí. ¿Piensa usted acaso, señor mío, que soy incapaz de darme cuenta de todo

eso? Usted prometió compensarme por servicios que le son muy notorios, a saber la

presentación de varias personas, y mientras tanto se las arregla usted no se como para

sacarme elevadas cantidades de dinero, sin recibo, como ocurrió la semana pasada sin ir

más lejos. Pero ahora, después de embolsarse el dinero, se oculta usted, más aún, niega

usted los servicios que le presté con relación a Evgeni Nikolaich. Quizá cuenta usted con

que me vaya pronto a Simbirsk y con que no haya tiempo para liquidar. Pues bien, le

participo solemnemente, bajo palabra de honor, que si las cosas llegan a ese punto estoy

más que dispuesto a quedarme dos meses enteros en Petersburgo hasta concluir mi

negocio, lograr mi propósito y encontrarle a usted. Aquí también sabemos ganarle por la

mano al prójimo. En conclusión, le hago saber que si no me da hoy una explicación

satisfactoria, primero por carta y después personalmente, cara a cara, y si en su carta no

expone de nuevo los puntos principales del convenio entre nosotros y no pone en claro lo

tocante a Evgeni Nikolaich, me veré precisado a recurrir a medidas que serán muy

desagradables para usted y que a mí mismo me resultan repugnantes. Me reitero de usted,

etc.

V

(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)

11 de noviembre

Amabilísimo y respetadísimo amigo Ivan Petrovich: Su carta me hirió en lo más

profundo del alma. ¿Es que no tiene usted reparo, apreciado aunque injusto amigo, en

tratar así a quien le tiene la mejor voluntad? ¡Desbocarse así, sin poner en claro todo el

asunto, y acabar por insultarme con sospechas tan injuriosas! Me apresuro, no obstante, a

responder a sus acusaciones. No me encontró usted ayer, Ivan Petrovich, porque fui

llamado, de repente e inesperadamente, a la cabecera de una moribunda. Mi tía Evfimiya

Nikolavna falleció ayer a las once de la noche. Por acuerdo ge neral de los parientes quedé

encargado de las tristes y dolorosas gestiones. Hubo tanto que hacer que no tuve tiempo

esta mañana de verle a usted ni de ponerle siquiera un renglón para avisárselo. Lamento

de todo corazón la mala inteligencia que ha surgido entre nosotros. Lo que dije acerca de

Evgeni Nikolaich, que fue de paso y en broma, lo entendió usted en sentido contrario al

que tenía; y ha dado usted a todo el asunto una interpretación ofensiva para mí. Saca

usted a relucir lo del dinero y se manifiesta usted inquieto con respecto a él. Ahora bien,

estoy dispuesto a satisfacer sin equívocos todos sus deseos y exigencias, aunque no puedo

menos que recordarle que los 350 rublos que recibí de usted la semana pasada no fueron a

título de préstamo, sino como parte del convenio que usted sabe. Si hubiera sido préstamo

existiría, por supuesto, un recibo. No me rebajo a contestar los otros puntos que menciona

usted en su carta. Veo que se trata de una incomprensión, veo en ello sus consabidos

arrebatos, su vehemencia y su franqueza. Sé que la bondad y el carácter sincero de usted

no permiten que anide la sospecha en su corazón y que, en defintiva, será usted el

primero en alargarme la mano. Se equivoca usted, Ivan Petrovich, se equivoca usted de

medio a medio.

A pesar de que su carta me ha ofendido hondamente, yo, hoy mismo, sería el primero

en reconocerme culpable e ir a verle si no fuera porque el mucho ajetreo de ayer me ha

dejado enteramente rendido y ape nas puedo tenerme de pie. Para colmo de desgracias, mi

mujer ha caído en cama y me temo que se trate de algo grave. En cuanto al pequeño, a

Dios gracias va mejor. Pero dejo la pluma, los quehaceres me llaman y tengo un montón

de ellos. Quedo de usted, apreciadísimo amigo, etc.

VI

(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)

14 de noviembre

Muy señor mío:

He esperado tres días y he tratado de emplearlos con provecho. Durante ese tiempo,

creyendo que la cortesía y el decoro son los principales adornos del hombre, no le he

llamado la atención sobre mí ni de palabra ni de obra desde mi última carta fechada el 10

del corriente, en parte para que pudiera usted cumplir con calma sus deberes cristianos

para con su tía, y en parte también porque necesitaba tiempo para hacer ciertas gestiones

e indagaciones con respecto a nuestro asunto. Ahora me apresuro a poner las cosas en

claro, final y categóricamente.

Confieso con franqueza que tras la lectura de sus dos primeras cartas pense en serio que

usted no entendía lo que yo quiero; por eso prefería en cada caso verle a usted y hablar

cara a cara del asunto, porque la pluma me asusta y me acuso de falta de claridad en

trasladar mis pensamientos al papel. Usted sabe que carezco de educación y de buenas

maneras y que soy ajeno a representar lo que no soy, ya que por triste experiencia he

llegado a saber lo falsas que son a menudo las apariencias y cómo bajo las flores se

oculta a veces la víbora. Pero usted me entendió, y si no me contestó como era debido fue

porque con perfidia, ya había decidido usted faltar a su palabra de honor y pervertir las

relaciones amistosas que han existido entre nosotros. Harto bien ha demostrado usted esto

en su abominable comportamiento conmigo en días recientes, comportamiento perjudicial

para mis intereses, que yo no esperaba y en el que me he resistido a creer hasta el último

momento; porque, cautivado al comienzo de nuestras relaciones por su actitud sensata, su

fino trato, su conocimiento de los negocios, así como por las ventajas que se sucederían

de mi asociación con usted, supuse que había encontrado a un verdadero amigo,

compañero y persona de buena voluntad. Ahora, sin embargo, comprendo que hay

muchas personas que, bajo un aspecto lisonjero y brillante, esconden veneno en el

corazón, que aplican su entendimiento a maquinar contra el prójimo e inventar

intolerables supercherías, y que por ello temen la pluma y el papel, y que, por último, se

sirven de las buenas palabras, no en provecho del prójimo y la patria, sino para fascinar y

adormecer el juicio de quienes se han asociado con ellos en diversos acuerdos y asuntos.

La perfidia de usted para conmigo señor mio, se revela en lo que manifiesto a

continuacion.

En primer lugar, cuando de manera clara y tajante le describí en mi carta mi situación y

le preguntaba además -en mi primera carta-~que queria dar usted a entender, señor mío,

con ciertas frases y alusiones referentes en particular Evgeni Nikolaich, trató usted de no

darse por enterado, y después de provocar mi indignación con dudas y sospechas, decidió

usted, sin más, esquivar el asunto. Más tarde, después de hacerme víctima de actos a los

que no cabe dar nombre decoroso, empezó usted a decirme por carta que se sentía herido.

¿Qué calificativo, señor mío, cabe dar a esto? Luego, cuando cada minuto me era

precioso y usted me obligó a persegitirle por toda la capital, me escribió usted, so capa de

amistad, cartas en las cuales omitía deliberadamente toda referencia a nuestro asunto y

me hablaba de cosas impertinentes, por ejemplo, de las dolencias de su esposa de usted,

señora para mí muy respetable en todo caso, y de que a su pequeño le habían recetado

ruibarbo porque le estaban saliendo los dientes. A todo esto aludía usted en cada una de

sus cartas, con regularidad que me resultaba indigna e injuriosa. Comprendo, por

supuesto, que los padecimientos de un hijo atormenten el alma del padre, pero ¿a qué

aludir a ellos cuando lo que importa es otra cosa mucho más apremiante y necesaria?

Mantuve silencio y me cargué de paciencia; pero ahora, cuando ya ha pasado tiempo,

considero mi deber hablar claro. En fin, que con haberme dado citas falsas a menudo y

con perfidia, usted me ha obligado, por lo visto, a hacer un papel de bobo y payaso que

nunca he tenido intención de representar. Más tarde, después de invitarme previamente a

su casa y, naturalmente, de engañarme, me dice usted que ha sido llamado a la cabecera

de su tía enferma, quien ha sufrido un ataque a las cinco en punto, justificándose así con

vergonzosa precisión. Por fortuna, señor mío, he tenido tiempo de hacer indagaciones en

estos tres días y me he enterado de que su tía tuvo el ataque en la víspera del 8, poco

antes de medianoche. Veo, pues, que se aprovecha usted de la santidad de las relaciones

familiares. Para engañar a quienes le son enteramente extraños. Para concluir, en su

última carta habla usted de la muerte de su pariente como si hubiera ocurrido en el

momento preciso en que yo debía presentarme en casa de usted para hablar de los asuntos

que usted sabe. En este caso la bajeza de los cálculos y embustes de usted rebasa los

límites de lo probable, ya que por informes del todo fehacientes, a los que

afortunadamente he podido recurrir muy a propósito y oportunamente, supe que su tía

falleció 24 horas después de cuando usted dice mendazmente en su carta que ocurrió el

fallecimiento. Si fuera a contar todos los indicios por los que he llegado a saber su

perfidia para conmigo sería el cuento de nunca acabar. Al observador imparcial le

bastaría con ver cómo en todas sus cartas me llama usted su muy sincero amigo y me

colma de nombres lisonjeros, cosa que, por lo que colijo, hace sólo para acallar mi

conciencia.

Paso ahora al principal ejemplo de su mala fe y fa lsía para conmigo, a saber, el silencio

ininterrumpido que en días recientes Mantiene usted en todo lo que toca a nuestros

intereses comunes; el hurto maligno de la carta en que, de manera oscura y no del todo

comprensible para mí, exponía nuestro acuerdo y convenio, previo préstamo bárbaro y

forzoso de 350 rublos, sin recibo, que exigió usted de mí en calidad de consocio; y, por

último, en las viles calumnias de que hace objeto a nuestro común conocido Evgeni

Nikolaich. Ahora veo claro que lo que quería usted sugerir era, si se permite la expresión,

que ese joven es como el macho cabrío que no da leche ni lana, que no es ni fu ni fa, ni

chicha ni limonada, lo que caracterizaba usted como vicio en su carta del 6 del corriente.

Yo, sin embargo, conozco a Evgeni Nikoiaich como joven modesto y de buenas

costumbres, apto sin duda para merecer, encontrar y ganarse el respeto de todos. También

me he enterado de que todas las noches, durante dos semanas enteras, jugando a las cartas

con Evgeni Nikolaich, ha llegado usted a embolsarse algunas decenas de rublos y, a

veces, hasta algunos centenares. Ahora, sin embargo, se retracta usted de todo esto, y no

sólo se niega a resarcirme por mis esfuerzos, sino que se ha apropiado mi propio dinero,

halagándome de antemano con el título de consocio y engatusándome con los diversos

beneficios que de ello me resultarían. Ahora, después de haberse apropiado ilegalmente

mi dinero y el de Evgeni Nikolaich, se niega usted a compensarme y recurre a una

calumnia con la que denigra injustamente a quien presenté en su casa a costa de grandes

afanes y esfuerzos. Pero, por otro lado, según dicen los amigos, está usted ahora a partir

un piñón con él y se hace pasar ante todo el mundo como su mejor amigo, aunque no hay

tonto, por muy tonto que sea, que no se dé cuenta de adónde apuntan las intenciones de

usted y qué significan en realidad sus relaciones amistosas. Yo, por mí, diré que

significan engaño, perfidia, olvido del decoro y los derechos humanos, todo ello en

ofensa de Dios y de todo punto abominable. Me pongo a mí mismo como ejemplo y

muestra. ¿En qué le he ofendido yo a usted para que me trate de forma tan

desvergonzada?

Cierro esta carta. He puesto las cosas en claro. Ahora, para terminar, si usted, señor

mío, tan pronto como reciba la presente no me devuelve en su totalidad 1) la cantidad que

le entregué, 350 rublos, y 2) no me manda las otras cantidades que, según promesa suya,

me corresponden, recurriré a todos los medios posibles para obtener la restitución, tanto a

la fuerza pura y simple como al amparo de las leyes; y, por último, le manifiesto que

obran en mi poder ciertos testimonios que, mientras sigan en manos de este su servidor y

admirador, pueden manchar y destruir el nombre de usted a los ojos del mundo entero.

Me reitero, etc.

VII

(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)

15 de noviembre

Ivan Petrovich:

Cuando recibí su misiva tan grosera como extraña sentí al pronto el deseo de hacerla

pedazos, pero la guardé como cosa curiosa. Por lo demás, lamento de corazón las

incomprensíones y contrariedades que han surgido entre nosotros. Estuve por no

contestarle, pero me es indispensable hacerlo. Cabalmente con estos renglones quiero

indicarle que me será muy desagradable en todo momento recibirle a usted en mi casa, y

que lo mismo digo de mi mujer. Anda delicada de salud y no le sienta bien el olor del

alquitrán.

Mi mujer envía a la esposa de usted un libro que dejó en nuestra casa, Don Quijote de

la Mancha, y le queda muy agradecida. En cuanto a los chanclos que dice usted que se

dejó aquí en su última visita, debo informarle que desgraciadamente no aparecen por ninguna

parte. Se seguirán buscando, pero si no se encuentran, le compraré unos nuevos.

Quedo de usted, etc.

VIII

(El 16 de noviembre Pyotr Ivanych recibe por correo interior dos cartas dirigidas a su

nombre.

Abre la primera y saca de ella una nota, cuidadosamente doblada, en papel color de rosa

claro. La letra es de su mujer. Está dirigida a Evgeni Nikolaich con fecha 2 de

noviembre. No hay nada más en el sobre. Pyotr Ivanych lee:)

Amado Eugéne: Fue del todo imposible ayer. Mi marido permaneció toda la velada en

casa. Ven mañana sin falta a las once en punto. Mi marido se va a Tsarskoye a las diez y

media y no volverá hasta media noche. Estuve furiosa toda la noche. Te agradezco el

envío de la correspondencia y noticias. ¡Qué montón de papeles! ¿De veras que ella los

ha emborronado todos? Por otra parte, tiene estilo. Gracias, veo que me quieres. No te

enfades por lo de ayer y, por lo que más quieras, ven mañana.

A.

(Pyotr Ivanych abre el segundo sobre.)

Pyotr Ivanych:

Ni que decir tiene que de todos modos no hubiera vuelto a poner los pies en casa de

usted; en vano, pues, me lo dice usted por escrito.

La semana que viene salgo para Simbirsk. Como apreciadísimo y estimadísimo amigo

le queda a usted Evgeni Nikolaich. Buena suerte y no se preocupe usted por lo de los

chanclos.

IX

(El 17 de noviembre Ivan Petrovich recibe por correo interior dos cartas dirigidas a su

nombre. Abre la primera y saca de ella una nota escrita de prisa y con descuido. La leta es

de su mujer. Está dirigida a Evgeni Níkolaich con fecha 4 de agosto. No hay nada más en

el sobre. Ivan Petrovich lee:)

¡Adiós, adiós, Evgeni Nikolaich! Que Dios le premie también por esto. Sea usted feliz,

aunque para mí sea cruel el destino. ¡Qué horrible! Así lo quiso usted. Si no hubiera sido

por mi tía, no hubiera depositado mi confianza en usted. No se burle de mi tía ni de mí.

Mañana nos casan. Mi tía está contenta de haber hallado a un hombre bueno que me

acepta sin dote. Hoy me he fijado bien en él por primera vez. Parece que es muy bueno.

Me dan prisa. Adiós, adiós, amado mío. Acuérdese de mí alguna vez; yo no le olvidaré

nunca. Adiós. Firmo esta última como firmé la primera. ¿Recuerda?

Tatyana

(La segunda carta reza así:)

Ivan Petrovich:

Mañana recibirá usted unos chanclos nuevos. Yo no acostumbro a sacar cosas de

bolsillos ajenos, ni gusto de recoger basura por esas calles.

Evgeni Nikolaich va a Simbirsk dentro de unos día por asuntos de su abuelo y me pide

que le gestione un compañero de viaje. ¿Se anima usted?

FIN

El sabio no dice lo que sabe, y el necio no sabe lo que dice.

Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar

Lo que importa verdaderamente en la vida no son los objetivos que nos marcamos, sino los caminos que seguimos para lograrlo.

Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.

Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.

El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado

Las personas son como la Luna. Siempre tienen un lado oscuro que no enseñan a nadie.

Las conversaciones son siempre peligrosas si se tiene algo que ocultar

El saber y la razón hablan, la ignorancia y el error gritan.

Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa

Algunas personas son tan falsas que ya no distinguen que lo que piensan es justamente lo contrario de lo que dicen.

Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha.

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