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La Celestina

Fernando de Rojas

Introducción

CERVANTES.

El año 1499 imprimiose en Burgos una obrita dramática en diez y seis autos, intitulada Comedia de Calisto y Melibea, que ha

reimpreso Foulché-Delbosc: en 1902 del único ejemplar que, hasta poco ha, tampoco conocía nadie. Su presente dueño, el

benemérito hispanista Huntington, acaba de reproducirla con el esmero que suele.

Describió minuciosamente este preciosísimo ejemplar el sabio hispanófilo, Director de la Revue Hispanique, en el tomo IX

(año 1902, Págs. 185-190), añadiendo unas advertencias críticas de subido valor, las cuales, con otras del tomo VII, ha de leer

antes que nada el que quiera enterarse de La Celestina, porque edición y notas vuelcan de todo punto el problema o el [VIII]

montón de problemas, que acerca de tan famoso drama se han despertado y todavía no han tenido cumplida solución. Hay que

leer después el magnífico trabajo sobre La Celestina escrito por Menéndez y Pelayo, en el tomo III de los Orígenes de la

Novela (1910), y el muy discreto y más ceñido del agudo y erudito Adolfo Bonilla, en sus Anales de la Literatura española

(1904).

Por ahora, la edición de Burgos de 1499 ha de tenerse por primera o princeps, aunque hubo de haber otra anterior, ya que en

ella se lee: Con los argumentos nuevamente añadidos.

En su primer estado, la obra no tenía otro título que el que sirvió de incipit a la edición de Sevilla de 1501 y se ha conservado

en las posteriores: «Síguese la comedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos enamorados, que,

vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman e dizen ser su dios. Assí mesmo fecha en aviso de los engaños de las

alcahuetas e malos e lisongeros sirvientes.» Acaso al fin iba un explicit con la fecha y lugar de la impresión. No se conoce

ejemplar alguno de esta edición, y aun hay quien supone no la hubo.

Vengamos al segundo estado de la obra, que es el que presenta el ejemplar llamado Heber, [IX] por el nombre de quien antes

lo poseyó, y es el reproducido por Foulché-Delbosc y Huntington, esto es, la edición de Burgos de 1499. Su título dice:

«Comedia de Calisto y Melibea. Con sus argumentos nuevamente añadidos; la qual contiene demás de su agradable y dulce

estilo muchas sentencias filosofales e avisos muy necessarios para mancebos, mostrandoles los engaños que están encerrados

en sirvientes y alcahuetas.» En este segundo estado, la obra lleva, además del dicho título, el incipit, que reproduce el título del

primer estado, el «argumento» general y un «argumento» delante de cada uno de los 16 autos.

En su tercer estado la obra lleva el mismo título que en el segundo; pero, además, una Carta de El autor a un su amigo, unos

versos acrósticos, el incipit, el argumento general y argumento de cada auto, y al fin lleva seis octavas del editor Alonso de

Proaza. Tenemos un ejemplar completo de una edición que ofrece este tercer estado, hecha en Sevilla en 1501, naturalmente

por dicho Alonso de Proaza, y reeditada por Foulché-Delbosc en 1900, el cual cree se hizo esta edición de 1501 sobre la de

Burgos del año 1499. Acerca de Proaza véase la Biblioteca de Gallardo, I, núm. 457 y el trabajo citado de Menéndez y Pelayo.

Hasta aquí la obra se llamó Comedia y tuvo 16 autos; pero otro cuarto estado nos ofrece la edición de 1502, de Sevilla, con el

nuevo título de Tragicomedia de Calisto y Melibea, y que, además de todo lo del tercer estado, contiene hasta 21 actos, un

Prólogo nuevo y tres nuevas octavas añadidas a las del final («Concluye el autor»).

El quinto estado de la obra lleva el título y todo lo del anterior y 22 actos: el añadido es el de Traso, que no trae la edición de

Valencia de 1514. Cito esta última edición por ser hoy la mejor tal como se halla reproducida por Eugenio Krapf, Vigo 1900:

«La Celestina por Fernando de Rojas, conforme a la edición de Valencia de 1514, reproducción de la de Salamanca de 1500.

Con una Introducción del Doctor D. M. Menéndez y Pelayo.» [X]

Nuestra presente edición es reproducción de esta de Vigo de 1900 y de Valencia de 1514; pero como la princeps de 1499,

publicada por Foulché-Delbosc dos años después, el 1902, ofrece el estado más autorizado de la obra, quisimos que aquí se

reprodujese con toda fidelidad, y así, hemos logrado juntar entrambas ediciones, poniendo en tipo común la edición dicha de

Burgos de 1499, corregidas las erratas manifiestas y descorregidas algunas pocas que [XI] no debió corregir el hispanista

francés, y en cursiva todo lo demás que se halla en la de Vigo y Valencia, añadido a aquella edición de Burgos de 1499, la más

antigua que conocemos.

¿A quién se deben todas esas sucesivas añadiduras, que hemos visto hallarse en los diversos estados de la obra? ¿Son del

autor del primitivo estado o son de otros editores y correctores?

Lo primero que se ve añadido en el segundo estado son los argumentos que, por consiguiente, no son del autor.

En la Carta a un su amigo en el tercer estado, en que aparece por primera vez, no se nombra a Mena ni a Cota, que sólo son

nombrados en las ediciones de 21 autos, en las cuales la carta está retocada. En la de Sevilla de 1501 dícese nada más: «Vi que

no tenia su firma del auctor, y era la causa que estava por acabar; pero quienquiera que fuesse...» Tampoco se hallan estos

nombres en los acrósticos de la edición de Sevilla de 1501, y sí en las de 21 autos. Dícese en aquélla:

«Si fin diera en esta su propia escriptura

carta: un gran hombre y de mucho valer.»

En vez de:

Cota e Mena con su gran saber.

Dícese en la Carta que él (el que se da por autor [XII] de ella y de los acrósticos y Prólogo) halló en Salamanca el primer

auto y que él continuó y acabó la comedia, añadiéndole otros quince, que compuso en quince días de vacaciones. Bonilla, con

otros pocos, cree esto al pie de la letra y supone que la primitiva Comedia tuvo dos autores: uno del primer auto, otro de los

quince restantes. Por el contrario, Lorenzo Palmireno, Moratín, Blanco White, Gallardo, Germond de Lavigne, Wolf, Ticknor,

Menéndez y Pelayo, Carolina Michaelis de Vasconcellos, opinan que esto que allí se dice es un artificio del único autor, el cual

lo es de los diez y seis autos. Foulché-Delbosc es de parecer que la Carta no es del auto de la Comedia, sino de algún editor que

ha inventado ese artificio, no menos que lo de haber compuesto en quince días los quince autos restantes. Para mí, único es el

autor de los diez y seis autos de la primitiva Comedia, y la razón está en la unidad del plan, tan maravillosamente entablado en

el primer auto, y en la unidad de caracteres, de estilo y lenguaje, que en los diez y seis son iguales. Ni vale lo que dice Bonilla

que, no habiendo razón en contra, debemos dar crédito a lo que el autor dice en la Carta. Porque la Carta no parece ser del

autor de la Comedia, por lo menos está amañada, como dice Menéndez y Pelayo. De hecho la Carta y los demás [XIII]

preliminares están llenos de contradicciones, muestran particular afición a Juan de Mena, tomándole versos y palabras, lo cual

no se halla en la Comedia primitiva, y no están escritos con la gallardía que ella, ni mucho menos con el ingenio que en toda

ella campea. Diríase que el autor, que supo escribir obra tan portentosa como la primitiva Celestina y los quince autos en

quince días (!), no se supo dar maña para escribir una Carta ni un Prólogo, que está tomado del Petrarca e infantilmente

acomodado a su propósito, por no decir de una manera desapropositada y fuera de sazón. No puede, pues, darse crédito a

cuanto en estos preliminares se dice ni puede contrarrestar ese dicho al hecho manifiesto de la unidad de plan, caracteres, estilo

e ingenio, que se manifiesta en los diez y seis autos.

Dice el autor de la Carta que «quiso celar y encobrir su nombre», y con todo eso lo pone luego en los versos acrósticos: «El

bachiller Fernando de Rojas acabó la comedia de Calysto y Melybea y fue nascido en la puebla de Montalbán.»

Y en la penúltima octava de Proaza, «corrector de la impresión», se declara el enigma de los acrósticos: [XIV]

Por ende juntemos de cada renglón

de sus onze coplas la letra primera,

las quales descubren por sabia manera

su nombre, su tierra, su clara nación.

Así en la primera edición en que aparece por primera vez la Carta. ¿Pudo el autor caer en tamaña contradicción, escribiendo

la Carta y consintiendo se declarase lo que en ella decía no querer declarar? Carta y versos parecen, pues, ser de Proaza; por lo

menos no son, para mí, del autor de la Comedia.

Carta, versos acrósticos y octavas finales aparecen por primera vez en la misma edición de Sevilla de 1501. Las octavas

finales son de Alonso de Proaza, que se da por corrector de la edición. El mismo corrector añadió en la edición del año

siguiente de 1502 otras tres octavas. A él, pues, han de achacarse los cambios que en la misma edición de 1502 hizo en la Carta

y en los acrósticos, introduciendo a Cota y Mena. Y así como fue autor de los versos finales y los aumentó, así debió de serlo de

la Carta y de los acrósticos, mudando en una y otros lo que le pareció, como en cosa propia. Tanto en la Carta, como en los

acrósticos, como en los versos finales hay sentencias y palabras de Juan de Mena, al cual se muestra muy aficionado Alonso de

Proaza, mientras que no [XV] hay apenas recuerdo de tal poeta en los 16 autos de la primitiva Celestina.

La edición de Sevilla de 1502 fue preparada por el mismo Proaza, y en ella fue donde añadió octavas finales y retocó Carta y

acrósticos. Ahora bien: en esta edición es donde por primera vez se ve mudado el título de Comedia en el de Tragicomedia y se

añaden autos enteros, hasta llegar a 21 los primeros 16 y se ingieren trozos en los mismos 16 primitivos, y además aparece un

Prólogo, que alude a ese alargamiento de la primitiva Comedia. ¿Quién no ve que el que todo esto hizo fue el mismo Proaza?

¿Enviole el autor de la Comedia todas esas añadiduras o son de Proaza mismo? Realmente el que hizo el Prólogo fue el que

alargó la obra, pues en él se da razón del alargarla.

El Prólogo es una mala acomodación del que puso el Petrarca al libro segundo de su obra De Remediis utriusque fortunae. La

gran verdad filosófica, raíz de las mudanzas de la fortuna, de que el Petrarca trata en su obra, proviene de que «lucha es la vida

del hombre sobre la tierra», como dijo Job, y que lucha es el vivir y el ser de toda la naturaleza. Por eso el Petrarca desenvuelve

en su Prólogo maravillosamente esta raíz de la fortuna. El Prólogo añadido a La Celestina trae todo esto como grave [XVI]

parto de los montes bramadores para parir el ridículo ratón, de que no es extraño haya habido diversidad de opiniones acerca de

La Celestina. ¿Es esto propio del excelso ingenio que escribió la Comedia? Por su cargo y aficiones literarias conocía Proaza el

Tratado de Petrarca, y, hallando citas de él en la Comedia, endilgó el Prólogo con otro del poeta italiano para disimular la

superchería; pero el plagio es tan fiero, la acomodación tan desmañada, el estilo tan otro del de la Comedia, que mentira parece

se le desmintiera a Menéndez y Pelayo, a quien siguen otros críticos españoles. Pero el sello de Proaza se halla indeleble en

medio del Prólogo. Como veremos, al llegar a cierta especie, acuérdase de que la toca Juan de Mena, y dejando allí a Petrarca,

nos planta la cita que halló en la Glosa que hizo Hernán Núñez a su poeta predilecto.

¿De quién son los autos añadidos juntamente con el Prólogo, en el cual alude a ellos y por ellos se escribió? Todos los

críticos españoles, siguiendo a Menéndez y Pelayo, opinan que son del mismo autor que compuso la primitiva Comedia. Lo

dicho creo que bastaba para sospechar que fuesen del mismo Proaza. Y, efectivamente, el estudio de los actos añadidos y su

cotejo con los 16 primitivos lo confirman de [XVII] tal manera, que redondamente digo no ser lo añadido del primitivo autor y

ser probablemente obra de Alonso de Proaza.

«La forma en 16 actos es indiscutiblemente de mérito superior a la forma en 21. No se necesita mucho sentido crítico para

comprenderlo. Pero este argumento no puede servir para probar que el autor de las adiciones no es el autor de la obra, sino todo

lo más que las adiciones echaron a perder el texto Primitivo.» Así discurre, y muy bien el Sr. Bonilla (Anal., pág. 19); pero el

caso es juzgar en qué medida lo echaron a perder. Porque bien añade que Tamayo y otros fueron menos felices al retocar sus

obras de cuando por vez primera las escribieron. Pero ¿es este el caso? Es cuestión de pura estética y, además, de estilo y de

erudición. Hasta dónde llegó a echarse a perder la Comedia con las adiciones, lo verá el lector, y básteme decir que no podrá el

Sr. Bonilla traer ejemplo semejante al que hallamos en el auto 14, donde el despeño del drama y conversión súbita de una

comedia en tragedia, que el autor puso por portentoso golpe de ingenio artístico y fue preparando con tanta destreza hasta aquel

punto, desaparece en la segunda redacción con alargar la obra por varios actos inútiles, episódicos, que nada tienen que ver con

la acción principal y [XVIII] sólo sirven para destruir el efecto más trágico del drama, quebrándolo en el punto más culminante.

Eso no es añadir ni corregir; es destruir, es partir por el eje toda la obra, es borrar y rechazar el mayor golpe de ingenio el

mismo autor que lo creó y lo fue paso a paso preparando por todo el drama.

Hay escritores que no saben divertirse nunca del propósito, y el buen dramaturgo ha de ser de esta laya. El autor de La

Celestina lo es como el que más, hasta el punto de que Menéndez y Pelayo dice no darse en la primitiva redacción ni un solo

trozo episódico, ni largo ni corto, sino que todo va siempre derecho al intento. Vienen las adiciones, y en cinco actos añadidos

comprende lo episódico..., pues los cinco actos enteros. Todos forman un episodio, desatado de la acción, y no sólo desatado,

sino que, por encajarse en medio de ella y en el mismo trance del nudo, destruye todo su efecto y la unidad de la obra. Alárgase

por todo un mortal mes lo que había de soltarse en unas horas. ¿Qué cambio fue ese del autor en su manera de proceder? Si tal

hubo, el autor enloqueció, perdió todo su ingenio y es verdaderamente digno de lástima, tan grande creador primero corno

desatinado corrector después.

Al autor le gustaba la erudición humanística; [XIX] pero era la corriente y tomada de Petrarca. El corrector no se contenta

con seguir esta moda del Renacimiento, sino que busca erudiciones exquisitas y raras y las amontona donde peor pegan y

enfrían el movimiento de la acción, que, sin duda, no sintió en lo hondo de su alma como lo había sentido el autor.

Los pensamientos del autor siempre son propios de un pensador elevado, de un ingenio sutil, de un muy maduro juicio, y

entallan tan al justo a la acción como el vestido más lindamente cortado; los del corrector se despegan de ella y no pocas veces

son livianos y aun frisan en verdaderas patochadas.

A la delicadeza y propiedad de caracteres y sentimientos del autor sobrepone el corrector pinceladas groseras y exageradas de

pintor de brocha gorda, que avillanan los sentimientos y malean los caracteres de la primitiva Comedia.

Trae puntualmente el autor los refranes y con comedida parsimonia; el corrector los ensarta juntos por medias docenas, sin

ton ni son, y casi nunca los cita con puntualidad.

Tan a mentido trae el autor hondas y galanas sentencias de Petrarca como citas de Mena trae el corrector.

En el estilo, alguna vez le imita; pero las [XX] más veces es muy otro. Y gracias que ya no tiene que terciar Celestina, porque

no hubiera podido hacerla decir el corrector ni una sola cláusula a derechas.

Acerca de las fuentes de la obra ha tratado largamente Menéndez y Pelayo en el tomo III de los Orígenes de la Novela; pero

creo sinceramente que su inmensa erudición bibliográfica le hace ver relaciones, que de hecho no hay entre muchas obras y La

Celestina. Cuanto haya de cierto o probable se dirá en las notas.

Las fuentes ciertas de la primitiva Comedia son el Libro de Buen Amor, de HITA, de quien tomó toda la traza y el principal

personaje, esto es, la vieja Celestina, cambiando la viuda Doña Endrina, más a propósito para los amoríos clericales, en

doncella, que a su intento venía mejor; ensanchando la acción con la secundaria de los criados y mujeres de la vida, y

convirtiéndola al fin en tragedia, con la imitación de la novela griega de Hero y Leandro. De HITA toma el autor otras varias

cosas, y, sobre todo, tiene siempre los ojos en él para beberle el espíritu realista y popular y la manera sentenciosa.

La segunda fuente es el Corvacho, que imita en varios pasajes de estilo enteramente vulgar y castizo. [XXI]

La tercera es el PETRARCA, sobre todo en su libro De los Remedios contra próspera y adversa fortuna, que se tradujo y se

leyó mucho en todo el siglo XV, y tornolo a traducir galanamente Francisco de Madrid, Arcediano de Alcor, y fue impreso el

año de 1510 en Valladolid. El eruditísimo y benemérito hispanista italiano A. FARINELLI ha tratado Sulla fortuna del

Petrarca in Ispagna en el Giornale storico della letteratura ital. (t. 44, pág. 297), recordando cómo el Prólogo de La Celestina

comenzaba con la misma sentencia que el del segundo libro del De Remediis, y notando tres lugares de la Comedia que a esta

obra parecen aludir, bien que sin citar los pasajes de la del Petrarca. Yo he hallado otras muchas referencias, que se verán en las

notas con la traducción de Francisco de Madrid, edición de Sevilla de 1524, Juan Varela, de Salamanca, la cual he estudiado

minuciosamente, así como el texto original De Remediis utriusque fortunae en la edición de Basilea, 1554 (Francisci

Petrarchae Florentini, Philosophi, Oratoris et Poetae clarissimi... Opera quae extant omnia).

El corrector conoció esta devoción del autor con las obras del Petrarca, y pudiera haberle imitado en no pocas de sus

añadiduras; pero sólo le tomó lo que toca a las riquezas, en el auto IV, [XXII] y alguna otra cosa que puntualizaremos, y le

plagió desmañadamente en el Prólogo. En cambio sacó cuanto pudo, erudición y frases enteras de Juan de Mena, de quien el

autor apenas para nada se acuerda.

Hay que señalar en la primitiva Comedia una referencia al Diálogo entre el Amor y un viejo, de Rodrigo de Cota; otra a la

Cárcel de Amor, otra al Tostado.

¿Quién fue autor de la primitiva y verdadera Comedia de Calisto y Melibea? En Mena ni en Cota no hay que pensar. ¿Lo fue

Francisco de Rojas? Si no hubiera más que el testimonio de Proaza y los acrósticos, sería para puesto en duda, porque un

embuste o broma de más entre tantas otras, bien poco montaría. Las pruebas, si lo son, las ha aportado el eruditísimo Serrano y

Sanz, uno de los trabajadores más sesudos, modestos, poco sonados y que más debieran serlo de nuestros eruditos. El

meritísimo Catedrático de la Universidad de Zaragoza halló y estudió dos procesos de la Inquisición de Toledo que probaban

vivía en 1518 y en 1525 un bachiller Fernando de Rojas, que parece ser el mismo puesto en los acrósticos (Rev. Arch., 1902). El

primer proceso es de 1517 y 1518, contra uno que vivía en Talavera, y donde se presenta como testigo el dicho [XXIII]

bachiller; el otro, de 1525 y 1526, contra Álvaro de Montalván, «vezino de la puebla de Montalván», acusado de judaísmo y de

edad de setenta años. El 7 de junio de 1525 declara el acusado tener cuatro hijos, entre ellos «Leonor Alvares, muger del

bachiller Rojas que conpuso a Melibea, veçino de Talavera», y añade: «aora XXXV años», y «que nombrava por su letrado al

bachiller Fernando de Rojas, su yerno, veçino de Talavera, que es converso». El Inquisidor «le dixo que no ay lugar, e que

nombre persona syn sospecha; e asy nombro al liçençiado del Bonillo, e por procurador a Antonio Lopez». Si el padre de Rojas

era judío, lo probable es que lo fuera su madre, y tal lo cree hoy el mismo Serrano y Sanz, aunque en su estudio opinó lo

contrario. El año 1525 tenía la mujer de Rojas treinta y cinco años, y su marido cree Serrano y Sanz tendría unos cincuenta, de

modo que hubo de escribir la Comedia a los veinticuatro años. Unos treinta y cinco años antes del 1521 dice el documento que

la escribió, esto es, el año 1490, aunque veremos que probablemente fue después de 1492.

Foulché-Delbosc concluye: «Tant qu'un témoignage indiscutable ne l'attestera pas, nous nous refuserons à reconnaître Rojas

comme l'auteur de la Comedia. Si les vers acrostiches [XXIV] en 1501, et son beau-père en 1525, lui attribuent cette paternité,

c'est probablement que lui-même s'en targuait: nous venons d'exposer les raisons pour lesquelles cette prétention nous semble

inadmisible. Loin de voir un insigne literato en Fernando de Rojas, nous estimons qu'il se donna comme l'auteur d'un chefd'oeuvre

qu'un autre avait écrit.» (Rev. Hisp., 1902, pág. 185.)

En mi opinión, el autor de la Comedia, en su primer estado, si no con certeza, es muy probablemente el Fernando de Rojas

que aparece en los acrósticos y en los citados documentos. No hay pruebas hasta ahora para no admitir el testimonio de estos

últimos, y aunque sin ellos los acrósticos no merecieran crédito, los documentos se lo prestan a los acrósticos y los acrósticos

corroboran el dicho de los documentos.

Por declaración del mismo Rojas y por testimonio de su suegro sabemos que era abogado. Naturalizose en Talavera, pues ya

aparece como vecino de aquella ciudad en 1517, y a ella se refiere cuanto de él se sabe hasta el 1538. Ejerció aquel año en

Talavera, desde el 15 de Febrero al 21 de Marzo, el cargo de Alcalde mayor, sustituyéndole el Dr. Núñez de Durango, según

noticias comunicadas al Sr. Serrano por D. Luis Jiménez de la Llave y tomadas del Archivo municipal. [XXV]

El autor del León Prodigioso (1636), el Licenciado Cosme Gómez Tejada de los Reyes, dice en la Historia de Talavera, que

escribió y se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional (Ms. 2039): «Fernando de Rojas, autor de la Celestina, fábula de

Calixto y Melibea, nació en la Puebla de Montalbán, como él lo dize al principio de su libro en unos versos de arte mayor

acrósticos; pero hizo asiento en Talavera: aquí vivió y murió y está enterrado en la iglesia del convento de monjas de la Madre

de Dios. Fue abogado docto, y aun hizo algunos años en Talavera oficio de Alcalde mayor. Naturalizose en esta villa y dejó

hijos en ella. Bien muestra la agudeza de su ingenio en aquella breve obra llena de donaires y graves sentencias, espejo en que

se pueden mejor mirar los ciegos amantes, que en los christalinos adonde tantas horas gastan riçando sus femeniles guedejas... y

lo que admira es que, siendo el primer auto de otro autor (entiéndese que Juan de Mena o Rodrigo de Cota) no solo parece que

formó todos los actos un ingenio, sino que es individuo (indivisible).» Como se ve, a carga cerrada admite este historiador

cuanto en el Prólogo y acrósticos se dice; pero las noticias acerca de Rojas no dejan de tener su peso y gravedad, cual la del

historiador que nos las comunica. [XXVI]

El testamento de su cuñada Constanza Núñez, descubierto por Pérez Pastor en el Archivo de Protocolos de Madrid, nos ha

permitido conocer el nombre de la hija de Rojas, que se llamó Catalina Rojas, casada con su primo Luis Hurtado, hijo de Pedro

de Montalbán.

En el archivo de la Parroquia del Salvador, de Talavera, hállanse las partidas de bautismo de 1544, 1550 y 1552, referentes a

varios hijos de Álvaro de Rojas y de Francisco de Rojas, casado el último con Catalina Álvarez, patronímico que llevaba

también la mujer de Rojas. De su familia fueron, pues, Álvaro y Francisco, si ya no eran sus propios hijos.

En las Relaciones geográficas, que los pueblos de Castilla dieron a Felipe II desde 1574 en adelante, y se hallan en El

Escorial, contestando a la pregunta de que se especificasen «las personas señaladas en letras, armas y en otras cosas que haya

en el dicho pueblo, o que hayan nacido o salido de él», el bachiller Ramírez Orejón, clérigo, que fue, en compañía de Juan

Martínez, ponente, como hoy diríamos, de esta Relación, contesta que «de la dicha villa (de la Puebla de Montalbán) fue natural

el bachiller Rojas, que compuso a Celestina».

Hablemos ya de la obra, quiero decir de la Comedia de Calisto y Melibea, tal como la leemos [XXVII] en la edición más

antigua de Burgos de 1499, pues de lo añadido por el corrector harto se dirá en las notas y ya hemos dado antes el juicio que

nos merece.

«Los amantes desapoderadamente apasionados, que nos pintan los novelistas, son como los aparecidos de que se atemorizan

las viejas: todo el mundo habla de ellos y nadie los ha visto.» Bonita frase de La Rochefoucauld; pero tan falsa como bonita. No

pasa mes sin que leamos en los periódicos tragedias amorosas, amantes que se matan a sí mismos o que matan a sus amantes.

Al día siguiente sólo se acuerdan de ellas los jueces y abogados que entienden en los tribunales. «Parece cosa de novela»,

solemos decir al leerlas; «parece cosa de realidad», deberíamos decir al leer tales amores y sus tristes fenecimientos en una

buena novela. Porque los tribunales de justicia henchidos están de sus causas judiciales y los manicomios más llenos todavía de

sus tristes víctimas.

¿Y hay casa, hay por ventura pecho donde el amor no esté desenvolviendo su eterna tragedia? ¿No trae enlazados en sus

doradas redes y distraídos a los mozos, revueltos y alterados a los hombres, desasosegados a los mismos viejos? ¿Quién se

librará de sus dulces asechanzas? Como se cobija en la ligera cabeza de la [XXVIII] mozuela, así, y sin otros miramientos, se

cuela en la grave sesera del senador, del magistrado, del filósofo. Él mancilla y empaña las almas virginales, encizaña las

familias, trueca las condiciones, quebranta las amistades, desvela a los más tranquilos, convierte en homicidas a los mismos

amantes, alborota los espíritus, levanta guerras, asuela ciudades, revuelve el mundo. ¿Acaso hay nada en él que no se haga por

el amor?

No es una niñería, un lujo, un pasatiempo de desocupado; la vida de la humanidad cuelga de él. Demás estarían las ciudades,

sobrarían los ejércitos, holgarían las tierras, si hombres no hubiese; pero si hay hombres es porque hay amor. Para tan grave

cargo, como le encomendó la naturaleza, hubo de dotarle de poderes no pensados: el amor es fuerte, furioso, loco. Que la vida

de los hombres cuesta mucho y es menester el colmo de la locura para escotarla. Sin esa «titillatio, concomitante idea causae

externae», como paradisíacamente definió Espinosa el amor, el mundo se acababa, y es harto grave cosa el mundo.

Por muchas que sean, las víctimas del amor, por aciagos que sean los acaecimientos que ocasiona, por muertes, desolaciones,

ruinas, que amontone sobre la haz de la tierra, más necesita, [XXIX] más se merece, más se le debe, más demanda, con nada de

eso se paga: a cambio de desastres, guerras, tragedias sin cuento, da lo que con nada de eso es comparable, la vida de los

hombres sobre la tierra. Y no es ello de tan menguado precio, que no haya permitido Dios, según la doctrina católica, hasta que

el pecado entrase en el mundo y le señorease, y con él la muerte, y tras la muerte y el pecado, que la misma Divinidad

encarnase y fuese blanco de estos dos tiranos del mundo.

El amar es luchar, sufrir y morir, no menos, antes mucho más es vivir, de donde nace que vivir es morir, sufrir y luchar. El

demonio del amor es el demonio de la muerte, pero eso por ser el demonio de la vida.

Esta es la no sé si llamarla tragedia o comedia del mundo y del vivir de los hombres. Sabíalo, por lo menos, muy bien sabido

el que compuso la Tragicomedia de Calisto y Melibea, cuando cifró toda esta filosofía del amor, de la vida y del mundo en el

último auto, donde exclama el viejo Pleberio, que de viejos es exprimir todo el sustancioso jugo de la vida: «¡O vida de

congoxas llena, de miserias acompañada! ¡O mundo, mundo! Muchos de ti dixeron, muchos en tus qualidades metieron la

mano. A diversas cosas por oydas te compararon; yo [XXX] por triste esperiencia lo contaré, como a quien las ventas y

compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron... ¡O amor, amor!, que no pensé que tenías fuerça ni poder de matar

a tu subjetos!... ¿Quien te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fuesses, amarías a tus

sirvientes; si los amases, no les darías pena; si alegres viviesen, no se matarían, como agora mi amada hija... Alegra tu sonido,

entristece tu trato. ¡Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste!»

He aquí la conclusión de la Tragicomedia, y he aquí la raíz de la filosofía schopenhaueriana, del pesimismo de la vida y del

amor. El cual en La Celestina es lo que el Ananke o fatalidad en la tragedia griega, lo que levanta el drama, o, mejor diré, lo

hunde en la sima del espanto y terror con que atrae a los lectores o espectadores, les hiela el corazón y juntamente les encadena

halagüeñamente el gusto, les enhechiza y ciega y, quieras que no, los arrastra y despeña consigo en sus honduras lóbregas e

inapeables. Y venturoso de aquel, que por este poder del arte trágico, hundido y ensimismado en las lobregueces de sí mismo,

llegue a comprender lo que es el amor, el mundo y la vida en sus más soterradas y filosóficas raíces, amargas, sí; pero, [XXXI]

por lo mismo, empapadas en el sustancioso jugo de la más alta sabiduría.

Ahora vendrán y se nos echarán encima todos los moralistas, pasados y presentes, y también los que aún no son nacidos, y

condenarán La Celestina como libro que «es afrenta hasta el nombrarlo, y que debería mandarse por justicia que no se

imprimiese ni menos se vendiese, porque su doctrina incita la sensualidad a pecar y relaja el espíritu a bienvivir.»

¡Sapientísimo señor Obispo de Mondoñedo, Fr. Antonio de Guevara, discretísimo maestro Luis Vives y cuantos les hacéis

coro y se lo hicisteis desde que La Celestina se leyó! Guardaos esos vuestros discretísimos consejos para quienes no se

compuso La Celestina, quiero decir para monjitas y colegialas; que los que quieran conocer el mundo, el hombre, el vivir y su

amarga y agridulce raíz, el amor, en que consiste toda la sabiduría, y por cuyo conocimiento fuisteis vosotros mismos

sapientísimos varones y maestros de la filosofía española, leerán la Tragicomedia y aprenderán y... no se escandalizarán...

Esto cuanto al intento y espíritu de la obra; los medios de ejecución atañen al literato. Pero de ellos, que pueden reducirse a

los caracteres, la invención y composición de la fábula y, finalmente, al estilo y lenguaje, se ha dicho tanto y [XXXII] con tanto

acierto, que duelo da el escoger, habiendo de dejar lo más, y aun lo mejor escogido no cabría en esta Introducción. Menéndez y

Pelayo llenará las medidas del curioso que desee enterarse (Orígenes de la Novela, t. III).

Libro en mi entender divi-

Si encubriera más lo huma-.

dijo Cervantes cuan breve y galanamente pudiera decirse. No volveré a lo del encubrir lo humano, que el propio Cervantes se

sabía muy bien no fuera hacedero sin deshacer lo divino, que el libro encierra: que fuera hacer una sortija de oro sin oro.

«¿Quales personas os parecen que están mejor exprimidas?», pregunta Martio en el Diálogo de las lenguas. Y responde su

autor, Juan de Valdés: «La Celestina está, a mi ver, perfetísima en todo quanto pertenece a una fina alcahueta.» Tan es así, que

el pueblo español, con certera crítica, hizo de Celestina un nombre apelativo, no a modo de sustantivo, como de otros famosos

personajes, por manera que decimos: Fulano es un Quijote, es un Sancho Panza, es un Tenorio; sino que celestina llamamos a

toda trotaconventos, tercerona o alcahueta, sin más cortapisas y como adjetivo corriente. Y que no tiene semejante. Porque no

es la alcahueta común, [XXXIII] sino la de diabólico poder y satánica grandeza. «Porque Celestina -dice Menéndez y Pelayoes

el genio del mal encarnado en una criatura baja y plebeya, pero inteligentísima y astuta, que muestra en una intriga vulgar tan

redomada y sutil filatería, tanto caudal de experiencia moderna, tan perversa y ejecutiva y dominante voluntad, que parece

nacida para corromper el mundo y arrastrarle encadenado y sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer.» «A las duras

peñas promoverá e provocará a luxuria, si quiere», dice Sempronio.

Hay en Celestina un positivo satanismo, es una hechicera y no una embaucadora. Es el sublime de mala voluntad, que su

creador supo pintar como mujer odiosa, sin que llegase a ser nunca repugnante; es un abismo de perversidad, pero algo humano

queda en el fondo, y en esto lleva gran ventaja al Yago de Shakespeare, no menos que en otras cosas.

Elicia y Areusa son figuras perfectamente dibujadas, discípulas de Celestina, no prostitutas de mancebía o mozas del partido,

sino «mujeres enamoradas», como las llamaban, que viven en sus casas, sin el sentimentalismo de las de Terencio ni el ansia y

sed de ganancia de las de Plauto, más verisímiles que las primeras y menos abyectas que las segundas. Los criados [XXXIV]

de Calisto son todavía menos romanos y más españoles; no esclavos, sino consejeros y confidentes, que le ayudan y

acompañan, aunque avariciosos y cobardes.

Calisto y Melibea han sido siempre comparados con Romeo y Julieta en lo infantiles, apasionados y candorosos. «Mucho de

Romeo y Julieta se halla en esta obra -dice Gervinus (Histor. de la poes. alem.)-, y el espíritu según el cual está concebida y

expresada la pasión es el mismo.» Y Menéndez y Pelayo, a quien seguimos: «Nunca antes de la época romántica fueron

adivinadas de un modo tan hondo las crisis de la pasión impetuosa y aguda, los súbitos encendimientos y desmayos, la lucha

del pudor con el deseo, la misteriosa llama que prende en el pecho de la incauta virgen, el lánguido abandono de las caricias

matadoras, la brava arrogancia con que el alma enamorada se pone sola en medio del tumulto de la vida y reduce a su amor el

universo y sucumbe gozosa, herida por las flechas del omnipotente Eros. Toda la psicología del más universal de los

sentimientos humanos puede extraerse de la tragicomedia. Por mucho que apreciemos el idealismo cortesano y caballeresco de

D. Pedro Alarcón, ¡qué fríos y qué artificiosos y amanerados parecen los galanes y damas de sus comedias al lado [XXXV] del

sencillo Calisto y de la ingenua Melibea, que tienen el vicio de la pedantería escolar, pero que nunca falsifican el sentimiento!»

Cuanto al arte de la composición dramática, la traza es sencillísima, clara y elegante, y más de maravillar por la época en que

se compuso, antes de nacer el teatro moderno, puesto que es la primera madre de él La Celestina. Calisto, de noble linaje, entra,

siguiendo a un halcón, en la huerta donde halla a Melibea. Enamorado de ella y desdeñado, acude a Celestina, que con sus

arterías y hechizos prende el mismo fuego en el pecho de la virginal doncella, y con sus mañas y mujeres se atrae la voluntad de

los criados de Calisto. Pero la codicia la hace a ella no querer partir con ellos el collar que le había regalado el galán tan bien

servido, y a ellos que maten a la vieja, quedando medio descalabrados al saltar por la ventana, huyendo de la justicia, y

ahorcados por ésta en la plaza. Sólo al través de la puerta se habían hablado los amantes, y, según lo concertado, va de noche

Calisto a la huerta de Melibea; pero después de lograr tan apetecida dicha, al salir y saltar de la tapia, cae muerto el amante.

Ella, al saberlo, como heroína del amor, hace que su padre la oiga al pie de la torre, en cuya azotea ella sola le cuenta su

desgracia y luego se deja caer muerta a sus [XXXVI] pies. El triste anciano endecha tan horrible desventura y las miserias del

mundo, de la vida y del amor.

«El genio gusta de la sencillez, el ingenio gusta de las complicaciones -dice Lessing en su Dramaturgia... -El genio no puede

interesarse más que por aventuras, que tienen su fundamento unas en otras, que se encadenan como causas y efectos.» Hasta la

muerte de Celestina todo era comedia, la comedia del amor y de la vida; desde aquel punto se convierte la acción en tragedia.

Mueren ambos criados. Torna lo agradable con la escena de la huerta. Pero cuanto más agradable, más triste y terrible siéntese

la desgracia inesperada de Calisto y la trágica muerte de Melibea. Este cambio repentino es de efecto maravilloso. El despeño

de la acción así preparado y ejecutado es lo más admirable de la obra.

Del estilo y lenguaje de La Celestina la mayor alabanza que le cabe es haber casado en ella su autor el período y sintaxis, que

venía fraguándose por influjo humanista del Renacimiento y en que sobresalieron el Arcipreste de Talavera, Hernando de

Pulgar, Fernán Pérez de Guzmán, Diego de San Pedro y Mosén Diego de Valera, con la frase y modismos, [XXXVII] refranes

y voces del uso popular, que nadie hasta él había empleado. El autor de La Celestina llevó el habla popular a la prosa, como el

Arcipreste de Hita la llevó al verso.

De aquí las dos corrientes de estilo y lenguaje, que cualquiera echa de ver en La Celestina. El habla ampulosa del

Renacimiento erudito la pone en los personajes aristocráticos, y a veces en los mismos criados, que remedan a su señor; el

habla popular campea en la gente baja, sobre todo en Celestina; a veces, y siempre más o menos, se mezclan y hacen un todo

rimbombante, prosopopeico y abultado para nosotros, pero muy propio de la época aquella. «El Renacimiento -dice Menéndez

y Pelayo- no fue un período de sobriedad académica, sino una fermentación tumultuosa, una fiesta pródiga y despilfarrada de la

inteligencia y de los sentidos. Ninguno de los grandes escritores de aquella edad es sobrio ni podía serlo.» Estamos todavía

lejos de aquel maravilloso prosista de los tiempos de Carlos V, Juan de Valdés, cuyo principio estilístico será eternamente el

único verdadero: «Que digáis lo que queráis con las menos palabras que pudiéredes, de tal manera que, esplicando bien el

conceto de vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis dezir, de las palabras, que pusiéredes en una cláusula o razón,

[XXXVIII] no se pueda quitar ninguna sin ofender o a la sentencia della o al encarecimiento o a la elegancia.»

«¿Qué os parece del estilo?», le pregunta Torres, hablando de La Celestina. «En el estilo, a la verdad, va bien acomodado a

las personas que hablan. Es verdad que pecan en dos cosas, las cuales fácilmente se podrían remediar...: la una es el amontonar

de vocablos algunas veces tan fuera de propósito, como magnificat a maytines; la otra es en que pone algunos vocablos tan

latinos, que no se entienden en el castellano y en partes adonde podría poner propios castellanos, que los hay. Corregidas estas

dos cosas en Celestina, soy de opinión que ningún libro hay escrito en castellano adonde la lengua esté más natural, más propia

ni más elegante.»

Tiene razón. Las voces latinas son pocas en comparación con las que usaron Juan de Mena, Juan de Lucena, para no hablar

de otros renacentistas que habían perdido los pulsos, casi tanto como algunos mozos escritores de hoy, que creen escribir

elegante castellano, y dar a entender que saben latín y hasta griego empedrando su estilo de voces bárbaras, pues bárbaras para

el castellano son las griegas y latinas. Pero Valdés no podía ver estas barbaridades y hace bien en tachar las pocas de La

Celestina. [XXXIX]

Pero es el primer libro donde se ve el habla popular y no mal casada con la erudita, y, aunque con alguna afectación,

hermosamente arreada a la latina cuanto a la construcción del período prosaico. Por eso era el libro más natural y elegante

escrito hasta entonces, y en él y en las Epístolas de Guevara y el Lazarillo, que vinieron más tarde, fue donde españoles y

extranjeros aprendían nuestro idioma.

El Renacimiento español puede decirse que nace con La Celestina, y con ella nace nuestro teatro, pero tan maduro y acabado,

tan humano y recio, tan reflexivo y artístico, y a la vez tan natural, que ningún otro drama de los posteriores se le puede

comparar.

Es La Celestina para leída, más bien que para representada, cabalmente por carecer de convencionalismos teatrales y no estar

atada a otros fueros que a los de la libertad y de la vida, que la vida y la libertad no pueden encorralarse entre bastidores. Pero el

alma es dramática, dramáticos los personajes, los lances, el desenvolvimiento interno y el lenguaje dialogado, tan diferente del

lenguaje de Cervantes, como el drama lo es de la novela. No es novela dramática, porque toda novela es narración; ni poema

dramático, porque no menos es narración todo [XL] poema; es puro drama, y no representable por tan puro drama como es y

pura vida.

El naturalismo o realismo, o como quiera llamarse al mirar derechamente a la naturaleza, a los hombres, y quintaesenciar una

y otros por el arte, es tan fuerte aquí como en la obra del Arcipreste de Hita; aunque ya lo postizo del remedo humanista altere

los personajes señoriles de Calisto y Melibea con la folla, que hasta en la vida real afectaban en el habla las personas cultas.

Tal es, en mi opinión, La Celestina primitiva, quiero decir la Comedia de Calisto y Melibea, que se imprimió en Burgos el

año de 1499.

Ediciones a que se refieren algunas variantes:

B. Burgos, 1499.

S. Sevilla, 1502, reproducida en la de Venecia, 1534 según dicen.

R. Roma, 1506, traducción italiana.

Z. Zaragoza, 1507, edición Gorchs, Barcelona, 1842.

A. Madrid, 1822, editada por León Amarita.

O. Rouen, 1633, editada en casa de Carlos Osmont, con el texto castellano y traducción francesa al lado.

V. Valencia, 1514, reeditada por Krapf, Vigo, 1900.

JULIO CEJADOR. [3]

El autor a vn su amigo

Suelen los que de sus tierras absentes se hallan considerar de qué cosa aquel lugar donde [4] parten mayor inopia o falta

padezca, para con la tal seruir a los conterráneos, de quien en algún tiempo beneficio recebido tienen e, viendo que legítima

obligación a inuestigar lo semejante me compelia para pagar las muchas mercedes de vuestra libre liberalidad recebidas,

assaz vezes retraydo en mi cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores e mi juyzio a bolar, me

venia a la memoria, no sólo la necessidad que nuestra común patria tiene de la presente obra, por la muchedumbre de galanes

e enamorados mancebos que possee, pero aun en particular vuestra misma persona, cuya juventud de amor ser presa se me

representa auer visto y dél cruelmente lastimada, a causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, las quales

hallé esculpidas en estos papeles; no fabricadas en las grandes herrerías de Milán, mas en los claros ingenios de doctos

varones castellanos formadas. [5] E como mirasse su primor, sotil artificio, su fuerte e claro metal, su modo e manera de

lauor, su estilo elegante, jamás en nuestra castellana lengua visto ni oydo, leylo tres o quatro vezes. E tantas quantas más lo

leya, tanta más necessidad me ponía de releerlo, e tanto más me agradaua, y en su processo nueuas sentencias sentía. Vi, no

sólo ser dulce en su principal hystoria, o fición toda junta; pero avn de algunas sus particularidades salían deleytables

fontezicas de filosofía, de otros agradables donayres, de otros auisos e consejos contra lisonjeros e malos siruientes, e falsas

mugeres hechiceras. Vi que no tenía su firma del auctor, el qual, según algunos dizen, fue Juan de Mena, e según otros,

[6]Rodrigo Cota; pero quien quier que fuesse, es digno de recordable memoria por la sotil inuención, por la gran copia de

sentencias entrexeridas, que so color de donayres tiene. ¡Gran filósofo era! E pues él con temor de detractores e nocibles

lenguas, más aparejadas a reprehender que a saber inuentar, quiso celar e encubrir su nombre, no me culpeys, si en el fin baxo

que lo pongo, no espressare el mío. Mayormente que, siendo jurista yo, avnque obra discreta, es agena de mi facultad e quien

lo supiesse diría que no por recreación de mi principal estudio, del qual [7] yo más me precio, como es la verdad, lo hiziesse,

antes distraydo de los derechos, en esta nueua labor me entremetiesse. Pero avnque no acierten, sería pago de mi osadía.

Assimesmo pensarían que no quinze días de vnas vacaciones, mientra mis socios en sus tierras, en acabarlo me detuuiesse,

como es lo cierto; pero avn más tiempo e menos acepto. Para desculpa de lo qual todo, no solo a vos, pero a quantos lo

leyeren, offrezco los siguientes metros. E porque conozcays dónde comiençan mis maldoladas razones, acordé que todo lo del

antiguo auctor fuesse sin diuisión en vn aucto o cena incluso, [8] hasta el segundo aucto, donde dize: «Hermanos míos, etc.».

Vale. [9]

El autor

Escusándose de su yerro en esta obra que escrivió, contra sí arguye e compara

El silencio escuda e suele encubrir

La falta de ingenio e torpeza de lenguas;

Blasón que es contrario, publica sus menguas

A quien mucho habla sin mucho sentir.

Como hormiga que dexa de yr,

Holgando por tierra, con la prouisión:

Jactose con alas de su perdición:

Lleuáronla en alto, no sabe dónde yr.

Prosigue.

El ayre gozando ageno y estraño,

Rapina es ya hecha de aues que buelan

Fuertes más que ella, por ceuo la llieuan:

En las nueuas alas estaua su daño. [10]

Razón es que aplique a mi pluma este engaño,

No despreciando a los que me arguyen

Assí, que a mí mismo mis alas destruyen,

Nublosas e flacas, nascidas de ogaño.

Prosigue.

Donde esta gozar pensaua bolando

O yo de screuir cobrar mas honor

Del vno y del otro nasció disfauor:

Ella es comida e a mí están cortando

Reproches, reuistas e tachas. Callando

Obstara, e los daños de inuidia e murmuros

Insisto remando, e los puertos seguros

Atrás quedan todos ya quanto más ando.

Prosigue.

Si bien quereys ver mi limpio motiuo,

A quál se endereça de aquestos estremos,

Con quál participa, quién rige sus remos,

Apollo, Diana o Cupido altiuo,

Buscad bien el fin de aquesto que escriuo,

O del principio leed su argumento:

Leeldo, vereys que, avnque dulce cuento,

Amantes, que os muestra salir de catiuo. [11]

Comparación.

Como el doliente que píldora amarga

O la recela, o no puede tragar,

Métela dentro del dulce manjar;

Engáñase el gusto, la salud se alarga:

Desta manera mi pluma se embarga,

Imponiendo dichos lasciuos, rientes,

Atrae los oydos de penadas gentes:

De grado escarmientan e arrojan su carga.

Buelve a su propósito.

Estando cercado de dubdas e antojos,

Compuse tal fin que el principio desata;

Acordé dorar con oro de lata

Lo más fino tibar que vi con mis ojos

Y encima de rosas sembrar mill abrojos.

Suplico, pues, suplan discretos mi falta.

Teman grosseros y en obra tan alta

O vean e callen o no den enojos. [12]

Prosigue dando razones por que se mouio a acabar esta obra.

Yo vi en Salamanca la obra presente:

Mouime acabarla por estas razones:

Es la primera, que estó en vacaciones,

La otra imitar la persona prudente;

Y es la final, ver la más gente

Buelta e mezclada en vicios de amor.

Estos amantes les pornán temor

A fiar de alcahueta, ni falso siruiente.

E assí que esta obra en el proceder

Fue tanto breue, quanto muy sotil,

Vi que portaua sentencias dos mill

En forro de gracias, labor de plazer.

No hizo Dédalo cierto a mi ver

Alguna más prima entretalladura,

Si fin diera en esta su propia escriptura

Cota o Mena con su gran saber. [13]

Jamás yo no vide en lengua romana,

Después que me acuerdo, ni nadie la vido,

Obra de estilo tan alto e sobido

En tusca, ni griega, ni en castellana.

No trae sentencia, de donde no mana

Loable a su auctor y eterna memoria,

Al qual Jesucristo resciba en su gloria

Por su passión santa, que a todos nos sana.

Amonesta a los que aman que siruan a Dios y dexen las malas cogitacion(e)s e vicios de amor.

Uos, los que amays, tomad este enxemplo,

Este fino arnés con que os defendays:

Bolued ya las riendas, porque no os perdays;

Load siempre a Dios visitando su templo.

Andad sobre auiso; no seays d'exemplo

De muertos e biuos y propios culpados:

Estando en el mundo yazeys sepultados.

Muy gran dolor siento quando esto contemplo.

Fin.

O damas, matronas, mancebos, casados,

Notad bien la vida que aquestos hizieron,

Tened por espejo su fin qual ouieron: [14]

A otro que amores dad vuestros cuydados,

Limpiad ya los ojos, los ciegos errados,

Virtudes sembrando con casto biuir,

A todo correr deueys de huyr,

No os lance Cupido sus tiros dorados. [15]

Prólogo

Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dize aquel gran sabio Eráclito [16] en este modo: «Omnia

secundum litem fiunt.» Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria. E como sea cierto que toda palabra del

hombre sciente está preñada, desta se puede dezir que de muy hinchada y llena quiere [17] rebentar, echando de sí tan

crescidos ramos y hojas, que del menor pimpollo se sacaría harto fruto entre personas discretas. Pero como mi pobre saber no

baste a mas de roer sus secas cortezas de los dichos de aquellos, que por claror de sus ingenios merescieron ser aprouados,

con lo poco que de allí alcançare, satisfaré al propósito deste perbreue prólogo. Hallé esta sentencia corroborada por aquel

gran orador e poeta laureado, Francisco Petrarcha, diziendo: «Sine lite atque offensione nihil genuit natura parens»: Sin lid e

offensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo. Dize más adelante: «Sic est enim, et sic propemodum universa

testantur: rapido stellæ obviant firmamento; contraria inuicem elementa confligunt; terræ tremunt; maria fluctuant; aer

quatitur; crepant flammæ; bellum immortale venti gerunt; tempora temporibus concertant; secum singula nobiscum omnia».

Que quiere dezir: «En verdad assí es, e assí todas las cosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado

firmamento del cielo; los aduersos elementos vnos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre se

sacude, suenan las llamas, los vientos entre si traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos contienden e litigan entre si, vno

a vno e todos contra nosotros.» El [18] verano vemos que nos aquexa con calor demasiado, el inuierno con frío y aspereza:

assí que esto nos paresce reuolución temporal, esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos e biuimos, si comiença a

ensoberuecerse más de lo acostumbrado, no es sino guerra. E quanto se ha de temer, manifiéstase por los grandes terromotos

e toruellinos, por los naufragios y encendios, assí celestiales como terrenales; por la fuerça de los aguaduchos, por aquel

bramar de truenos, por aquel temeroso ímpetu de rayos, aquellos cursos e recursos de las nuues, de cuyos abiertos

mouimientos, para saber la secreta causa de que proceden, no es menor la dissension de los [19] filósofos en las escuelas, que

de las ondas en la mar.

Pues entre los animales ningún género carece de guerra: pesces, fieras, aues, serpientes, de lo qual todo, vna especie a otra

persigue. El león al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre e, si no paresciesse conseja de tras el fuego, yo llegaría más al

cabo esta cuenta. El elefante, animal tan poderoso e fuerte, se espanta e huye de la vista de vn suziuelo ratón, e avn de solo

oyrle toma gran temor. Entre las serpientes el basilisco crió la natura tan ponçoñoso e conquistador de todas las otras, que

con su siluo las asombra e con su venida las ahuyenta e disparze, con su vista las mata. La bíuora, reptilia o serpiente [20]

enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida la cabeça del macho y ella con el gran dulçor apriétale

tanto que le mata e, quedando preñada, el primer hijo rompe las yjares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda y

él quasi como vengador de la paterna muerte. ¿Que mayor lid, que mayor conquista ni guerra que engendrar en su cuerpo

quien coma sus entrañas?

Pues no menos dissensiones naturales creemos auer en los pescados; pues es cosa cierta gozar la mar de tantas formas de

pesces, quantas la tierra y el ayre cría de aues e animalias e muchas más. Aristótiles e Plinio cuentan marauillas de un

pequeño pece llamado Echeneis, quanto sea apta su propriedad para diuersos géneros de lides. Especialmente tiene vna, que si

[21] llega a vna nao o carraca, la detiene, que no se puede menear, avnque vaya muy rezio por las aguas; de lo qual haze

Lucano mención, diziendo:

Non puppim retinens, Euro tendente rudentes,

In mediis Echeneis aquis.

«No falta allí el pece dicho Echeneis, que detiene las fustas, quando el viento Euro estiende las cuerdas en medio de la mar».

¡O natural contienda, digna de admiración; poder más vn pequeño pece que vn gran nauío con toda su fuerça de los vientos!

Pues si discurrimos por las aues e por sus menudas enemistades, bien affirmaremos ser todas las cosas criadas a manera de

contienda. Las mas biuen de rapina, como halcones e águilas e gauilanes. Hasta los grosseros milanos insultan dentro en

nuestras moradas los domésticos [22] pollos e debaxo las alas de sus madres los vienen a caçar. De vna aue llamada rocho,

que nace en el índico mar de Oriente, se dize ser de grandeza jamás oyda e que lleva sobre su pico fasta las nuues, no solo vn

hombre o diez, pero vn nauío cargado de todas sus xarcias e gente. E como los míseros navegantes estén assí suspensos en el

ayre, con el meneo de su buelo caen e reciben crueles muertes.

¿Pues qué diremos entre los hombres a quien todo lo sobredicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus enemistades,

sus embidias, sus aceleramientos e mouimientos e descontentamientos? ¿Aquel mudar de trajes, aquel derribar e renouar

edificios, e otros muchos affectos diuersos e variedades que desta nuestra flaca humanidad nos prouienen?

E pues es antigua querella e uisitada de largos [23] tiempos, no quiero marauillarme si esta presente obra ha seydo

instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en differencias, dando cada vno sentencia sobre ella a sabor de su

voluntad. Unos dezían que era prolixa, otros breue, otros agradable, otros escura; de manera que cortarla a medida de tantas

e tan differentes condiciones a solo Dios pertenesce. Mayormente pues ella con todas las otras cosas que al mundo son, van

debaxo de la vandera desta notable sentencia: «que avn la mesma vida de los hombres, si bien lo miramos, desde la primera

edad hasta que blanquean las canas, es batalla.» Los niños con los juegos, los moços con las letras, los mancebos con los

deleytes, los viejos con mill especies de enfermedades pelean y estos papeles con todas las edades. La primera los borra e

rompe, la segunda no los sabe bien leer, la tercera, que es la alegre juventud y mancebía, [24] discorda. Vnos les roen los

huessos que no tienen virtud, que es la hystoria toda junta, no aprouechándose de las particularidades, haziéndola cuenta de

camino; otros pican los donayres y refranes comunes, loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al

caso e vtilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la hystoria para contar, coligen

la suma para su prouecho, ríen lo donoso, las sentencias e dichos de philosophos guardan en su memoria para trasponer en

lugares conuenibles a sus autos e propósitos. Assí que quando diez personas se juntaren a oyr esta comedia, en quien quepa

esta differencia de condiciones, como [25] suele acaescer, ¿quién negará que aya contienda en cosa que de tantas maneras se

entienda? Que avn los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al principio de cada aucto, narrando

en breue lo que dentro contenía: vna cosa bien escusada según lo que los antiguos scriptores vsaron. Otros han litigado sobre

el nombre, diziendo que no se auía de llamar comedia, pues acabaua en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer

auctor quiso darle denominación del principio, que fue plazer, e llamóla comedia. Yo viendo estas discordias, entre estos

extremos partí agora por medio la porfía, e llaméla tragicomedia. Assí [26] que viendo estas contiendas, estos dissonos e

varios juyzios, miré a donde la mayor parte acostaua, e hallé que querían que se alargasse en el processo de su deleyte destos

amantes, sobre lo qual fuy muy importunado; de manera que acordé, avnque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma

en tan estraña lauor e tan agena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otras horas destinadas

para recreación, puesto que no han de faltar nueuos detractores a la nueua adición. [27]

SÍGUESE

La comedia o tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos enamorados, que, vencidos en su

desordenado apetito, a sus amigas llaman e dizen ser su Dios. Assí mesmo fecha en auiso de los engaños de las alcahuetas e

malos e lisonjeros siruientes.

Argumento de toda la obra

Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança, dotado de muchas gracias, [28] de estado

mediano. Fue preso en el amor de Melibea, muger moça, muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero

estado, vna sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido el

casto propósito della (entreueniendo Celestina, mala y astuta muger, con dos seruientes del vencido Calisto, engañados e por

esta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleyte), vinieron los amantes e los que les ministraron,

en amargo y desastrado fin. Para comienço de lo cual dispuso el aduersa fortuna lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto

se presentó la desseada Melibea. [29]

Introdúcense en esta tragi-comedia las personas siguientes

CALISTO Mancebo enamorado.

MELIBEA Hija de Pleberio.

PLEBERIO Padre de Melibea.

ALISA Madre de Melibea.

CELESTINA Alcahueta.

PÁRMENO Criado de Calisto.

SEMPRONIO Criado de Calisto.

TRISTÁN Criado de Calisto.

SOSIA Criado de Calisto.

CRITO Putañero.

LUCRECIA Criada de Pleberio.

ELICIA Ramera.

AREUSA Ramera.

CENTURIO Rofián.

[31]

Aucto primero

ARGUMENTO DEL PRIMER AUTO DESTA COMEDIA

Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de cuyo amor preso, començole de hablar. De la

qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con vn criado suyo llamado Sempronio, el qual,

después de muchas razones, le endereçó a vna vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado vna enamorada

llamada Elicia. La qual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito,

al qual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por

nombre Pármeno. El qual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido

de Celestina, la qual mucho le dize de los fechos e conoscimiento de su madre, induziéndole a amor e concordia de Sempronio.

PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO.

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. [32]

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte

alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal

galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder

mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, [33] como agora el mío?

Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan mas que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o

triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro

con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.

MELIBEA.- ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta

felicidad.

MELIBEA.- Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.

CALISTO.- ¡O bienauenturadas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haueys oydo!

MELIBEA.- Mas desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E

el intento de [34] tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de

tal muger como yo.¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el

ylícito amor comunicar su deleyte.

CALISTO.- Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel.

CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO.- Aquí soy, señor, curando destos cauallos. [35]

CALISTO.- Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO.- Abatiose el girifalte e vínele a endereçar en el alcándara.

CALISTO.- ¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intollerable tormento consigas, el

qual en grado incomparablemente a la penosa e desastrada muerte, que espero, traspassa. ¡Anda, anda, maluado! Abre la

cámara e endereça la cama.

SEMPRONIO.- Señor, luego hecho es.

CALISTO.- Cierra la ventana e dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no

son dignos de luz. ¡O bienauenturada muerte aquella, que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora,

[36]Hipócrates e Galeno, médicos, ¿sentiríades mi mal? ¡O piedad de silencio, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin

esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo e de la desdichada Tisbe! [37]

SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?

CALISTO.- ¡Vete de ay! No me fables; sino, quiçá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado

fin.

SEMPRONIO.- Yré, pues solo quieres padecer tu mal.

CALISTO.- ¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO.- No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desuentura! ¡O súbito mal! ¿Quál fue tan

contrario acontescimiento, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he

solo o entraré alla? Si le dexo, matarse ha; si entro alla, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel, a quien

es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Avnque por al no desseasse viuir, sino por ver mi Elicia, me deuría guardar

de peligros. Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado [38] a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que

entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar vn poco desbraue,

madure: que oydo he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque mas se enconan. Esté vn poco. Dexemos

llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. E avn, si delante me tiene, más

comigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reuerberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. E quando

aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir vn poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro

no lo sabe, con que mude el pelo malo. Avnque [39] malo es esperar salud en muerte agena. E quiçá me engaña el diablo. E si

muere, matarme han e yrán allá la soga e el calderón. Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los affligidos

tener con quien puedan sus cuytas llorar e que la llaga interior más empece. Pues en estos estremos, en que estoy perplexo, lo

más sano es entrar e sofrirle e consolarle. Porque, si possible es sanar sin arte ni aparejo, mas ligero es guarescer por arte e por

cura.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- Dame acá el laúd.

SEMPRONIO.- Señor, vesle aquí.

CALISTO.- ¿Qual dolor puede ser tal

que se yguale con mi mal?

SEMPRONIO.- Destemplado está esse laúd.

CALISTO.- ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan discorde? ¿Aquel en

quien la voluntad [40] a la razón no obedece? ¿Quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad,

injurias, pecados, sospechas, todo a vna causa? Pero tañe e canta la más triste canción, que sepas.

SEMPRONIO.- Mira Nero de Tarpeya

a Roma cómo se ardía:

gritos dan niños e viejos

e el de nada se dolía.

CALISTO.- Mayor es mi fuego e menor la piedad de quien agora digo.

SEMPRONIO.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CALISTO.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio?

SEMPRONIO.- No digo nada.

CALISTO.- Di lo que dizes, no temas.

SEMPRONIO.- Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego, que atormenta vn viuo, que el que quemó tal cibdad e tanta

multitud de gente?

CALISTO.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en vn día passa, y mayor la que mata

vn ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la aparencia [41] a la existencia, como de lo viuo a lo pintado, como

de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego, que dizes, al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, mas

querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquel yr a la gloria de los sanctos.

SEMPRONIO.- ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de yr este hecho! No basta loco, sino ereje.

CALISTO.- ¿No te digo que fables alto, quando fablares? ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios quiera tal; que es especie de heregía lo que agora dixiste.

CALISTO.- ¿Por qué?

SEMPRONIO.- Porque lo que dizes contradize la cristiana religión.

CALISTO.- ¿Qué a mí?

SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?

CALISTO.- ¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo.

SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a

borbollones. No es más [42] menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.

CALISTO.- Increyble cosa prometes.

SEMPRONIO.- Antes fácil. Que el comienço de la salud es conoscer hombre la dolencia del enfermo.

CALISTO.- ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha! ¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congoxas? ¡Como si solamente el amor contra él

asestara sus tiros! ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria

turbación en el amante! Su límite posiste por marauilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen,

pungidos e esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la muger dexar el padre

e la madre; [43] agora no solo aquello, mas a ti e a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me marauillo, pues los

sabios, los santos, los profetas por él te oluidaron.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- No me dexes.

SEMPRONIO.- De otro temple está esta gayta.

CALISTO.- ¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO.- Que amas a Melibea.

CALISTO.- ¿E no otra cosa?

SEMPRONIO.- Harto mal es tener la voluntad en vn solo lugar catiua.

CALISTO.- Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO.- La perseuerancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los

filósofos de Cupido llamalda como quisiérdes.

CALISTO.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

SEMPRONIO.- Haz tú lo que bien digo e no lo que mal hago. [44]

CALISTO.- ¿Qué me reprobas?

SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca muger.

CALISTO.- ¿Muger? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO.- ¿E assí lo crees? ¿O burlas?

CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso e no creo que ay otro soberano en el cielo; avnque entre

nosotros mora.

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ah!, ¡ah! ¿Oystes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?

CALISTO.- ¿De qué te ríes?

SEMPRONIO.- Ríome, que no pensaua que hauía peor inuención de pecado que en Sodoma.

CALISTO.- ¿Cómo?

SEMPRONIO.- Porque aquellos procuraron abominable vso con los ángeles no conocidos e tú con el que confiessas ser Dios.

[45]

CALISTO.- ¡Maldito seas!, que fecho me has reyr, lo que no pensé ogaño.

SEMPRONIO.- ¿Pues qué?, ¿toda tu vida auías de llorar?

CALISTO.- Sí.

SEMPRONIO.- ¿Por qué?

CALISTO.- Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

SEMPRONIO.- ¡O pusilánimo! ¡O fideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los quales no solo del señorío del mundo,

mas del cielo se juzgaron ser dignos!

CALISTO.- No te oy bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONIO.- Dixe que tú, que tienes mas coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar vna muger, muchas

de las quales en grandes estados constituydas se sometieron a los pechos e resollos de viles azemileros e otras a brutos

animales. ¿No has leydo de Pasife con el toro, de Minerua con el can? [46]

CALISTO.- No lo creo; hablillas son.

SEMPRONIO.- Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

CALISTO.- ¡Maldito sea este necio! ¡E qué porradas dize! [47]

SEMPRONIO.- ¿Escociote? Lee los ystoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles e

malos exemplos e de las caydas que leuaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mugeres e

el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo.

Gentiles, judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho e lo que dellas [48] dixere no te contezca error

de tomarlo en común. Que muchas houo e ay sanctas e virtuosas e notables, cuya resplandesciente corona quita el general

vituperio. Perodestas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liuiandad, sus lagrimillas, sus

alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su [49] lengua, su engaño, su

oluido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su reboluer, su presunción, su vanagloria, su

abatimiento, su locura, su desdén, su soberuia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria e suziedad, su miedo, su

atreuemiento, sus hechizerías, sus embaymientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería?

Considera, ¡qué sesito está debaxo de aquellas grandes e delgadas tocas! ¡Qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel

fausto, so aquellas largas e autorizantes ropas! ¡Qué imperfición, qué aluañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho:

arma del diablo, [50] cabeça de pecado, destruyción de parayso. ¿No has rezado en la festiuidad de Sant Juan, do dize: Las

mugeres e el vino hazen los hombres renegar; do dize: Esta es la muger, antigua malicia que a Adán echó de los deleytes de

parayso; esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Helías propheta &c.?

CALISTO.- Di pues, esse Adán, esse Salomón, esse Dauid, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que [51] dizes, ¿cómo se

sometieron a ellas? ¿Soy mas que ellos?

SEMPRONIO.- A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus

engaños. ¿Sabes que facen? Cosa, que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor comiençan el

ofrescimiento, que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman,

niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adeuinen lo que quieren. ¡O qué

plaga! ¡O qué enojo! ¡O qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breue tiempo, que son aparejadas a deleyte!

CALISTO.- ¡Ve! Mientra más me dizes e más inconuenientes me pones, más la quiero. No sé qué s' es.

SEMPRONIO.- No es este juyzio para moços, según [52] veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar.

Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO.- ¿E tú qué sabes? ¿quién te mostró esto?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Ellas. Que, desque se descubren, assí pierden la vergüença, que todo esto e avn más a los hombres

manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra, piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse

hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deue.

CALISTO.- Pues, ¿quién yo para esso?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Lo primero eres hombre e de claro ingenio. E mas, a quien la natura dotó de los mejores bienes que

tuuo, conuiene a saber, fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza. E allende desto, fortuna medianamente

partió contigo lo suyo en tal quantidad, que los bienes, que tienes de dentro, con [53] los de fuera resplandescen. Porque sin los

bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienauenturado. E mas, a constelación de

todos eres amado.

CALISTO.- Pero no de Melibea. E en todo lo que me as gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se auentaja

Melibea. Mira la nobleza e antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandescientes

virtudes, la altitud e enefable gracia, la soberana hermosura, de la qual te ruego me dexes hablar vn poco, porque aya algún

refrigerio. E lo que te dixere será de lo descubierto; que, si de lo occulto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan

miserablemente estas razones.

SEMPRONIO.- ¡Qué mentiras e qué locuras dirá agora este cautiuo de mi amo!

CALISTO.- ¿Cómo es eso?

SEMPRONIO.- Dixe que digas, que muy gran plazer hauré de lo oyr. ¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse

sermón!

CALISTO.- ¿Qué? [54]

SEMPRONIO.- Que ¡assí me medre Dios, como me será gracioso de oyr!

CALISTO.- Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

SEMPRONIO.- ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaua. De passarse haurá ya esta importunidad.

CALISTO.- Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en Arabia? Más lindos son e no

resplandescen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como

ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.

SEMPRONIO.- ¡Mas en asnos!

CALISTO.- ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Dixe que essos tales no serían cerdas de asno. [55]

CALISTO.- ¡Veed qué torpe e qué comparación!

SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?

CALISTO.- Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas e alçadas; la nariz mediana; la boca pequeña;

los dientes menudos e blancos; los labrios colorados e grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho

alto; la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La

tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieue; la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO.- ¡En sus treze está este necio! [56]

CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las vñas en ellos

largas e coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que veer yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera

juzgo incomparablemente ser mejor, que la que Paris juzgó entre las tres Deesas.

SEMPRONIO.- ¿Has dicho?

CALISTO.- Quan breuemente pude.

SEMPRONIO.- Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno.

CALISTO.- ¿En qué?

SEMPRONIO.- En que ella es imperfecta, por el qual [57] defeto desea e apetece a ti e a otro menor que tú. ¿No as leydo el

filósofo, do dize: Assí como la materia apetece a la forma, así la muger al varón?

CALISTO.- ¡O triste, e quando veré yo esso entre mí e Melibea!

SEMPRONIO.- Possible es. E avnque la aborrezcas, cuanto agora la amas, podrá ser alcançándola e viéndola con otros ojos,

libres del engaño en que agora estás.

CALISTO.- ¿Con qué ojos?

SEMPRONIO. Con ojos claros.

CALISTO.- E agora, ¿con qué la veo?

SEMPRONIO.- Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E porque no te desesperes, yo quiero

tomar esta empresa de complir tu desseo.

CALISTO.- ¡O! ¡Dios te dé lo que desseas! ¡Qué [58] glorioso me es oyrte; avnque no espero que lo has de hazer!

SEMPRONIO.- Antes lo haré cierto.

CALISTO.- Dios te consuele. El jubón de brocado, que ayer vestí, Sempronio, vistétele tú.

SEMPRONIO.- Prospérete Dios por este e por muchos más, que me darás. De la burla yo me lleuo lo mejor. Con todo, si

destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Házelo esto, que me dio mi amo; que, sin merced, impossible

es obrarse bien ninguna cosa.

CALISTO.- No seas agora negligente.

SEMPRONIO.- No lo seas tú, que impossible es fazer sieruo diligente el amo perezoso.

CALISTO.- ¿Cómo has pensado de fazer esta piedad?

SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad vna vieja barbuda, que se dize Celestina,

hechicera, astuta, sagaz [59] en quantas maldades ay. Entiendo que passan de cinco mill virgos los que se han hecho e deshecho

por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere.

CALISTO.- ¿Podríala yo fablar?

SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Por esso, aparéjate, seyle gracioso, seyle franco. Estudia, mientra vo yo, de le dezir

tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

CALISTO.- ¿Y tardas?

SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios contigo.

CALISTO.- E contigo vaya. ¡O todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías los perdidos e los reyes orientales por el

estrella precedente a Belén truxiste e en su patria los reduxiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que

conuierta mi pena e tristeza en gozo e yo indigno merezca venir en el deseado fin. [60]

CELESTINA.- ¡Albricias!, ¡albricias! Elicia. ¡Sempronio! ¡Sempronio!

ELICIA.- ¡Ce!, ¡ce!, ¡ce!

CELESTINA.- ¿Por qué?

ELICIA.- Porque está aquí Crito.

CELESTINA.- ¡Mételo en la camarilla de las escobas! ¡Presto! Dile que viene tu primo e mi familiar.

ELICIA.- Crito, retráete ay. Mi primo viene. ¡Perdida soy!

CRITO.- Plázeme. No te congoxes.

SEMPRONIO.- ¡Madre bendita! ¡Qué desseo traygo! ¡Gracias a Dios, que te me dexó ver!

CELESTINA.- ¡Fijo mío!, ¡rey mío!, turbado me has. [61] No te puedo fablar. Torna e dame otro abraço. ¿E tres días podiste

estar sin vernos? ¡Elicia! ¡Elicia! ¡Cátale aquí!

ELICIA.- ¿A quién, madre?

CELESTINA.- A Sempronio.

ELICIA.- ¡Ay triste! ¡Qué saltos me da el coraçón! ¿Es qué es dél?

CELESTINA.- Vesle aquí, vesle. Yo me le abraçaré; que no tú.

ELICIA.- ¡Ay! ¡Maldito seas, traydor! Postema e landre te mate e a manos de tus enemigos mueras e por crímines dignos de

cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!

SEMPRONIO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¿Qué has, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

ELICIA.- Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste, que en ti tiene

su esperança e el fin de todo su bien!

SEMPRONIO.- ¡Calla, señora mía! ¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego,

que está en mi coraçón? Do yo vó, comigo vas, comigo estás. No [62] te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padecido.

Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

ELICIA.- ¿Quién? Vn mi enamorado.

SEMPRONIO.- Pues créolo.

ELICIA.- ¡Alahé!, verdad es. Sube allá e verle has.

SEMPRONIO.- Voy.

CELESTINA.- ¡Anda acá! Dexa essa loca, que ella es liuiana e, turbada de tu absencia, sácasla agora de seso. Dirá mill

locuras. Ven e fablemos. No dexemos passar el tiempo en balde.

SEMPRONIO.- Pues, ¿quién está arriba?

CELESTINA.- ¿Quiéreslo saber?

SEMPRONIO.- Quiero.

CELESTINA.- Vna moça, que me encomendó vn frayle.

SEMPRONIO.- ¿Qué frayle?

CELESTINA.- No lo procures.

SEMPRONIO.- Por mi vida, madre, ¿qué frayle?

CELESTINA.- ¿Porfías? El ministro el gordo.

SEMPRONIO.- ¡O desaventurada e qué carga espera!

CELESTINA.- Todo lo leuamos. Pocas mataduras as tú visto en la barriga. [63]

SEMPRONIO.- Mataduras no; mas petreras sí.

CELESTINA.- ¡Ay burlador!

SEMPRONIO.- Dexa, si soy burlador; muéstramela.

ELICIA.- ¡Ha don maluado! ¿Verla quieres? ¡Los ojos se te salten!, que no basta a ti vna ni otra. ¡Anda!, véela e dexa a mí

para siempre.

SEMPRONIO.- ¡Calla, Dios mío! ¿E enójaste? Que ni la quiero ver a ella ni a muger nascida. A mi madre quiero fablar e

quédate adiós.

ELICIA.- ¡Anda, anda!, ¡vete, desconoscido!, e está otros tres años, que no me bueluas a ver!

SEMPRONIO.- Madre mía, bien ternás confiança e creerás que no te burlo. Torna el manto e vamos, que por el camino

sabrás lo que, si aquí me tardasse en dezirte, impediría tu prouecho e el mío. [64]

CELESTINA.- Vamos. Elicia, quédate adiós, cierra la puerta. ¡Adiós paredes!

SEMPRONIO.- ¡O madre mía! Todas cosas dexadas aparte, solamente sey atenta e ymagina en lo que te dixere e no

derrames tu pensamiento en muchas partes. Que quien junto en diuersos lugares le pone, en ninguno le tiene; si no por caso

determina lo cierto. E quiero que sepas de mí lo que no has oydo e es que jamás pude, después que mi fe contigo puse, desear

bien de que no te cupiesse parte.

CELESTINA.- Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad desta pecadora de

vieja. Pero di, no te detengas. Que la amistad, que entre ti e mí se affirma, no ha menester preámbulos ni correlarios ni aparejos

para ganar voluntad. Abreuia [65] e ven al fecho, que vanamente se dize por muchas palabras lo que por pocas se puede

entender.

SEMPRONIO.- Assí es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti e de mí tiene necessidad. Pues juntos nos ha menester,

juntos nos aprouechemos. Que conoscer el tiempo e vsar el hombre de la oportunidad hace los hombres prósperos.

CELESTINA.- Bien has dicho, al cabo estoy. Basta para mí mescer el ojo. Digo que me alegro destas nuevas, como los

cirujanos de los descalabrados. E como aquellos dañan en los principios las llagas e encarecen el prometimiento de la salud,

assí entiendo yo facer a Calisto. Alargarle he la certenidad del remedio, porque, [66] como dizen, el esperança luenga aflige el

coraçón e, quanto él la perdiere, tanto gela promete. ¡Bien me entiendes!

SEMPRONIO.- Callemos, que a la puerta estamos e, como dizen, las paredes han oydos.

CELESTINA.- Llama.

SEMPRONIO.- Tha, tha, tha.

CALISTO.- Pármeno.

PÁRMENO.- Señor.

CALISTO.- ¿No oyes, maldito sordo?

PÁRMENO.- ¿Qué es, señor?

CALISTO.- A la puerta llaman; corre. [67]

PÁRMENO.- ¿Quién es?

SEMPRONIO.- Abre a mí e a esta dueña.

PÁRMENO.- Señor, Sempronio e vna puta vieja alcoholada dauan aquellas porradas.

CALISTO.- Calla, calla, maluado, que es mi tía. Corre, corre, abre. Siempre lo vi, que por huyr hombre de vn peligro, cae en

otro mayor. Por encubrir yo este fecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, cay en indignación desta,

que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO.- ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿E tú piensas que es vituperio en las orejas desta el

nombre que la llamé? No lo creas; que assí se glorifica en le oyr, como tú, quando dizen: ¡diestro cauallero [68] es Calisto! E

demás desto, es nombrada e por tal título conocida. Si entre cient mugeres va e alguno dize: ¡puta vieja!, sin ningún empacho

luego buelue la cabeça e responde con alegre cara. En los conbites, en las fiestas, en las bodas, en las cofadrías, en los

mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si

está cerca las aues, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: ¡puta

vieja! Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dizen sus martillos. Carpinteros e

armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el ayre su nombre. Cántanla los carpinteros,

péynanla los peynadores, texedores. Labradores en las huertas, [69] en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella passan el

afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas, que son hazen, a do quiera que ella está, el tal

nombre representan. ¡O qué comedor de hueuos asados era su marido! ¿Qué quieres más, sino, si vna piedra toca con otra,

luego suena ¡puta vieja!?

CALISTO.- E tú ¿cómo lo sabes y la conosces?

PÁRMENO.- Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, muger pobre, moraua en su vezindad, la qual rogada por

esta Celestina, me dio a ella por siruiente; avnque ella no me conoçe, por lo poco que la seruí e por la mudança, que la edad ha

hecho.

CALISTO.- ¿De qué la seruías?

PÁRMENO.- Señor, yua a la plaça e trayale de comer e acompañáuala; suplía en aquellos menesteres, que mi tierna fuerça

bastaua. Pero de [70] aquel poco tiempo que la seruí, recogía la nueua memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta

buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, vna casa apartada, medio cayda, poco

compuesta e menos abastada. Ella tenía seys oficios, conuiene saber: labrandera, perfumera, maestra de fazer afeytes e de fazer

virgos, alcahueta e vn poquito hechizera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del qual muchas moças destas

siruientes entrauan en su casa a labrarse e a labrar camisas e gorgueras e otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo,

harina o jarro de vino e de las otras prouisiones, que podían a sus amas furtar. E avn otros furtillos de más qualidad allí se

encubrían. [71] Asaz era amiga de estudiantes e despenseros e moços de abades. A estos vendía ella aquella sangre innocente

de las cuytadillas, la qual ligeramente auenturauan en esfuerço de la restitucion, que ella les prometía. Subió su fecho a más:

que por medio de aquellas comunicaua con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito. E aquestas en tiempo

onesto, como estaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alua e otras secretas deuociones. Muchas

encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalços, contritos e reboçados, desatacados, que entrauan allí a llorar sus

pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traya! Hazíase física de niños, tomaua estambre de vnas casas, dáualo a filar en otras, por

achaque de entrar en todas. Las vnas: ¡madre acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!: de todos muy

conocida. Con todos esos afanes, nunca passaua sin missa ni bísperas ni dexaua monesterios de frayles ni de monjas. Esto

porque allí fazía ella sus aleluyas e conciertos. [72] E en su casa fazía perfumes, falsauaestoraques, menjuy, animes, ámbar,

algalia, [73] poluillos, almizcles, mosquetes. Tenía vna cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos [74] de barro,

de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mill faziones. Hazía solimán, [75] afeyte cozido, argentadas, bujelladas, cerillas,

llanillas, vnturillas, lustres, luzentores, clarimientes, alualinos e otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de

spantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, [76] destiladas e açucaradas. Adelgazaua los cueros con çumos de

limones, con turuino, con tuétano de corço e de garça, e otras confaciones. Sacaua agua para oler, de rosas, de azahar, de

jasmín, de trébol, de madreselua e clauellinas, mosquetas e almizcladas, poluorizadas, con vino. Hazía lexías para enrubiar, de

sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre e millifolia e otras diuersas cosas. E los vntos [77] e

mantecas, que tenía, es hastío de dezir: de vaca, de osso, de cauallos e de camellos, de culebra e de conejo, de vallena, de garça

e de alcarauán e de gamo e de gato montés e de texón, [78] de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es vna

marauilla, de las yeruas e rayzes, que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla e romero, maluauiscos, culantrillo,

coronillas, flor de sauco e de mostaza, espliego e laurel blanco, tortarosa e gramonilla, flor saluaje e higueruela, pico de oro e

hoja tinta. Los [79] azeytes que sacaua para el rostro no es cosa de creer: de estoraque e de jazmín, de limón, de pepitas, de

violetas, de menjuy, de alfócigos, de piñones, de granillo, de açofeyfas, de neguilla, de altramuzes, de aruejas e de carillas e de

yerua paxarera. E vn poquillo de bálsamo tenía ella en vna redomilla, que guardaua para aquel rascuño, que tiene por las

narizes. Esto de los virgos, vnos facía de bexiga e otros curaua de punto. Tenía en vn tabladillo, en vna caxuela pintada, vnas

agujas delgadas de pellejeros e hilos de seda encerados e colgadas allí rayzes de hojaplasma e fuste sanguino,cebolla albarrana

e cepacauallo. [80] Hazía con esto marauillas: que, quando vino por aquí el embaxador francés, tres vezes vendió por virgen

vna criada, que tenía.

CALISTO.- ¡Así pudiera ciento!

PÁRMENO.- ¡Sí, santo Dios! E remediaua por caridad muchas huérfanas e cerradas, que se encomendauan a ella. E en otro

apartado tenía para remediar amores e para se querer bien. Tenía huessos de coraçón de cieruo, [81] lengua de bíuora, cabeças

de codornizes, sesos de asno, tela de cauallo, mantillo de niño, haua morisca, guija marina, soga de ahorcado, [82] flor de

yedra, espina de erizo, pie de texó, [83] granos de helecho, la piedra del nido del águila [84] e otras mill cosas. Venían a ella

muchos hombres [85] e mugeres e a vnos demandaua el pan do mordían; [86] a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a

otros, pintaua en la palma letras con açafrán; a otros, con bermellón; a otros, daua vnos coraçones de cera, llenos de agujas

quebradas e otras cosas en barro e en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaua figuras, dezía palabras en tierra. ¿Quién te

podrá dezir lo que esta vieja fazía? E todo era burla e mentira.

CALISTO.- Bien está, Pármeno. Déxalo para más oportunidad. Asaz soy de ti auisado. Téngotelo [87] en gracia. No nos

detengamos, que la necessidad desecha la tardança. Oye. Aquella viene rogada. Espera más que deue. Vamos, no se indigne.

Yo temo e el temor reduze la memoria e a la prouidencia despierta. ¡Sus! Vamos, proueamos. Pero ruégote, Pármeno, la

embidia de Sempronio, que en esto me sirue e complaze no ponga impedimiento en el remedio de mi vida. Que, si para él houo

jubón, para ti no faltará sayo. Ni pienses que tengo en menos tu consejo e auiso, que su trabajo e obra: como lo espiritual sepa

yo que precede a lo corporal e que, puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por esso son pensadas e

curadas; pero no amigas dellos. En la tal diferencia serás comigo, en respeto de Sempronio. E so secreto sello, pospuesto el

dominio, por tal amigo a ti me concedo.

PÁRMENO.- Quéxome, señor, de la dubda de mi fidelidad e seruicio, por los prometimientos e amonestaciones tuyas.

¿Quándo me viste, señor, embidiar o por ningún interesse ni resabio tu prouecho estorcer? [88]

CALISTO.- No te escandalizes. Que sin dubda tus costumbres e gentil criança en mis ojos ante todos los que me siruen están.

Mas como en caso tan árduo, do todo mi bien e vida pende, es necessario proueer, proueo a los contescimientos. Como quiera

que creo que tus buenas costumbres sobre buen natural florescen, como el buen natural sea principio del artificio. E no más;

sino vamos a ver la salud.

CELESTINA.- Pasos oygo. Acá descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha e déxame hablar lo que a ti e a mí me

conuiene.

SEMPRONIO.- Habla.

CELESTINA.- No me congoxes ni me importunes, que sobrecargar el cuydado es aguijar al animal congoxoso. Assí sientes

la pena de tu amo Calisto, que parece que tú eres él e él tú e que los tormentos son en vn mismo subjecto. Pues cree que yo no

vine acá por dexar este pleyto indeciso o morir en la demanda.

CALISTO.- Pármeno, detente. ¡Ce! Escucha qué hablan estos. Veamos en qué viuimos. ¡O notable muger! ¡O bienes

mundanos, indignos de ser poseydos de tan alto coraçón! ¡O fiel e verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? [89] ¿Oyste?

¿Tengo razón? ¿Qué me dizes, rincón de mi secreto e consejo e alma mía?

PÁRMENO.- Protestando mi innocencia en la primera sospecha e cumpliendo con la fidelidad, porque te me concediste,

hablaré. Oyeme e el afecto no te ensorde ni la esperança del deleyte te ciegue. Tiémplate e no te apresures: que muchos con

codicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Avnque soy moço, cosas he visto asaz e el seso e la vista de las muchas cosas

demuestran la experiencia. De verte o de oyrte descender por la escalera, parlan lo que estos fingidamente han dicho, en cuyas

falsas palabras pones el fin de tu deseo.

SEMPRONIO.- Celestina, ruynmente suena lo que Pármeno dize.

CELESTINA.- Calla, que para la mi santiguada do vino el asno verná el albarda. Déxame tú a Pármeno, que yo te le haré vno

de nos, e de lo que houiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son conmunicados, no son bienes. Ganemos todos,

partamos todos, holguemos todos. [90] Yo te le traeré manso e benigno a picar el pan en el puño e seremos dos a dos e, como

dizen, tres al mohíno.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- ¿Qué hazes, llaue de mi vida? Abre. ¡O Pármeno!, ya la veo:¡sano soy, viuo so! ¿Miras qué reuerenda persona,

qué acatamiento? [91] Por la mayor parte, por la philosomía es conocida la virtud interior. ¡O vejez virtuosa! ¡O virtud

enuejecida!. ¡O gloriosa esperança de mi desseado fin! ¡O fin de mi deleytosa esperança! ¡O salud de mi passión, reparo de mi

tormento, regeneración mía, viuificación de mi vida, resurreción de mi muerte! Deseo llegar a ti, cobdicio besar essas manos

llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Dende aquí adoro la tierra que huellas e en lo reuerencia tuya beso.

CELESTINA.- Sempronio, ¡de aquellas viuo yo! ¡Los huessos, que yo soy, piensa este necio de tu amo de darme a comer!

Pues ál le sueño. Al freyr lo verá. Dile que cierre la boca e comience [92] abrir la bolsa: que de las obras dudo, quanto más de

las palabras. Xo que te estriego, asna coxa. Más hauías de madrugar.

PÁRMENO.- ¡Guay de orejas, que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡O Calisto desauenturado, abatido, ciego! ¡E

en tierra está adorando a la más antigua e puta tierra, que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido, es,

caydo es: no es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerço. [93]

CALISTO.- ¿Qué dezía la madre? Parésceme que pensaua que le ofrescía palabras por escusar galardón.

 

SEMPRONIO.- Assí lo sentí.

CALISTO. Pues ven comigo: trae las llaues, que yo sanaré su duda.

SEMPRONIO.- Bien farás e luego vamos. Que no se deue dexar crescer la yerua entre los panes ni la sospecha en los

coraçones de los amigos; sino alimpiarla luego con el escardilla de las buenas obras.

CALISTO.- Astuto hablas. Vamos e no tardemos.

CELESTINA.- Plázeme, Pármeno, que hauemos auido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo e la parte que en

mi immérito tienes. E digo immérito, por lo que te he oydo dezir, de que no hago caso. Porque virtud nos amonesta sufrir las

tentaciones e no dar mal por mal; e especial, quando somos tentados por moços e no bien instrutos en lo mundano, en que con

necia lealtad pierdan a sí e a sus amos, como agora tú a Calisto. Bien te oy e no pienses que [94] el oyr con los otros exteriores

sesos mi vejez aya perdido. Que no solo lo que veo, oyo e conozco; mas avn lo intrínsico con los intellectuales ojos penetro.

Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quexoso. E no lo juzgues por eso por flaco, que el amor imperuio todas las

cosas vence. E sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas. La primera, que es forçoso el hombre amar a la muger e

la muger [95] al hombre. La segunda, que el que verdaderamente ama es necessario que se turbe con la dulçura del soberano

deleyte, que por el hazedor de las cosas fue puesto, porque el linaje de los hombres perpetuase, sin lo qual perescería. E no solo

en la humana especie; mas en los pesces, en las bestias, en las aues, en las reptilias y en lo vegetatiuo, algunas plantas han este

respeto, si sin interposición de otra cosa en poca distancia de tierra están puestas, en que ay so determinación de heruolarios e

agricultores, ser machos e hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neciuelo, loquito, angelico, perlica, simplezico! ¿Lobitos en

tal gestico? Llegate acá, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleytes. ¡Mas rauia mala me mate, si te llego a mí,

avnque vieja! Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla deues tener la punta de la barriga. [96]

PÁRMENO.- ¡Como cola de alacrán!

CELESTINA.- E avn peor: que la otra muerde sin hinchar e la tuya hincha por nueue meses.

PÁRMENO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy!

CELESTINA.- ¿Ríeste, landrezilla, fijo?

PÁRMENO.- Calla, madre, no me culpes ni me tengas, avnque moço, por insipiente. Amo a Calisto, porque le deuo

fidelidad, por criança, por beneficios, por ser dél honrrado e bientratado, que es la mayor cadena, que el amor del seruidor al

seruicio del señor prende, quanto lo contrario aparta. Véole perdido e no ay cosa peor que yr tras desseo sin esperança de buen

fin e especial, pensando remediar su hecho tan árduo e difícil con vanos consejos e necias razones de aquel bruto Sempronio,

que es pensar sacar aradores a pala e açadón. No lo puedo sufrir. ¡Dígolo e lloro!

CELESTINA.- ¿Pármeno, tú no vees que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar? [97]

PÁRMENO.- Por esso lloro. Que, si con llorar fuesse possible traer a mi amo el remedio, tan grande sería el plazer de la tal

esperança, que de gozo no podría llorar; pero assí, perdida ya toda la esperança, pierdo el alegría e lloro.

CELESTINA.- Llorarás sin prouecho por lo que llorando estoruar no podrás ni sanarlo presumas. ¿A otros no ha contecido

esto, Pármeno?

PÁRMENO.- Sí; pero a mi amo no le querría doliente.

CELESTINA.- No lo es; mas avnque fuesse doliente, podría sanar.

PÁRMENO.- No curo de lo que dizes, porque en los bienes mejor es el acto que la potencia e en los males mejor la potencia

que el acto. Assí que mejor es ser sano, que poderlo ser e mejor es poder ser doliente que ser enfermo por acto e, por tanto, es

mejor tener la potencia en el mal que el acto.

CELESTINA.- ¡O maluado! ¡Cómo, que no se te entiende! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho hasta agora? ¿De

qué te quexas? Pues burla o di por verdad lo falso e cree lo [98] que quisieres: que él es enfermo por acto e el poder ser sano es

en mano desta flaca vieja

PÁRMENO.- ¡Mas, desta flaca puta vieja!

CELESTINA.- ¡Putos días biuas, vellaquillo!, e ¡cómo te atreues...!

PÁRMENO.- ¡Como te conozco...!

CELESTINA.- ¿Quién eres tú?

PÁRMENO.- ¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto tu compadre, que estuue contigo vn mes, que te me dio mi madre, quando

morauas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.

CELESTINA.- ¡Jesú, Jesú, Jesú! ¿E tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?

PÁRMENO.- ¡Alahé, yo!

CELESTINA.- ¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Por qué me persigues, Pármeno? ¡Él

es, él es, por los sanctos de Dios! Allégate a mí, ven acá, que mill açotes e puñadas te di en este mundo e otros tantos besos.

Acuérdaste, quando dormías a mis pies, loquito? [99]

PÁRMENO.- Sí, en buena fe. E algunas vezes, avnque era niño, me subías a la cabeçera e me apretauas contigo e, porque

olías a vieja, me fuya de ti.

CELESTINA.- ¡Mala landre te mate! ¡E cómo lo dize el desuergonçado! Dexadas burlas e pasatiempos, oye agora, mi fijo, e

escucha. Que, avnque a vn fin soy llamada, a otro so venida e maguera que contigo me aya fecho de nueuas, tú eres la causa.

Hijo, bien sabes cómo tu madre, que Dios aya, te me dio viuiendo tu padre. El qual, como de mí te fueste, con otra ansia no

murió, sino con la incertedumbre de tu vida e persona. Por la qual absencia algunos años de su vejez sufrió angustiosa e

cuydosa vida. E al tiempo que della passó, embió por mí e en su secreto te me encargó e me dixo sin otro testigo, sino aquel,

que es testigo de todas las obras e pensamientos e los coraçones e entrañas escudriña, al qual puso entre él e mí, que te buscasse

e allegasse e abrigasse e, quando de complida edad fueses, tal que en tu viuir [100] supieses tener manera e forma, te

descubriesse adonde dexó encerrada tal copia de oro e plata, que basta más que la renta de tu amo Calisto. E porque gelo

prometí e con mi promessa lleuó descanso e la fe es de guardar, más que a los viuos, a los muertos, que no pueden hazer por sí,

en pesquisa e seguimiento tuyo yo he gastado asaz tiempo e quantías, hasta agora, que ha plazido aquel, que todos los cuydados

tiene e remedia las justas peticiones e las piadosas obras endereça, que te hallase aquí, donde solos ha tres días que sé que

moras. Sin duda dolor he sentido, porque has por tantas partes vagado, e peregrinado, que ni has hauido prouecho ni ganado

debdo ni amistad. Que, como Séneca nos dize, los peregrinos tienen muchas posadas e pocas amistades, porque en breue [101]

tiempo con ninguno no pueden firmar amistad. E el que está en muchos cabos, está en ninguno. Ni puede aprouechar el manjar

a los cuerpos, que en comiendo se lança, ni ay cosa que más la sanidad impida, que la diuersidad e mudança e variación de los

manjares. E nunca la llaga viene a cicatrizar, en la qual muchas melezinas se tientan. Ni conualesce la planta, que muchas veces

es traspuesta. Ni ay cosa tan prouechosa, que en llegando aproueche. Por tanto, mi hijo, dexa los ímpetus de la juuentud e

tórnate con la doctrina de tus mayores a la razón. Reposa en alguna parte. ¿E dónde mejor, que en mi voluntad, en mi ánimo, en

mi consejo, a quien tus padres te remetieron? E yo, assí como verdadera madre tuya, te digo, so las malediciones, que tus

padres te pusieron, si me fuesses inobediente, que por el presente sufras e siruas a este tu amo, que procuraste, hasta en ello

hauer otro consejo mio. Pero no con necia lealtad, proponiendo firmeza sobre lo mouible, como son estos señores deste tiempo.

E tú gana amigos, que es cosa durable. Ten con ellos constancia. No viuas en flores. Dexa los vanos prometimientos de los

[102] señores, los cuales deshechan la substancia de sus siruientes con huecos e vanos prometimientos. Como la sanguijuela

saca la sangre, desagradescen, injurian, oluidan seruicios, niegan galardón.

¡Guay de quien en palacio enuejece! Como se escriue de la probática piscina, que de ciento que entrauan, sanaua vno. Estos

señores deste tiempo más aman a sí, que a los suyos. E no yerran. Los suyos ygualmente lo deuen hazer. Perdidas son las

mercedes, las magnificencias, los actos nobles. Cada vno destos catiua e mezquinamente procuran su interesse con los suyos.

Pues aquellos no deuen menos hazer, como sean en facultades menores, sino viuir a su ley. Dígolo, fijo Pármeno, porque este tu

amo, como dizen, me parece rompenecios: de todos se quiere seruir sin merced. Mira bien, créeme. En su casa cobra amigos,

que es el mayor [103] precio mundano. Que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o

condiciones pocas vezes contezca. Caso es ofrecido, como sabes, en que todos medremos e tú por el presente te remedies. Que

lo al, que te he dicho, guardado te está a su tiempo. E mucho te aprouecharás siendo amigo de Sempronio.

PÁRMENO.- Celestina, todo tremo en oyrte. No sé qué haga, perplexo estó. Por vna parte téngote por madre; por otra a

Calisto por amo. Riqueza desseo; pero quien torpemente sube a lo alto, más ayna cae que subió. No quería bienes malganados.

CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.

PÁRMENO.- Pues yo con ellos no viuiría contento e tengo por onesta cosa la pobreza alegre. E avn mas te digo, que no los

que poco tienen son pobres; mas los que mucho dessean. E por esto, avnque más digas, no te creo en esta parte. Querría passar

la vida sin embidia, los yermos [104] e aspereza sin temor, el sueño, sin sobresalto, las injurias con respuesta, las fuerças sin

denuesto, las premias con resistencia.

CELESTINA.- ¡O hijo!, bien dizen que la prudencia s no puede ser sino en los viejos e tú mucho eres moço.

PÁRMENO.- Mucho segura es la mansa pobreza.

CELESTINA.- Mas di, como mayor, que la fortuna ayuda a los osados. E demás desto, ¿quién es, que tenga bienes en la

república, que escoja viuir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes. ¿E no sabes que has menester amigos para los

conseruar? E no pienses que tu priuança con este señor te haze seguro; que quanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura.

E [105] por tanto, en los infortunios el remedio es a los amigos. ¿E a donde puedes ganar mejor este debdo, que donde las tres

maneras de amistad concurren, conuiene a saber, por bien e prouecho e deleyte? Por bien: mira la voluntad de Sempronio

conforme a la tuya e la gran similitud, que tú y él en la virtud teneys. Por prouecho: en la mano está, si soys concordes. Por

deleyte: semejable es, como seays en edad dispuestos para todo linaje de plazer, en que más los moços que los viejos se juntan,

assí como para jugar, para vestir, para burlar, para comer e beuer, para negociar amores, juntos de compañía. ¡O si quisiesses,

Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areusa.

PÁRMENO.- ¿De Areusa?

CELESTINA.- De Areusa.

PÁRMENO.- ¿De Areusa, hija de Eliso?

CELESTINA.- De Areusa, hija de Eliso.

PÁRMENO.- ¿Cierto?

CELESTINA.- Cierto.

PÁRMENO.- Marauíllosa cosa es.

CELESTINA.- ¿Pero bien te paresce?

PÁRMENO.- No cosa mejor. [106]

CELESTINA.- Pues tu buena dicha quiere, aquí está quién te la dará.

PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie.

CELESTINA.- Estremo es creer a todos e yerro no creer a niguno.

PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atreuo: déxame.

CELESTINA.- ¡O mezquino! De enfermo coraçón es no poder sufrir el bien. Da Dios hauas a quien no tiene quixadas. ¡O

simple! Dirás que a donde ay mayor entendimiento ay menor fortuna e donde más discreción allí es menor la fortuna! Dichos

son.

PÁRMENO.- ¡O Celestina! Oydo he a mis mayores que vn exemplo de luxuría o auaricia mucho malhaze e que con aquellos

deue hombre conuersar, que le fagan mejor e aquellos dexar, a quien él mejores piensa hazer. E Sempronio, en su enxemplo, no

me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. E puesto que yo a lo que dizes me incline, solo yo querría saberlo: porque a lo menos

por el exemplo fuese oculto el pecado. E, [107] si hombre vencido del deleyte va contra la virtud, no se atreua a la honestad.

CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre possessión sin compañía. No te retrayas ni amargues, que

la natura huye lo triste e apetece lo delectable. El deleyte es con los amigos en las cosas sensuales e especial en recontar las

cosas de amores e comunicarlas: esto hize, esto otro me dixo, tal donayre passamos, de tal manera la tomé, assí la besé, assí me

mordió, assí la abracé, assí se allegó. ¡O qué fabla!, ¡o qué gracia!, ¡o qué juegos!, ¡o qué besos! Vamos allá, boluamos acá,

ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, inuenciones, justemos, qué cimera sacaremos o qué letra. Ya va a la

missa, mañana saldrá, rondemos su calle, mira su carta, vamos de noche, tenme el escala, aguarda a la puerta. ¿Cómo te fue?

Cata el cornudo: sola la dexa. Dale otra [108] buelta, tornemos allá. E para esto, Pármeno, ¿ay deleyte sin compañía? Alahé,

alahé: la que las sabe las tañe. Este es el deleyte; que lo al, mejor lo fazen los asnos en el prado.

PÁRMENO.- No querría, madre, me combidasses a consejo con amonestación de deleyte, como hizieron los que,

caresciendo de razonable fundamiento, opinando hizieron sectas embueltas en dulce veneno para captar e tomar las voluntades

de los flacos e con poluos de sabroso afeto cegaron los ojos de la razón.

CELESTINA.- ¿Qué es razón, loco?, ¿qué es afeto, asnillo? La discreción, que no tienes, lo determina e de la discreción

mayor es la prudencia e la prudencia no puede ser sin esperimiento e la esperiencia no puede ser mas que en los viejos e los

ancianos somos llamados padres e los buenos padres bien aconsejan a sus hijos e especial yo a ti, cuya vida e honrra más que la

mía deseo. ¿E quando me pagarás tú esto? Nunca, [109] pues a los padres e a los maestros no puede ser hecho seruicio

ygualmente.

PÁRMENO.- Todo me recelo, madre, de recebir dudoso consejo.

CELESTINA.- ¿No quieres? Pues dezirte he lo que dize el sabio: Al varón, que con dura ceruiz al que le castiga

menosprecia, arrebatado quebrantamiento le verná e sanidad ninguna le consiguirá. E assí, Pármeno, me despido de ti e deste

negocio.

PÁRMENO.- (Aparte). Ensañada está mi madre: duda tengo en su consejo. Yerro es no creer e culpa creerlo todo. Mas

humano es confiar, mayormente en ésta que interesse promete, ado prouecho nos puede allende de amor conseguir. Oydo he

que deue hombre a sus mayores creer. Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La paz no se deue negar: que

bienauenturados [110] son los pacíficos, que fijos de Dios serán llamados. Amor no se deue rehuyr. Caridad a los hermanos,

interesse pocos le apartan. Pues quiérola complazer e oyr.

Madre, no se deue ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, sino raras vezes por la sciencia, que es de su natural

comunicable e en pocos lugares se podría infundir. Por eso perdóname, háblame, que no solo quiero oyrte e creerte; mas en

singular merced recibir tu consejo. E no me lo agradescas, pues el loor e las gracias de la ación, más al dante, que no al

recibiente se deuen dar. Por esso, manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilia.

CELESTINA.- De los hombres es errar e bestial es la porfía. Por ende gózome, Pármeno, que ayas limpiado las turbias telas

de tus ojos e respondido al reconoscimiento, discreción e engenio sotil de tu padre, cuya persona, agora representada en mi

memoria, enternece los ojos piadosos, por do tan abundantes lágrimas vees derramar. Algunas vezes duros propósitos, como tú,

defendía; pero luego tornaua a lo cierto. En Dios e en mi ánima, que en veer agora lo que has porfiado e cómo a la verdad eres

reduzido, no paresce sino que viuo le tengo delante. [111] ¡O qué persona! ¡O qué hartura! ¡O qué cara tan venerable! Pero

callemos, que se acerca Calisto e tu nueuo amigo Sempronio con quien tu conformidad para mas oportunidad dexo. Que dos en

vn coraçón viuiendo son mas poderosos de hazer e de entender.

CALISTO.- Dubda traygo, madre, según mis infortunios, de hallarte viua. Pero más es marauilla, según el deseo, de cómo

llego viuo. Recibe la dádiua pobre de aquel, que con ella la vida te ofrece.

CELESTINA.- Como en el oro muy fino labrado por la mano del sotil artífice la obra sobrepuja a la materia, así se auentaja a

tu magnífico dar la gracia e forma de tu dulce liberalidad. E sin duda la presta dádiua su efeto ha doblado, por que la que tarda,

el prometimiento muestra negar e arrepentirse del don prometido.

PÁRMENO.- ¿Qué le dio, Sempronio?

SEMPRONIO.- Cient monedas en oro.

PÁRMENO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy!

SEMPRONIO.- ¿Habló contigo la madre?

PÁRMENO.- Calla, que sí.

SEMPRONIO.- ¿Pues cómo estamos? [112]

PÁRMENO.- Como quisieres; avnque estoy espantado.

SEMPRONIO.- Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto.

PÁRMENO.- ¡O Dios! No ay pestilencia más eficaz, que'l enemigo de casa para empecer.

CALISTO.- Ve agora, madre, e consuela tu casa e después ven e consuela la mía, e luego.

CELESTINA.- Quede Dios contigo.

CALISTO.- Y él te me guarde.

[113]

El segundo aucto

ARGUMENTO DEL SEGUNDO AUTO

Partida Celestina de Calisto para su casa, queda Calisto hablando con Sempronio, criado suyo; al qual, como quien en alguna

esperança puesto está, todo aguijar le parece tardança. Embía de sí a Sempronio a solicitar a Celestina para el concebido

negocio. Quedan entretanto Calisto e Pármeno juntos razonando.

CALISTO, PÁRMENO, SEMPRONIO.

CALISTO.- Hermanos míos, cient monedas di a la madre. ¿Fize bien?

SEMPRONIO.- ¡Hay!, ¡si fiziste bien! Allende de remediar tu vida, ganaste muy gran honrra. ¿E para qué es la fortuna

fauorable e prospera, sino para seruir a la honrra, que es el mayor de los mundanos bienes? Que esto es premio e galardón de la

virtud. E por esso la damos a Dios, porque no tenemos mayor cosa que le dar. La mayor parte de la qual consiste en la

liberalidad [114] e franqueza. A esta los duros tesoros comunicables la escurecen e pierden e la magnificencia e liberalidad la

ganan e subliman. ¿Qué aprouecha tener lo que se niega aprouechar? Sin dubda te digo que mejor es el vso de las riquezas, que

la possesión dellas. ¡O qué glorioso es el dar! ¡O qué miserable es el recebir! Quanto es mejor el acto que la posessión, tanto es

mas noble el dante qu' el recibiente. Entre los elementos, el fuego, por ser mas actiuo, es mas noble e en las esperas puesto en

mas noble lugar. E dizen algunos que la nobleza es vna alabanza, que prouiene de los merecimientos e antigüedad de los

padres; yo digo que la agena luz nunca te hará claro, si la propia no tienes. E por tanto, no te estimes en la claridad de tu padre,

que tan magnifico fue; sino en la tuya. E assí se gana la honrra, que es el mayor bien de los que son fuera de hombre. De lo qual

no el malo, mas el bueno, como tú, es digno que tenga perfeta virtud. E avn te digo que la virtud perfeta no pone que sea fecha

con digno honor. Por ende goza de hauer seydo assí magnifico e liberal. E de mi consejo, tórnate a la cámara e reposa, pues que

tu negocio en tales manos está [115] depositado. De donde ten por cierto, pues el comienço lleuó bueno, el fin será muy mejor.

E vamos luego, porque sobre este negocio quiero hablar contigo mas largo.

CALISTO.- Sempronio, no me parece buen consejo quedar yo acompañado e que vaya sola aquella, que busca el remedio de

mi mal; mejor será que vayas con ella e la aquexes, pues sabes que de su diligencia pende mi salud, de su tardança mi pena, de

su oluido mi desesperança. Sabido eres, fiel te siento, por buen criado te tengo. Faz de manera, que en solo verte ella a ti,

juzgue la pena, que a mí queda e fuego, que me atormenta. Cuyo ardor me causó no poder mostrarle la tercia parte desta mi

secreta enfermedad, según tiene mi lengua e sentido ocupados e consumidos. Tú, como hombre libre de tal passión, hablarla

has a rienda suelta.

SEMPRONIO.- Señor, querría yr por complir tu mandado; querría quedar por aliuiar tu cuydado. Tu temor me aquexa; tu

soledad me detiene. Quiero tomar consejo con la obediencia, que es yr e dar priessa a la vieja. ¿Mas como [116] yré? Que, en

viéndote solo, dizes desuaríos de hombre sin seso, sospirando, gimiendo, maltrobando, holgando con lo escuro, deseando

soledad, buscando nueuos modos de pensatiuo tormento. Donde, si perseueras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre

no te acompaña quien te allegue plazeres, diga donayres, tanga cançiones alegres, cante romances, cuente ystorias, pinte motes,

finja cuentos, juegue a naypes, arme mates, finalmente que sepa buscar todo género de dulce passatiempo para no dexar

trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desuíos, que rescebiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.

CALISTO.- ¿Como?, simple. ¿No sabes que aliuia la pena llorar la causa? ¿Quanto es dulce a los tristes quexar su passión?

¿Quanto descanso traen consigo los quebrantados sospiros? ¿Quanto relieuan e disminuyen los lagrimosos [117] gemidos el

dolor? Quantos escriuieron consuelos no dizen otra cosa.

SEMPRONIO.- Lee mas adelante, buelue la hoja: fallarás que dizen que fiar en lo temporal e buscar materia de tristeza, que

es ygual género de locura. E aquel Macías, ydolo de los amantes, [118] del oluido porque le oluidaua, se quexava. En el

contemplar está la pena de amor, en el oluidar el descanso. Huye de tirar cozes al aguijón. Finge alegría e consuelo e serlo ha.

Que muchas vezes la opinión trae las cosas donde quiere, no para que mude la verdad; pero [119] para moderar nuestro sentido

e regir nuestro juyzio.

CALISTO.- Sempronio amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno e quedará comigo e de aquí adelante sey,

como sueles, leal, que en el seruicio del criado está el galardón del señor.

PÁRMENO.- Aquí estoy señor.

CALISTO.- Yo no, pues no te veya. No te partas della, Sempronio, ni me oluides a mí e ve con Dios.

CALISTO.- Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que oy ha pasado? Mi pena es grande, Melibea alta, Celestina sabia e buena

maestra destos negocios. No podemos errar. Tú me la has aprouado con toda tu enemistad. Yo te creo. Que tanta es la fuerça de

la verdad, que las lenguas de los enemigos trae a sí. Assí que, pues ella es tal, mas quiero dar a ésta cient monedas, que a otra

cinco. [120]

PÁRMENO.- ¿Ya lloras? ¡Duelos tenemos! ¡En ella se haurán de ayunar estas franquezas!

CALISTO.- Pues pido tu parecer, seyme agradable, Pármeno. No abaxes la cabeça al responder. Mas como la embidia es

triste, la tristeza sin lengua, puede más contigo su voluntad, que mi temor. ¿Qué dixiste, enojoso?

PÁRMENO.- Digo, señor, que yrían mejor empleadas tus franquezas en presentes e seruicios a Melibea, que no dar dineros

aquella, que yo me conozco e, lo que peor es, fazerte su catiuo.

CALISTO.- ¿Cómo, loco, su catiuo?

PÁRMENO.- Porque a quien dizes el secreto, das tu libertad.

CALISTO.- Algo dize el necio; pero quiero que sepas que, quando ay mucha distancia del que ruega al rogado o por

grauedad de obediencia o por señorío de estado o esquiuidad de género, como entre ésta mi señora e mí, es necessario

intercessor o medianero, que suba de mano en mano mi mensaje hasta los oydos de aquella a quien yo segunda vez hablar tengo

por impossible. E pues que así es, dime si lo fecho aprueuas. [121]

PÁRMENO.- ¡Apruéuelo el diablo!

CALISTO.- ¿Qué dizes?

PÁRMENO.- Digo, señor, que nunca yerro vino desacompañado e que vn inconueniente es causa e puerta de muchos.

CALISTO.- El dicho yo le aprueuo; el propósito no entiendo.

PÁRMENO.- Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar, la

entrada causa de la ver e hablar, la habla engendró amor, el amor parió tu pena, la pena causará perder tu cuerpo e alma e

hazienda. E lo que más dello siento es venir a manos de aquella trotaconuentos, después de tres vezes emplumada.

CALISTO.- ¡Assí, Pármeno, di más deso, que me agrada! Pues mejor me parece, quanto más la desalabas. Cumpla comigo e

emplúmenla la quarta. Desentido eres, sin pena hablas: no te duele donde a mí, Pármeno. [122]

PÁRMENO.- Señor, más quiero que ayrado me reprehendas, porque te dó enojo, que arrepentido me condenes, porque no te

di consejo, pues perdiste el nombre de libre, quando cautiuaste tu voluntad.

CALISTO.- ¡Palos querrá este vellaco! Di, malcriado, ¿por qué dizes mal de lo que yo adoro? E tú ¿qué sabes de honrra?

Dime ¿qué es amor? ¿En qué consiste buena criança, qué te me vendes por discreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura

es creerse ser sciente? Si tú sintiesses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga, que la cruel frecha de Cupido me

ha causado. Quanto remedio Sempronio acarrea con sus pies, tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras. Fingiéndote

fiel, eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón e aposentamiento de la embidia. Que por disfamar la vieja, a

tuerto o a derecho, pones en mis amores desconfiança. Pues sabe que esta mi pena e flutuoso dolor no se rige por razón, no

quiere auisos, carece de consejo e, si alguno se le diere, tal que no aparte ni [123]desgozne lo que sin las entrañas no podrá

despegarse. Sempronio temió su yda e tu quedada. Yo quíselo todo e assí me padezco su absencia e tu presencia. Valiera más

solo, que malacompañado.

PÁRMENO.- Señor, flaca es la fidelidad, que temor de pena la conuierte en lisonja, mayormente con señor, a quien dolor o

afición priua e tiene ageno de su natural juyzio. Quitarse ha el velo de la ceguedad, passarán estos momentáneos fuegos:

conoscerás mis agras palabra sser mejores para matar este fuerte cancre, que las blandas de Sempronio, que lo ceuan, atizan tu

fuego, abiuan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas, que tenga que gastar fasta ponerte en la sepultura.

CALISTO.- ¡Calla, calla, perdido! Estó yo penado e tú filosofando. No te espero mas. Saquen vn cauallo. Límpienle mucho.

Aprieten bien la cincha. [124] ¡Por si passare por casa de mi señora e mi Dios!

PÁRMENO.- ¡Moços! ¿No ay moço en casa? Yo me lo hauré de hazer, que a peor vernemos desta vez que ser moços d'

espuelas. ¡Andar!, ¡passe! Mal me quieren mis comadres, etc. ¿Rehinchays, don cauallo? ¿No basta vn celoso en casa?... ¿O

barruntás a Melibea?

CALISTO.- ¿Viene esse cauallo? ¿Qué hazes, Pármeno?

PÁRMENO.- Señor, vesle aquí, que no está Sosia en casa.

CALISTO.- Pues ten esse estribo, abre más essa [125] puerta. E si vinere Sempronio con aquella señora, di que esperen, que

presto será mi buelta.

PÁRMENO.- ¡Más, nunca sea! ¡Allá yrás con el diablo! A estos locos dezildes lo que les cumple; no os podrán ver. Por mi

ánima, que si agora le diessen una lançada en el calcañar, que saliessen más sesos que de la cabeça! Pues anda, que a mi

cargo ¡que Celestina e Sempronio te espulguen! ¡O desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo

me pierdo por bueno. ¡El mundo es tal! Quiero yrme al hilo de la gente, pues a los traydores llaman discretos, a los fieles

nescios. Si creyera [126] a Celestina con sus seys dozenas de años acuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me porná

escarmiento d' aquí adelante con él. Que si dixiere comamos, yo también; si quisiere derrocar la casa, aprouarlo; si quemar su

hazienda, yr por fuego. ¡Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá, pues dizen: a río

buelto ganancia de pescadores. ¡Nunca mas perro a molino! [127]

El tercer aucto

ARGUMENTO DEL TERCER AUTO

Sempronio vase a casa de Celestina, a la qual reprende por la tardança. Pónense a buscar qué manera tomen en el negocio de

Calisto con Melibea. En fin sobreuiene Elicia. Vase Celestina a casa de Pleberio. Queda Sempronio y Elicia en casa.

SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA.

SEMPRONIO.- ¡Qué espacio lleua la barvuda! ¡Menos sosiego trayan sus pies a la venida! A dineros pagados, braços

quebrados. ¡Ce!, señora Celestina: poco as aguijado.

CELESTINA.- ¿A qué vienes, hijo?

SEMPRONIO.- Este nuestro enfermo, no sabe que [128] pedir. De sus manos no se contenta. No se le cueze el pan. Teme tu

negligencia. Maldize su auaricia e cortedad, porque te dio tan poco dinero.

CELESTINA.- No es cosa mas propia del que ama que la impaciencia. Toda tardança les es tormento. Niguna dilación les

agrada. En vn momento querrían poner en efeto sus cogitaciones. Antes las querrían ver concluydas, que empeçadas.

Mayormente estos nouicios amantes, que contra cualquiera señuelo buelan sin deliberación, sin pensar el daño, que el ceuo de

su desseo trae mezclado en su exercicio e negociación para sus personas e siruientes.

SEMPRONIO.- ¿Qué dizes de siruientes? ¿Paresce por tu razón que nos puede venir a nosotros daño deste negocio e

quemarnos con las centellas que resultan deste fuego de Calisto? ¡Avn al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto,

[129] que vea en este negocio, no como más su pan. Más vale perder lo seruido, que la vida por cobrallo. El tiempo me dirá que

faga. Que primero, que cayga del todo, dará señal, como casa, que se acuesta. Si te pareçe, madre, guardemos nuestras personas

de peligro. Fágase lo que se hiziere. Si la ouiere ogaño; si no, a otro; si no, nunca. Que no ay cosa tan dificile de çofrir en sus

principios, que el tiempo no la ablande e faga comportable. Ninguna llaga tanto se sintió, que por luengo tiempo no afloxase su

tormento ni plazer tan alegre fue, que no le amengüe su antigüedad. El mal e el bien, la prosperidad e aduersidad, la gloria e

pena, todo pierde con el tiempo la fuerça de su acelerado principio. Pues los casos de admiración e venidos con gran desseo, tan

presto como passados, oluidados. Cada día vemos nouedades e las oymos e las passarnos e dexamos atrás. Diminúyelas el

tiempo, házelas contingibles. ¿Qué tanto te marauillarías, si dixesen: la tierra tembló o otra semejante cosa, que no oluidases

luego? Assí como: elado está el río, el ciego vee ya, [130] muerto es tu padre, vn rayo cayó, ganada es Granada, el Rey entra

oy, el turco es vencido, eclipse ay mañana, la puente es lleuada, aquél [131] es ya obispo, a Pedro robaron, Ynés se ahorcó.

¿Qué me dirás, sino que a tres días passados o a la segunda vista, no ay quien dello se marauille? [132] Todo es assí, todo passa

desta manera, todo se oluida, todo queda atrás. Pues assí será este amor de mi amo: quanto más fuere andando, tanto más

disminuyendo. Que la costumbre luenga amansa los dolores, afloxa e deshaze los deleytes, desmengua las marauillas.

Procuremos prouecho, mientra pendiere la contienda. E si a pie enxuto le pudiéremos remediar, lo mejor, mejor es; e sino, poco

a poco le soldaremos el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no, más vale que pene el amo, que no que peligre

el moço.

CELESTINA.- Bien as dicho. Contigo estoy, agradado me has. No podemos errar. Pero todavía, hijo, es necessario que el

buen procurador ponga de su casa algún trabajo, algunas fingidas razones, algunos sofísticos actos: yr e venir a juyzio, avnque

reciba malas palabras del juez. Siquiera por los presentes, que lo vieren; no digan que se gana holgando el salario. E assí verná

cada vno a él con su pleyto e a Celestina con sus amores. [133]

SEMPRONIO.- Haz a tu voluntad, que no será éste el primer negocio, que has tomado a cargo.

CELESTINA.- ¿El primero, hijo?, Pocas vírgines, a Dios gracias, has tú visto en esta cibdad, que hayan abierto tienda a

vender, de quien yo no aya sido corredora de su primer hilado. En nasciendo la mochacha, la hago escriuir en mi registro, e esto

para saber quantas se me salen de la red. ¿Qué pensauas, Sempronio? ¿Auíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia?

¿Tengo otra casa o viña? ¿Conócesme otra hazienda, más deste oficio? ¿De qué como e beuo? ¿De qué visto e calço? En esta

cibdad nascida, en ella criada, manteniendo honrra, como todo el mundo sabe ¿conoscida pues, no soy? Quien no supíere mi

nombre e mi casa tenle por estranjero.

SEMPRONIO.- Dime, madre, ¿qué passaste con mi compañero Pármeno, quando subí con Calisto por el dinero?

CELESTINA.- Díxele el sueño e la soltura, e cómo [134] ganaría más con nuestra compañía, que con las lisonjas que dize a

su amo; cómo viuiría siempre pobre e baldonado, sino mudaua el consejo; que no se hiziesse sancto a tal perra vieja como yo;

acordele quien era su madre, porque no menospreciase mi oficio; porque queriendo de mí dezir mal, tropeçasse primero en ella.

SEMPRONIO.- ¿Tantos días ha que le conosces, madre?

CELESTINA.- Aquí está Celestina, que le vido nascer e le ayudó a criar. Su madre e yo, vña e carne. Della aprendí todo lo

mejor, que sé de mi oficio. Juntas comíamos, juntas dormíamos, juntas auíamos nuestros solazes, nuestros plazeres, nuestros

consejos e conciertos. En casa e fuera, como dos hermanas. Nunca blanca gané en que no touiesse su meytad. Pero no viuía yo

[135] engañada, si mi fortuna quisiera que ella me durara. ¡O muerte, muerte! ¡A quantos priuas de agradable compañía! ¡A

quantos desconsuela tu enojosa visitación! Por vno, que comes con tiempo, cortas mil en agraz. Que siendo ella viua, no fueran

estos mis passos desacompañados. ¡Buen siglo aya, que leal amiga e buena compañera me fue! Que jamás me dexó hazer cosa

en mi cabo, estando ella presente. Si yo traya el pan, ella la carne. Si yo ponía la mesa, ella los manteles. No loca, no

fantástica ni presumptuosa, como las de agora. En mi ánima, descubierta se yua hasta el cabo de la ciudad con su jarro en la

mano, que en todo el camino no oya peor de: Señora Claudina. E aosadas que otra conoscía peor el vino e qualquier

mercaduría. Quando, pensaua que no era llegada, era de buelta. Allá la combidauan, según el amor todos le tenían. Que jamas

boluía sin ocho o diez [136]gostaduras, vn açumbre en el jarro e otro en el cuerpo. Ansí le fiauan dos o tres arrobas en vezes,

como sobre vna taça de plata. Su palabra era prenda de oro en quantos bodegones auía. Si yuamos por la calle, donde quiera

que ouiessemos sed, entráuamos en la primera tauerna y luego mandaua echar medio açumbre para mojar la boca. Mas a mi

cargo que no te quitaron la toca por ello, sino quanto la rayauan en su taja, e andar adelante. Si tal fuesse agora su hijo, a mi

cargo que tu amo quedasse sin pluma e nosotros sin quexa. Pero yo lo haré de mi fierro, si viuo; yo le contaré en el número de

los míos.

SEMPRONIO.- ¿Cómo has pensado hazerlo, que es un traydor?

CELESTINA.- A esse tal dos aleuosos. Harele auer a [137] Areusa. Será de los nuestros. Darnos ha lugar a tender las redes

sin embaraço, por aquellas doblas de Calisto.

SEMPRONIO.- ¿Pues crees que podrás alcançar algo de Melibea? ¿Ay algún buen ramo?

CELESTINA.- No ay çurujano, que a la primera cura juzgue la herida. Lo que yo al presente veo te diré. Melibea es hermosa,

Calisto loco e franco. Ni a él penará gastar ni a mí andar. ¡Bulla moneda e dure el pleyto lo que durare! Todo lo puede el

dinero: las peñas quebranta, los ríos passa en seco. No ay lugar tan alto, que vn asno cargado de oro no le suba. Su desatino e

ardor basta para perder a sí e ganar a nosotros. Esto he sentido, esto he calado, esto sé dél e della, esto es lo que nos ha de

aprouechar. A casa voy de Pleberio. Quédate adiós. Que, avnque esté braua Melibea, no es ésta, si a Dios ha plazido, la primera

a quien yo he hecho perder [138] el cacarear. Coxquillosicas son todas; mas, después que vna vez consienten la silla en el enués

del lomo, nunca querrían folgar. Por ellas queda el campo. Muertas sí; cansadas no. Si de noche caminan, nunca querrían que

amaneciesse: maldizen los gallos porque anuncian el día e el relox porque da tan apriessa. Requieren las cabrillas e el norte,

haziéndose estrelleras. Ya quando veen salir el luzero del alua, quiéreseles salir el alma: su claridad les escuresce el coraçón.

Camino es, hijo, que nunca me harté de andar. Nunca me vi cansada. E avn assí, vieja como soy, sabe Dios mi buen desseo.

¡Quanto más estas que hieruen sin fuego! Catiuanse del primer abraço, ruegan a quien rogó, penan por el penado, házense

sieruas de quien eran señoras, dexan el mando e son mandadas, rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades, a los

cherriadores quicios de las puertas hazen con azeytes vsar su oficio sin ruydo. No te sabré dezir lo mucho que obra en ellas

aquel dulçor, que les queda de los primeros besos de quien [139] aman. Son enemigas del medio; contino están posadas en los

estremos.

SEMPRONIO.- No te entiendo essos términos, madre.

CELESTINA.- Digo que la muger o ama mucho aquel de quien es requerida o le tiene grande odio. Assí que, si al querer,

despiden, no pueden tener las riendas al desamor. E con esto, que sé cierto, voy más consolada a casa de Melibea, que si en la

mano la touiesse. Porque sé que, avnque al presente la ruegue, al fin me ha de rogar; avnque al principio me amenaze, al cabo

me ha de halagar. Aquí lleuo vn poco de hilado en esta mi faltriquera, con otros aparejos, que comigo siempre traygo, para

tener causa de entrar, donde mucho no soy conocida, la primera vez: assí como gorgueras, garuines, franjas, rodeos, tenazuelas,

alcohol, aluayalde e solimán, hasta agujas e alfileres. Que tal ay, que tal quiere. Porque donde me tomare la boz, me halle [140]

apercebida para les echar ceuo o requerir de la primera vista.

SEMPRONIO.- Madre, mira bien lo que hazes. Porque, cuando el principio se yerra, no puede seguirse buen fin. Piensa en su

padre, que es noble e esforçado, su madre celosa e braua, tú la misma sospecha. Melibea es vnica a ellos: faltándoles ella,

fáltales todo el bien. En pensallo tiemblo, no vayas por lana e vengas sin pluma.

CELESTINA.- ¿Sin pluma, fijo?

SEMPRONIO.- O emplumada, madre, que es peor.

CELESTINA.- ¡Alahé, en malora a ti he yo menester para compañero! ¡Avn si quisieses auisar a Celestina en su oficio! Pues

quando tú naciste ya comía yo pan con corteza. ¡Para adalid eres bueno, cargado de agüeros e recelo! [141]

SEMPRONIO.- No te marauilles, madre, de mi temor, pues es común condición humana que lo que mucho se dessea jamás

se piensa ver concluydo. Mayormente que en este caso temo tu pena e mía. Desseo prouecho: querría que este negocio houiesse

buen fin. No porque saliesse mi amo de pena, mas por salir yo de lazería. E assí miro más inconuenientes con mi poca

esperiencia, que no tú como maestra vieja.

ELICIA.- ¡Santiguarme quiero, Sempronio! ¡Quiero hazer vna raya en el agua! ¿Qué nouedad es esta, venir oy acá dos

vezes?

CELESTINA.- Calla, boua, déxale, que otro pensamiento traemos en que más nos va. Dime, ¿está [142]desocupada la casa?

¿Fuese la moça, que esperaua al ministro?

ELICIA.- E avn después vino otra e se fue.

CELESTINA.- Sí, ¿que no embalde?

ELICIA.- No, en buena fe, ni Dios lo quiera. Que avnque vino tarde, más vale a quien Dios ayuda, etc.

CELESTINA.- Pues sube presto al sobrado alto de la solana e baxa acá el bote del azeyte serpentino, [143] que hallarás

colgado del pedaço de la soga, que traxe del campo la otra noche, quando llovía e hazía escuro. E abre el arca de los lizos e

házia la mano derecha hallarás vn papel escrito con [144] sangre de morciégalo, debaxo de aquel ala de drago, a que sacamos

ayer las vñas. [145] Mira, no derrames el agua de Mayo, que me traxeron a confecionar.

ELICIA.- Madre, no está donde dizes; jamás te acuerdas cosa que guardas. [146]

CELESTINA.- No me castigues, por Dios, a mi vejez; no me maltrates, Elicia. No infinjas, porque está aquí Sempronio, ni te

ensoberuezcas, que más me quiere a mí por consejera, que a ti por amiga, avnque tú le ames mucho. Entra en la cámara de los

vngüentos e en la pelleja del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le fallarás. E baxa la sangre del cabrón [147]

e vnas poquitas de las baruas, que tú le cortaste.

ELICIA.- Toma, madre, veslo aquí; yo me subo e Sempronio arriba. [148]

CELESTINA.- Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada, capitán soberuio de

los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los [149] heruientes étnicos montes manan, gouernador e veedor de

los tormentos e atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera e Aleto, administrador de

todas [150] las cosas negras del reyno de Stigie e Dite, con todas sus lagunas e sombras infernales, e litigioso caos,

mantenedor de las bolantes harpías, con toda la otra compañía de espantables e pauorosas ydras; yo, Celestina, tu más

conocida cliéntula, te conjuro por la virtud e fuerça destas vermejas letras; por la sangre de aquella noturna aue con que están

escriptas; por la grauedad de aquestos nombres e signos, que en este [151] papel se contienen; por la áspera ponçoña de las

bíuoras, de que este azeyte fue hecho, con el qual vnto este hilado: vengas sin tardança a obedescer mi voluntad e en ello te

embueluas e con ello estés sin vn momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que aya, lo compre e con

ello de tal manera quede enredada que, quanto más lo mirare, tanto más su coraçón se ablande a conceder mi petición, e se le

abras e lastimes de crudo e fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí e me galardone mis

passos e mensaje. Y esto hecho, pide e demanda de mí a tu voluntad. Si no lo hazes con presto mouimiento, ternásme por

capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes e escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; [152] apremiaré con

mis ásperas palabras tu horrible nombre. E otra e otra vez te conjuro. E assí confiando en mi mucho poder, me parto para allá

con mi hilado, donde creo te lleuo ya embuelto.

[153]

El aucto quarto

ARGUMENTO DEL QUARTO AUTO

Celestina, andando por el camino, habla consigo misma fasta llegar a la puerta de Pleberio, onde halló a Lucrecia, criada de

Pleberio. Pónese con ella en razones. Sentidas por Alisa, madre de Melibea e sabido que es Celestina, fázela entrar en casa.

Viene vn mensajero a llamar a Alisa. Vase. Queda Celestina en casa con Melibea e le descubre la causa de su venida.

LUCRECIA, CELESTINA, ALISA, MELIBEA.

CELESTINA.- Agora, que voy sola, quiero mirar bien lo que Sempronio ha temido deste mi camino. Porque aquellas cosas,

que bien no son pensadas, avnque algunas vezes ayan buen fin, comúnmente crían desuariados efetos. Assí que [154] la mucha

especulación nunca carece de buen fruto. Que, avnque yo he dissimulado con él, podría ser que, si me sintiessen en estos passos

de parte de Melibea, que no pagasse con pena, que menor fuesse que la vida, o muy amenguada quedasse, quando matar no me

quisiessen, manteándome o açotándome cruelmente. Pues amargas cient monedas serían estas. ¡Ay cuytada de mí! ¡En qué lazo

me he metido! Que por me mostrar solícita e esforçada pongo mi persona al tablero! ¿Qué faré, cuytada, mezquina de mí, que

ni el salir afuera es prouechoso ni la perseuerancia carece de peligro? ¿Pues yré o tornarme he? ¡O dubdosa a dura perplexidad!

¡No sé qual escoja por más sano! ¡En el osar, manifiesto peligro; en la couardía, denostada, perdida! ¿A donde yrá el buey que

no are? Cada camino descubre sus dañosos e hondos barrancos. Si con el furto soy [155]tomada, nunca de muerta o encoroçada

falto, a bien librar. Si no voy, ¿qué dirá Sempronio? Que todas estas eran mis fuerças, saber e esfuerço, ardid e ofrecimiento,

astucia e solicitud. E su amo Calisto ¿qué dirá?, ¿qué hará?, ¿qué pensará; sino que ay nueuo engaño en mis pisadas e que yo he

descubierto la celada, por hauer más prouecho desta otra parte, como sofística preuaricadora? O si no se le ofrece pensamiento

tan odioso, dará bozes como loco. Dirame en mi cara denuestos rabiosos. Proporná mill inconuenientes, que mi deliberación

presta le puso, diziendo: Tú, puta vieja, ¿por qué acrescentaste mis pasiones con tus promessas? Alcahueta falsa, para todo el

mundo tienes pies, para mí lengua; para todos obra, para mí palabra; para todos remedio, para mí pena; para todos esfuerço,

para mí te faltó; para todos luz, para mí tiniebla. Pues, vieja traydora, ¿por qué te me ofreciste? Que tu ofrecimiento me puso

esperança; la esperança dilató mi muerte, sostuuo mi viuir, púsome título de hombre alegre. Pues no hauiendo efeto, ni tu

carecerás de pena ni yo de triste desesperación. ¡Pues triste yo! ¡Mal acá, mal acullá: pena en ambas [156] partes! Quando a los

estremos falta el medio, arrimarse el hombre al más sano, es discreción. Mas quiero offender a Pleberio, que enojar a Calisto.

Yr quiero. Que mayor es la vergüença de quedar por couarde, que la pena, cumpliendo como osada lo que prometí, pus jamás al

esfuerço desayudó la fortuna. Ya veo su puerta. En mayores afrentas me he visto. ¡Esfuerça, esfuerça, Celestina! ¡No

desmayes! Que nunca faltan rogadores para mitigar las penas. Todos los agüeros se adereçan fauorables o yo no sé nada desta

arte. Quatro hombres, que he topado, a los tres llaman Juanes e los dos son cornudos. La primera palabra, [157] que oy por la

calle, fue de achaque de amores. Nunca he tropeçado como otras vezes. Las [158] piedras parece que se apartan e me fazen

lugar que passe. Ni me estoruan las haldas ni siento cansancio en andar. Todos me saludan. Ni perro me ha ladrado ni aue

negra he visto, tordo ni cueruo ni otras noturnas. E lo mejor de todo es que veo a Lucrecia a la puerta de Melibea. Prima es de

Elicia: no me será contraria.

LUCRECIA.- ¿Quién es esta vieja, que viene haldeando?

CELESTINA.- Paz sea en esta casa. [159]

LUCRECIA.- Celestina, madre, seas bienvenida. ¿Qual Dios te traxo por estos barrios no acostumbrados?

CELESTINA.- Hija, mi amor, desseo de todos vosotros, traerte encomiendas de Elicia e avn ver a tus señoras, vieja e moça.

Que después, que me mudé al otro barrio, no han sido de mi visitadas.

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LUCRECIA.- ¿A eso solo saliste de tu casa? Marauíllome de ti, que no es essa tu costumbre ni sueles dar passo sin prouecho.

CELESTINA.- ¿Más prouecho quieres, boua, que complir hombre sus desseos? E también, como a las viejas nunca nos

fallecen necessidades, mayormente a mí, que tengo de mantener hijas agenas, ando a vender vn poco de hilado.

LUCRECIA.- ¡Algo es lo que yo digo! En mi seso estoy, que nunca metes aguja sin sacar reja. Pero mi señora la vieja vrdió

vna tela: tiene necessidad dello e tu de venderlo. Entra e espera aquí, que no os desauenirés.

ALISA.- ¿Con quien hablas, Lucrecia? [160]

LUCRECIA.- Señora, con aquella vieja de la cuchillada, que solía viuir en las tenerías, a la cuesta del río.

ALISA.- Agora la conozco menos. Si tú me das entender lo incógnito por lo menos conocido, es coger agua en cesto.

LUCRECIA.- ¡Jesú, señora!, más conoscida es esta vieja que la ruda. No sé como no tienes memoria de la que empicotaron

por hechizera, que vendía las moças a los abades e descasaua mill casados.

ALISA.- ¿Qué oficio tiene?, quiça por aquí la conoceré mejor.

LUCRECIA.- Señora, perfuma tocas, haze solimán e otros treynta officios. Conoce mucho en yeruas, cura niños e avn

algunos la llaman la vieja lapidaria. [161]

ALISA.- Todo esso dicho no me la da a conocer; dime su nombre, si le sabes.

LUCRECIA.- ¿Si le sé, señora? No ay niño ni viejo en toda la cibdad, que no le sepa: ¿hauíale yo de ignorar?

ALISA.- ¿Pues por qué no le dizes?

LUCRECIA.- ¡He vergüença!

ALISA.- Anda, boua, dile. No me indignes con tu tardança.

LUCRECIA.- Celestina, hablando con reuerencia, es su nombre.

ALISA.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¡Mala landre te mate, si de risa puedo estar, viendo el desamor que deues de tener a essa vieja, que

su nombre has vergüença nombrar! Ya me voy recordando della. ¡Vna buena pieça! No me digas más. Algo me verná a pedir.

Di que suba.

LUCRECIA.- Sube, tía.

CELESTINA.- Señora buena, la gracia de Dios sea contigo e con la noble hija. Mis passiones e enfermedades han impedido

mi visitar tu casa, como era razón; mas Dios conoce mis limpias [162] entrañas, mi verdadero amor, que la distancia de las

moradas no despega el querer de los coraçones. Assí que lo que mucho desseé, la necessidad me lo ha hecho complir. Con mis

fortunas aduersas otras, me sobreuino mengua de dinero. No supe mejor remedio que vender vn poco de hilado, que para vnas

toquillas tenía allegado. Supe de tu criada que tenías dello necessidad. Avnque pobre e no de la merced de Dios, veslo aquí, si

dello e de mí te quieres seruir.

ALISA.- Vezina honrrada, tu razón e ofrecimiento me mueuen a compassión e tanto, que quisiera cierto mas hallarme en

tiempo de poder complir tu falta, que menguar tu tela. Lo dicho te agradezco. Si el hilado es tal, serte ha bien pagado.

CELESTINA.- ¿Tal, señora? Tal sea mi vida e mi vejez e la de quien parte quisiere de mi jura. Delgado como el polo de la

cabeça, ygual, rezio como cuerdas de vihuela, blanco como el copo de la nieue, hilado todo por estos pulgares, aspado e

adreçado. Veslo aquí en madexitas. Tres monedas me dauan ayer por la onça, assí goze desta alma pecadora. [163]

ALISA.- Hija Melibea, quédese esta muger honrrada contigo, que ya me parece que es tarde para yr a visitar a mi hermana,

su muger de Cremes, que desde ayer no la he visto, e también que viene su paje a llamarme, que se les arrezió desde vn rato acá

el mal.

CELESTINA. (Aparte).- Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad, arreziando el mal a la otra. ¡Ea!, buen amigo,

¡tener rezio! Agora es mi tiempo o nunca. No la dexes, lléuamela de aquí a quien digo.

ALISA.- ¿Qué dizes, amiga?

CELESTINA.- Señora, que maldito sea el diablo e mi pecado, porque en tal tiempo houo de crescer el mal de tu hermana,

que no haurá para nuestro negocio oportunidad. ¿E qué mal es el suyo?

ALISA.- Dolor de costado e tal que, según del moço supe que quedaua, temo no sea mortal. Ruega tú, vezina, por amor mío,

en tus deuociones por su salud a Dios. [164]

CELESTINA.- Yo te prometo, señora, en yendo de aquí, me vaya por essos monesterios, donde tengo frayles deuotos míos, e

les dé el mismo cargo, que tú me das. E demás desto, ante que me desayune, dé quatro bueltas a mis cuentas.

ALISA.- Pues, Melibea, contenta a la vezina en todo lo que razón fuere darle por el hilado. E tú, madre, perdóname, que otro

día se verná en que más nos veamos.

CELESTINA.- Señora, el perdón sobraría donde el yerro falta. De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios

la dexe gozar su noble juuentud e florida mocedad, que es el tiempo en que más plazeres e mayores deleytes se alcançarán.

Que, a la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de renzillas, congoxa continua,

llaga incurable, manzilla de lo passado, pena de lo presente, cuydado triste de lo por venir, vezina de la muerte, choça sin rama,

que [165] se llueue por cada parte, cayado de mimbre, que con poca carga se doblega.

MELIBEA.- ¿Por qué dizes, madre, tanto mal de lo que todo el mundo con tanta eficacia gozar e ver dessean?

CELESTINA.- Dessean harto mal para sí, dessean harto trabajo. Dessean llegar allá, porque llegando viuen e el viuir es dulce

e viuiendo enuejescen. Assí que el niño dessea ser moço e el moço viejo e el viejo, más; avnque con dolor. Todo por viuir.

Porque como dizen, biua la gallina con su pepita. Pero ¿quién te podría contar señora, sus daños, sus inconvenientes, sus

fatigas, sus cuydados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su renzilla, [166] su pesadumbre, aquel arrugar

de cara, aquel mudar de cabellos su primera e fresca color, aquel poco oyr, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra,

aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carecer de fuerça, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues ¡ay,

ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los otros trabajos, quando sobra la gana e falta la

prouisión; ¡que jamás sentí peor ahíto, que de hambre!

MELIBEA.- Bien conozco que dize cada uno de la feria, segund le va en ella: assí que otra canción cantarán los ricos.

CELESTINA.- Señora, hija, a cada cabo ay tres leguas de mal quebranto. A los ricos se les va [167] la bienaventurança, la

gloria e descanso por otros alvañares de asechanças, que no se parescen, ladrillados por encima con lisonjas. Aquel es rico que

está bien con Dios. Más segura [168] cosa es ser menospreciado que temido. Mejor sueño duerme el pobre, que no el que tiene

de guardar con solicitud lo que con trabajo ganó e con dolor ha de dexar. Mi amigo no será simulado e el del rico sí. Yo soy

querida por mi persona; el rico por su hazienda. Nunca oye verdad, todos le hablan lisonjas a sabor de su paladar, todos le

han embidia. Apenas hallarás vn rico, que no confiese que le sería mejor estar en mediano estado o en honesta pobreza. Las

riquezas no hazen rico, mas ocupado; no hazen señor, mas mayordomo. Mas son los posseydos de las riquezas que no los que

las posseen. A muchos traxo la muerte, a todos quita el plazer e a las buenas costumbres ninguna cosa es más contraria. ¿No

oyste dezir: dormieron su sueño los varones de las riquezas e ninguna cosa hallaron en sus manos? Cada rico tiene vna dozena

de hijos e nietos, que no rezan otra oración, no otra petición; sino rogar a Dios que le saque d'en medio dellos; no veen la hora

que tener a él so la tierra e lo suyo entre sus manos e darle a poca costa su morada para siempre.

MELIBEA.- Madre, pues que assí es, gran pena [169] ternás por la edad que perdiste. ¿Querrías boluer a la primera?

CELESTINA.- Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quisiesse boluer de comienço la jornada para

tornar otra vez aquel lugar. Que todas aquellas cosas, cuya possessión no es agradable, más vale poseellas, que esperallas.

Porque más cerca está el fin d'ellas, quanto más andado del comienço. No ay cosa más dulce ni graciosa al muy cansado que el

mesón. Assí que, avnque la moçedad sea alegre; el verdadero viejo no la dessea. Porque [170] el que de razón e seso carece,

quasi otra cosa no ama, sino lo que perdió.

MELIBEA.- Siquiera por viuir más, es bueno dessear lo que digo.

CELESTINA.- Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero. Niguno es tan viejo, que no pueda viuir vn año ni tan

moço, que oy no pudiesse morir. Assí que en esto poca avantaja nos leuays.

MELIBEA.- Espantada me tienes con lo que has hablado. Indicio me dan tus razones que te aya visto otro tiempo. Dime,

madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías, cabe el río?

CELESTINA.- Hasta que Dios quiera.

MELIBEA.- Vieja te has parado. Bien dizen que los días no se van en balde. Assí goze de mí, no te conociera, sino por essa

señaleja de la cara. Figúraseme que eras hermosa. Otra pareces, muy mudada estás.

LUCRECIA.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¡Mudada está el [171] diablo! ¡Hermosa era con aquel su Dios os salue, que trauiessa la media

cara!

MELIBEA.- ¿Qué hablas, loca? ¿Qué es lo que dizes? ¿De qué te ríes?

LUCRECIA.- De cómo no conoscías a la madre en tan poco tiempo en la filosomía de la cara.

MELIBEA.- No es tan poco tiempo dos años; e más que la tiene arrugada.

CELESTINA.- Señora, ten tú el tiempo que no ande; terné yo mi forma, que no se mude. ¿No has leydo que dizen: verná el

día que en el espejo no te conozcas? Pero también yo encanecí temprano [172] e parezco de doblada edad. Que assí goze desta

alma pecadora e tu desse cuerpo gracioso, que de quatro hijas, que parió mi madre, yo fue la menor. Mira cómo no soy vieja,

como me juzgan.

MELIBEA.- Celestina, amiga, yo he holgado mucho en verte e conocerte. También hasme dado plazer con tus razones. Toma

tu dinero e vete con Dios, que me paresce que no deues hauer comido.

CELESTINA.- ¡O angélica ymagen! ¡O perla preciosa, e como te lo dizes! Gozo me toma en verte fablar. ¿E no sabes que

por la diuina boca fue dicho contra aquel infernal tentador, que no de solo pan viuiremos? Pues assí es, que no el solo comer

mantiene. Mayormente a mí, que me suelo estar vno e dos días negociando encomiendas agenas ayuna, saluo hazer por los

buenos, morir por ellos. Esto tuue siempre, querer más trabajar siruiendo a otros, que holgar contentando a mí. Pues, si tú me

das licencia, direte la necessitada causa de mi venida, que es otra que la que fasta agora as oydo e tal, que todos perderíamos en

me tornar en balde sin que la sepas.

MELIBEA.- Di, madre, todas tus necessidades, que, si yo las pudiere remediar, de muy buen [173] grado lo haré por el

passado conoscimiento e vezindad, que pone obligación a los buenos.

CELESTINA.- ¿Mías, señora? Antes agenas, como tengo dicho; que las mías de mi puerta adentro me las passo, sin que las

sienta la tierra, comiendo quando puedo, beuiendo quando lo tengo. Que con mi pobreza jamás me faltó, a Dios gracias, vna

blanca para pan e vn quarto para vino, después que embiudé; que antes no tenía yo cuydado de lo buscar, que sobrado estaua vn

cuero en mi casa e vno lleno e otro vazío. Jamás me acosté sin comer vna tostada en vino e dos dozenas de soruos, por amor de

la madre, tras cada sopa. Agora, como todo cuelga de mí, en vn jarrillo malpegado me lo traen, que [174] no cabe dos

açumbres. Seys vezes al día tengo de salir por mi pecado, con mis canas acuestas, a le henchir a la tauerna. Mas no muera yo

muerte, hasta que me vea con vn cuero o tinagica de mis puertas adentro. Que en mi ánima no ay otra prouisión, que como

dizen: pan e vino anda camino, que no moço garrido. Assí que donde no ay varón, todo bien fallesce: con mal está el huso,

quando la barua no anda de suso. Ha venido esto, señora, por lo que dezía de las agenas necessidades e no mías.

MELIBEA.- Pide lo que querrás, sea para quien fuere.

CELESTINA.- ¡Donzella graciosa e de alto linaje!, tu suaue fabla e alegre gesto, junto con el aparejo de liberalidad, que

muestras con esta pobre vieja, me dan osadía a te lo dezir. Yo dexo [175] vn enfermo a la muerte, que con sola una palabra de

tu noble boca salida, que le lleue metida en mi seno, tiene por fe que sanará, según la mucha deuoción tiene en tu gentileza.

MELIBEA.- Vieja honrrada, no te entiendo, si mas no declaras tu demanda. Por vna parte me alteras e prouocas a enojo; por

otra me mueues a compasión. No te sabría boluer respuesta conueniente, según lo poco, que he sentido de tu habla. Que yo soy

dichosa, si de mi palabra ay necessidad para salud de algún cristiano. Porque hazer beneficio es semejar a Dios, e el que le da le

recibe, quando a persona digna dél le haze. E demás desto, dizen que el que puede sanar al que padece, no lo faziendo, le mata.

Assí que no cesses tu petición por empacho ni temor.

CELESTINA.- El temor perdí mirando, señora, tu beldad. Que no puedo creer que en balde pintasse Dios vnos gestos más

perfetos que otros, más dotados de gracias, más hermosas faciones; sino para fazerlos almazén de virtudes, de misericordia, de

compassión, ministros de sus mercedes e dádiuas, como a ti. E pues como todos seamos humanos, nascidos para morir, sea

cierto que no se puede dezir nacido el que [176] para sí solo nasció. Porque sería semejante a los brutos animales, en los quales

avn ay algunos piadosos, como se dize del vnicornio, que se humilla a qualquiera donzella. El perro con todo su ímpetu e

braueza, quando viene a morder, si se echan en el suelo, no haze mal: esto de piedad. ¿Pues las aues? Ninguna cosa el gallo

come, que no participe e llame las gallinas a comer dello. El pelicano rompe el pecho por dar a sus hijos a comer de sus

entrañas. Las cigüeñas mantienen otro tanto tiempo a [177] sus padres viejos en el nido, quanto ellos les dieron ceuo siendo

pollitos. Pues tal conoscimiento dio la natura a los animales e aues, ¿por qué los hombres hauemos de ser mas crueles? ¿Por

qué no daremos parte de nuestras gracias e personas a los próximos, mayormente, quando están embueltos en secretas

enfermedades e tales que, donde está la melezina, salió la causa de la enfermedad?

MELIBEA.- Por Dios, sin más dilatar, me digas quién es esse doliente, que de mal tan perplexo se siente, que su passión e

remedio salen de vna misma fuente.

CELESTINA.- Bien ternás, señora, noticia en esta cibdad de vn cauallero mancebo, gentilhombre de clara sangre, que llaman

Calisto.

MELIBEA.- ¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más, no pases adelante. ¿Esse es el doliente por quien has fecho tantas

premissas en tu demanda? ¿Por quien has venido a buscar la muerte para ti? ¿Por quien has dado tan dañosos passos,

desuergonçada barvuda? ¿Qué siente esse perdido, que con tanta passión vienes? De locura será su mal. ¿Qué te parece? ¡Si me

fallaras [178] sin sospecha desse loco, con qué palabras me entrauas! No se dize en vano que el más empezible miembro del

mal hombre o muger es la lengua. ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechizera, enemiga de onestad, causadora de secretos yerros!

¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que me fino, que no me ha dexado gota de sangre en el cuerpo! Bien se lo mereçe

esto e más, quien a estas tales da oydos. Por cierto, si no mirasse a mi honestidad e por no publicar su osadía desse atreuido, yo

te fiziera, maluada, que tu razón e vida acabaran en vn tiempo.

CELESTINA. (Aparte).- ¡En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro! ¡Ea pues!: bien sé a quien digo. ¡Ce, hermano, que

se va todo a perder!

MELIBEA.- ¿Avn hablas entre dientes delante mí, para acrecentar mi enojo e doblar tu pena? ¿Querrías condenar mi

onestidad por dar vida a vn loco? ¿Dexar a mí triste por alegrar a él e lleuar tú el prouecho de mi perdición, el [179] galardón de

mí yerro? ¿Perderé destruyr la casa e la honrra de mi padre por ganar la de vna vieja maldita como tú? ¿Piensas que no tengo

sentidas tus pisadas e entendido tu dañado mensaje? Pues yo te certifico que las albricias, que de aquí saques, no sean sino

estoruarte de más ofender a Dios, dando fin a tus días. Respóndeme, traydora, ¿cómo osaste tanto fazer?

CELESTINA.- Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa. Mi inocencia me da osadía, tu presencia me turba en verla yrada

e lo que más siento e me pena es recibir enojo sin razón ninguna. Por Dios, señora, que me dexes concluyr mi dicho, que ni él

quedará culpado ni yo condenada. E verás cómo es todo más seruicio de Dios, que passos deshonestos; más para dar salud al

enfermo, que para dañar la fama al médico. Si pensara, señora, que tan de ligero hauías de conjecturar de lo passado nocibles

sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a hablar en cosa, que a Calisto ni a otro hombre tocasse.

MELIBEA.- ¡Jesú! No oyga yo mentar más esse loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo [180] como cigüeña, figura de

paramento malpintado; si no, aquí me caeré muerta. ¡Este es el que el otro día me vido, e començó a desuariar comigo en

razones, haziendo mucho del galán! Dirasle, buena vieja, que, si pensó que ya era todo suyo e quedaua por él el campo, porque

holgué más de consentir sus necedades, que castigar su yerro, quise más dexarle por loco, que publicar su grande atreuimiento.

Pues auísale que se aparte deste propósito e serle ha sano; sino, podrá ser que no aya comprado tan cara, habla en su vida. Pues

sabe que no es vencido, sino el que se cree serlo, e yo quedé bien segura e él vfano. De los locos es estimar a todos los otros de

su calidad. E tú tórnate con su mesma razón; que respuesta de mí otra no haurás ni la esperes. Que por demás es ruego a quien

no puede hauer misericordia. E da gracias a Dios, pues tan libre vas desta feria. Bien me hauían dicho quien tu eras e auisado de

tus propriedades, avnque agora no te conocía. [181]

CELESTINA. (Aparte).- ¡Más fuerte estaua Troya e avn otras más brauas he yo amansado! Ninguna tempestad mucho dura.

MELIBEA.- ¿Qué dizes, enemiga? Fabla, que te pueda oyr. ¿Tienes desculpa alguna para satisfazer mi enojo e escusar tu

yerro e osadía?

CELESTINA.- Mientras viuiere tu yra, más dañará mi descargo. Que estás muy rigurosa e no me marauillo: que la sangre

nueua poca calor ha menester para heruir.

MELIBEA.- ¿Poca calor? ¿Poco lo puedes llamar, pues quedaste tú viua e yo quexosa sobre tan gran atreuimiento? ¿Qué

palabra podías tú querer para esse tal hombre, que a mí bien me estuuiesse? Responde, pues dizes que no has concluydo: ¡quiça

pagarás lo passado!

CELESTINA.- Vna oración, señora, que le dixeron que sabías de sancta Polonia para el dolor de las muelas. Assí mismo tu

cordón, que es fama que ha tocado todas las reliquias, que ay en Roma e Jerusalem. Aquel cauallero, que dixe, pena e muere

dellas. Esta fue mi venida. Pero, pues en mi dicha estaua tu ayrada respuesta, padézcase él su dolor, en pago de buscar tan

desdichada mensajera. Que, pues en tu mucha [182] virtud me faltó piedad, también me faltará agua, si a la mar me embiara.

Pero ya sabes que el deleyte de la vengança dura vn momento y el de la misericordia para siempre.

MELIBEA.- Si esso querías, ¿por qué luego no me lo espresaste? ¿Por qué me lo dixiste en tan pocas palabras?

CELESTINA.- Señora, porque mi limpio motiuo me hizo creer que, avnque en menos lo propusiera, no se hauía de sospechar

mal. Que, si faltó el deuido preámbulo, fue porque la verdad no es necessario abundar de muchas colores. Compassión de su

dolor, confiança de tu magnificencia ahogaron en mi boca al principio la espresión de la causa. E pues conosces, señora, que el

dolor turba, la turbación desmanda e altera la lengua, la qual hauía de estar siempre atada con el seso, ¡por Dios!, que no me

culpes. E si el otro yerro ha fecho, no redunde en mi daño, pues no tengo otra culpa, sino ser mensajera [183] del culpado. No

quiebre la soga por lo más delgado. No seas la telaraña, que no muestra su fuerça sino contra los flacos animales. No paguen

justos por peccadores. Imita la diuina justicia, que dixo: El ánima que pecare, aquella misma muera; a la humana, que jamás

condena al padre por el delicto del hijo ni al hijo por el del padre. Ni es, señora, razón que su atreuimiento acarree mi perdición.

Avnque, según su merecimiento, no ternía en mucho que fuese él el delinquente e yo la condemnada. Que no es otro mi oficio,

sino seruir a los semejantes: desto biuo e desto me arreo. Nunca fue mi voluntad enojar a vnos por agradar a otros, avnque ayan

dicho a tu merced en mí absencia otra cosa. Al fin, señora, a la firme verdad el viento del vulgo, no la empece. Vna sola soy en

este limpio trato. En toda la ciudad [184] pocos tengo descontentos. Con todos cumplo, los que algo me mandan, como si

touiesse veynte pies e otras tantas manos.

MELIBEA.- No me marauillo, que vn solo maestro de vicios dizen que basta para corromper vn gran pueblo. Por cierto,

tantos e tales loores me han dicho de tus falsas mañas, que no sé si crea que pedías oración.

CELESTINA.- Nunca yo la reze e si la rezare no sea oyda, si otra cosa de mí se saque, avnque mill tormentos me diessen.

MELIBEA.- Mi passada alteración me impide a reyr de tu desculpa. Que bien sé que ni juramento ni tormento te torcerá a

dezir verdad, que no es en tu mano.

CELESTINA.- Eres mi señora. Téngote de callar, hete yo de seruir, hasme tú de mandar. Tu mala palabra será víspera de vna

saya.

MELIBEA.- Bien la has merescido.

CELESTINA.- Si no la he ganado con la lengua, no la he perdido con la intención.

MELIBEA.- Tanto afirmas tu ignorancia, que me hazes creer lo que puede ser. Quiero pues en tu dubdosa desculpa tener la

sentencia en [185]peso e no disponer de tu demanda al sabor de ligera interpretación. No tengas en mucho ni te marauilles de

mi passado sentimiento, porque concurrieron dos cosas en tu habla, que qualquiera dellas era bastante para me sacar de seso:

nombrarme esse tu cauallero, que comigo se atreuió a hablar, e también pedirme palabra sin más causa, que no se podía

sospechar sino daño para mi honrra. Pero pues todo viene de buena parte, de lo passado aya perdón. Que en alguna manera es

aliuiado mi coraçón, viendo que es obra pía e santa sanar los passionados e enfermos.

CELESTINA.- ¡E tal enfermo, señora! Por Dios, si bien le conosciesses, no le juzgasses por el que has dicho e mostrado con

tu yra. En Dios e en mi alma, no tiene hiel; gracias, dos mill: en franqueza, Alexandre; en esfuerço, Etor; gesto, de vn rey;

gracioso, alegre; jamás reyna en él tristeza. De noble sangre, como sabes. [186] Gran justador, pues verlo armado, vn sant

George. Fuerça e esfuerço, no tuuo Ercules tanta. La presencia e faciones, dispusición, desemboltura, otra lengua hauía

menester para las contar. Todo junto semeja ángel del cielo. Por fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso, que se

enamoró de su propia figura, quando se vido en las aguas de la fuente. Agora, señora, tiénele derribado vna sola muela, que

jamás cessa de quexar.

MELIBEA.- ¿E qué tanto tiempo ha?

CELESTINA.- Podrá ser, señora, de veynte e tres años: que aquí está Celestina, que le vido nascer e le tomó a los pies de su

madre. [187]

MELIBEA.- Ni te pregunto esso ni tengo necessidad de saber su edad; sino qué tanto ha que tiene el mal.

CELESTINA.- Señora, ocho días. Que parece que ha vn año en su flaqueza. E el mayor remedio que tiene es tomar vna

vihuela e tañe tantas canciones e tan lastimeras, que no creo que fueron otras las que compuso aquel Emperador e gran músico

Adriano, de la partida del ánima, por sofrir sin desmayo la ya vezina muerte. Que avnque yo sé poco de música, parece que faze

aquella vihuela fablar. Pues, si acaso canta, de mejor gana se paran las aues a le oyr, que no aquel antico, de quien se dize que

mouía los árboles e piedras con su canto. Siendo este nascido no alabaran a Orfeo. Mirá, señora, si vna [188] pobre vieja, como

yo, si se fallará dichosa en dar la vida a quien tales gracias tiene. Ninguna muger le vee, que no alabe a Dios, que assí le pintó.

Pues, si le habla acaso, no es más señora de sí, de lo que él ordena. E pues tanta razón tengo, juzgá, señora, por bueno mi

propósito, mis passos saludables e vazíos de sospecha.

MELIBEA.- ¡O quanto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él ignorante e tu ynocente, haués padescido las

alteraciones de [189] mi ayrada lengua. Pero la mucha razón me relieua de culpa, la qual tu habla sospechosa causó. En pago de

tu buen sofrimiento, quiero complir tu demanda e darte luego mi cordón. E porque para escriuir la oración no haurá tiempo sin

que venga mi madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente.

LUCRECIA. (Aparte).- ¡Ya, ya, perdida es mí ama! ¿Secretamente quiere que venga Celestina? ¡Fraude ay! ¡Más le querrá

dar, que lo dicho!

MELIBEA.- ¿Qué dizes, Lucrecia?

LUCRECIA.- Señora, que baste lo dicho; que es tarde.

MELIBEA.- Pues, madre, no le des parte de lo que passó a esse cauallero, porque no me tenga por cruel o arrebatada o

deshonesta.

LUCRECIA. (Aparte).- No miento yo, que ¡mal va este fecho!

CELESTINA.- Mucho me marauillo, señora Melibea, de la dubda que tienes de mi secreto. No temas, que todo lo sé sofrir e

encubrir. Que bien veo que tu mucha sospecha echó, como suele, mis razones a la más triste parte. Yo voy con tu cordón tan

alegre, que se me figura que está [190] diziéndole allá su coraçón la merced, que nos hiziste e que lo tengo de hallar aliuiado.

MELIBEA.- Más haré por tu doliente, si menester fuere, en pago de lo sofrido.

CELESTINA.- Más será menester e más harás e avnque no se te agradezca.

MELIBEA.- ¿Qué dizes, madre, de agradescer?

CELESTINA.- Digo, señora, que todos lo agradescemos e seruiremos e todos quedamos obligados. Que la paga más cierta

es, quando más la tienen de complir.

LUCRECIA.- ¡Trastrócame essas palabras!

CELESTINA.- ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Yrás a casa e darte he vna lexía, con que pares essos cavellos más que el oro. No lo digas

a tu señora. E avn darte he vnos poluos para quitarte esse olor de la boca, que te huele vn poco, que en el reyno no lo sabe fazer

otra sino yo e no ay cosa que peor en la muger parezca.

LUCRECIA.- ¡O! Dios te dé buena vejez, que mas necessidad tenía de todo esso que de comer.

CELESTINA.- ¿Pues, porque murmuras contra mí, [191] loquilla? Calla, que no sabes si me aurás menester en cosa de más

importancia. No prouoques a yra a tu señora, más de lo que ella ha estado. Déxame yr en paz.

MELIBEA.- ¿Qué le dizes, madre?

CELESTINA.- Señora, acá nos entendemos.

MELIBEA.- Dímelo, que me enojo, quando yo presente se habla cosa de que no aya parte.

CELESTINA.- Señora, que te acuerde la oración, para que la mandes escriuir e que aprenda de mí a tener mesura en el

tiempo de tu yra, en la qual yo vsé lo que se dize: que del ayrado es de apartar por poco tiempo, del enemigo por mucho. Pues

tú, señora, tenías yra con lo que sospechaste de mis palabras, no enemistad. Porque, avnque fueranlas que tú pensauas, en sí no

eran malas: que cada día ay hombres penados por mugeres e mugeres por hombres e esto obra la natura e la natura ordenola

Dios e Dios no hizo [192] cosa mala. E assí quedaua mi demanda, como quiera que fuesse, en sí loable, pues de tal tronco

procede, e yo libre de pena. Más razones destas te diría, si no porque la prolixidad es enojosa al que oye e dañosa al que habla.

MELIBEA.- En todo has tenido buen tiento, assí en el poco hablar en mi enojo, como con el mucho sofrir.

CELESTINA.- Señora, sofrite con temor, porque te ayraste con razón. Porque con la yra morando, poder, no es sino rayo. E

por esto passé tu rigurosa habla hasta que tu almazén houiesse gastado.

MELIBEA.- En cargo te es esse cauallero.

CELESTINA.- Señora, más merece. E si algo con mi ruego para él he alcançado, con la tardança lo he dañado. Yo me parto

para él, si licencia me das.

MELIBEA.- Mientra más ayna la houieras pedido, más de grado la houieras recabdado. Ve con Dios, que ni tu mensaje me

ha traydo prouecho ni de tu yda me puede venir daño.

[194]

El aucto quinto

ARGUMENTO DEL QUINTO AUTO

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle hablando consigo misma entre dientes. Llegada a su casa, halló a Sempronio,

que la aguardaua. Ambos van hablando hasta llegar a su casa de Calisto e, vistos por Pármeno, cuéntalo a Calisto su amo, el

qual le mandó abrir la puerta.

CALISTO, PÁRMENO, SEMPRONIO, CELESTINA.

CELESTINA.- ¡O rigurosos trances! ¡O cruda osadía! ¡O gran sofrimiento! ¡E qué tan cercana estuue de la muerte, si mi

mucha astucia no rigera con el tiempo las velas de la petición! ¡O amenazas de donzella braua! ¡O ayrada donzella! ¡O diablo a

quien yo conjuré! ¿Cómo compliste tu palabra en todo lo que te pedí? En cargo te soy. Assí amansaste la cruel hembra con tu

poder e diste tan oportuno lugar a mi habla quanto quise, con la absencia de su madre. ¡O vieja Celestina! ¿Vas alegre? Sábete

[194] que la meytad está hecha, quando tienen buen principio las cosas. ¡O serpentino azeyte! ¡O blanco filado! ¡Cómo os

aparejastes todos en mi fauor! ¡O!, ¡yo rompiera todos mis atamientos hechos e por fazer ni creyera en yeruas ni piedras ni en

palabras! Pues alégrate, vieja, que más sacarás deste pleyto, que de quinze virgos, que renouaras, ¡O malditas haldas, prolixas e

largas, cómo me estoruays de llegar adonde han de reposar mis nueuas! ¡O buena fortuna, cómo ayudas a los osados, e a los

tímidos eres contraria! Nunca huyendo huye la muerte al couarde. ¡O quantas erraran en lo que yo he acertado! ¿Qué fizieran en

tan fuerte estrecho estas nueuas maestras de mi oficio, sino responder algo a Melibea, por donde se perdiera quanto yo con buen

callar he ganado? Por esto dizen quien las sabe las tañe e que es más cierto [195] médico el esperimentado que el letrado e la

esperiencia e escarmiento haze los hombres arteros e la vieja, como yo, que alce sus haldas al passar del vado, como maestra.

¡Ay cordón, cordón! Yo te faré traer por fuerça, si viuo, a la que no quiso darme su buena habla de grado.

SEMPRONIO.- O yo no veo bien o aquella es Celestina. ¡Válala el diablo, haldear que trae! Parlando viene entre dientes.

CELESTINA.- ¿De qué te santiguas, Sempronio? Creo que en verme.

SEMPRONIO.- Yo te lo diré. La raleza de las cosas es madre de la admiración; la admiración concebida en los ojos deciende

al ánimo por ellos; el ánimo es forjado descubrillo por estas esteriores señales. ¿Quién jamás te vido por la calle, abaxada la

cabeça, puestos los ojos en el suelo, e no mirar a ninguno como agora? ¿Quién te vido hablar entre dientes por las calles e venir

aguijando, como quien va a ganar beneficio? [196] Cata que todo esto nouedad es para se marauillar quien te conoce. Pero esto

dexado, dime, por Dios, con qué vienes. Dime si tenemos hijo o hija. Que desde que dio la vna te espero aquí e no he sentido

mejor señal que tu tardança.

CELESTINA.- Hijo, essa regla de bouos no es siempre cierta, que otra hora me pudiera más tardar e dexar allá las narizes; e

otras dos narizes e lengua: e assí que, mientra más tardasse, más caro me costasse.

SEMPRONIO.- Por amor mío, madre, no passes de aquí sin me lo contar.

CELESTINA.- Sempronio amigo, ni yo me podría parar ni el lugar es aparejado. Vente comigo. Delante Calisto oyrás

marauillas. Que será desflorar mi embaxada comunicándola con muchos. De mi boca quiero que sepa lo que se ha hecho. Que,

avnque ayas de hauer alguna partizilla del prouecho, quiero yo todas las gracias del trabajo.

SEMPRONIO.- ¿Partezilla, Celestina? Mal me parece eso que dizes. [197]

CELESTINA.- Calla, loquillo, que parte o partezilla, quanto tú quisieres te daré. Todo lo mío es tuyo. Gozémonos e

aprouechémonos, que sobre el partir nunca reñiremos. E también sabes tú quanta más necessidad tienen los viejos que los

moços, mayormente tú que vas a mesa puesta.

SEMPRONIO.- Otras cosas he menester más de comer.

CELESTINA.- ¿Qué, hijo? ¡Una dozena de agujetas e vn torce para el bonete e vn arco para andarte de casa en casa tirando a

páxaros e aojando páxaras a las ventanas! Mochachas digo, bouo, de las que no saben bolar, que bien me entiendes. Que no ay

mejor alcahuete para ellas que vn arco, que se puede entrar cada vno hecho moxtrenco, como dizen: en achaque de trama

[198] etc. ¡Mas ay, Sempronio, de quien tiene de mantener honrra e se va haziendo vieja como yo!

SEMPRONIO. (Aparte).- ¡O lisonjera vieja! ¡O vieja llena de mal! ¡O cobdiciosa e auarienta garganta! También quiere a mí

engañar como a mi amo, por ser rica. ¡Pues mala medra tiene! ¡No le arriendo la ganancia! Que quien con modo torpe sube en

lo alto, más presto cae, que sube. ¡O que mala cosa es de conocer el hombre! Bien dizen que ninguna mercaduría ni animal es

tan difícil! ¡Mala vieja, falsa, es ésta! ¡El diablo me metió con ella! Más seguro me fuera huyr desta venenosa bíuora, que

tomalla. Mía fue la culpa. Pero gane harto, que por bien o mal no negará la promessa.

CELESTINA.- ¿Qué dizes, Sempronio? ¿Con quien hablas? ¿Viénesme royendo las haldas? ¿Por qué no aguijas?

SEMPRONIO.- Lo que vengo diziendo, madre mía, es que no me marauillo que seas mudable, que [199] sigues el camino de

las muchas. Dicho me auías que diferirías este negocio. Agora vas sin seso por dezir a Calisto quanto passa. ¿No sabes que

aquello es en algo tenido, que es por tiempo desseado, e que cada día que él penasse era doblarnos el prouecho?

CELESTINA.- El propósito muda el sabio; el nescio perseuera. A nueuo negocio, nueuo consejo se requiere. No pensé yo,

hijo Sempronio, que assí me respondiera mi buena fortuna. De los discretos mensajeros es hazer lo que el tiempo quiere. Assí

que la qualidad de lo fecho no puede encubrir tiempo dissimulado. E más que yo sé que tu amo, según lo que dél sentí, es

liberal e algo antojadizo. Más dará en vn día de buenas nueuas, que en ciento, que ande penado e yo yendo e viniendo. Que los

acelerados e súpitos plazeres crían alteración, la mucha alteración estorua el deliberar. Pues ¿en qué podrá parar el bien, sino en

bien e el alto mensaje, sino en luengas albricias? Calla, bouo, dexa fazer a tu vieja. [200]

SEMPRONIO.- Pues dime lo que passó con aquella gentil donzella. Dime alguna palabra de su boca. Que, por Dios, assí

peno por sabella, como mi amo penaría.

CELESTINA.- ¡Calla, loco! Altérasete la complesión. Ya lo veo en ti, que querrías más estar al sabor, que al olor deste

negocio. Andemos presto, que estará loco tu amo con mi mucha tardança.

SEMPRONIO.- E avn sin ella se lo está.

PÁRMENO.- ¡Señor, señor!

CALISTO.- ¿Qué quieres, loco?

PÁRMENO.- A Sempronio e a Celestina veo venir cerca de casa, haziendo paradillas de rato en rato e, quando están quedos,

hazen rayas en el suelo con el espada. No sé que sea.

CALISTO.- ¡O desuariado, negligente! Veslos venir: ¿no puedes decir corriendo a abrir la puerta? ¡O alto Dios! ¡O soberana

deydad! ¿Con qué vienen? ¿Qué nueuas traen? Qué tan grande ha sido su tardança, que ya más esperaua su venida, que el fin de

mi remedio. ¡O mis tristes oydos! Aparejaos a lo que os viniere, que en su boca de Celestina está agora aposentado [201] el

aliuio o pena de mi coraçón. ¡O!, ¡si en sueño se pasasse este poco tiempo, hasta ver el principio e fin de su habla! Agora tengo

por cierto que es más penoso al delinquente esperar la cruda e capital sentencia, que el acto de la ya sabida muerte. ¡O

espacioso Pármeno, manos de muerto! Quita ya essa enojosa aldaua: entrará essa honrrada dueña, en cuya lengua está mi vida.

CELESTINA.- ¿Oyes, Sempronio? De otro temple anda nuestro amo. Bien difieren estas razones a las que oymos a Pármeno

e a él la primera venida. De mal en bien me parece que va. No ay palabra de las que dize, que no vale a la vieja Celestina más

que vna saya.

SEMPRONIO.- Pues mira que entrando hagas que no ves a Calisto e hables algo bueno.

CELESTINA.- Calla, Sempronio, que avnque aya auenturado mi vida, más merece Calisto e su ruego e tuyo e más mercedes

espero yo dél.

[203]

El aucto sesto

ARGUMENTO DEL SESTO AUTO

Entrada Celestina en casa de Calisto, con grande afición e desseo Calisto le pregunta de lo que le ha acontescido con

Melibea. Mientra ellos están hablando, Pármeno, oyendo fablar a Celestina, de su parte contra Sempronio a cada razón le pone

vn mote, reprehendiéndolo Sempronio. En fin, la vieja Celestina le descubre todo lo negociado e vn cordón de Melibea. E,

despedida de Calisto, vase para su casa e con ella Pármeno.

CALISTO, CELESTINA, PÁRMENO, SEMPRONIO.

CALISTO.- ¿Qué dizes, señora e madre mía?

CELESTINA.- ¡O mi señor Calisto! ¿E aquí estás? ¡O mi nueuo amador de la muy hermosa Melibea e con mucha razón!

¿Con qué pagarás a la vieja, que oy ha puesto su vida al tablero por tu seruicio? ¿Qual muger jamás se vido en tan estrecha

afrenta como yo, que en tornallo a pensar se me menguan e vazían todas las venas de mi cuerpo, de sangre? Mi vida diera [204]

por menor precio, que agora daría este manto raydo e viejo.

PÁRMENO.- Tú dirás lo tuyo: entre col e col lechuga. Sobido has vn escalón; más adelante te espero a la saya. Todo para ti e

no nada de que puedas dar parte. Pelechar quiere la vieja. Tú me sacarás a mí verdadero e a mi amo loco. No le pierdas palabra,

Sempronio, e verás cómo no quiere pedir dinero, porque es diuisible.

SEMPRONIO.- Calla, hombre desesperado, que te matará Calisto si te oye.

CALISTO.- Madre mía, abreuia tu razón o toma esta espada e mátame.

PÁRMENO.- Temblando está el diablo como azogado: no se puede tener en sus pies, su lengua le querría prestar para que

fablasse presto, no es mucha su vida, luto hauremos de medrar destos amores.

CELESTINA.- ¿Espada, señor, o qué? ¡Espada mala mate a tus enemigos e a quien mal te quiere!, que yo la vida te quiero

dar con buena esperança, que traygo de aquella, que tú mas amas. [205]

CALISTO.- ¿Buena esperança, señora?

CELESTINA.- Buena se puede dezir, pues queda abierta puerta para mi tornada e antes me recibirá a mí con esta saya rota,

que a otro con seda e brocado.

PÁRMENO.- Sempronio, cóseme esta boca, que no lo puedo sofrir. ¡Encaxado ha la saya!

SEMPRONIO.- ¿Callarás, por Dios, o te echaré dende con el diablo? Que si anda rodeando su vestido, haze bien, pues tiene

dello necessidad. Que el abad de dó canta de allí viste.

PÁRMENO.- E avn viste como canta. E esta puta vieja querría en vn día por tres pasos desechar todo el pelo malo, quanto en

cincuenta años no ha podido medrar.

SEMPRONIO.- ¿Todo esso es lo que te castigó e el conoscimiento que os teníades e lo que te crió? [206]

PÁRMENO.- Bien sofriré mas que pida e pele; pero no todo para su prouecho.

SEMPRONIO.- No tiene otra tacha sino ser cobdiciosa; pero déxala, varde sus paredes, que después vardará las nuestras o en

mal punto nos conoció.

CALISTO.- Dime, por Dios, señora, ¿qué fazía? ¿Cómo entraste? ¿Qué tenía vestido? ¿A qué parte de casa estaua? ¿Qué

cara te mostró al principio?

CELESTINA.- Aquella cara, señor, que suelen los brauos toros mostrar contra los que lançan las agudas frechas en el coso, la

que los monteses puercos contra los sabuesos, que mucho los aquexan.

CALISTO.- ¿E a essas llamas señales de salud? Pues ¿quáles serán mortales? No por cierto la misma muerte: que aquella

aliuio sería en tal caso deste mi tormento, que es mayor e duele más.

SEMPRONIO.- ¿Estos son los fuegos pasados de mi [207] amo? ¿Qué es esto? ¿No ternía este hombre sofrimiento para oyr

lo que siempre ha deseado?

PÁRMENO.- ¡E que calle yo, Sempronio! Pues, si nuestro amo te oye, tan bien te castigará a ti como a mí.

SEMPRONIO.- ¡O mal fuego te abrase! Que tú fablas en daño de todos e yo a ninguno ofendo. ¡O! ¡Intolerable pestilencia e

mortal te consuma, rixoso, embidioso, maldito! ¿Toda esta es la amistad, que con Celestina e comigo hauías concertado? ¡Vete

de aquí a la mala ventura!

CALISTO.- Si no quieres, reyna e señora mía, que desespere e vaya mi ánima condenada a perpetua pena, oyendo essas

cosas, certifícame breuemente si houo buen fin tu demanda gloriosa e la cruda e rigurosa muestra de aquel gesto angélico e

matador; pues todo esso más es señal de odio, que de amor.

CELESTINA.- La mayor gloria, que al secreto oficio de la abeja se da, a la qual los discretos deuen imitar, es que todas las

cosas por ella tocadas conuierte en mejor de lo que son. Desta manera me he hauido con las çahareñas razones e esquiuas de

Melibea. Todo su rigor traygo conuertido en miel, su yra en mansedumbre, su aceleramiento [208] en sosiego. ¿Pues, a qué

piensas que yua allá la vieja Celestina, a quien tú, demás de su merecimiento, magníficamente galardonaste, sino ablandar su

saña, sofrir su acidente, a ser escudo de tu absencia, a recebir en mi manto los golpes, los desuíos, los menosprecios, desdenes,

que muestran aquellas en los principios de sus requerimientos de amor, para que sea después en mas tenida su dádiua? Que a

quien más quieren, peor hablan. E si assí no fuesse, ninguna diferencia hauría entre las públicas, que aman, a las escondidas

donzellas, si todas dixesen sí a la entrada de su primer requerimiento, en viendo que de alguno eran amadas. Las quales, avnque

están abrasadas e encendidas de viuos fuegos de amor, por su honestidad muestran vn frío esterior, vn sosegado vulto, vn

aplazible desuío, vn constante ánimo e casto propósito, vnas palabras agras, que la propia lengua se marauilla del gran

sofrimiento suyo, que la fazen forçosamente confessar el contrario de lo que sienten. Assí que para [209] que tú descanses e

tengas reposo, mientra te contare por estenso el processo de mi habla e la causa que tuue para entrar, sabe que el fin de su razón

e habla fue muy bueno

CALISTO.- Agora, señora, que me has dado seguro, para que ose esperar todos los rigores de la respuesta, di quanto

mandares e como quisieres; que yo estaré atento. Ya me reposa el coraçón, ya descansa mi pensamiento, ya reciben las venas e

recobran su perdida sangre, ya he perdido temor, ya tengo alegría. Subamos, si mandas, arriba. En mi cámara me dirás por

estenso lo que aquí he sabido en suma.

CELESTINA.- Subamos, señor.

PÁRMENO.- ¡O sancta María! ¡Y qué rodeos busca este loco por huyr de nosotros, para poder llorar a su plazer con

Celestina de gozo y por descubrirle mill secretos de su liuiano e desuariado apetito, por preguntar y responder seys vezes cada

cosa, sin que esté presente quien le pueda dezir que es prolixo! Pues mándote yo, desatinado, que tras ti vamos.

CALISTO.- Mirá, señora, qué fablar trae Pármeno, cómo se viene santiguando de oyr lo que has hecho con tu gran

diligencia. Espantado está, por mi fe, señora Celestina. Otra vez se santigua. [210] Sube, sube, sube y asiéntate, señora, que de

rodillas quiero escuchar tu suaue respuesta. Dime luego la causa de tu entrada, qué fue.

CELESTINA.- Vender vn poco de hilado, con que tengo caçadas más de treynta de su estado, si a Dios ha plazido, en este

mundo e algunas mayores.

CALISTO.- Esso será de cuerpo, madre; pero no de gentileza, no de estado, no de gracia e discreción, no de linaje, no de

presunción con merecimiento, no en virtud, no en habla.

PÁRMENO.- Ya escurre eslauones el perdido. Ya se desconciertan sus badajadas. Nunca da menos de doze; siempre está

hecho relox de mediodía. Cuenta, cuenta, Sempronio, que estás desbauando oyéndole a él locuras e a ella mentiras.

SEMPRONIO.- ¡Maldeziente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del mundo las aguzan, hecho serpiente,

que huye la boz del encantador? Que solo por ser de amores estas razones, avnque mentiras, las hauías de escuchar con gana.

[211]

CELESTINA.- Oye, señor Calisto, e verás tu dicha e mi solicitud qué obraron. Que en començando yo a vender e poner en

precio mi hilado, fue su madre de Melibea llamada para que fuesse a visitar vna hermana suya enferma. E como le fuesse

necessario absentarse, dexó en su lugar a Melibea.

CALISTO.- ¡O gozo sin par! ¡O singular oportunidad! ¡O oportuno tiempo! ¡O quien estuuiera allí debaxo de tu manto,

escuchando qué hablaría sola aquella en quien Dios tan estremadas gracias puso!

CELESTINA.- ¿Debaxo de mi manto, dizes? ¡Ay mezquina! Que fueras visto por treynta agujeros que tiene, si Dios no le

mejora.

PÁRMENO.- Sálgome fuera, Sempronio. Ya no digo nada; escúchatelo tú todo. Si este perdido de mi amo no midiesse con el

pensamiento quantos pasos ay de aquí a casa de Melibea e contemplasse en su gesto e considerasse cómo estaría haviniendo el

hilado, todo el sentido puesto e ocupado en ella, él vería que mis consejos [212] le eran más saludables, que estos engaños de

Celestina.

CALISTO.- ¿Qué es esto, moços? Estó yo esenchando atento, que me va la vida; ¿vosotros susurrays, como soleys, por

fazerme mala obra e enojo? Por mi amor, que calleys: morirés de plazer con esta señora, según su buena diligencia. Di, señora,

¿qué fiziste, quando te viste sola?

CELESTINA.- Recebí, señor, tanta alteración de plazer, que qualquiera que me viera, me lo conociera en el rostro.

CALISTO.- Agora la rescibo yo: quanto más quien ante sí contemplaua tal ymagen. Enmudecerías con la nouedad

incogitada.

CELESTINA.- Antes me dio más osadía a hablar lo que quise verme sola con ella. Abrí mis entrañas. Díxele mi embaxada:

cómo penauas tanto por vna palabra, de su boca salida en fauor tuyo, para sanar un gran dolor. E como ella estuniesse suspensa,

mirándome, espantada del nueuo mensaje, escuchando fasta ver quién podía ser el que assí por necessidad de su palabra penaua

o a quién pudiesse sanar su lengua, en nombrando tu nombre, atajó mis palabras, diose en la frente vna grand palmada, como

quien cosa de grande espanto houiesse oydo, diziendo [213] que cessasse mi habla e me quitasse delante, si no quería hazer a

sus seruidores verdugos de mi postremería, agrauando mi osadía, llamándome hechizera, alcahueta, vieja falsa, barbuda,

malhechora e otros muchos inominiosos nombres, con cuyos títulos asombran a los niños de cuna. E empós desto mill

amortescimientos e desmayos, mill milagros e espantos, turbado el sentido, bulliendo fuertemente los miembros [214] todos a

vna parte e a otra, herida de aquella dorada frecha, que del sonido de tu nombre le tocó, retorciendo el cuerpo, las manos

enclauijadas, como quien se despereza, que parecía que las despedaçaua, mirando con los ojos a todas partes, acoceando con

los pies el suelo duro. E yo a todo esto arrinconada, encogida, callando, muy gozosa con su ferocidad. Mientra más

vasqueaua, más yo me alegraua, porque más cerca estaua el rendirse e su cayda. Pero entre tanto que gastaua aquel

espumajoso almazén su yra, yo no dexaua mis pensamientos estar vagos ni ociosos, de manera que toue tiempo para saluar lo

dicho.

CALISTO.- Esso me di, señora madre. Que yo he rebuelto en mi juyzio, mientra te escucho e no he fallado desculpa que

buena fuesse ni conuiniente, con que lo dicho se cubriesse ni colorasse, sin quedar terrible sospecha de tu demanda. Porque

conozca tu mucho saber, que en todo me pareces más que muger: que como su respuesta tú pronosticaste, proueyste con tiempo

tu réplica. ¿Qué más hazía aquella Tusca Adeleta, [215] cuya fama, siendo tú viua, se perdiera? La qual tres días ante de su fin

prenunció la muerte de su viejo marido e de dos fijos que tenía. Ya creo lo que dizes, que el género flaco de las hembras es más

apto para las prestas cautelas, que el de los varones.

CELESTINA.-¿Qué, señor? Dixe que tu pena era mal de muelas e que la palabra, que della quería, era vna oración, que ella

sabía, muy deuota, para ellas.

CALISTO.- ¡O marauillosa astucia! ¡O singular muger en su oficio! ¡O cautelosa hembra! ¡O melezina presta! ¡O discreta en

mensajes! ¿Qual humano seso bastara a pensar tan alta manera de remedio? De cierto creo, si nuestra edad [216] alcançara

aquellos passados Eneas e Dido, no trabajara tanto Venus para atraer a su fijo el amor de Elisa, haziendo tomar a Cupido

Ascánica forma, para la engañar; antes por euitar prolixidad, pusiera a ti por medianera. Agora doy por bienempleada mi

muerte, puesta en tales manos, e creeré que, sí mi desseo no houiere efeto, qual querría, que no se pudo obrar más, según

natura, en mi salud. ¿Qué os parece, moços?¿Qué mas se pudiera pensar? ¿Ay tal muger nascida en el mundo?

CELESTINA.- Señor, no atajes mis razones; déxame dezir, que se va haziendo noche. Ya sabes que quien malhaze aborrece

la claridad e, yendo a mi casa, podré hauer algún malencuentro.

CALISTO.- ¿Qué, qué? Sí, que hachas e pajes ay, que te acompañen.

PÁRMENO.- ¡Sí, sí, porque no fuercen a la niña! [217] Tú yrás con ella, Sempronio, que ha temor de los grillos, que cantan

con lo escuro.

CALISTO.- ¿Dizes algo, hijo Pármeno?

PÁRMENO.- Señor, que yo e Sempronio será bueno que la acompañemos hasta su casa, que haze mucho escuro.

CALISTO.- Bien dicho es. Después será. Procede en tu habla e dime qué mas passaste. ¿Qué respondió a la demanda de la

oración?

CELESTINA.- Que la daría de su grado.

CALISTO.- ¿De su grado? ¡O Dios mío, qué alto don!

CELESTINA.- Pues más le pedí.

CALISTO.- ¿Qué, mi vieja honrrada?

CELESTINA.- Vn cordón, que ella trae contino ceñido, diziendo que era prouechoso para tu mal, porque hauía tocado

muchas reliquias.

CALISTO.- ¿Pues qué dixo?

CELESTINA.- ¡Dame albricias! Decírtelo he.

CALISTO.- ¡O!, por Dios, toma toda esta casa e quanto en ella ay e dímelo o pide lo que querrás.

CELESTINA.- Por vn manto, que tu des a la vieja, te dará en tus manos el mesmo, que en su cuerpo ella traya.

CALISTO.- ¿Qué dizes de manto? E saya e quanto yo tengo.

CELESTINA.- Manto he menester e éste terné yo en harto. No te alargues más. No pongas sospechosa [218] duda en mi

pedir. Que dizen que ofrescer mucho al que poco pide es especie de negar.

CALISTO.-¡Corre! Pármeno, llama a mi sastre e corte luego vn manto e vna saya de aquel contray, que se sacó para frisado.

PÁRMENO.- ¡Assí, assí! A la vieja todo, porque venga cargada de mentiras como abeja e a mí que me arrastren. Tras esto

anda ella oy todo el día con sus rodeos.

CALISTO.- ¡De qué gana va el diablo! No ay cierto tan malseruido hombre como yo, manteniendo moços adeuinos,

reçongadores, enemigos de mi bien. ¿Qué vas, vellaco, rezando? Embidioso, ¿qué dizes, que no te entiendo? Ve donde te

mando presto e no me enojes, que harto basta mi pena para acabar: que también haurá para ti sayo en aquella pieça.

PÁRMENO.- No digo, señor, otra cosa, sino que es tarde para que venga el sastre.

CALISTO.- ¿No digo yo que adeuinas? Pues quédese para mañana. E tu, señora, por amor mío te sufras, que no se pierde lo

que se dilata. E [219] mándame mostrar aquel sancto cordón, que tales miembros fue digno de ceñir. ¡Gozarán mis ojos con

todos los otros sentidos, pues juntos han sido apassionados! ¡Gozará mi lastimado coraçón, aquel que nunca recibió momento

de plazer, después que aquella señora conoció! Todos los sentidos le llegaron, todos acorrieron a él con sus esportillas de

trabajo. Cada vno le lastimó quanto más pudo: los ojos en vella, los oydos en oylla, las manos en tocalla.

CELESTINA.- ¿Que la has tocado dizes? Mucho me espantas.

CALISTO.- Entre sueños, digo.

CELESTINA.- ¿En sueños?

CALISTO.- En sueños la veo tantas noches, que temo me acontezca como a Alcibíades o a Sócrates, [220] que el uno soñó

que se veya embuelto en el manto de su amiga e otro día matáronle, e no houo quien le alçasse de la calle ni cubriesse, sino ella

con su manto; el otro via que le llamavan por nombre e murió dende a tres días; pero en vida o en muerte, alegre me sería vestir

su vestidura.

CELESTINA.- Asaz tienes pena, pues, quando los otros reposan en sus camas, preparas tú el trabajo para sofrir otro día.

Esfuerçate, señor, que no hizo Dios a quien desamparasse. Da espacio a tu desseo. Toma este cordón, que, si yo no me muero,

yo te daré a su ama.

CALISTO.- ¡O nueuo huésped! ¡O bienauenturado cordón, que tanto poder e merescimiento touiste de ceñir aquel cuerpo,

que yo no soy digno de seruir! ¡O ñudos de mi pasión, vosotros enlazastes mis desseos! ¡Dezime si os hallastes presentes en la

desconsolada respuesta de aquella a quien vosotros seruís e yo adoro e, por más que trabajo noches e días, no me vale ni

aprouecha!

CELESTINA.- Refrán viejo es: quien menos procura, [221] alcança más bien. Pero yo te haré procurando conseguir lo que

siendo negligente no haurías. Consuélate, señor, que en vna hora no se ganó Çamora; pero no por esso desconfiaron los

combatientes.

CALISTO.- ¡O desdichado! Que las cibdades están con piedras cercadas e a piedras, piedras las vencen; pero esta mi señora

tiene el coraçón de azero. No ay metal, que con él pueda; no ay tiro, que le melle. Pues poned escalas en su muro: vnos ojos

tiene con que echa saetas, vna lengua de reproches e desuíos, el asiento tiene en parte, que media legua no le pueden poner

cerco.

CELESTINA.- ¡Callá, señor!, que el buen atreuimiento de vn solo hombre ganó a Troya. No desconfíes, que vna muger

puede ganar otra. Poco has tratado mi casa: no sabes bien lo que yo puedo. [222]

CALISTO.- Quanto, dixeres, señora, te quiero creer, pues tal joya como esta me truxiste. ¡O mi gloria e ceñidero de aquella

angélica cintura! Yo te veo e no lo creo. ¡O cordón, cordón! ¿Fuisteme tú enemigo? Dilo cierto. Si lo fuiste, yo te perdono, que

de los buenos es propio las culpas perdonar. No lo creo: que, si fueras contrario, no vinieras tan presto a mi poder, saluo si

vienes a desculparte. Conjúrote me respondas, por la virtud del gran poder, que aquella señora sobre mí tiene.

CELESTINA.- Cessa ya, señor, esse deuanear, que a mí tienes cansada de escucharte e al cordón, roto de tratarlo.

CALISTO.- ¡O mezquino de mí! Que asaz bien me fuera del cielo otorgado, que de mis braços fueras fecho e texido, no de

seda como eres, porque ellos gozaran cada día de rodear e ceñir con deuida reuerencia aquellos miembros, que tú, sin sentir ni

gozar de la gloria, siempre tienes abraçados. ¡O qué secretos haurás visto de aquella excelente ymagen!

CELESTINA.- Más verás tú e con más sentido, si no lo pierdes fablando lo que fablas.

CALISTO.- Calla y señora, que él e yo nos entendemos. ¡O mis ojos! Acordaos cómo fuistes causa e puerta, por donde fue

mi coraçón llagado, e que aquel es visto fazer daño, que da la causa. Acordaos que soys debdores de la [223] salud. Remirá la

medezina, que os viene hasta casa.

SEMPRONIO.- Señor, por holgar con el cordón, no querrás gozar de Melibea.

CALISTO.- ¡Qué loco, desuariado, atajasolazes! ¿Cómo es esso?

SEMPRONIO.- Que mucho fablando matas a ti e a los que te oyen. E assí que perderás la vida o el seso. Qualquiera que

falte, basta para quedarte ascuras. Abreuia tus razones: darás lugar a las de Celestina.

CALISTO.- ¿Enójote, madre, con mi luenga razón o está borracho este moço?

CELESTINA.- Avnque no lo esté, deues, señor, cessar tu razón, dar fin a tus luengas querellas, tratar al cordón como cordón,

porque sepas fazer diferencia de fabla, quando con Melibea te veas: no haga tu lengua yguales la persona e el vestido.

CALISTO.- ¡O mi señora, mi madre, mi consoladora! Déjame gozar con este mensajero de mi gloria. ¡O lengua mía!, ¿por

qué te impides en otras razones, dexando de adorar presente la excellencia de quien por ventura jamás verás en tu poder? ¡O

mis manos!, con qué atreuimiento, con quán poco acatamiento teneys y [224] tratays la triaca de mi llaga! Ya no podrán

empecer las yeruas, que aquel crudo caxquillo traya embueltas en su aguda punta. Seguro soy, pues quien dio la herida la cura.

¡O tú, señora, alegría de las viejas mugeres, gozo de las moças, descanso de los fatigados como yo! No me fagas más penado

con tu temor, que faze mi vergüença. Suelta la rienda a mi contemplación, déxame salir por las calles con esta joya, porque los

que me vieren, sepan que no ay más bienandante hombre que yo.

SEMPRONIO.- No afistoles tu llaga cargándola de más desseo. No es, señor, el solo cordón del que pende tu remedio.

CALISTO.- Bien lo conozco; pero no tengo sofrimiento para me abstener de adorar tan alta empresa. [225]

CELESTINA.- ¿Empresa? Aquella es empresa, que de grado es dada; pero ya sabes que lo hizo por amor de Dios, para

guarecer tus muelas, no por el tuyo, para cerrar tus llagas. Pero si yo viuo, ella boluerá la hoja.

CALISTO.- ¿E la oración?

CELESTINA.- No se me dio por agora.

CALISTO.- ¿Qué fue la causa?

CELESTINA.- La breuedad del tiempo; pero quedó, que si tu pena no afloxase, que tornasse mañana por ella.

CALISTO.- ¿Afloxar? Entonce afloxará mi pena, quando su crueldad.

CELESTINA.- Asaz, señor, basta lo dicho e fecho. Obligada queda, segund lo que mostró, a todo lo que para esta

enfermedad yo quisiere pedir, según su poder. Mirá, señor, si esto basta para la primera vista. Yo me voy. Cumple, señor, que si

salieres mañana, lleues reboçado vn paño, porque si della fueres visto, no acuse de falsa mi petición. [226]

CALISTO.- E avn cuatro por tu seruicio. Pero dime, pardios, ¿passó más? Que muero por oyr palabras de aquella dulce boca.

¿Cómo fueste tan osada, que, sin la conocer, te mostraste tan familiar en tu entrada e demanda?

CELESTINA.- ¿Sin la conoscer? Quatro años fueron mis vezinas. Tractaua con ellas, hablaua e reya de día e de noche. Mejor

me conosce su madre, que a sus mismas manos; avnque Melibea se ha fecho grande, muger discreta, gentil.

PÁRMENO.- Ea, mira, Sempronio, que te digo al oydo.

SEMPRONIO.- Dime, ¿qué dizes?

PÁRMENO.- Aquel atento escuchar de Celestina da materia de alargar en su razón a nuestro amo. Llégate a ella, dale del pie,

hagámosle de señas que no espere más; sino que se vaya. Que no hay tan loco hombre nacido, que solo mucho hable.

CALISTO.- ¿Gentil dizes, señora, que es Melibea? Paresce que lo dizes burlando. ¿Ay nascida su par en el mundo? ¿Crió

Dios otro mejor cuerpo? ¿Puédense pintar tales faciones, dechado de hermosura? Si oy fuera viua Elena, por [227] quien tanta

muerte houo de griegos e troyanos, o la hermosa Pulicena, todas obedescerían a esta señora por quien yo peno. Si ella se hallara

presente en aquel debate de la mançana con las tres diosas, nunca sobrenombre de discordia le pusieran. Porque sin contrariar

ninguna, todas concedieran e vivieran conformes en que la lleuara Melibea. Assí que se llamara mançana de concordia. Pues

quantas oy son nascidas, que della tengan noticia, se maldizen, querellan a Dios, porque no se acordó dellas, quando a esta mi

señora hizo. Consumen sus vidas, comen sus carnes con embidia, danles siempre crudos martirios, pensando con artificio

ygualar con la perfición, que sin trabajo dotó a ella natura. Dellas, pelan sus cejas con tenazicas e pegones e a cordelejos; dellas,

buscan las doradas yeruas, rayzes, ramas e flores para hazer lexías, con que sus cabellos semejassen a los della, las caras

martillando, enuistiéndolas en diuersos matizes con vngüentos e vnturas, aguas fuertes, posturas blancas e coloradas, que por

evitar prolixidad no las cuento. Pues la [228] que todo esto falló fecho, mirá si merece de vn triste hombre como yo ser seruida.

CELESTINA.- Bien te entiendo, Sempronio. Déxale, que él caerá de su asno. Ya acaba.

CALISTO.- En la que toda la natura se remiró por la fazer perfeta. Que las gracias, que en todas repartió, las juntó en ella.

Allí hizieron alarde quanto más acabadas pudieron allegarse, porque conociessen los que la viessen, quanta era la grandeza de

su pintor. Solo vn poco de agua clara con vn ebúrneo peyne basta para exceder a las nacidas en gentileza. Estas son sus armas.

Con estas mata e vence, con estas me catiuó, con estas me tiene ligado e puesto en dura cadena.

CELESTINA.- Calla e no te fatigues. Que más aguda es la lima, que yo tengo, que fuerte essa cadena, que te atormenta. Yo

la cortaré con ella, porque tú quedes suelto. Por ende, dáme licencia, que es muy tarde, e déxame lleuar el cordón, porque tengo

del necessidad.

CALISTO.- ¡O desconsolado de mí! La fortuna aduersa me sigue junta. Que contigo o con el cordón o con entramos quisiera

yo estar acompañado esta noche luenga e escura. Pero, pues [229] no ay bien complido en esta penosa vida, venga entera la

soledad. ¡Moços!, ¡moços!

PÁRMENO.- Señor.

CALISTO.- Acompaña a esta señora hasta su casa e vaya con ella tanto plazer e alegría, quanta comigo queda tristeza e

soledad.

CELESTINA.- Quede, señor, Dios contigo. Mañana será mi buelta, donde mi manto e la respuesta vernán a vn punto; pues

oy no huvo tiempo. E súfrete, señor, e piensa en otras cosas.

CALISTO.- Esso no, que es eregía oluidar aquella por quien la vida me aplaze.

[231]

El sétimo aucto

ARGUMENTO DEL SÉTIMO AUTO

Celestina habla con Pármeno, induziéndole a concordia e amistad de Sempronio. Tráele Pármeno a memoria la promessa, que

le hiziera, de le fazer auer a Areusa, qu' él mucho amaua. Vanse a casa de Areusa. Queda ay la noche Pármeno. Celestina va

para su casa. Llama a la puerta. Elicia le viene a abrir, increpándole su tardança.

PÁRMENO, CELESTINA, AREUSA, ELICIA.

CELESTINA.- Pármeno hijo, después de las passadas razones, no he hauido oportuno tiempo para te dezir e mostrar el

mucho amor, que te tengo e asimismo cómo de mi hoca todo el mundo ha oydo hasta agora en absencia bien de ti. La razón no

es menester repetirla, porque yo te tenía por hijo, a lo menos quasi adotiuo, e assí que imitavas a natural; e tú dasme el pago en

mi presencia, paresciéndote mal quanto digo, susurrando e murmurando contra mí en presencia de Calisto. Bien pensaua yo

que, después [232] que concediste en mi buen consejo, que no hauías de tornarte atrás. Todavía me parece que te quedan

reliquias vanas, hablando por antojo, más que por razón. Desechas el prouecho por contentar la lengua. Óyeme, si no me has

oydo, e mira que soy vieja e el buen consejo mora en los viejos e de los mancebos es propio el deleyte. Bien creo que de tu

yerro sola la edad tiene culpa. Espero en Dios que serás mejor para mí de aquí adelante, e mudarás el ruyn propósito con la

tierna edad. Que, como disen, múdanse costumbres con la mudança del cabello e variación; digo, hijo, cresciendo e viendo

cosas nueuas cada día. Porque la mocedad en solo lo presente se impide e ocupa a mirar; mas la madura edad no dexa presente

ni passado ni por venir. Si tú touieras memoria, hijo Pármeno, del pasado amor, que te tuue, la primera posada, que tomaste

venido nueuamente en esta cibdad, auía de ser la mía. Pero los moços curays poco de los viejos. Regísvos a sabor de paladar.

Nunca pensays que teneys ni haueys de tener necessidad dellos. Nunca pensays en enfermedades. Nunca pensays que os puede

faltar esta florezilla de juuentud. Pues mira, amigo, que para tales necessidades, como [233] estas, buen acorro es vna vieja

conoscida, amiga, madre e más que madre, buen mesón para descansar sano, buen hospital para sanar enfermo, buena bolsa

para necessidad, buena arca para guardar dinero en prosperidad, buen fuego de inuierno rodeado de asadores, buena sombra de

verano, buena tauerna para comer e beuer. ¿Qué dirás, loquillo, a todo esto? Bien sé que estás confuso por lo que oy has

hablado. Pues no quiero más de ti. Que Dios no pide más del pecador, de arrepentirse e emendarse. Mira a Sempronio. Yo le

fize hombre, de Dios en ayuso. Querría que fuesedes como hermanos, porque, estando bien con él, con tu amo e con todo el

mundo lo estarías. Mira que es bienquisto, diligente, palanciano, buen seruidor, gracioso. Quiere tu amistad. Crecería vuestro

prouecho, dandoos el vno al otro la mano ni aun havría más privados con vuestro amo, que vosotros. E pues sabe que es

menester que ames, si quieres ser amado, que no se tornan truchas, [234] etc., ni te lo deue Sempronio de fuero, simpleza es no

querer amar e esperar de ser amado, locura es pagar el amistad con odio.

PÁRMENO.- Madre, para contigo digo que mi segundo yerro te confiesso e, con perdón de lo passado, quiero que ordenes lo

por venir. Pero con Sempronio me paresce que es impossible sostenerse mi amistad. El es desuariado, yo malsufrido:

conciértame essos amigos.

CELESTINA.- Pues no era essa tu condición.

PÁRMENO.- A la mi fe, mientra más fue creciendo, mas la primera paciencia me oluidaua. No soy el que solía e assímismo

Sempronio no ay ni tiene en que me aproueche.

CELESTINA.- El cierto amigo en la cosa incierta se [235] conosce, en las aduersidades se prueua. Entonces se allega e con

más desseo visita la casa, que la fortuna próspera desamparó. ¿Qué te diré, fijo, de las virtudes del buen amigo? No ay cosa más

amada ni más rara. Ninguna carga rehusa. Vosotros soys yguales. La paridad de las costumbres e la semejança de los coraçones

es la que más la sostiene. Cata, hijo, que, si algo tienes, guardado se te está. Sabe tú ganar más, que aquello ganado lo fallaste.

Buen siglo aya aquel padre, que lo trabajó. No se te puede dar hasta que viuas más reposado e vengas en edad complida.

PÁRMENO.- ¿A qué llamas reposado, tía?

CELESTINA.- Hijo, a viuir por ti, a no andar por casas agenas, lo qual siempre andarás, mientra no te supieres aprouechar de

tu seruicio. Que de lástima, que houe de verte roto, pedí oy manto, como viste, a Calisto. No por mi manto; pero porque,

estando el sastre en casa e tú delante sin sayo, te le diesse. Assí que, no por mi prouecho, como yo sentí que dixiste; más por el

tuyo. Que si esperas al ordinario galardón destos galanes, es tal, que lo que en diez años sacarás atarás en la manga. Goza tu

[236] mocedad, el buen día, la buena noche, el buen comer o beuer. Quando pudieres hauerlo, no lo dexes. Piérdase lo que se

perdiere. No llores tú la fazienda, que tu amo heredó, que esto te lleuarás deste mundo, pues no le tenemos más de por nuestra

vida. ¡O hijo mío Pármeno! Que bien te puedo dezir fijo, pues tanto tiempo te crié. Toma mi consejo, pues sale con limpio

deseo de verte en alguna honrra. ¡O quan dichosa me hallaría en que tú e Sempronio estuuiesedes muy conformes, muy amigos,

hermanos en todo, viéndoos venir a mi pobre casa a holgar, a verme e avn a desenojaros con sendas mochachas!

PÁRMENO.- ¿Mochachas, madre mía?

CELESTINA.- ¡Alahé! Mochachas digo; que viejas, harto me soy yo. Qual se la tiene Sempronio e avn sin hauer tanta razón

ni tenerle tanta afición como a ti. Que de las entrañas me sale quanto te digo.

PÁRMENO.- Señora, ¿no viues engañada?

CELESTINA.- E avnque lo viua, no me pena mucho, que también lo hago por amor de Dios e por verte solo en tierra agena e

más por aquellos huessos de quien te me encomendó. Que tú serás [237] hombre e vernás en buen conocimiento e verdadero e

dirás: la vieja Celestina bien me consejaua.

PÁRMENO.- E avn agora lo siento; avnque soy moço. Que, avnque oy veyas que aquello dezía, no era porque me

paresciesse mal lo que tú fazías; pero porque veya que le consejaua yo lo cierto e me daua malas gracias. Pero de aquí adelante

demos tras él. Faz de las tuyas, que yo callaré. Que ya tropecé en no te creer cerca deste negocio con él.

CELESTINA.- Cerca deste e de otros tropeçarás e caerás, mientra no tomares mis consejos, que son de amiga verdadera.

PÁRMENO.- Agora doy por bienempleado el tiempo, que siendo niño te seruí, pues tanto fruto trae para la mayor edad. E

rogaré a Dios por el anima de mi padre, que tal tutriz me dexó e de mi madre, que a tal muger me encomendó.

CELESTINA.- No me la nombres, fijo, por Dios, que se me hinchen los ojos de agua. ¿E tuue yo en este mundo otra tal

amiga? ¿Otra tal compañera? ¿Tal aliuiadora de mis trabajos e fatigas? ¿Quién suplía mis faltas? ¿Quién sabía [238] mis

secretos? ¿A quién descubría mi coraçón? ¿Quién era todo mi bien e descanso, sino tu madre, más que mi hermana e comadre?

¡O qué graciosa era! ¡O qué desembuelta, limpia, varonil! Tan sin pena ni temor se andaua a media noche de cimenterio en

cimenterio, buscando aparejos para nuestro oficio, como de día. Ni dexava christianos ni moros ni judíos, cuyos enterramientos

no visitaua. De día los acechaua, de noche los desterraua. Assí se holgaua cola la noche escura, como tú con el día claro; dezía

que aquella era capa de pecadores. ¿Pues [239] maña no tenía con todas las otras gracias? Una cosa te diré, porque veas qué

madre perdiste; avnque era para callar. Pero contigo todo passa. Siete dientes quitó a vn ahorcado con vnas tenazicas de

pelacejas, mientra yo le descalcé los çapatos. Pues entrava en vn cerco mejor que [240] yo e con más esfuerço; avnque yo tenía

farto buena fama, más que agora, que por mis pecados todo se oluidó con su muerte. ¿Qué más quieres, sino que los mesmos

diablos la hauían miedo? Atemorizados e espantados los tenía con las crudas bozes, que les daua. Assí era ella dellos conoscida,

como tú en tu casa. Tumbando venían vnos sobre otros a su llamado. No le osauan dezir mentira, según la fuerça con que los

apremiaua. Después que la perdí, jamás les oy verdad.

PÁRMENO.- No la medre Dios más a esta vieja, que ella me da plazer con estos loores de sus palabras.

CELESTINA.- ¿Qué dizes, mi honrrado Pármeno mi hijo e más que hijo?

PÁRMENO.- Digo que ¿cómo tenía esa ventaja mi madre, pues las palabras que ella e tú dezíades eran todas vnas?

CELESTINA.- ¿Cómo? ¿E deso te marauillas? ¿No sabes que dize el refrán que mucho va de Pedro [241] a Pedro? Aquella

gracia de mi comadre no la alcançáuamos todas. ¿No as visto en los oficios vnos buenos e otros mejores? Assí era tu madre,

que Dios aya, la prima de nuestro oficio e por tal era de todo el mundo conocida e querida, assí de caualleros como clérigos,

casados, viejos, moços e niños. ¿Pues moças e donzellas? Assí rogauan a Dios por su vida, como de sus mismos padres. Con

todos tenía quehazer, con todos fablaua. Si salíamos por la calle, quantos topauamos eran sus ahijados. Que fue su principal

oficio partera diez e seys años. Así que, avnque tú no sabías sus secretos, por la tierna edad que auías, agora es razón que los

sepas, pues ella es finada e tú hombre.

PÁRMENO.- Dime, señora, quando la justicia te mandó prender, estando yo en tu casa, ¿teníades mucho conocimiento?

CELESTINA.- ¿Si teníamos me dizes? ¡Cómo por burla! Juntas lo hizimos, juntas nos sintieron, [242] juntas nos prendieron

e acusaron, juntas nos dieron la pena essa vez, que creo que fue la primera. Pero muy pequeño eras tú. Yo me espanto cómo te

acuerdas, que es la cosa, que más oluidada está en la cibdad. Cosas son que pasan por el mundo. Cada día verás quien peque e

pague, si sales a esse mercado.

PÁRMENO.- Verdad es; pero del pecado lo peor es la perseuerancia. Que assí como el primer mouimiento no es en mano del

hombre, assí el primer yerro; donde dizen que quien yerra e se emienda etc.

CELESTINA.- Lastimásteme, don loquillo. A las verdades nos andamos. Pues espera, que yo te tocaré donde te duela.

PÁRMENO.- ¿Qué dizes, madre?

CELESTINA.- Hijo, digo que, sin aquella, prendieron quatro veces a tu madre, que Dios aya, sola. [243] E avn la vna le

leuantaron que era bruxa, porque la hallaron de noche con vnas candelillas, cogiendo tierra de vna encruzijada, e la touieron

medio día en vna escalera en la plaça, puesto vno como rocadero pintado en la cabeça. Pero cosas son que passan. Algo han de

sofrir los hombres en este triste mundo para sustentar sus vidas e honrras. E mira en qué poco lo tuuo con su buen seso, que ni

por esso dexó dende en adelante de vsar mejor su oficio. Esto ha venido por lo que dezías del perseuerar en lo que vna vez se

yerra. En todo tenía gracia. Que en Dios e en mi conciencia, avn en aquella escalera estaua e parecía que a todos los debaxo no

tenía en vna blanca, según su meneo e presencia. Assí que los que algo son como ella e saben e valen, son los que más presto

yerran. Verás quien fue Virgilio e qué tanto supo; mas [244] ya haurás oydo cómo estouo en vn cesto colgado de vna torre,

mirándole toda Roma. Pero por eso no dejó de ser honrrado ni perdió el nombre de Virgilio.

PÁRMENO.- Verdad es lo que dizes; pero esso no fue por justicia.

CELESTINA.- ¡Calla, bouo! Poco sabes de achaque de yglesia e quánto es mejor por mano de justicia, que de otra manera.

Sabíalo mejor el cura, que Dios aya, que, viniéndole a consolar, dixo que la sancta Escriptura tenía que bienauenturados eran

los que padescían persecución por la justicia, que aquellos posseerían el reyno de los cielos. Mira si es mucho passar algo en

este mundo por gozar de la gloria del otro. E mas que, según todos dezían, a tuerto e sin razón e [245] con falsos testigos e

rezios tormentos la hizieron aquella vez confessar lo que no era. Pero con su buen esfuerço. E como el coraçón abezado a sofrir

haze las cosas más leues de lo que son, todo lo tuuo en nada. Que mill vezes le oya dezir: si me quebré el pie, fue por mi bien,

porque soy más conoscida que antes. Assí que todo esto pasó tu buena madre acá, deuemos creer que le dará Dios buen pago

allá, si es verdad lo que nuestro cura nos dixo e con esto me consuelo. Pues seme tú, como ella, amigo verdadero e trabaja por

ser bueno, pues tienes a quien parezcas. Que lo que tu padre te dexó a buen seguro lo tienes.

PÁRMENO.- Bien lo creo, madre; pero querría saber qué tanto es.

CELESTINA.- No puede ser agora; verná tiempo, como te dixe, para que lo sepas e lo oyas.

PÁRMENO.- Agora dexemos los muertos e las herencias; que si poco me dexaron, poco hallaré; hablemos en los presentes

negocios, que nos va más que en traer los passados a la memoria. Bien se te acordará, no ha mucho que me prometiste que me

harías hauer a Areusa [246] quando en mi casa te dixe cómo moría por sus amores.

CELESTINA.- Si te lo prometí, no lo he oluidado ni creas que he perdido con los años la memoria. Que más de tres xaques

he rescebido de mí sobre ello en tu absencia. Ya creo que estará bien madura. Vamos de camino por casa, que no se podrá

escapar de mate. Que esto es lo menos, que yo por ti tengo de hazer.

PÁRMENO.- Yo ya desconfiaua de la poder alcançar, porque jamás podía acabar con ella que me esperasse a poderle dezir

vna palabra. E como dizen, mala señal es de amor huyr e boluer la cara. Sentía en mí gran desfuzia desto.

CELESTINA.- No tengo en mucho tu desconfiança, no me conosciendo ni sabiendo, como agora, que tienes tan de tu mano

la maestra destas labores. Pues agora verás quánto por mi causa vales, quánto con las tales puedo, quánto sé en casos de amor.

Anda passo. ¿Ves aquí su puerta? Entremos quedo, no nos sientan sus [247] vezinas. Atiende e espera debaxo desta escalera.

Sobiré yo a uer qué se podrá fazer sobre lo hablado e por ventura haremos más que tú ni yo traemos pensado.

AREUSA.- ¿Quién anda ay? ¿Quién sube a tal hora en mi cámara?

CELESTINA.- Quien no te quiere mal, cierto; quien nunca da passo, que no piense en tu prouecho; quien tiene más memoria

de ti, que de sí mesma: vna enamorada tuya, avnque vieja.

AREUSA.- ¡Válala el diablo a esta vieja, con qué viene como huestantigua a tal hora! Tía, señora, ¿qué buena venida es esta

tan tarde? Ya me desnudaua para acostar.

CELESTINA.- ¿Con las gallinas, hija? Así se hará la hazienda. ¡Andar!, ¡passe! Otro es el que ha [248] de llorar las

necessidades, que no tú. Yerua pasce quien lo cumple. Tal vida quienquiera se la quería.

AREUSA.- ¡Jesú! Quiérome tornar a vestir, que he frío.

CELESTINA.- No harás, por mi vida; si no éntrate en la cama, que desde allí hablaremos.

AREUSA.- Assí goze de mí, pues que lo he bien menester, que me siento mala oy todo el día. Assí que necessidad, más que

vicio, me fizo tomar con tiempo las sáuanas por faldetas.

CELESTINA.- Pues no estés asentada; acuéstate e métete debaxo de la ropa, que paresces serena.

AREUSA.- Bien me dizes, señora tía.

CELESTINA.- ¡Ay como huele toda la ropa en bulléndote! ¡A osadas, que está todo a punto! Siempre me pagué de tus cosas

e hechos, de tu limpieza e atauío. ¡Fresca que estás! ¡Bendígate [249] Dios! ¡Qué sáuanas e colcha! ¡Qué almohadas! ¡E qué

blancura! Tal sea mi vejez, quál todo me parece perla de oro. Verás si te quiere bien quien te visita a tales horas. Déxame

mirarte toda, a mi voluntad, que me huelgo.

AREUSA.- ¡Passo, madre, no llegues a mí, que me fazes coxquillas e prouócasme a reyr e la risa acreciéntame el dolor.

CELESTINA.- ¿Qué dolor, mis amores? ¿Búrlaste, por mi vida, comigo?

AREUSA.- Mal gozo vea de mí, si burlo; sino que ha quatro horas, que muero de la madre, que la tengo sobida en los

pechos, que me quiere sacar deste mundo. Que no soy tan vieja como piensas.

CELESTINA.- Pues dame lugar, tentaré. Que avn algo sé yo deste mal por mi pecado, que cada vna se tiene o ha tenido su

madre e sus çoçobras della.

AREUSA.- Más arriba la siento, sobre el estómago.

CELESTINA.- ¡Bendígate Dios e señor Sant Miguel, ángel! ¡E qué gorda e fresca que estás! ¡Qué [250] pechos e qué

gentileza! Por hermosa te tenía hasta agora, viendo lo que todos podían ver; pero agora te digo que no ay en la cibdad tres

cuerpos tales como el tuyo, en quanto yo conozco. No paresce que hayas quinze años. ¡O quién fuera hombre e tanta parte

alcançara de ti para gozar tal vista! Por Dios, pecado ganas en no dar parte destas gracias a todos los que bien te quieren. Que

no te las dio Dios para que pasasen en balde por la frescor de tu juuentud debaxo de seys dobles de paño e lienço. Cata que no

seas auarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza. Pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No seas

el perro del ortolano. E pues tú no puedes de ti propia gozar, goze quien puede. Que no creas que en balde fueste criada. Que,

cuando nasce [251] ella, nasce él e, quando él, ella. Ninguna cosa ay criada al mundo superflua ni que con acordada razón no

proueyesse della natura. Mira que es pecado fatigar e dar pena a los hombres, podiéndolos remediar.

AREUSA.- Alábame agora, madre, e no me quiere ninguno. Dame algún remedio para mi mal e no estés burlando de mí.

CELESTINA.- Deste tan común dolor todas somos, ¡mal pecado!, maestras. Lo que he visto a muchas fazer e lo que a mí

siempre aprouecha, te diré. Porque como las calidades de las personas son diuersas, assí las melezinas hazen diuersas sus

operaciones e diferentes. Todo olor fuerte es bueno, assí como poleo, ruda, axiensos, humo de plumas de perdiz, de romero, de

moxquete, de encienso. Recebido con mucha diligencia, aprouecha e afloxa el dolor e buelue poco a poco la madre a su lugar.

Pero otra cosa hallaua yo siempre mejor que todas e ésta no te quiero dezir, pues tan santa te me hazes. [252]

AREUSA.- ¿Qué, por mi vida, madre? Vesme penada ¿e encúbresme la salud?

CELESTINA.- ¡Anda, que bien me entiendes, no te hagas boua!

AREUSA.- ¡Ya!, ¡ya! Mala landre me mate, si te entendía. ¿Pero qué quieres que haga? Sabes que se partió ayer aquel mi

amigo con su capitán a la guerra. ¿Hauía de fazerle ruyndad?

CELESTINA.- ¡Verás e qué daño e qué gran ruyndad!

AREUSA.- Por cierto, sí sería. Que me da todo lo que he menester, tiéneme honrrada, fauoréceme e trátame como si fuesse

su señora.

CELESTINA.- Pero avnque todo esso sea, mientra no parieres, nunca te faltará este mal e dolor que agora, de lo qual él deue

ser causa. E si no crees en dolor, cree en color, e verás lo que viene de su sola compañía.

AREUSA.- No es sino mi mala dicha. Maldición mala, que mis padres me echaron. ¿Qué, no está ya por prouar todo esso?

Pero dexemos esso, que es tarde e dime a qué fue tu buena venida.

CELESTINA.- Ya sabes lo que de Pármeno te oue dicho. [253] Quéxasseme que avn verle no le quieres. No sé porqué, sino

porque sabes que le quiero yo bien e le tengo por hijo. Pues por cierto, de otra manera miro yo tus cosas, que hasta tus vezinas

me parescen bien e se me alegra el coraçón cada vez que las veo, porque se que hablan contigo.

AREUSA.- ¿No viues, tía señora, engañada?

CELESTINA.- No lo sé. A las obras creo; que las palabras, de balde las venden dondequiera. Pero el amor nunca se paga

sino con puro amor e a las obras con obras. Ya sabes el debdo, que ay entre ti e Elicia, la qual tiene Sempronio en mi casa.

Pármeno e él son compañeros, siruen a este señor, que tú conoces e por quien tanto fauor podrás tener. No niegues lo que tan

poco fazer te cuesta. Vosotras, parientas; ellos, compañeros: mira cómo viene mejor medido, que lo queremos. Aquí viene

comigo. Verás si quieres que suba.

AREUSA.- ¡Amarga de mí, si nos ha oydo!

CELESTINA.- No, que abaxo queda. Quiérole hazer subir. Resciba tanta gracia, que le conozcas e hables e muestres buena

cara. E si tal te paresciere, goze él de ti e tú dél. Que, avnque él gane mucho, tú no pierdes nada.

AREUSA.- Bien tengo, señora, conoscimiento cómo todas tus razones, estas e las passadas, se endereçan en mi prouecho;

pero, ¿cómo quieres [254] que haga tal cosa, que tengo a quien dar cuenta, como has oydo e, si soy sentida, matarme ha? Tengo

vezinas embidiosas. Luego lo dirán. Assí que, avnque no aya más mal de perderle, será más que ganaré en agradar al que me

mandas.

CELESTINA.- Esso, que temes, yo lo provey primero, que muy passo entramos.

AREUSA.- No lo digo por esta noche, sino por otras muchas.

CELESTINA.- ¿Cómo? ¿E dessas eres? ¿Dessa manera te tratas? Nunca tú harás casa con sobrado. Absente le has miedo;

¿qué harías, si estouiesse en la cibdad? En dicha me cabe, que jamás cesso de dar consejo a bouos e todavía ay quien yerre;

pero no me marauillo, que es grande el mundo e pocos los esperimentados. ¡Ay!, ¡ay!, hija, si viesses el saber de tu prima e qué

tanto le ha aprouechado mi criança e consejos e qué gran maestra está. E avn ¡que no se halla ella mal con mis castigos! Que

vno en la cama e otro en la puerta e otro, que sospira por ella en su casa, se precia de tener. E con todos cumple e a todos

muestra buena cara e todos piensan [255] que son muy queridos e cada vno piensa que no ay otro e que él solo es priuado e él

solo es el que le da lo que ha menester. ¿E tú piensas que con dos, que tengas, que las tablas de la cama lo han de descobrir?

¿De vna sola gotera te mantienes? ¡No te sobrarán muchos manjares! ¡No quiero arrendar tus excamochos! Nunca vno me

agradó, nunca en vno puse toda mi afición. Más pueden dos e más quatro e más dan e más tienen e más ay en qué escoger. No

ay cosa más perdida, hija, que el mur, que no sabe sino vn horado. Si aquel le tapan, no haurá donde se esconda del gato. Quien

no tiene sino vn ojo, ¡mira a quanto peligro anda! Vna alma sola ni canta ni llora; vn [256] solo acto no haze hábito; vn frayle

solo pocas vezes lo encontrarás por la calle; vna perdiz sola por marauilla buela mayormente en verano; vn manjar solo

continuo presto pone hastío; vna golondrina no haze verano; vn testigo solo no es entera fe; quien sola vna ropa tiene, presto

la enuegece. ¿Qué quieres, hija, deste número de vno? Más inconuenientes te diré dél, que años tengo acuestas. Ten siquiera

dos, que es compañía loable e tal qual es éste: como tienes dos orejas, dos pies e dos manos, dos sáuanas en la cama; como dos

camisas para remudar. E si más quisieres, mejor te yrá, que mientra más moros, más ganancia; que honrra sin prouecho, no es

sino como anillo en el dedo. E pues entrambos no caben en vn saco, acoge la ganancia.- Sube, hijo Pármeno. [257]

AREUSA.- ¡No suba! ¡Landre me mate!, que me fino de empacho, que no le conozco. Siempre houe vergüença dél.

CELESTINA.- Aquí estoy yo que te la quitaré e cobriré e hablaré por entramos: que otro tan empachado es él.

PÁRMENO.- Señora, Dios salue tu graciosa presencia.

AREUSA.- Gentilhombre, buena sea tu venida.

CELESTINA.- Llégate acá, asno. ¿Adónde te vas allá assentar al rincón? No seas empachado, que al hombre vergonçoso el

diablo le traxo a palacio. Oydme entrambos lo que digo. Ya sabes tú, Pármeno amigo, lo que te prometí, e tú, hija mía, lo que te

tengo rogado. Dexada aparte la dificultad con que me lo has concedido, pocas razones son necessarias, porque el tiempo no lo

padece. Él ha siempre viuido penado por ti. Pues. viendo su pena, sé que no le querrás matar e avn conozco que él te paresce

tal, que no será malo para quedarse acá esta noche en casa.

AREUSA.- Por mi vida, madre, que tal no se haga; ¡Jesú!, no me lo mandes.

PÁRMENO.- Madre mía, por amor de Dios, que no salga yo de aquí sin buen concierto. Que me ha muerto de amores su

vista. Ofréscele [258] quanto mi padre te dexó para mí. Dile que le daré quanto tengo. ¡Ea!, díselo, que me parece que no me

quiere mirar.

AREUSA.- ¿Qué te dize esse señor a la oreja? ¿Piensa que tengo de fazer nada de lo que pides?

CELESTINA.- No dize, hija, sino que se huelga mucho con tu amistad, porque eres persona tan honrrada e en quien

qualquier beneficio cabrá bien. E assimismo que, pues que esto por mi intercessión se hace, que el me promete d'aquí adelante

ser muy amigo de Sempronio e venir en todo lo que quisiere contra su amo en un negocio, que traemos entre manos. ¿Es

verdad, Pármeno? ¿Prometeslo assí como digo?

PÁRMENO.- Sí prometo, sin dubda.

CELESTINA.- ¡Ha, don ruyn!, palabra te tengo, a buen tiempo te así. Llégate acá, negligente, vergonçoso, que quiero ver

para quánto eres, ante que me vaya. Retóçala en esta cama.

AREUSA.- No será él tan descortés, que entre en lo vedado sin licencia.

CELESTINA.- ¿En cortesías e licencias estás? No espero más aquí yo, fiadora que tú amanezcas sin dolor e él sin color. Mas

como es vn putillo, gallillo, barbiponiente, entiendo que en tres noches [259] no se le demude la cresta. Destos me mandauan a

mí comer en mi tiempo los médicos de mi tierra, quando tenía mejores dientes.

AREUSA.- Ay, señor mío, no me trates de tal manera; ten mesura por cortesía; mira las canas de aquella vieja honrrada,

que están presentes; quítate allá, que no soy de aquellas que piensas; no soy de las que públicamente están a vender sus

cuerpos por dinero. Assí goze de mí, de casa me salga, si fasta que Celestina mi tía sea yda a mi ropa tocas.

CELESTINA.- ¿Qué es eso, Areusa? ¿Qué son estas estrañezas y esquiuedad, estas nouedades e retraymiento? Paresce,

hija, que no sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar mi hombre con vna muger juntos e que jamás passé por ello ni gozé de lo

que gozas e que no sé lo que passan e lo que dizen e hazen. ¡Guay de quien tal oye como yo! Pues auísote, de tanto, que fuy

errada como tú e tuue amigos; pero nunca el viejo ni la vieja echaua de mi lado ni su consejo en público ni en mis secretos.

Para la muerte que a Dios deuo, más quisiera vna gran bofetada en mitad de mi cara. Paresce que ayer nascí, según tu

encubrimiento. Por hazerte a ti honesta, me hazes a mí necia e vergonçosa e de poco secreto [260] e sin esperiencia o me

amenguas en mi officio por alçar a ti en el tuyo. Pues de cossario a cossario no se pierden sino los barriles. Más te alabo yo

detrás, que tú te estimas delante.

AREUSA.- Madre, si erré aya perdón e llégate mas acá y él haga lo que quisiere. Que más quiero tener a ti contenta, que no

a mí; antes me quebraré vn ojo que enojarte.

CELESTINA.- No tengo ya enojo; pero dígotelo para adelante. Quedaos adiós, que voyme solo porque me hazés dentera

con vuestro besar e retojar. Que avn el sabor en las enzías me quedó: no le perdí con las muelas.

AREUSA.- Dios vaya contigo.

PÁRMENO.- Madre,¿mandas que te acompañe?

CELESTINA.- Sería quitar a vn sancto para poner en otro. Acompáñeos Dios; que yo vieja soy, que no he temor que me

fuercen en la calle.

ELICIA.- El perro ladra. ¿Si viene este diablo de vieja?

CELESTINA.- Tha, tha, tha.

ELICIA.- ¿Quién es? ¿Quién llama?

CELESTINA.- Báxame abrir, fija. [261]

ELICIA.- ¿Estas son tus venidas? Andar de noche es tu plazer. ¿Por qué lo hazes? ¿Qué larga estada fue ésta, madre? Nunca

sales para boluer a casa. Por costumbre lo tienes. Cumpliendo con vno, dexas ciento descontertos. Que has sido oy buscada del

padre de la desposada, que leuaste el día de pasqua al racionero; que la quiere casar d'aquí a tres días e es menester que la

remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la falta de la virginidad.

CELESTINA.- No me acuerdo, hija, por quien dizes.

ELICIA.- ¿Cómo no te acuerdas? Desacordada eres, cierto. ¡O como caduca la memoria! Pues, por cierto, tú me dixiste,

quando la leuauas, que la auías renouado siete vezes.

CELESTINA.- No te marauilles, hija, que quien en muchas partes derrama su memoria, en ninguna la puede tener. Pero,

dime si tornará.

ELICIA.- ¡Mirá si tornará! Tiénete dada vna manilla de oro en prendas de tu trabajo ¿e no hauía de venir?

CELESTINA.- ¿La de la manilla es? Ya sé por quien dizes. ¿Por qué tú no tomauas el aparejo, e començauas a hazer algo?

Pues en aquellas tales te hauías de abezar e prouar, de quantas vezes me lo as visto fazer. Si no, ay te estarás toda [262] tu vida,

fecha bestia sin oficio ni renta. E quando seas de mi edad, llorarás la folgura de agora. Que la mocedad ociosa acarrea la vejez

arrepentida e trabajosa. Hazíalo yo mejor, quando tu abuela, que Dios aya, me mostraua este oficio: que a cabo de vn año, sabía

más que ella.

ELICIA.- No me marauillo, que muchas vezes, como dizen, al maestro sobrepuja el buen discípulo. E no va esto, sino en la

gana con que se aprende. Ninguna sciencia es bienempleada en el que no le tiene afición. Yo le tengo a este oficio odio; tú

mueres tras ello.

CELESTINA.- Tú te lo dirás todo. Pobre vejez quieres. ¿Piensas que nunca has de salir de mi lado?

ELICIA.- Por Dios, dexemos enojo e al tiempo el consejo. Ayamos mucho plazer. Mientra oy touiéremos de comer, no

pensemos en mañana. También se muere el que mucho allega como el que pobremente viue e el doctor como el pastor e el papa

como el sacristán e el señor como el sieruo e el de alto linaje como el baxo e tú con oficio como yo sin ninguno. No hauemos de

viuir para siempre. Gozemos e holguemos, que la vejez pocos la veen e de los que la veen ninguno murió de hambre. No quiero

en este mundo, [263] sino día e victo e parte en parayso. Avnque los ricos tienen mejor aparejo para ganar la gloria, que quien

poco tiene. No ay ninguno contento, no ay quien diga: harto tengo; no ay ninguno, que no trocasse mi plazer por sus dineros.

Dexemos cuydados agenos e acostémonos, que es hora. Que más me engordará vn buen sueño sin temor, que quanto thesoro

ay en Venecia.

[7]

El octauo aucto

ARGUMENTO DEL OCTAUO AUTO

La mañana viene. Despierta Pármeno. Despedido de Areusa, va para casa de Calisto su señor. Falla a la puerta a Sempronio.

Conciertan su amistad. Van juntos a la cámara de Calisto. Hállanle hablando consigo mismo. Leuantado, va a la yglesia.

SEMPRONIO, PÁRMENO, AREUSA, CALISTO.

PÁRMENO.- ¿Amanesce o qué es esto, que tanta claridad está en esta cámara?

AREUSA.- ¿Qué amanecer? Duerme, señor, que avn agora nos acostamos. No he yo pegado bien los ojos, ¿ya hauía de ser

de día? Abre, por Dios, essa ventana de tu cabecera e verlo has.

PÁRMENO.- En mi seso estó yo, señora, que es de día claro, en ver entrar luz entre las puertas. ¡O traydor de mí! ¡En qué

gran falta he caydo con mi amo! De mucha pena soy digno. ¡O qué tarde que es!

AREUSA.- ¿Tarde? [8]

PÁRMENO.- E muy tarde.

AREUSA.- Pues así goze de mi alma, no se me ha quitado el mal de la madre. No sé cómo pueda ser.

PÁRMENO.- ¿Pues qué quieres, mi vida?

AREUSA.- Que hablemos en mi mal.

PÁRMENO.- Señora mía, si lo hablado no basta, lo que más es necessario me perdona, porque es ya mediodía. Si voy más

tarde, no seré bien recebido de mi amo. Yo verné mañana e quantas vezes después mandares. Que por esso hizo Dios vn día tras

otro, porque lo que el vno no bastasse, se cumpliesse en otro. E avn porque más nos veamos, reciba de ti esta gracia, que te

vayas oy a las doze del día a comer con nosotros a su casa de Celestina.

AREUSA.- Que me plaze, de buen grado. Ve con Dios, junta tras ti la puerta.

PÁRMENO.- Adiós te quedes.

PÁRMENO.- ¡O plazer singular! ¡O singular alegría! ¿Quál hombre es ni ha sido más bienauenturado que yo? ¿Quál más

dichoso e bienandante? ¡Qué vn tan excelente don sea por mí posseído e quan presto pedido tan presto alcançado! Por cierto, si

las trayciones desta vieja con mi [9] coraçón yo pudiesse sofrir, de rodillas hauía de andar a la complazer. ¿Con qué pagaré yo

esto? ¡O alto Dios! ¿A quién contaría yo este gozo? ¿A quién descubriría tan gran secreto? ¿A quién daré parte de mi gloria?

Bien me dezía la vieja que de ninguna prosperidad es buena la posesión sin compañía. El plazer no comunicado no es plazer.

¿Quién sentiría esta mi dicha, como yo la siento? A Sempronio veo a la puerta de casa. Mucho ha madrugado. Trabajo tengo

con mi amo, si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado; pero, como agora no anda en su seso, no me marauillo que aya

peruertido su costumbre.

SEMPRONIO.- Pármeno hermano, si yo supiesse aquella tierra, donde se gana el sueldo dormiendo, mucho haría por yr allá,

que no daría ventaja a ninguno: tanto ganaría como otro qualquiera. ¿E cómo, holgazán, descuydado, fueste para no tornar? No

sé qué crea de tu tardança, sino que te quedaste a escallentar [10] la vieja esta noche o a rascarle los pies, como quando

chiquito.

PÁRMENO.- ¡O Sempronio, amigo e más que hermano! Por Dios, no corrompas mi plazer, no mezcles tu yra con mi

sofrimiento, no rebueluas tu descontentamiento con mi descanso, no agües con tan turbia agua el claro liquor del pensamiento,

que traygo, no enturuies con tus embidiosos castigos e odiosas reprehensiones mi plazer. Recíbeme con alegría e contarte he

marauillas de mi buena andança passada.

SEMPRONIO.- Dilo, dilo. ¿Es algo de Melibea? ¿Hasla visto?

PÁRMENO.- ¿Qué de Melibea? Es de otra, que yo más quiero e avn tal que, si no estoy engañado, puede viuir con ella en

gracia e hermosura. Sí, que no se encerró el mundo e todas sus gracias en ella.

SEMPRONIO.- ¿Qué es esto, desuariado? Reyrme quería, sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? El mundo se va a perder.

Calisto a Melibea, yo a Elicia, tú de embidia has buscado con quien perder esse poco de seso, que tienes.

PÁRMENO.- ¿Luego locura es amar e yo soy loco [11] e sin seso? Pues si la locura fuesse dolores, en cada casa auría

bozes.

SEMPRONIO.- Según tu opinión, sí es. Que yo te he oydo dar consejos vanos a Calisto e contradezir a Celestina en quanto

habla e, por impedir mi prouecho e el suyo, huelgas de no gozar tu parte. Pues a las manos me has venido, donde te podré dañar

e lo haré.

PÁRMENO.- No es, Sempronio, verdadera fuerça ni poderío dañar e empecer; mas aprouechar e guarecer e muy mayor,

quererlo hazer. Yo siempre te tuue por hermano. No se cumpla, por Dios, en ti lo que se dize, que pequeña causa desparte

conformes amigos. Muy mal me tratas. No sé donde nazca este rencor. No me indignes, Sempronio, con tan lastimeras razones.

Cata que es muy rara la paciencia, que agudo baldón no penetre e traspasse.

SEMPRONIO.- No digo mal en esto; si no que se eche otra sardina para el moço de cauallos, pues tú tienes amiga.

PÁRMENO.- Estás enojado. Quiérote sofrir, avnque [12] más mal me trates, pues dizen que ninguna humana passión es

perpetua ni durable.

SEMPRONIO.- Más maltratas tu a Calisto, aconsejando a él lo que para ti huyes, diziendo que se aparte de amar a Melibea,

hecho tablilla de mesón, que para sí no tiene abrigo e dale a todos. ¡O Pármeno! Agora podrás ver quán facile cosa es

reprehender vida agena e quán duro guardar cada qual la suya. No digas más, pues tú eres testigo. E d'aquí adelante veremos

cómo te has, pues ya tienes tu escudilla como cada qual. Si tú mi amigo fueras, en la necessidad, que de ti tuue, me hauías de

fauorecer e ayudar a Celestina en mi prouecho; que no fincar vn clauo de malicia a cada palabra. Sabe que, como la hez de la

tauerna despide a los borrachos, [13] así la aduersidad o necessidad al fingido amigo: luego se descubre el falso metal, dorado

por encima.

PÁRMENO.- Oydo lo hauía dezir e por esperiencia lo veo, nunca venir plazer sin contraria çoçobra en esta triste vida. A los

alegres, serenos e claros soles, nublados escuros e pluuias vemos suceder; a los solazes e plazeres, dolores e muertes los

ocupan; a las risas e deleytes, llantos e lloros e passiones mortales los siguen; finalmente, a mucho descanso e sosiego, mucho

pesar e tristeza. ¿Quién pudiera tan alegre venir, como yo agora? ¿Quién tan triste recebimiento padescer? ¿Quién verse, como

yo me vi, con tanta gloria, alcançada con mi querida Areusa? ¿Quién caer della, siendo tan maltratado [14] tan presto, como yo

de ti? Que no me has dado lugar a poderte dezir quánto soy tuyo, quánto te he de fauorecer en todo, quánto soy arepiso de lo

passado, quántos consejos e castigos buenos he recebido de Celestina en tu fauor e prouecho e de todos. Como, pues, este juego

de nuestro amo e Melibea está entre las manos, podemos agora medrar o nunca.

SEMPRONIO.- Bien me agradan tus palabras, si tales touiesses las obras, a las quales espero para auerte de creer. Pero, por

Dios, me digas qué es esso, que dixiste de Areusa. ¡Paresce que conozcas tú a Areusa, su prima de Elicia!

PÁRMENO.- ¿Pues qué es todo el plazer que traygo, sino hauerla alcançado?

SEMPRONIO.- ¡Cómo se lo dice el bouo! ¡De risa no puede hablar! ¿A qué llamas hauerla alcançado? ¿Estaua a alguna

ventana o qué es esso?

PÁRMENO.- A ponerla en duda si queda preñada o no.

SEMPRONIO.- Espantado me tienes. Mucho puede el continuo trabajo: vna continua gotera horaca vna piedra.

PÁRMENO.- Verás qué tan continuo, que ayer lo pensé: ya la tengo por mía.

SEMPRONIO.- ¡La vieja anda por ay! [15]

PÁRMENO.- ¿En qué lo vees?

SEMPRONIO.- Que ella me hauía dicho que te quería mucho e que te la haría hauer. Dichoso fuiste: no hiziste sino llegar e

recabdar. Por esto dizen: más vale a quien Dios ayuda, que quien mucho madruga. Pero tal padrino touiste.

PÁRMENO.- Di madrina, que es más cierto. Así que, quien a buen árbol se arrima... Tarde fuy; pero temprano recabdé. ¡O

hermano!, ¿qué te contaría de sus gracias de aquella muger, de su habla e hermosura de cuerpo? Pero quede para más

oportunidad.

SEMPRONIO.- ¿Puede ser sino prima de Elicia? No me dirás tanto, quanto estotra no tenga más. Todo te creo. Pero ¿qué te

cuesta? ¿Hasle dado algo?

PÁRMENO.- No, cierto. Mas, avnque houiera, era bienempleado: de todo bien es capaz. En tanto son las tales tenidas,

quanto caras son compradas; tanto valen, quanto cuestan. Nunca [16] mucho costó poco, sino a mí esta señora. A comer la

combidé para casa de Celestina e, si te plaze, vamos todos allá.

SEMPRONIO.- ¿Quién, hermano?

PÁRMENO.- Tú e ella e allá está la vieja e Elicia. Aueremos plazer.

SEMPRONIO.- ¡O Dios!, e cómo me has alegrado. Franco eres, nunca te faltaré. Como te tengo por hombre, como creo que

Dios te ha de hazer bien, todo el enojo, que de tus passadas fablas tenía, se me ha tornado en amor. No dudo ya tu

confederación con nosotros ser la que deue. Abraçarte quiero. Seamos como hermanos, ¡vaya el diablo para ruyn! Sea lo

passado questión de Sant Juan e assí paz para todo el año. Que las yras de los amigos siempre suelen ser reintegración del amor.

Comamos e holguemos, que nuestro amo ayunará por todos.

PÁRMENO.- ¿E qué haze el desesperado? [17]

SEMPRONIO.- Allí está tendido en el estrado cabo la cama, donde le dexaste anoche. Que ni ha dormido ni está despierto. Si

allá entro, ronca; si me salgo, canta o deuanea. No le tomo tiento, si con aquello pena o descansa.

PÁRMENO.- ¿Qué dizes? ¿E nunca me ha llamado ni ha tenido memoria de mí?

SEMPRONIO.- No se acuerda de sí, ¿acordarse ha de ti?

PÁRMENO.- Avn hasta en esto me ha corrido buen tiempo. Pues assí es, mientra recuerda, quiero embiar la comida, que la

adrecen.

SEMPRONIO.- ¿Qué has pensado embiar, para que aquellas loquillas te tengan por hombre complido, biencriado e franco?

PÁRMENO.- En casa llena presto se adereça cena. De lo que ay en la despensa basta para no caer en falta. Pan blanco, vino

de Monuiedro, vn pernil de toçino. E más seys pares de pollos, que traxeron estotro día los renteros de nuestro amo. Que si los

pidiere, harele creer [18] que los ha comido. E las tórtolas, que mandó para oy guardar, diré que hedían. Tú serás testigo.

Ternemos manera cómo a él no haga mal lo que dellas comiere e nuestra mesa esté como es razón. E allá hablaremos

largamente en su daño e nuestro prouecho con la vieja cerca destos amores.

SEMPRONIO.- ¡Más, dolores! Que por fe tengo que de muerto o loco no escapa desta vez. Pues que assí es, despacha,

subamos a ver qué faze.

CALISTO.- En gran peligro me veo:

En mi muerte no ay tardança,

Pues que me pide el deseo

Lo que me niega esperança.

PÁRMENO.- Escucha, escucha, Sempronio. Trobando está nuestro amo.

SEMPRONIO.- ¡O hideputa, el trobador! El gran Antipater Sidonio, el gran poeta Ouidio, los [19] quales de improuiso se les

venían las razones metrificadas a la boca. ¡Sí, sí, desos es! ¡Trobará el diablo! Está deuaneando entre sueños.

CALISTO.- Coraçón, bien se te emplea

Que penes e viuas triste,

Pues tan presto te venciste

Del amor de Melibea.

PÁRMENO.- ¿No digo yo que troba?

CALISTO.- ¿Quién fabla en la sala? ¡Moços!

PÁRMENO.- Señor.

CALISTO.- ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?

PÁRMENO.- ¡Mas ya es, señor, tarde para leuantar!

CALISTO.- ¿Qué dizes loco? ¿Toda la noche es passada?

PÁRMENO.- E avn harta parte del día.

CALISTO.- Di, Sempronio, ¿miente este desuariado, que me haze creer que es de día?

SEMPRONIO.- Oluida, señor, vn poco a Melibea e verás la claridad. Que con la mucha, que en su gesto contemplas, no

puedes ver de encandelado, como perdiz con la calderuela.

CALISTO.- Agora lo creo, que tañen a missa. Daca mis ropas, yré a la Madalena. Rogaré a [20] Dios aderece e Celestina e

ponga en coraçón a Melibea mi remedio o dé fin en breue a mis tristes días.

SEMPRONIO.- No te fatigues tanto, no lo quieras todo en vna hora. Que no es de discretos desear con grande eficacia lo que

se puede tristemente acabar. Si tú pides que se concluya en vn día lo que en vn año sería harto, no es mucha tu vida.

CALISTO.- ¿Quieres dezir que soy como el moço del escudero gallego?

SEMPRONIO.- No mande Dios que tal cosa yo diga, que eres mi señor. E demás desto, sé que, como me galardonas el buen

consejo, me castigarías lo malhablado. Verdad es que nunca es ygual la alabança del seruicio o buena habla, que la

reprehensión e pena de lo malhecho o hablado.

CALISTO.- No sé quién te abezó tanta filosofía, Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor, no es todo blanco aquello, que de negro no tiene semejança ni es todo oro [21] quanto amarillo

reluze. Tus acelerados deseos, no medidos por razón, hazen parecer claros mis consejos. Quisieras tú ayer que te traxeran a la

primera habla amanojada e embuelta en su cordón a Melibea, como si houieras embiado por otra qualquiera mercaduría a la

plaça, en que no houiera más trabajo de llegar e pagalla. Da, señor, aliuio al coraçón, que en poco espacio de tiempo no cabe

gran bienauenturança. Vn solo golpe no derriba vn roble. Apercíbete con sofrimiento, porque la providencia es cosa loable e el

apercibimiento resiste el fuerte combate.

CALISTO.- Bien has dicho, si la qualidad de mi mal lo consintiesse.

SEMPRONIO.- ¿Para qué, señor, es el seso, si la voluntad priua a la razón?

CALISTO.- ¡O loco, loco! Dize el sano al doliente: Dios te dé salud. No quiero consejo ni esperarte más razones, que más

aviuas e enciendes las flamas, que me consumen. Yo me voy solo a missa e no tornaré a casa fasta que me llameys, pidiéndome

las albricias de mi gozo con la buena venida de Celestina. Ni comeré hasta [22]entonce; avnque primero sean los cauallos de

Febo apacentados en aquellos verdes prados, que suelen, quando han dado fin a su jornada.

SEMPRONIO.- Dexa, señor, essos rodeos, dexa essas poesías, que no es habla conueniente la que a todos no es común, la

que todos no participan, la que pocos entienden. Di: avnque se ponga el sol, e sabrán todos lo que dizes. E come alguna

conserua, con que tanto espacio de tiempo te sostengas.

CALISTO.- Sempronio, mi fiel criado, mi buen consejero, mi leal seruidor, sea como a ti te paresce. Porque cierto tengo,

según tu limpieça de seruicio, quieres tanto mi vida como la tuya.

SEMPRONIO.- ¿Créeslo tú, Pármeno? Bien sé que no lo jurarías. Acuérdate, si fueres por conserua, apañes vn bote para

aquella gentezilla, [23] que nos va más e a buen entendedor... En la bragueta cabrá.

CALISTO.- ¿Qué dizes, Sempronio?

SEMPRONIO.- Dixe, señor, a Pármeno que fuesse por vna tajada de diacitrón.

PÁRMENO.- Héla aquí, señor.

CALISTO.- Daca.

SEMPRONIO.- Verás qué engullir haze el diablo. Entero lo quería tragar por más apriesa hazer.

CALISTO.- El alma me ha tornado. Quedaos con Dios, hijos. Esperad la vieja e yd por buenas albricias.

PÁRMENO.- ¡Allá yrás con el diablo, tú e malos años!, ¡e en tal hora comiesses el diacitrón, como Apuleyo el veneno, que

le conuertió en asno!

[25]

El aucto noueno

ARGUMENTO DEL NOUENO AUTO

Sempronio e Pármeno van a casa de Celestina, entre sí hablando. Llegados allá, hallan a Elicia e Areusa. Pónense a comer.

Entre comer riñe Elicia con Sempronio. Leuántase de la mesa. Tórnanla apaciguar. Estando ellos todos entre sí razonando,

viene Lucrecia, criada de Melibea, llaman a Celestina, que vaya a estar con Melibea.

SEMPRONIO, PÁRMENO, ELICIA, CELESTINA, AREUSA, LUCRECIA.

SEMPRONIO.- Baxa, Pármeno, nuestras capas e espadas, si te parece que es hora que vamos a comer.

PÁRMENO.- Vamos presto. Ya creo que se quexarán de nuestra tardança. No por essa calle, sino por estotra, porque nos

entremos por la yglesia e veremos si ouiere acabado Celestina sus deuociones: lleuarla hemos de camino. [26]

SEMPRONIO.- A donosa hora ha de estar rezando.

PÁRMENO.- No se puede dezir sin tiempo fecho lo que en todo tiempo se puede fazer.

SEMPRONIO.- Verdad es; pero mal conoces a Celestina. Quando ella tiene que hazer, no se acuerda de Dios ni cura de

santidades. Quando ay que roer en casa, sanos están los santos; quando va a la yglesia con sus cuentas en la mano, no sobra el

comer en casa. Avnque ella te crió, mejor conozco yo sus propriedades que tú. Lo que en sus cuentas reza es los virgos, que

tiene a cargo e quántos enamorados ay en la cibdad e quántas moças tiene encomendadas e qué despenseros le dan ración e

qual lo mejor e como les llaman por nombre, porque quando los encontrare no hable como estraña e qué canónigo es más

moro e franco. Quando menea los labios es fengir mentiras, ordenar cautelas para hauer dinero: por aquí le entraré, esto me

responderá, estotro replicaré. Assí viue esta, que nosotros mucho honrramos. [27]

PÁRMENO.- Mas que esso sé yo; sino, porque te enojaste estotro día, no quiero hablar; quando lo dixe a Calisto.

SEMPRONIO.- Avnque lo sepamos para nuestro prouecho, no lo publiquemos para nuestro daño. Saberlo nuestro amo es

echalla por quien es e no curar della. Dexándola, verná forçado otra, de cuyo trabajo no esperemos parte, como desta, que de

grado o por fuerça nos dará de lo que le diere.

PÁRMENO.- Bien has dicho. Calla, que está abierta la puerta. En casa está. Llama antes que entres, que por ventura están

embueltas e no querrán ser assí vistas.

SEMPRONIO.- Entra, no cures, que todos somos de casa. Ya ponen la mesa.

CELESTINA.- ¡O mis enamorados, mis perlas de oro! ¡Tal me venga el año, qual me parece vuestra venida!

PÁRMENO.- ¡Qué palabras tiene la noble! Bien ves, hermano, estos halagos fengidos.

SEMPRONIO.- Déxala, que deso viue. Que no sé quién diablos le mostró tanta ruyndad. [28]

PÁRMENO.- La necessidad e pobreza, la hambre. Que no ay mejor maestra en el mundo, no ay mejor despertadora e

aviuadora de ingenios. ¿Quién mostró a las picaças e papagayos ymitar nuestra propia habla con sus harpadas lenguas, nuestro

órgano e boz, sino ésta?

CELESTINA.- ¡Mochachas!, ¡mochachas!, ¡bouas! Andad acá baxo, presto, que están aquí dos hombres, que me quieren

forçar.

ELICIA.- ¡Mas nunca acá vinieran! ¡E mucho combidar con tiempo! Que ha tres horas que está aquí mi prima. Este perezoso

de Sempronio haurá sido causa de la tardança, que no ha ojos por do verme.

SEMPRONIO.- Calla, mi señora, mi vida, mis amores. Que quien a otro sirue, no es libre. Assí que sujeción me relieua de

culpa. No ayamos enojo, assentémonos a comer. [29]

ELICIA.- ¡Assí! ¡Para assentar a comer, muy diligente! ¡A mesa puesta con tus manos lauadas e poca vergüença!

SEMPRONIO.- Después reñiremos; comamos agora. Assiéntate, madre Celestina, tú primero.

CELESTINA.- Assentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar ay para todos, a Dios gracias: tanto nos diessen del parayso,

quando allá vamos. Poneos en orden, cada vno cabe la suya; yo, que estoy sola, porné cabo mí este jarro e taça, que no es más

mi vida de quanto con ello hablo. Después que me fuy faziendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa, que escanciar. Porque quien

la miel trata, siempre se le pega dello. Pues de noche en inuierno no ay tal escallentador de cama. Que con dos jarrillos destos,

que beua, quando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche. Desto aforro todos mis vestidos, quando viene la nauidad;

esto me callenta la sangre; esto me sostiene continuo en vn ser; esto me faze andar siempre alegre; esto me para fresca; desto

vea yo sobrado en casa, que nunca [30] temeré el mal año. Que vn cortezón de pan ratonado me basta para tres días. Esto quita

la tristeza del coraçón, más que el oro ni el coral; esto da esfuerço al moço e al viejo fuerça, pone color al descolorido, coraje

al couarde, al floxo diligencia, conforta los celebros, saca el frío del estómago, quita el hedor del anélito, haze potentes los

fríos, haze suffrir los afanes de las labranças, a los cansados segadores haze sudar toda agua mala, sana el romadizo e las

muelas, sostiénese sin heder en la mar, lo qual no haze el agua. Más propriedades te diría dello, que todos teneys cabellos.

Assí que no sé quien no se goze en mentarlo. No tiene sino vna tacha, que lo bueno vale caro e lo malo haze daño. Assí que con

lo que sana el hígado enferma la [31] bolsa. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor, para esso poco que beuo. Vna sola

dozena de vezes a cada comida. No me harán passar de allí, saluo si no soy combidada como agora.

PÁRMENO.- Madre, pues tres vezes dizen que es bueno e honesto todos los que escriuieron.

CELESTINA.- Hijos, estará corrupta la letra, por treze tres. [32]

SEMPRONIO.- Tía señora, a todos nos sabe bien. ¡Comiendo e hablando! Porque después no haurá tiempo para entender en

los amores deste perdido de nuestro amo e de aquella graciosa e gentil Melibea.

ELICIA.- ¡Apártateme allá, dessabrido, enojoso! ¡Mal prouecho te haga lo que comes!, tal comida me has dado. Por mi alma,

reuesar quiero quanto tengo en el cuerpo, de asco de oyrte llamar aquella gentil. ¡Mirad quién gentil! ¡Jesú, Jesú!, ¡e qué hastío

e enojo es ver tu poca vergüença! ¿A quién, gentil? ¡Mal me haga Dios, si ella lo es ni tiene parte dello: sino que ay ojos, que de

lagaña se agradan. Santiguarme quiero de tu necedad e poco conocimiento. ¡O quién estouiesse de gana para disputar contigo

su hermosura e gentileza! ¿Gentil es Melibea? Entonce lo es, entonce acertarán, quando [33] andan a pares los diez

mandamientos. Aquella hermosura por vna moneda se compra de la tienda. Por cierto, que conozco yo en la calle donde ella

viue quatro donzellas, en quien Dios más repartió su gracia, que no en Melibea. Que si algo tiene de hermosura, es por buenos

atauíos, que trae. Poneldos a vn palo, también direys que es gentil. Por mi vida, que no lo digo por alabarme; mas creo que soy

tan hermosa como vuestra Melibea.

AREUSA.- Pues no la has tu visto como yo, hermana mía. Dios me lo demande, si en ayunas la topasses, si aquel día

pudieses comer de asco. Todo el año se está encerrada con mudas de mill suziedades. Por vna vez que aya de salir donde pueda

ser vista, enuiste su cara con hiel e miel, con vnas tostadas e higos passados e con otras cosas, que por reuerencia de la mesa

[34] dexo de dezir. Las riquezas las hazen a estas hermosas e ser alabadas; que no las gracias de su cuerpo. Que assí goze de mí,

vnas tetas tiene, para ser donzella, como si tres vezes houiesse parido: no parecen sino dos grandes calabaças. El vientre no se

le he visto; pero, juzgando por lo otro, creo que le tiene tan floxo, como vieja de cincuenta años. No sé qué se ha visto Calisto,

porque dexa de amar otras, que más ligeramente podría hauer e con quien más él holgasse; sino que el gusto dañado muchas

vezes juzga por dulce lo amargo.

SEMPRONIO.- Hermana, paréceme aquí que cada bohonero alaba sus agujas, que el contrario desso se suena por la cibdad.

[35]

AREUSA.- Ninguna cosa es más lexos de verdad que la vulgar opinión. Nunca alegre viuirás, si por voluntad de muchos te

riges. Porque estas son conclusiones verdaderas, que qualquier cosa, que el vulgo piensa, es vanidad; lo que fabla, falsedad; lo

que reprueua es bondad; lo que aprueua, maldad. E pues este es su más cierto vso e costumbre, no juzgues la bondad e

hermosura de Melibea por esso ser la que afirmas.

SEMPRONIO.- Señora, el vulgo parlero no perdona las tachas de sus señores e así yo creo que, si alguna touiesse Melibea,

ya sería descubierta de los que con ella más que con nosotros tratan. E avnque lo que dizes concediesse. Calisto es cauallero,

Melibea fijadalgo: assí que los nacidos por linaje escogido búscanse vnos a otros. Por ende no es de marauillar que ame antes a

ésta que a otra.

AREUSA.- Ruyn sea quien por ruyn se tiene. [36] Las obras hazen linaje, que al fin todos somos hijos de Adán e Eua.

Procure de ser cada vno bueno por sí e no vaya buscar en la nobleza de sus passados la virtud.

CELESTINA.- Hijos, por mi vida que cessen essas razones de enojo. E tú, Elicia, que te tornes a la mesa e dexes essos

enojos.

ELICIA.- Con tal que mala pro me hiziesse, con tal que rebentasse en comiéndolo. ¿Hauía yo de comer con esse maluado,

que en mi cara me ha porfiado que es más gentil su andrajo de Melibea, que yo?

SEMPRONIO.- Calla, mi vida, que tú la comparaste. Toda comparación es odiosa: tú tienes la culpa e no yo.

AREUSA.- Ven, hermana, a comer. No hagas agora, esse plazer a estos locos porfiados; si no, leuantarme he yo de la mesa.

ELICIA.- Necessidad de complazerte me haze contentar a esse enemigo mío e vsar de virtud con todos. [37]

SEMPRONIO.- ¡He!, ¡he!, ¡he!

ELICIA.- ¿De qué te ríes? ¡De mal cancre sea comida essa boca desgraciada, enojosa!

CELESTINA.- No le respondas, hijo; si no, nunca acabaremos. Entendamos en lo que faze a nuestro caso. Dezidme, ¿cómo

quedó Calisto? ¿Como lo dexastes? ¿Cómo os pudistes entramos descabullir dél?

PÁRMENO.- Allá fue a la maldición, echando fuego, desesperado, perdido, medio loco, a missa a la Magdalena, a rogar a

Dios que te dé gracia, que puedas bien roer los huessos destos pollos e protestando no boluer a casa hasta oyr que eres venida

con Melibea en tu arremango. Tu saya e manto e avn mi sayo, cierto está: lo otro vaya e venga. El quándo lo dará no lo sé.

CELESTINA.- Sea quando fuere. Buenas son mangas passada la pasqua. Todo aquello alegra, que con poco trabajo se gana,

mayormente viniendo [38] de parte donde tan poca mella haze, de hombre tan rico, que con los saluados de su casa podría yo

salir de lazería, según lo mucho le sobra. No les duele a los tales lo que gastan e según la causa por que lo dan; no sienten con el

embeuecimiento del amor, no les pena, no veen, no oyen. Lo qual yo juzgo por otros, que he conocido menos apassionados e

metidos en este fuego de amor, que a Calisto veo. Que ni comen ni beuen, ni ríen ni lloran, ni duermen ni velan, ni hablan ni

callan, ni penan ni descansan, ni están contentos ni se quexan, según la perplexidad de aquella dulce e fiera llaga de sus

coraçones. E si alguna cosa destas la natural necessidad les fuerça a hazer, están en el acto tan oluidados, que comiendo se

oluida la mano de lleuar la vianda a la boca. Pues si con ellos hablan, jamás conueniente respuesta bueluen. Allí tienen [39] los

cuerpos; con sus amigas los coraçones e sentidos. Mucha fuerça tiene el amor: no solo la tierra, más avn las mares traspassa,

según su poder. Ygual mando tiene en todo género de hombres. Todas las dificultades quiebra. Ansiosa cosa es, temerosa e

solícita. Todas las cosas mira en derredor. Assí que, si vosotros buenos enamorados haués sido, juzgarés yo dezir verdad.

SEMPRONIO.- Señora, en todo concedo con tu razón, que aquí está quien me causó algún tiempo andar fecho otro Calisto,

perdido el sentido, cansado el cuerpo, la cabeça vana, los días mal dormiendo, las noches todas velando, dando alboradas,

haziendo momos, saltando paredes, poniendo cada día la vida al tablero, esperando toros, corriendo cauallos, tirando barra,

echando [40] lança, cansando amigos, quebrando espadas, haziendo escalas, vistiendo armas e otros mill actos de enamorado,

haziendo coplas, pintando motes, sacando inuenciones. Pero todo lo doy por bienempleado, pues tal joya gané.

ELICIA.- ¡Mucho piensas que me tienes ganada! Pues hágote cierto que no has tu buelto la cabeça, quando está en casa otro

que más quiero, más gracioso que tú e avn que no anda buscando cómo me dar enojo. A cabo de vn año, que me vienes a uer,

tarde e con mal.

CELESTINA.- Hijo, déxala dezir, que deuanea. Mientra más desso la oyeres, más se confirma en su amor. Todo es porque

haués aquí alabado a Melibea. No sabe en otra cosa, que os lo pagar, sino en dezir esso e creo que no vee la hora de hauer

comido para lo que yo me sé. Pues esotra su prima yo me la conozco. Gozá vuestras frescas mocedades, que quien tiempo tiene

[41] e mejor le espera, tiempo viene, que se arrepiente. Como yo hago agora por algunas horas, que dexé perder, quando moça,

quando me preciauan, quando me querían. Que ya, ¡mal pecado!, caducado he, nadie no me quiere. ¡Que sabe Dios mi buen

desseo! Besaos e abraçaos, que a mí no me queda otra cosa sino gozarme de vello. Mientra a la mesa estays, de la cinta arriba

todo se perdona. Quando seays aparte, no quiero poner tassa, pues que el rey no la pone. Que yo sé por las mochachas, que

nunca de importunos os acusen e la vieja Celestina mascará de dentera con sus botas enzías las migajas de los manteles.

Bendígaos Dios, ¡cómo lo reys e holgays, putillos, loquillos, trauiessos! ¡En esto auía de parar el nublado de las questioncillas,

que aués tenido! ¡Mirá no derribés la mesa!

ELICIA.- Madre, a la puerta llaman. ¡El solaz es derramado!

CELESTINA.- Mira, hija, quién es: por ventura será quien lo acreciente e allegue. [42]

ELICIA.- O la boz me engaña o es mi prima Lucrecia.

CELESTINA.- Ábrela e entre ella e buenos años. Que avn a ella algo se le entiende desto que aquí hablamos; avnque su

mucho encerramiento le impide el gozo de su mocedad.

AREUSA.- Assí goze de mí, que es verdad, que estas, que siruen a señoras, ni gozan deleyte ni conocen los dulces premios

de amor. Nunca tratan con parientes, con yguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: ¿qué cenaste?, ¿estás

preñada?, ¿quántas gallinas crías?, llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿quánto ha que no te vido?,

¿cómo te va con él?, ¿quién son tus vezinas?, e otras cosas de ygualdad semejantes. ¡O tía, y qué duro nombre e qué graue e

soberuio es señora contino en la boca! Por esto me viuo sobre mí, [43] desde que me sé conocer. Que jamás me precié de

llamarme de otrie; sino mía. Mayormente destas señoras, que agora se vsan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo e con vna

saya rota de las que ellas desechan pagan seruicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, contino sojuzgadas, que

hablar delante dellas no osan. E quando veen cerca el tiempo de la obligación de casallas, leuántanles vn caramillo, que se

echan con el moço o con el hijo o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa o que hurtó la taça o perdió el anillo;

danles vn ciento de açotes e échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeça, diziendo: allá yrás, ladrona, puta, no destruyrás mi

casa e honrra. Assí que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos e joyas de

boda, salen desnudas e denostadas. Estos son sus premios, estos son sus beneficios e pagos. Oblíganseles a dar marido,

quítanles el vestido. La mejor honrra, que en sus casas tienen, es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes

acuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca dellas; sino puta acá, puta acullá. ¿A dó vas tiñosa? [44] ¿Qué heziste,

vellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, suzia? ¿Cómo

dixiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián lo aurás dado. Ven

acá, mala muger, la gallina hauada no paresce: pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré. E tras

esto mill chapinazos e pellizcos, palos e açotes. No ay quien las sepa contentar, no quien pueda sofrillas. Su plazer es dar bozes,

su gloria es reñir. De lo mejor fecho menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he quesido más viuir en mi pequeña

casa, esenta e señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada e catiua.

CELESTINA.- En tu seso has estado, bien sabes lo que hazes. Que los sabios dizen: que vale más [45] vna migaja de pan con

paz, que toda la casa llena de viandas con renzilla. Mas agora cesse esta razón, que entra Lucrecia.

LUCRECIA.- Buena pro os haga, tía e la compañía. Dios bendiga tanta gente e tan honrrada.

CELESTINA.- ¿Tanta, hija? ¿Por mucha has esta? Bien parece que no me conosciste en mi prosperidad, oy ha veynte años.

¡Ay, quien me vido e quien me vee agora, no sé cómo no quiebra su coraçón de dolor! Yo vi, mi amor a esta mesa, donde agora

están tus primas assentadas, nueue moças de tus días, que la mayor no passaua de deziocho años e ninguna hauía menor de

quatorze. Mundo es, passe, ande su rueda, rodee sus alcaduzes, vnos llenos, otros vazíos. La ley es de fortuna que ninguna cosa

en vn ser mucho tiempo permanesce: su orden es mudanças. No puedo dezir sin lágrimas la mucha honrra, que entonces tenía;

avnque por mis pecados e mala dicha poco a poco ha venido en [46] diminución. Como declinauan mis días, assí se diminuya e

menguaua mi prouecho. Prouerbio es antiguo, que quanto al mundo es o crece o descrece. Todo tiene sus límites, todo tiene sus

grados. Mi honrra llegó a la cumbre, según quien yo era: de necessidad es que desmengüe e abaxe. Cerca ando de mi fin. En

esto veo que me queda poca vida. Pero bien sé que sobí para decender, florescí para secarme, gozé para entristecerme, nascí

para biuir, biuí para crecer, crecí para enuejecer, enuejecí para morirme. E pues esto antes de agora me consta, sofriré con

menos pena mi mal; avnque del todo no pueda despedir el sentimiento, como sea de carne sentible formada.

LUCRECIA.- Trabajo tenías, madre, con tantas moças, que es ganado muy trabajoso de guardar.

CELESTINA.- ¿Trabajo, mi amor? Antes descanso e aliuio. Todas me obesdecían, todas me honrrauan, de todas era acatada,

ninguna salía de mi querer, lo que yo dezía era lo bueno, a cada qual daua su cobro. No escogían más de lo que yo les mandaua:

coxo o tuerto o manco, aquel hauían por sano, que más dinero me daua. Mío era el prouecho, suyo el afán. Pues seruidores, [47]

¿no tenía por su causa dellas? Caualleros viejos e moços, abades de todas dignidades, desde obispos hasta sacristanes. En

entrando por la yglesia, vía derrocar bonetes en mi honor, como si yo fuera vna duquesa. El que menos auía que negociar

comigo, por más ruyn se tenía De media legua que me viessen, dexauan las Horas. Vno a vno, dos a dos, venían a donde yo

estaua, a uer si mandaua algo, a preguntarme cada vno por la suya. Que hombre havía, que estando diziendo missa, en

viéndome entrar, se turbaua, que no fazía ni dezía cosa a derechas. Vnos me llamauan señora, otros tía, otros enamorada, otros

vieja honrrada. Allí se concertauan sus venidas a mi casa, allí las ydas a la suya, allí se me ofrecían dineros, allí promesas, allí

otras dádiuas, besando el cabo de mi manto e avn algunos en la cara, por me tener más contenta. Agora hame traydo la fortuna

a tal estado, que me digas: buena pro hagan las çapatas.

SEMPRONIO.- Espantados nos tienes con tales cosas como nos cuentas de essa religiosa gente e benditas coronas. ¡Sí, que

no serían todos! [48]

CELESTINA.- No, hijo, ni Dios lo mande que yo tal cosa leuante. Que muchos viejos deuotos hauía con quien yo poco

medraua e avn que no me podían ver; pero creo que de embidia de los otros que me hablauan. Como la clerezía era grande,

hauía de todos: vnos muy castos, otros que tenían cargo de mantener a las de mi oficio. E avn todavía creo que no faltan. E

embiauan sus escuderos e moços a que me acompañassen e, apenas era llegada a mi casa, quando entrauan por mi puerta

muchos pollos e gallinas, ansarones, anadones, perdizes, tórtolas, perniles de tocino, tortas de trigo, lechones. Cada qual, como

lo recebía de aquellos diezmos de Dios, assí lo venían luego a registrar, para que comiese yo e aquellas sus deuotas. ¿Pues,

vino? ¿No me sobraua de lo mejor que se beuía en la ciudad, venido de diuersas partes, de Monuiedro, de Luque, de Toro, de

Madrigal, de Sant Martín e de otros muchos lugares, e tantos que, avnque tengo la diferencia de los gustos e sabor en la boca,

no tengo la diuersidad de sus tierras en la memoria. Que harto es que vna vieja, como yo, en oliendo qualquiera vino, diga de

donde es. Pues otros curas sin renta, no era [49] ofrecido el bodigo, quando, en besando el filigrés la estola, era del primero

boleo en mi casa. Espessos, como piedras a tablado, entrauan mochachos cargados de prouisiones por mi puerta. No sé cómo

puedo viuir, cayendo de tal estado.

AREUSA.- Por Dios, pues somos venidas a hauer plazer, no llores, madre, ni te fatigues: que Dios lo remediará todo. [50]

CELESTINA.- Harto tengo, hija, que llorar, acordándome de tan alegre tiempo e tal vida como yo tenía, e quan seruida era

de todo el mundo. Que jamás houo fruta nueua, de que yo primero no gozasse, que otros supiessen si era nascida. En mi casa se

hauía de hallar, si para alguna preñada se buscasse.

SEMPRONIO.- Madre, ningund prouecho trae la memoria del buen tiempo, si cobrar no se puede; antes tristeza. Como a ti

agora, que nos has sacado el plazer d'entre las manos. Álcese la mesa. Yrnos hemos a holgar e tú darás respuesta a essa

donzella, que aquí es venida.

CELESTINA.- Hija Lucrecia, dexadas estas razones, querría que me dixiesses a qué fue agora tu buena venida.

LUCRECIA.- Por cierto, ya se me hauía oluidado mi principal demanda e mensaje con la memoria de esse tan alegre tiempo

como has contado e assí me estuuiera vn año sin comer, escuchándote e pensando en aquella vida buena, que aquellas moças

gozarían, que me parece e semeja que estó yo agora en ella. Mi venida, señora, es lo que tú sabrás: pedirte el ceñidero e, demás

desto, te ruega mi señora sea de ti visitada e muy presto, porque se siente muy fatigada de desmayos e de dolor del coraçón.

[51]

CELESTINA.- Hija, destos dolorcillos tales, más es el ruydo que las nuezes. Marauillada estoy sentirse del coraçón muger

tan moça.

LUCRECIA.- ¡Assí te arrastren, traydora! ¿Tú no sabes qué es? Haze la vieja falsa sus hechizos e vasse; después házese de

nueuas.

CELESTINA.- ¿Qué dizes, hija?

LUCRECIA.- Madre, que vamos presto e me des el cordón.

CELESTINA.- Vamos, que yo le lleuo.

[53]

El décimo aucto

ARGUMENTO DEL DÉCIMO AUTO

Mientra andan Celestina e Lucrecia por el camino, está hablando Melibea consigo misma, Llegan a la puerta. Entra Lucrecia

primero. Haze entrar a Celestina. Melibea, después de muchas razones, descubre a Celestina arder en amor de Calisto. Veen

venir a Alisa, madre de Melibea. Despídense d' en vno. Pregunta Alisa a Melibea de los negocios de Celestina, defendiéndole

su mucha conuersación.

MELIBEA, CELESTINA, LUCRECIA, ALISA.

MELIBEA.- ¡O lastimada de mí! ¡O malproueyda donzella! ¿E no me fuera mejor conceder su petición e demanda ayer a

Celestina, quando de parte de aquel señor, cuya vista me catiuó, me fue rogado, e contentarle a él e sanar a mí, que no venir por

fuerça a descobrir mi llaga, quando no me sea agradecido, quando ya, desconfiando de mi buena respuesta, aya puesto sus ojos

en amor de otra? ¡Quanta más ventaja touiera mi prometimiento rogado, que mi [54] ofrecimiento forçoso! ¡O mi fiel criada

Lucrecia! ¿Qué dirás de mí?, ¿qué pensarás de mi seso, quando me veas publicar lo que a ti jamás he quesido descobrir? ¡Cómo

te espantarás del rompimiento de mi honestidad e vergüença, que siempre como encerrada donzella acostumbré tener! No sé si

aurás barruntado de dónde proceda mi dolor. ¡O, si ya veniesses con aquella medianera de mi salud! ¡O soberano Dios! A ti,

que todos los atribulados llaman, los apassionados piden remedio, los llagados medicina; a ti que los cielos, mar e tierra con los

infernales centros obedecen; a ti, el qual todas las cosas a los hombres sojuzgaste, humilmente suplico des a mi herido coraçón

sofrimiento e paciencia, con que mi terrible passión pueda dissimular. No se desdore aquella hoja de castidad, que tengo

assentada sobre este amoroso desseo, publicando ser otro mi dolor, que no el que me atormenta. Pero, ¿cómo lo podré hazer,

lastimándome tan cruelmente el ponçoñoso bocado, que la vista de su presencia de aquel cauallero me dio? ¡O género femíneo,

encogido e frágile! ¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descobrir su congoxoso e ardiente amor, como a los

varones? Que ni Calisto biuiera quexoso ni yo penada.

 

LUCRECIA.- Tía, detente vn poquito cabo esta [55] puerta. Entraré a uer con quien está hablando mi señora. Entra, entra,

que consigo lo ha.

MELIBEA.- Lucrecia, echa essa antepuerta. ¡O vieja sabia e honrrada, tú seas bienvenida! ¿Qué te parece, cómo ha querido

mi dicha e la fortuna ha rodeado que yo tuuiesse de tu saber necessidad, para que tan presto me houiesses de pagar en la misma

moneda el beneficio, que por ti me fue demandado para esse gentilhombre, que curauas con la virtud de mi cordón?

CELESTINA.- ¿Qué es, señora, tu mal, que assí muestra las señas de su tormento en las coloradas colores de tu gesto?

MELIBEA.- Madre mía, que comen este coraçón serpientes dentro de mi cuerpo.

CELESTINA.- Bien está. Assí lo quería yo. Tú me pagarás, doña loca, la sobra de tu yra.

MELIBEA.- ¿Qué dizes? ¿Has sentido en verme alguna causa, donde mi mal proceda?

CELESTINA.- No me as, señora, declarado la calidad del mal. ¿Quieres que adeuine la causa? [56] Lo que yo digo es que

rescibo mucha pena de ver triste tu graciosa presencia.

MELIBEA.- Vieja honrrada, alégramela tú, que grandes nueuas me han dado de tu saber.

CELESTINA.- Señora, el sabidor solo es Dios; pero, como para salud e remedio de las enfermedades fueron repartidas las

gracias en las gentes de hallar las melezinas, dellas por esperiencia, dellas por arte, dellas por natural instinto, alguna partezica

alcançó a esta pobre vieja, de la qual al presente podrás ser seruida.

MELIBEA.- ¡O qué gracioso e agradable me es oyrte! Saludable es al enfermo la alegre cara del que le visita. Parésceme que

veo mi coraçón entre tus manos fecho pedaços. El qual, si tú quisiesses, con muy poco trabajo juntarías con la virtud de tu

lengua: no de otra manera que, quando vio en sueños aquel grande Alexandre, rey de Macedonia, en la boca del dragón la

saludable rayz con que sanó a su criado Tolomeo del bocado de la bíuora. Pues, por amor de Dios, te despojes para muy

diligente entender en mi mal e me des algún remedio.

CELESTINA.- Gran parte de la salud es dessearla, por lo qual creo menos peligroso ser tu dolor. [57] Pero para yo dar,

mediante Dios, congrua e saludable melezina, es necessario saber de ti tres cosas. La primera, a qué parte de tu cuerpo más

declina e aquexa el sentimiento. Otra, si es nueuamente por ti sentido, porque más presto se curan las tiernas enfermedades en

sus principios, que quando han hecho curso en la perseueración de su oficio; mejor se doman los animales en su primera edad,

que quando ya es su cuero endurecido, para venir mansos a la melena; mejor crescen las plantas, que tiernas e nueuas se

trasponen, que las que frutificando ya se mudan; muy mejor se despide el nueuo pecado, que aquel que por costumbre antigua

cometemos cada día. La tercera, si procede de algún cruel pensamiento, que asentó en aquel lugar. E esto sabido, verás obrar mi

cura. Por ende cumple que al médico como al confessor se hable toda verdad abiertamente.

MELIBEA.- Amiga Celestina, muger bien sabia e maestra grande, mucho has abierto el camino, por donde mi mal te pueda

especificar. Por cierto, tú lo pides como muger bien esperta en curar tales enfermedades. Mi mal es de coraçón, la ysquierda teta

es su aposentamiento, tiende sus rayos a todas partes. Lo segundo, es nueuamente nacido en mi cuerpo. Que no pensé [58]

jamás que podía dolor priuar el seso, como este haze. Túrbame la cara, quítame el comer, no puedo dormir, ningún género de

risa querría ver. La causa o pensamiento, que es la final cosa por ti preguntada de mi mal, ésta no sabré dezir. Porque ni muerte

de debdo ni pérdida de temporales bienes ni sobresalto de visión ni sueño desuariado ni otra cosa puedo sentir, que fuesse,

saluo la alteración, que tú me causaste con la demanda, que sospeché de parte de aquel cauallero Calisto, quando me pediste la

oración.

CELESTINA.- ¿Cómo, señora, tan mal hombre es aquel? ¿Tan mal nombre es el suyo, que en solo ser nombrado trae consigo

ponçoña su sonido? No creas que sea essa la causa de tu sentimiento, antes otra que yo barrunto. E pues que assí es, si tú

licencia me das, yo, señora, te la diré.

MELIBEA.- ¿Cómo Celestina? ¿Qué es esse nueuo salario, que pides? ¿De licencia tienes tú necessidad para me dar la

salud? ¿Quál físico jamás pidió tal seguro para curar al paciente? Di, di, que siempre la tienes de mí, tal que mi honrra no dañes

con tus palabras.

CELESTINA.- Véote, señora, por vna parte quexar el dolor, por otra temer la melezina. Tu temor me pone miedo, el miedo

silencio, el silencio tregua entre tu llaga e mi melezina. Assí que será causa, que ni tu dolor cesse ni mi venida aproueche. [59]

MELIBEA.- Quanto más dilatas la cura, tanto más me acrecientas e multiplicas la pena e passión. O tus melezinas son de

poluos de infamia e licor de corrupción, conficionados con otro más crudo dolor, que el que de parte del paciente se siente, o no

es ninguno tu saber. Porque si lo vno o lo otro no abastasse, qualquiera remedio otro darías sin temor, pues te pido le muestres,

quedando libre mi honrra.

 

CELESTINA.- Señora, no tengas por nueuo ser más fuerte de sofrir al herido la ardiente trementina e los ásperos puntos, que

lastiman lo llagado e doblan la passión, que no la primera lisión, que dio sobre sano. Pues si tú quieres ser sana e que te

descubra la punta de mi sotil aguja sin temor, haz para tus manos e pies vna ligadura de sosiego, para tus ojos vna cobertura de

piedad, para tu lengua vn freno de silencio, para tus oydos vnos algodones de sofrimiento e paciencia, e verás obrar a la antigua

maestra destas llagas.

MELIBEA.- ¡O como me muero con tu dilatar! Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres, que no podrá ser tu

remedio tan áspero, que yguale con mi pena e tormento. Agora toque en mi honrra, agora dañe mi fama, agora lastime mi

cuerpo, avnque sea romper mis carnes [60] para sacar mi dolorido coraçón, te doy mi fe ser segura e, si siento afluio, bien

galardonada.

LUCRECIA.- El seso tiene perdido mi señora. Gran mal es este. Catiuádola ha esta hechizera.

CELESTINA.- Nunca me ha de faltar vn diablo acá e acullá: escapóme Dios de Pármeno, tópome con Lucrecia.

MELIBEA.- ¿Qué dizes, amada maestra? ¿Que te fablaua essa moça?

CELESTINA.- No le oy nada. Pero diga lo que dixere, sabe que no ay cosa más contraria en las grandes curas delante los

animosos çurujanos, que los flacos coraçones, los quales con su gran lástima, con sus doloriosas hablas, con sus sentibles

meneos, ponen temor al enfermo, fazen que desconfíe de la salud e al médico enojan e turban e la turbación altera la mano,

rige sin orden la aguja. Por donde se puede conocer claro, que es muy necessario para tu salud que no esté persona delante e

assí que la deues mandar salir. E tú, hija Lucrecia, perdona.

MELIBEA.- Salte fuera presto.

LUCRECIA.- ¡Ya!, ¡ya! ¡Todo es perdido! Ya me salgo señora. [61]

CELESTINA.- También me da osadía tu gran pena, como ver que con tu sospecha has ya tragado alguna parte de mi cura;

pero todavía es necessario traer más clara melezina e más saludable descanso de casa de aquel cauallero Calisto.

MELIBEA.- Calla, por Dios, madre. No traygan de su casa cosa para mi prouecho ni le nombres aquí.

CELESTINA.- Sufre, señora, con paciencia, que es el primer punto e principal. No se quiebre; si no, todo nuestro trabajo es

perdido. Tu llaga es grande, tiene necessidad de áspera cura. E lo duro con duro se ablanda más eficacemente. E dizen los

sabios que la cura del lastimero médico, dexa mayor señal e que nunca peligro sin peligro se vence. Ten paciencia, que pocas

vezes lo molesto sin molestia se cura. E vn clavo con otro se espele e vn dolor con otro. No concibas odio ni desamor ni

consientas a tu lengua dezir mal de persona tan virtuosa como Calisto, que si conocido fuesse...

MELIBEA.- ¡O por Dios, que me matas! ¿E no te tengo dicho que no me alabes esse hombre ni me le nombres en bueno ni

en malo?

CELESTINA.- Señora, este es otro e segundo punto, [62] el qual si tú con tu mal sofrimiento no consientes, poco

aprouechará mi venida e, si, como prometiste, lo sufres, tú quedarás sana e sin debda e Calisto sin quexa e pagado. Primero te

auisé de mi cura e desta inuisible aguja, que sin llegar a ti, sientes en solo mentarla en mi boca.

MELIBEA.- Tantas vezes me nombrarás esse tu cauallero, que ni mi promessa baste ni la fe, que te di, a sofrir tus dichos.

¿De qué ha de quedar pagado? ¿Qué le deuo yo a él? ¿Qué le soy a cargo? ¿Qué ha hecho por mí? ¿Qué necessario es él aquí

para el propósito de mi mal? Más agradable me sería que rasgases mis carnes e sacasses mi coraçón, que no traer essas palabras

aquí.

CELESTINA.- Sin te romper las vestiduras se lançó en tu pecho el amor: no rasgare yo tus carnes para le curar.

MELIBEA.- ¿Cómo dizes que llaman a este mi dolor, que assí se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo?

CELESTINA.- Amor dulce.

MELIBEA.- Esso me declara qué es, que en solo oyrlo me alegro.

CELESTINA.- Es vn fuego escondido, vna agradable [63] llaga, vn sabroso veneno, vna dulce amargura, vna delectable

dolencia, vn alegre tormento, vna dulce e fiera herida, vna blanda muerte.

MELIBEA.- ¡Ay mezquina de mí! Que si verdad es tu relación, dubdosa será mi salud. Porque, según la contrariedad que

essos nombres entre sí muestran, lo que al vno fuere prouechoso acarreará al otro más passión.

CELESTINA.- No desconfíe, señora, tu noble juuentud de salud. Que, quando el alto Dios da la llaga, tras ella embía el

remedio. Mayormente que sé yo al mundo nascida vna flor, que de todo esto te dé libre.

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MELIBEA.- ¿Cómo se llama?

CELESTINA.- No te lo oso dezir.

MELIBEA.- Di, no temas.

CELESTINA.- ¡Calisto! ¡O por Dios, señora Melibea!, ¿qué poco esfuerço es este? ¿Qué descaescimiento? ¡O mezquina yo!

¡Alça la cabeça! ¡O malauenturada vieja! ¡En esto han de parar mis passos! Si muere, matarme han; avnque biua, seré sentida,

que ya no podrá sofrirse de no publicar su mal e mi cura. Señora mía Melibea, ángel mío, ¿qué has sentido? ¿Qué es de tu habla

graciosa? ¿Qué es de tu color alegre? Abre tus claros ojos. ¡Lucrecia! ¡Lucrecia!, ¡entra presto acá!, verás amortescida a tu

señora [64] entre mis manos. Baxa presto por vn jarro de agua.

MELIBEA.- Passo, passo, que yo me esforçaré. No escandalizes la casa.

CELESTINA.- ¡O cuytada de mí! No te descaezcas, señora, háblame como sueles.

MELIBEA.- E muy mejor. Calla, no me fatigues.

CELESTINA.- ¿Pues qué me mandas que faga, perla graciosa? ¿Qué ha sido este tu sentimiento? Creo que se van quebrando

mis puntos.

MELIBEA.- Quebróse mi honestidad, quebróse mi empacho, afloxó mi mucha vergüença, e como muy naturales, como muy

domésticos, no pudieron tan liuianamente despedirse de mi cara, que no lleuassen consigo su color por algún poco de espacio,

mi fuerça, mi lengua e gran parte de mi sentido. ¡O!, pues ya, mi buena maestra, mi fiel secretaria, lo que tú tan abiertamente

conoces, en vano trabajo por te lo encubrir. Muchos e muchos días son passados que esse noble cauallero me habló en amor.

Tanto me fue entonces su habla enojosa, quanto, después que tú me le tornaste a nombrar, alegre. Cerrado han tus puntos mi

llaga, venida soy en tu querer. En mi cordón le lleuaste embuelta la posesión de mi libertad. Su dolor de muelas era mi mayor

tormento, su pena era la mayor mía. Alabo e loo tu buen sofrimiento, tu [65] cuerda osadía, tu liberal trabajo, tus solícitos e

fieles passos, tu agradable habla, tu buen saber, tu demasiada solicitud, tu prouechosa importunidad. Mucho te deue esse señor

e más yo, que jamás pudieron mis reproches aflacar tu esfuerço e perseverar, confiando en tu mucha astucia. Antes, como fiel

seruidora, quando más denostada, más diligente; quando más disfauor, más esfuerço; quando peor respuesta, mejor cara;

quando yo más ayrada, tú más humilde. Pospuesto todo temor, has sacado de mi pecho lo que jamás a ti ni a otro pensé

descobrir.

CELESTINA.- Amiga e señora mía, no te marauilles, porque estos fines con efecto me dan osadía a sofrir los ásperos e

escrupulosos desuíos de las encerradas donzellas como tú. Verdad es que ante que me determinasse, assí por el camino, como

en tu casa, estuue en grandes dubdas, si te descobriría mi petición. Visto el gran poder de tu padre, temía; mirando la gentileza

de Calisto, osaua; vista tu discreción, me recelaua; mirando tu virtud e humanidad, me esforçaua. En lo vno fablaua el miedo e

en lo otro la seguridad. E pues assí, señora, has quesido descubrir la gran merced, que nos has hecho, declara tu voluntad, echa

tus secretos en [66] mi regaço, pon en mis manos el concierto deste concierto. Yo daré forma cómo tu desseo e el de Calisto

sean en breue complidos.

MELIBEA.- ¡O mi Calisto e mi señor! ¡Mi dulce e suaue alegría! Si tu coraçón siente lo que agora el mío, marauillada estoy

cómo la absencia te consiente viuir. ¡O mi madre e mi señora!, haz de manera cómo luego le pueda ver, si mi vida quieres.

CELESTINA.- Ver e hablar.

MELIBEA.- ¿Hablar? Es impossible.

CELESTINA.- Ninguna cosa a los hombres, que quieren hazerla, es impossible.

MELIBEA.- Dime cómo.

CELESTINA.- Yo lo tengo pensado, yo te lo diré: por entre las puertas de tu casa.

MELIBEA.- ¿Quándo?

CELESTINA.- Esta noche.

MELIBEA.- Gloriosa me serás, si lo ordenas. Di a qué hora.

CELESTINA.- A las doze.

MELIBEA.- Pues ve, mi señora, mi leal amiga, e fabla con aquel señor e que venga muy paso e d'allí se dará concierto, según

su voluntad, a la hora que has ordenado.

CELESTINA.- Adiós, que viene hazia acá tu madre.

MELIBEA.- Amiga Lucrecia e mi leal criada e [67] fiel secretaria, ya has visto cómo no ha sido más en mi mano. Catiuóme

el amor de aquel cauallero. Ruégote, por Dios, se cubra con secreto sello, porque yo goze de tan suaue amor. Tú serás de mi

tenida en aquel lugar, que merece tu fiel seruicio.

LUCRECIA.- Señora, mucho antes de agora tengo sentida tu llaga e calado tu desseo. Hame fuertemente dolido tu

perdición. Quanto más tú me querías encobrir y celar el fuego, que te quemaua, tanto más sus llamas se manifestauan en la

color de tu cara, en el poco sossiego del coraçón, en el meneo de tus miembros, en comer sin gana, en el no dormir. Assí que

contino te se cayan, como de entre las manos, señales muy claras de pena. Pero como en los tiempos que la voluntad reyna en

los señores o desmedido apetito, cumple a los seruidores obedecer con diligencia corporal e no con artificiales consejos de

lengua, sufría con pena, callaua con temor, encobría con fieldad; de manera que fuera mejor el áspero consejo, que la blanda

lisonja. Pero, pues ya no tiene tu merced otro medio, sino morir o amar, mucha razón es que se escoja por mejor aquello que en

sí lo es. [68]

ALISA.- ¿En qué andas acá, vezina, cada día?

CELESTINA.- Señora, faltó ayer vn poco de hilado al peso e vínelo a cumplir, porque di mi palabra e, traydo, voyme. Quede

Dios contigo.

ALISA.- E contigo vaya.

ALISA.- Hija Melibea, ¿qué quería la vieja?

MELIBEA.- Venderme vn poquito de solimán.

ALISA.- Esso creo yo más, que lo que la vieja ruyn dixo. Pensó que recibiría yo pena dello e mintiome. Guarte, hija, della,

que es gran traydora. Que el sotil ladrón siempre rodea las ricas moradas. Sabe esta con sus trayciones, con sus falsas

mercadurías, mudar los propósitos castos. Daña la fama. A tres vezes, que entra en vna casa, engendra sospecha.

LUCRECIA. (Aparte).- Tarde acuerda nuestra ama.

ALISA.- Por amor mío, hija, que si acá tornare sin verla yo, que no ayas por bien su venida ni la recibas con plazer. Halle en

ti onestidad en tu respuesta e jamás boluerá. Que la verdadera virtud más se teme, que espada.

MELIBEA.- ¿Dessas es? ¡Nunca más! Bien huelgo, señora, de ser auisada, por saber de quien me tengo de guardar.

[69]

El aucto onzeno

ARGUMENTO DEL ONZENO AUTO

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle sola hablando. Vee a Sempronio e a Pármeno que van a la Magdalena por su

señor. Sempronio habla con Calisto, Sobreuiene Celestina. Van a casa de Calisto. Declárale Celestina su mensaje e negocio

recaudado con Melibea. Mientra ellos en estas razones están, Pármeno e Sempronio entre sí hablan. Despídese Celestina de

Calisto, va para su casa, llama a la puerta. Elicia le viene a abrir. Cenan e vanse a dormir.

CALISTO, CELESTINA, PÁRMENO, SEMPRONIO, ELICIA.

CELESTINA.- ¡Ay Dios, si llegasse a mi casa con mi mucha alegría acuestas! A Pármeno e a Sempronio veo yr a la

Magdalena. Tras ellos me voy e, si ay no estouiere Calisto, passaremos a su casa a pedirle las albricias de su gran gozo.

SEMPRONIO.- Señor, mira que tu estada es dar a todo el mundo que dezir. Por Dios, que huygas de ser traydo en lenguas,

que al muy deuoto llaman ypócrita. ¿Qué dirán sino que andas royendo [70] los sanctos? Si passión tienes, súfrela en tu casa;

no te sienta la tierra. No descubras tu pena a los estraños, pues está en manos el pandero que lo sabrá bien tañer.

CALISTO.- ¿En qué manos?

SEMPRONIO.- De Celestina.

CELESTINA.- ¿Qué nombrays a Celestina? ¿Qué dezís desta esclaua de Calisto? Toda la calle del Arcidiano vengo a más

andar tras vosotros por alcançaros e jamás he podido con mis luengas haldas.

CALISTO.- ¡O joya del mundo, acorro de mis passiones, espejo de mi vista! El coraçón se me alegra en ver essa honrrada

presencia, essa noble senetud. Dime, ¿con qué vienes? ¿Qué nueuas traes, que te veo alegre e no sé en qué está mi vida?

CELESTINA.- En mi lengua.

CALISTO.- ¿Qué dizes, gloria e descanso mío? Declárame más lo dicho.

CELESTINA.- Salgamos, señor, de la yglesia e de aquí a casa te contaré algo con que te alegres de verdad.

PÁRMENO.- Buena viene la vieja, hermano: recabdado deue hauer.

SEMPRONIO.- Escúchala. [71]

CELESTINA.- Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio e he dexado perder otros en que harto me yua. Muchos tengo

quexosos por tenerte a ti contento. Más he dexado de ganar que piensas. Pero todo vaya en buena hora, pues tan buen recabdo

traygo, que te traygo muchas buenas palabras de Melibea e la dexo a tu servicio.

CALISTO.- ¿Qué es esto que oygo?

CELESTINA.- Que es más tuya, que de sí misma; más está a tu mandato e querer, que de su padre Pleberio.

CALISTO.- Habla cortés, madre, no digas tal cosa, que dirán estos moços que estás loca. Melibea es mi señora, Melibea es

mi Dios, Melibea es mi vida; yo su catiuo, yo su sieruo.

SEMPRONIO.- Con tu desconfiança, señor, con tu poco preciarte, con tenerte en poco, hablas essas cosas con que atajas su

razón. A todo el mundo turbas diziendo desconciertos. ¿De qué te santiguas? Dale algo por su trabajo: harás mejor, que esso

esperan essas palabras.

CALISTO.- Bien has dicho. Madre mía, yo sé cierto que jamás ygualará tu trabajo e mi liuiano gualardón. En lugar de manto

e saya, porque [72] no se dé parte a oficiales, toma esta cadenilla, ponla al cuello e procede en tu razón e mi alegría.

PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto. Pues yo te certifico no diesse mi parte por

medio marco de oro, por mal que la vieja lo reparta.

SEMPRONIO.- Oyrte ha nuestro amo, ternemos en él que amansar y en ti que sanar, según está inchado de tu mucho

murmurar. Por mi amor, hermano, que oygas e calles, que por esso te dio Dios dos oydos e vna lengua sola.

PÁRMENO.- ¡Oyrá el diablo! Está colgado de la boca de la vieja, sordo e mudo e ciego, hecho personaje sin son, que,

avnque le diésemos higas, diría que alçauamos las manos a Dios, rogando por buen fin de sus amores. [73]

SEMPRONIO.- Calla, oye, escucha bien a Celestina. En mi alma, todo lo merece e más que le diese. Mucho dize.

CELESTINA.- Señor Calisto, para tan flaca vieja como yo, de mucha franqueza vsaste. Pero, como todo don o dádiua se

juzgue grande o chica respecto del que lo da, no quiero traer a consequencia mi poca merecer; ante quien sobra en qualidad e en

quantidad. Mas medirse ha con tu magnificencia, ante quien no es nada. En pago de la qual te restituyo tu salud, que yua

perdida; tu coraçón, que te faltaua; tu seso, que se alteraua. Melibea pena por ti más que tú por ella, Melibea te ama e dessea

ver, Melibea piensa más horas en tu persona que en la suya, Melibea se llama tuya e esto tiene por título de libertad e con esto

amansa el fuego, que más que a ti la quema.

CALISTO.- ¿Moços, estó yo aquí? ¿Moços, oygo yo esto? Moços, mirá si estoy despierto. ¿Es de día o de noche? ¡O señor

Dios, padre celestial! ¡Ruégote que esto no sea sueño! ¡Despierto, pues, estoy! Si burlas, señora, de mí por me pagar en

palabras, no temas, di verdad, que para lo que tú de mí has recebido, más merecen tus passos. [74]

CELESTINA.- Nunca el coraçón lastimado de deseo toma la buena nueua por cierta ni la mala por dudosa; pero, si burlo o si

no, verlo has yendo esta noche, según el concierto dexo con ella, a su casa, en dando el relox doze, a la hablar por entre las

puertas. De cuya boca sabrás más por entero mi solicitud e su desseo e el amor que te tiene e quién lo ha causado.

CALISTO.- Ya, ya, ¿tal cosa espero? ¿Tal cosa es possible hauer de passar por mí? Muerto soy de aquí allá, no soy capaz de

tanta gloria, no merecedor de tan gran merced, no digno de fablar con tal señora de su voluntad e grado.

CELESTINA.- Siempre lo oy dezir, que es más difícile de sofrir la próspera fortuna, que la aduersa: que la vna no tiene

sosiego e la otra tiene consuelo. ¿Cómo, señor Calisto, e no mirarías quién tú eres? ¿No mirarías el tiempo, que has gastado en

su seruicio? ¿No mirarías a quien [75] has puesto entremedias? ¿E asimismo que hasta agora siempre as estado dudoso de la

alcançar e tenías sofrimiento? Agora que te certifico el fin de tu penar ¿quieres poner fin a tu vida? Mira, mira que está

Celestina de tu parte e que, avnque todo te faltasse lo que en vn enamorado se requiere, te vendería por el más acabado galán

del mundo, que te haría llanas las peñas para andar, que te faría las más crescidas aguas corrientes pasar sin mojarte. Mal

conoces a quien das tu dinero.

CALISTO.- ¡Cata, señora! ¿Qué me dizes? ¿Que verná de su grado?

CELESTINA.- E avn de rodillas.

SEMPRONIO.- No sea ruydo hechizo, que nos quieran tomar a manos a todos. Cata, madre, que assí se suelen dar las çaraças

en pan embueltas, porque no las sienta el gusto.

PÁRMENO.- Nunca te oy dezir mejor cosa. Mucha sospecha me pone el presto conceder de aquella señora e venir tan ayna

en todo su querer de Celestina, engañando nuestra voluntad [76] con sus palabras dulces e prestas por hurtar por otra parte,

como hazen los de Egypto, quando el signo nos catan en la mano. Pues alahé, madre, con dulces palabras están muchas

injurias vengadas. El manso boyzuelo con su blando cencerrar trae las perdizes a la red; el canto de la serena engaña los

simples marineros con su dulçor. Assí esta con su mansedumbre e concessión presta querrá tomar vna manada de nosotros a

su saluo; purgará su innocencia con la honrra de Calisto e con nuestra muerte. Assí como corderica mansa que mama su

madre la ajena, ella con su segurar tomará la vengança de Calisto en todos nosotros, de manera, que, con la mucha gente que

tiene, podrá caçar a padres e hijos en vna nidada e tú estarte has rascando a tu fuego, diziendo: a saluo está el que repica.

CALISTO.- ¡Callad, locos, vellacos, sospechosos! Parece que days a entender que los ángeles sepan hazer mal. Sí, que

Melibea ángel dissimulado es, que viue entre nosotros. [77]

SEMPRONIO.- ¿Todauía te buelues a tus eregías? Escúchale, Pármeno. No te pene nada, que, si fuere trato doble, él lo

pagará, que nosotros buenos pies tenemos.

CELESTINA.- Señor, tú estás en lo cierto; vosotros cargados de sospechas vanas. Yo he hecho todo lo que a mí era a cargo.

Alegre te dexo. Dios te libre e aderece. Pártome muy contenta. Si fuere menester para esto o para más, allí estoy muy aparejada

a tu seruicio.

PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!

SEMPRONIO.- ¿De qué te ríes, por tu vida, Pármeno?

PÁRMENO.- De la priessa, que la vieja tiene por yrse. No vee la hora que hauer despegado la cadena de casa. No puede

creer que la tenga en su poder ni que se la han dado de verdad. No se halla digna de tal don, tan poco como Calisto de Melibea.

SEMPRONIO.- ¿Qué quieres que haga vna puta alcahueta, que sabe e entiende lo que nosotros nos callamos e suele hazer

siete virgos por dos monedas, después de verse cargada de oro, sino ponerse en saluo con la possessión, con temor no se la

tornen a tomar, después que ha complido [78] de su parte aquello para que era menester? ¡Pues guárdese del diablo, que sobre

el partir no le saquemos el alma!

CALISTO.- Dios vaya contigo, madre. Yo quiero dormir e reposar vn rato para satisfazer a las passadas noches e complir con

la por venir.

CELESTINA.- Tha, tha.

ELICIA.- ¿Quién llama?

CELESTINA.- Abre, hija Elicia.

ELICIA.- ¿Cómo vienes tan tarde? No lo deues hazer, que eres vieja: tropeçaras donde caygas e mueras.

CELESTINA.- No temo esso, que de día me auiso por donde venga de noche. Que jamás me subo por poyo ni calçada; sino

por medio de la calle. Porque como dizen: no da passo seguro quien corre por el muro e que aquel va más sano que anda por

llano. Más quiero ensuziar mis zapatos con el lodo, que ensangrentar las tocas e los cantos. Pero no te duele a ti en esse lugar.

ELICIA.- ¿Pues qué me ha de doler? [79]

CELESTINA.- Que se fue la compañía, que te dexé, e quedaste sola.

ELICIA.- Son passadas quatro horas después ¿e hauíaseme de acordar desso?

CELESTINA.- Quanto más presto te dexaron, más con razón lo sentiste. Pero dexemos, su yda e mi tardança. Entendamos en

cenar e dormir.

[81]

El aucto dozeno

ARGUMENTO DEL DOZENO AUTO

Llegando la media noche, Calisto, Sempronio e Pármeno armados van para casa de Melibea. Lucrecia e Melibea están cabe la

puerta, aguardando a Calisto. Viene Calisto. Háblale primero Lucrecia. Llama a Melibea. Apártase Lucrecia. Háblanse por

entre las puertas Melibea e Calisto. Pármeno e Sempronio de su cabo departen. Oyen gentes por la calle. Apercíbense para

huyr. Despídese Calisto de Melibea, dexando concertada la tornada para la noche siguiente. Pleberio, al son del ruydo, que

hauía en la calle, despierta, llama a su muger Alisa. Preguntan a Melibea quién da patadas en su cámara. Responde Melibea a su

padre Pleberio fingendo que tenía sed. Calisto con sus criados va para su casa hablando. Echase a dormir. Pármeno e

Sempronio van a casa de Celestina. Demandan su parte de la ganancia. Dissimula Celestina. Vienen a reñir. Echanle mano a

Celestina, mátanla. Da vozes Elicia. Viene la justicia e prendelos amos.

CALISTO, LUCRECIA, MELIBEA, SEMPRONIO, PÁRMENO, PLEBERIO, ALISA, CELESTINA, ELICIA.

CALISTO.- ¿Moços, qué hora da el relox?

SEMPRONIO.- Las diez. [82]

CALISTO.- ¡O cómo me descontenta el oluido en los moços! De mi mucho acuerdo en esta noche e tu descuydar e oluido se

haría vna razonable memoria e cuydado. ¿Cómo, desatinado, sabiendo quánto me va, Sempronio, en ser diez o onze, me

respondías a tiento lo que más ayna se te vino a la boca? ¡O cuytado de mí! Si por caso me houiera dormido e colgara mi

pregunta de la respuesta de Sempronio para hazerme de onze diez e assí de doze onze, saliera Melibea, yo no fuera ydo,

tornárase: ¡de manera, que ni mi mal ouiera fin ni mi desseo execución! No se dize em balde que mal ageno de pelo cuelga.

SEMPRONIO.- Tanto yerro, señor, me parece, sabiendo preguntar, como ignorando responder. Mas este mi amo tiene gana

de reñir e no sabe cómo.

PÁRMENO.- Mejor sería, señor, que se gastasse esta hora, que queda, en adereçar armas, que en buscar questiones.

CALISTO.- Bien me dize este necio. No quiero en tal tiempo recebir enojo. No quiero pensar en lo que pudiera venir, sino

en lo que fue; no en [83] el daño, que resultara de su negligencia, sino en el prouecho que verná de mi solicitud. Quiero dar

espacio a la yra, que o se me quitará o se me ablandará. Descuelga, Pármeno, mis coraças e armaos vosotros e assí yremos a

buen recaudo, porque como dizen: el hombre apercebido, medio combatido.

PÁRMENO.- Hélas aquí, señor.

CALISTO.- Ayúdame aquí a vestirlas. Mira tú, Sempronio, si parece alguno por la calle.

SEMPRONIO.- Señor, ninguna gente parece e, avnque la houiesse, la mucha escuridad priuaría el viso e conoscimiento a los

que nos encontrasen.

CALISTO.- Pues andemos por esta calle, avnque se rodee alguna cosa, porque más encubiertos vamos. Las doze da ya:

buena hora es.

PÁRMENO.- Cerca estamos.

CALISTO.- A buen tiempo llegamos. Párate tú, Pármeno, a uer si es venida aquella señora por entre las puertas.

PÁRMENO.- ¿Yo, señor? Nunca Dios mande que sea en dañar lo que no concerté; mejor será que tu presencia sea su primer

encuentro, porque viéndome a mí no se turbe de ver que de [84] tantos es sabido lo que tan ocultamente quería hazer e con

tanto temor faze o porque quiçá pensará que la burlaste.

CALISTO.- ¡O qué bien has dicho! La vida me has dado con tu sotil auiso, pues no era más menester para me lleuar muerto a

casa, que boluerse ella por mi mala prouidencia. Yo me llego allá; quedaos vosotros en esse lugar.

PÁRMENO.- ¿Qué te paresce, Sempronio, cómo el necio de nuestro amo pensaua tomarme por broquel, para el encuentro

del primer peligro? ¿Qué sé yo quién está tras las puertas cerradas? ¿Qué sé yo si ay alguna trayción? ¿Qué sé yo si Melibea

anda porque le pague nuestro amo su mucho atreuimiento desta manera? E más, avn no somos muy ciertos dezir verdad la

vieja. No sepas fablar, Pármeno: ¡sacarte han el alma, sin saber quién! No seas lisonjero, como tu amo quiere e jamás llorarás

duelos agenos. No tomes en lo que te cumple el consejo de Celestina e hallarte as ascuras. Andate ay con tus consejos e

amonestaciones fieles: ¡darte han de palos! No bueluas la hoja e quedarte has a [85] buenas noches. Quiero hazer cuenta que

hoy me nascí, pues de tal peligro me escapé.

SEMPRONIO.- Passo, passo, Pármeno. No saltes ni hagas esse bollicio de plazer, que darás causa que seas sentido.

PÁRMENO.- Calla, hermano, que no me hallo de alegría. ¡Cómo le hize creer que por lo que a él cumplía dexaua de yr e era

por mi seguridad! ¿Quién supiera assí rodear su prouecho, como yo? Muchas cosas me verás hazer, si estás d' aquí adelante

atento, que no las sientan todas personas, assí con Calisto como con quantos en este negocio suyo se entremetieren. Porque soy

cierto que esta donzella ha de ser para él ceuo de anzuelo o carne de buytrera, que suelen pagar bien el escote los que a comerla

vienen.

SEMPRONIO.- Anda, no te penen a ti essas sospechas, avnque salgan verdaderas. Apercíbete: a la primera boz que oyeres,

tomar calças de Villadiego. [86]

PÁRMENO.- Leydo has donde yo: en vn coraçón estamos. Calças traygo e avn borzeguíes de essos ligeros que tú dizes, para

mejor huyr que otro. Plázeme que me has, hermano, auisado de lo que yo no hiziera de vergüença de ti. Que nuestro amo, si es

sentido, no temo que se escapará de manos desta gente de Pleberio, para podernos después demandar cómo lo hezimos e

incusarnos el huyr. [87]

SEMPRONIO.- ¡O Pármeno amigo! ¡Quán alegre e prouechosa es la conformidad en los compañeros! Avnque por otra cosa

no nos fuera buena Celestina, era harta la vtilidad, que por su causa nos ha venido.

PÁRMENO.- Ninguno podrá negar lo que por sí se muestra. Manifiesto es que con vergüença el vno del otro, por no ser

odiosamente acusado de couarde, esperáramos aquí la muerte con nuestro amo, no siendo más de él merecedor della.

SEMPRONIO.- Salido deue auer Melibea. Escucha, que hablan quedito.

PÁRMENO.- ¡O cómo temo que no sea ella, sino alguno que finja su voz!

SEMPRONIO.- Dios nos libre de traydores, no nos ayan tomado la calle por do tenemos de huyr; que de otra cosa no tengo

temor.

CALISTO.- Este bullicio más de vna persona lo haze. Quiero hablar, sea quien fuere. ¡Ce, señora mía!

LUCRECIA.- La voz de Calisto es ésta. Quiero llegar. ¿Quién habla? ¿Quién está fuera?

CALISTO.- Aquel que viene a cumplir tu mandado. [88]

LUCRECIA.- ¿Por qué no llegas, señora? Llega sin temor acá, que aquel cauallero está aquí.

MELIBEA.- ¡Loca, habla passo! Mira bien si es él.

LUCRECIA.- Allégate, señora, que sí es, que yo le conozco en la voz.

CALISTO.- Cierto soy burlado: no era Melibea la que me habló. ¡Bullicio oygo, perdido soy! Pues viua o muera, que no he

de yr de aquí.

MELIBEA.- Vete, Lucrecia, acostar vn poco. ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te mandó ay venir?

CALISTO.- Es la que tiene merecimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente seruir yo no merezco. No tema tu

merced de se descobrir a este catiuo de tu gentileza: que el dulce sonido de tu habla, que jamás de mis oydos se cae, me

certifica ser tú mi señora Melibea. Yo soy tu sieruo Calisto.

MELIBEA.- La sobrada osadía de tus mensajes me ha forçado a hauerte de hablar, señor Calisto. Que hauiendo hauido de mí

la passada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor, de lo que entonces te mostré. Desuía estos vanos e

locos pensamientos de ti, porque mi honrra e persona estén sin detrimento de mala sospecha seguras. A esto fue aquí mi venida,

a dar concierto en tu despedida [89] e mi reposo. No quieras poner mi fama en la balança de las lenguas maldezientes.

CALISTO.- A los coraçones aparejados con apercibimiento rezio contra las aduersidades ninguna puede venir, que passe de

claro en claro la fuerça de su muro. Pero el triste que, desarmado e sin proueer los engaños e celadas, se vino a meter por las

puertas de tu seguridad, qualquiera cosa, que en contrario vea, es razón que me atormente e passe rompiendo todos los

almazenes en que la dulze nueua estaua aposentada. ¡O malauenturado Calisto! ¡O quan burlado has sido de tus siruientes! ¡O

engañosa muger Celestina! ¡Dejárasme acabar de morir e no tornaras a viuificar mi esperança, para que tuuiese más que gastar

el fuego que ya me aquexa! ¿Por qué falsaste la palabra desta mi señora? ¿Por qué has assí dado con tu lengua causa a mi

desesperación? ¿A qué me mandaste aquí venir, para que me fuese mostrado el disfauor, el entredicho, la desconfiança, el odio,

por la mesma boca desta que tiene las llaues de mi perdición e gloria? ¡O enemiga! ¿E tú [90] no me dixiste que esta mi señora

me era fauorable? ¿No me dixiste que de su grado mandaua venir este su catiuo al presente lugar, no para me desterrar

nueuamente de su presencia, pero para alçar el destierro, ya por otro su mandamiento puesto ante de agora? ¿En quién fallaré yo

fe? ¿Adónde ay verdad? ¿Quién carece de engaño? ¿Adónde no moran falsarios? ¿Quién es claro enemigo? ¿Quién es

verdadero amigo? ¿Dónde no se fabrican trayciones? ¿Quién osó darme tan cruda esperança de perdición?

MELIBEA.- Cesen, señor mío, tus verdaderas querellas: que ni mi coraçón basta para lo sofrir ni mis ojos para lo dissimular.

Tú lloras de tristeza, juzgándome cruel; yo lloro de plazer, viéndote tan fiel. ¡O mi señor e mi bien todo! ¡Quánto más alegre me

fuera poder ver tu haz, que oyr tu voz! Pero, pues no se puede al presente más fazer, toma la firma e sello de las razones, que te

embié escritas en la lengua de aquella solícita mensajera. Todo lo que te dixo confirmo, todo lo he por bueno. Limpia, señor,

tus ojos, ordena de mí a tu voluntad.

CALISTO.- ¡O señora mía, esperança de mi gloria, descanso e aliuio de mi pena, alegría de mi coraçón! ¿Qué lengua será

bastante para te dar yguales gracias a la sobrada e incomparable [91] merced, que en este punto, de tanta congoxa para mí, me

has quesido hazer en querer que vn tan flaco e indigno hombre pueda gozar de tu suauíssimo amor? Del qual, avnque muy

desseoso, siempre me juzgaua indigno, mirando tu grandeza, considerando tu estado, remirando tu perfeción, contemplando tu

gentileza, acatando mi poco merescer e tu alto merescimiento, tus estremadas gracias, tus loadas e manifiestas virtudes. Pues, ¡o

alto Dios!, ¿cómo te podré ser ingrato, que tan milagrosamente has obrado comigo tus singulares marauillas? ¡O quántos días

antes de agora passados me fue venido este pensamiento a mi coraçón e por impossible le rechaçaua de mi memoria, hasta que

ya los rayos ylustrantes de tu muy claro gesto dieron luz en mis ojos, encendieron mi coraçón, despertaron mi lengua,

estendieron mi merecer, acortaron mi couardía, destorcieron mi encogimiento, doblaron mis fuerças, desadormescieron mis pies

e manos, finalmente, me dieron tal osadía, que me han traydo con su mucho poder a este sublimado estado en que agora me

veo, oyendo de grado tu suaue voz. La qual, si ante de agora no conociese e no sintiesse tus saludables olores, no podría creer

que careciessen de engaño tus palabras. Pero, como soy cierto de tu limpieza de sangre e fechos, [92] me estoy remirando si soy

yo Calisto, a quien tanto bien se le haze.

MELIBEA.- Señor Calisto, tu mucho merecer, tus estremadas gracias, tu alto nascimiento han obrado que, después que de ti

houe entera noticia, ningún momento de mi coraçón te partiesses. E avnque muchos días he pugnado por lo dissimular, no he

podido tanto, que, en tornándome aquella muger tu dulce nombre a la memoria, no descubriesse mi desseo e viniesse a este

lugar e tiempo, donde te suplico ordenes e dispongas de mi persona segund querrás. Las puertas impiden nuestro gozo, las

quales yo maldigo e sus fuertes cerrojos e mis flacas fuerças, que ni tú estarías quexoso ni yo descontenta.

CALISTO.- ¿Cómo, señora mía, e mandas que consienta a vn palo impedir nuestro gozo? Nunca yo pensé que demás de tu

voluntad lo pudiera cosa estoruar. ¡O molestas e enojosas puertas! Ruego a Dios que tal huego os abrase, como a mí da guerra:

que con la tercia parte seríades en vn punto quemadas. Pues, por Dios, señora mía, permite que llame a mis criados para que las

quiebren.

PÁRMENO.- ¿No oyes, no oyes, Sempronio? A [93] buscarnos quiere venir para que nos den mal año. No me agrada cosa

esta venida. ¡En mal punto creo que se empeçaron estos amores! Yo no espero más aquí.

SEMPRONIO.- Calla, calla, escucha, que ella no consiente que vamos allá.

MELIBEA.- ¿Quieres, amor mío, perderme a mí e dañar mi fama? No sueltes las riendas a la voluntad. La esperança es

cierta, el tiempo breue, quanto tú ordenares. E pues tú sientes tu pena senzilla e yo la de entramos, tu solo dolor, yo el tuyo e el

mío, conténtate con venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto. Que si agora quebrasses las crueles puertas, avnque

al presente no fuessemos sentidos, amanescería en casa de mi padre terrible sospecha de mi yerro. E pues sabes que tanto

mayor es el yerro, quanto mayor es el que yerra, en vn punto será por la cibdad publicado.

SEMPRONIO.- ¡Enoramala acá esta noche venimos! Aquí nos ha de amanescer, según el espacio, que nuestro amo lo toma.

Que, avnque más la dicha nos ayude, nos han en tanto tiempo de sentir de su casa o vezinos. [94]

PÁRMENO.- Ya ha dos horas, que te requiero que nos vamos, que no faltará vn achaque.

CALISTO.- ¡O mi señora e mi bien todo! ¿Por qué llamas yerro aquello, que por los sanctos de Dios me fue concedido?

Rezando oy ante el altar de la Madalena, me vino con tu mensaje alegre aquella solícita muger.

PÁRMENO.- ¡Desuariar, Calisto, desuariar! Por fe tengo, hermano, que no es cristiano. Lo que la vieja traydora con sus

pestíferos hechizos ha rodeado e fecho dize que los sanctos de Dios se lo han concedido e impetrado. E con esta confiança

quiere quebrar las puertas. E no haurá dado el primer golpe, quando sea sentido e tomada por los criados de su padre, que

duermen cerca.

SEMPRONIO.- Ya no temas, Pármeno, que harto desuiados estamos. En sintiendo bullicio, el buen huyr nos ha de valer.

Déxale hazer, que si mal hiziere, él lo pagará.

PÁRMENO.- Bien hablas, en mi coraçón estás. Assí se haga. Huygamos la muerte, que somos moços. Que no querer morir

ni matar no es couardía, sino buen natural. Estos escuderos de Pleberio son locos: no desean tanto comer ni dormir, como

questiones e ruydos. Pues más locura sería esperar pelea con enemigo, que no ama tanto la vitoria e vencimiento, como la

continua [95] guerra e contienda. ¡O si me viesses, hermano, como estó, plazer haurías! A medio lado, abiertas las piernas, el

pie ysquierdo adelante puesto en huyda, las faldas en la cinta, la adarga arrollada e so el sobaco, porque no me empache. ¡Que,

por Dios, que creo corriesse como vn gamo, según el temor tengo d' estar aquí.

SEMPRONIO.- Mejor estó yo, que tengo liado el broquel e el espada con las correas, porque no se me caygan al correr, e el

caxquete en la capilla.

PÁRMENO.- ¿E las piedras, que trayas en ella?

SEMPRONIO.- Todas las vertí por yr más liuiano. Que harto tengo que lleuar en estas coraças, que me hiziste vestir por

importunidad; que bien las rehusaua de traer, porque me parescían para huyr muy pesadas. ¡Escucha, escucha! ¿Oyes,

Pármeno? ¡A malas andan! ¡Muertos somos! Bota presto, echa hazia casa de Celestina, no nos atajen por nuestra casa.

PÁRMENO.- Huye, huye, que corres poco. ¡O pecador de mí!, si nos han de alcançar, dexa broquel e todo. [96]

SEMPRONIO.- ¿Si han muerto ya a nuestro amo?

PÁRMENO.- No sé, no me digas nada; corre e calla, que el menor cuydado mio es esse.

SEMPRONIO.- ¡Ce!, ¡ce! ¡Pármeno! Torna, torna callando, que no es sino la gente del aguazil, que passaua haziendo

estruendo por la otra calle.

PÁRMENO.- Míralo bien. No te fíes en los ojos, que se antoja muchas veces vno por otro. No me auían dexado gota de

sangre. Tragada tenía ya la muerte, que me parescía que me yuan dando en estas espaldas golpes. En mi vida me acuerdo hauer

tan gran temor ni verme en tal afrenta, avnque he andado por casas agenas harto tiempo e en lugares de harto trabajo. Que

nueue años seruí a los frayles de Guadalupe, que mill vezes nos apuñeauamos yo e otros. Pero nunca como esta vez houe miedo

de morir.

SEMPRONIO.- ¿E yo no seruí al cura de Sant Miguel e al mesonero de la plaça e a Mollejar, el ortelano? E también yo

tenía mis questiones con los que tirauan piedras a los páxaros, que assentauan en vn álamo grande que tenía, porque dañauan

la ortaliza. Pero guárdete Dios de verte con armas, que aquel es el verdadero temor. No en balde dizen: cargado de hierro e

cargado [97] de miedo. Buelue, buelue, que el aguazil es, cierto.

MELIBEA.- Señor Calisto, ¿qué es esso que en la calle suena? Parescen vozes de gente, que van en huyda. Por Dios, mírate,

que estás a peligro.

CALISTO.- Señora, no temas, que a buen seguro vengo. Los míos deuen de ser, que son unos locos e desarman a quantos

passan e huyríales alguno.

MELIBEA.- ¿Son muchos los que traes?

CALISTO.- No, sino dos; pero, avnque sean seys sus contrarios, no recebirán mucha pena para les quitar las armas e hazerlos

huyr, según su esfuerço. Escogidos son, señora, que no vengo a lumbre de pajas. Si no fuesse por lo que a tu honrra toca,

pedaços harían estas puertas. E si sentidos fuessemos, a ti e a mí librarían de toda la gente de tu padre.

MELIBEA.- ¡O por Dios, no se cometa tal cosa! Pero mucho plazer tengo que de tan fiel gente andas acompañado.

Bienempleado es el pan, que tan esforçados siruientes comen. Por mi amor, señor, pues tal gracia la natura les quiso dar, sean

de ti bientratados e galardonados, porque en todo te guarden secreto. E quando sus osadías e atreuimientos les corregieres, a

bueltas del castigo mezcla fauor. Porque los [98] ánimos esforçados no sean con encogimiento diminutos e yrritados en el osar

a sus tiempos.

PÁRMENO.- ¡Ce!, ¡ce!, señor, quítate presto dende, que viene mucha gente con hachas e serás visto e conoscido, que no hay

donde te metas.

CALISTO.- ¡O mezquino yo e como es forçado, señora, partirme de ti! ¡Por cierto, temor de la muerte no obrara tanto, como

el de tu honrra! Pues que assí es, los ángeles queden con tu presencia. Mi venida será, como ordenaste, por el huerto.

MELIBEA.- Assí sea e vaya Dios contigo.

PLEBERIO.- Señora muger, ¿duermes?

ALISA.- Señor, no.

PLEBERIO.- ¿No oyes bullicio en el retraimiento de tu hija?

ALISA.- Sí oyo. ¡Melibea! ¡Melibea!

PLEBERIO.- No te oye; yo la llamaré más rezio. ¡Hija mía Melibea!

MELIBEA.- ¡Señor!

PLEBERIO.- ¿Quién da patadas e haze bullicio en tu cámara?

MELIBEA.- Señor, Lucrecia es, que salió por vn jarro de agua para mí, que hauía gran sed.

PLEBERIO.- Duerme, hija, que pensé que era otra cosa. [99]

LUCRECIA.- Poco estruendo los despertó. Con gran pauor hablauan.

MELIBEA.- No ay tan manso animal, que con amor o temor de sus hijos no asperece. Pues ¿qué harían, si mi cierta salida

supiessen?

CALISTO.- Cerrad essa puerta, hijos. E tú, Pármeno, sube vna vela arriba.

SEMPRONIO.- Deues, señor, reposar e dormir esto que queda d' aquí al día.

CALISTO.- Plázeme, que bien lo he menester. ¿Qué te parece, Pármeno, de la vieja, que tú me desalabauas? ¿Qué obra ha

salido de sus manos? ¿Qué fuera hecha sin ella?

PÁRMENO.- Ni yo sentía tu gran pena ni conoscía la gentileza e merescimiento de Melibea e assí no tengo culpa. Conoscía

a Celestina e sus mañas. Auisáuate como a señor; pero ya me parece que es otra. Todas las ha mudado.

CALISTO.- ¿E cómo mudado?

PÁRMENO.- Tanto que, si no lo ouiesse visto, no lo creería; mas assí viuas tú como es verdad.

CALISTO.- ¿Pues aués oydo lo que con aquella mi señora he passado? ¿Qué hazíades? ¿Teníades temor?

SEMPRONIO.- ¿Temor, señor, o qué? Por cierto, [100] todo el mundo no nos le hiziera tener. ¡Fallado auías los temerosos!

Allí estouimos esperándote muy aparejados e nuestras armas muy a mano.

CALISTO.- ¿Aués dormido algún rato?

SEMPRONIO.- ¿Dormir, señor? ¡Dormilones son los moços! Nunca me assenté ni avn junté por Dios los pies, mirando a

todas partes para, en sintiendo porqué, saltar presto e hazer todo lo que mis fuerças me ayudaran. Pues Pármeno, que te parecía

que no te seruía hasta aquí de buena gana, assí se holgó, quando vido los de las hachas, como lobo, quando siente poluo de

ganado, pensando poder quitárleslas, hasta que vido que eran muchos.

CALISTO.- No te marauilles, que procede de su natural ser osado e, avnque no fuesse por mí, hazíalo porque no pueden los

tales venir contra su vso, que avnque muda el pelo la raposa, su natural no despoja. Por cierto yo dixe a mi señora Melibea lo

que en vosotros ay e quán seguras tenía mis espaldas con vuestra ayuda e guarda. Fijos, en mucho cargo vos soy. Rogad [101] a

Dios por salud, que yo os galardonaré más conplidamente vuestro buen seruicio. Yd con Dios a reposar.

PÁRMENO.- ¿Adonde yremos, Sempronio? ¿A la cama a dormir o a la cozina a almorzar?

SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres; que, antes que venga el día, quiero yo yr a Celestina a cobrar mi parte de la cadena.

Que es vna puta vieja. No le quiero dar tienpo en que fabrique alguna ruyndad con que nos escluya.

PÁRMENO.- Bien dizes. Oluidado lo auía. Vamos entramos e, si en esso se pone, espantémosla de manera que le pese. Que

sobre dinero no ay amistad.

SEMPRONIO.- ¡Ce!, ¡ce! Calla, que duerme cabo esta ventanilla. Tha, tha, señora Celestina, ábrenos.

CELESTINA.- ¿Quién llama?

SEMPRONIO.- Abre, que son tus hijos.

CELESTINA.- No tengo yo hijos, que anden a tal hora.

SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno e Sempronio, que nos venimos acá almorzar contigo.

CELESTINA.- ¡O locos trauiesos! Entrad, entrad. [102] ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanesce? ¿Qué haués hecho? ¿Qué

os ha passado? ¿Despidiose la esperança de Calisto o viue todavía con ella o cómo queda?

SEMPRONIO.- ¿Cómo, madre? Si por nosotros no fuera, ya andouiera su alma buscando posada para siempre. Que, si

estimarse pudiesse a lo que de allí nos queda obligado, no sería su hazienda bastante a complir la debda, si verdad es lo que

dizen, que la vida e persona es más digna e de más valor que otra cosa ninguna.

CELESTINA.- ¡Jesú! ¿Que en tanta afrenta os haués visto? Cuéntamelo, por Dios.

SEMPRONIO.- Mira qué tanta, que por mi vida la sangre me hierue en el cuerpo en tornarlo a pensar.

CELESTINA.- Reposa, por Dios, e dímelo.

PÁRMENO.- Cosa larga le pides, según venimos alterados e cansados del enojo, que hauemos hauido. Farías mejor

aparejarnos a él e a mí de almorzar: quiçá nos amansaría algo la alteración que traemos. Que cierto te digo que no quería ya

topar hombre, que paz quisiesse. Mi gloria sería agora hallar en quien vengar la yra, que no pude en los que nos la causaron, por

su mucho huyr. [103]

CELESTINA.- ¡Landre me mate, si no me espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo agora, Sempronio, tú, por mi

vida: ¿qué os ha passado?

SEMPRONIO.- Por Dios, sin seso vengo, desesperado; avnque para contigo por demás es no templar la yra e todo enojo e

mostrar otro semblante, que con los hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traygo, señora, todas

las armas despedaçadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el caxquete abollado en la capilla. Que no tengo con que salir

vn passo con mi amo, quando menester me aya. Que quedó concertado de yr esta noche, que viene, a uerse por el huerto. ¿Pues

comprarlo de nueuo? No mando vn marauedí en que caya muerto.

CELESTINA.- Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su seruicio se gastó e quebró. Pues sabes que es persona, que luego lo

complirá. Que no es de los que dizen: Viue comigo e busca quien te mantenga. Él es tan franco, que te dará para esso e para

más.

SEMPRONIO.- ¡Ha! Trae también Pármeno perdidas las suyas. A este cuento en armas se le yrá [104] su hazienda. ¿Cómo

quieres que le sea tan importuno en pedirle más de lo que él de su propio grado haze, pues es arto? No digan por mí que dando

vn palmo pido quatro. Dionos las cient monedas, dionos después la cadena. A tres tales aguijones no terná cera en el oydo. Caro

le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho

abarca, poco suele apretar.

CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! Por mi vejez que, si sobre comer fuera, que dixera que hauíamos todos cargado

demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hazer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Só

yo obligada a soldar vuestras armas, a complir vuestras faltas? A osadas, que me maten, si no te has asido a vna palabrilla, que

te dixe el otro día, viniendo por la calle, que quanto yo tenía era tuyo e que, en quanto pudiesse con mis pocas fuerças, jamás te

faltaría, e que, si Dios me diesse buena manderecha con tu amo, que tú no perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos

ofrescimientos, estas palabras [105] de buen amor no obligan. No ha de ser oro quanto reluze; si no más barato valdría. ¿Dime,

estoy en tu coraçón, Sempronio? Verás si, avnque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, más

pesar, que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a esta loca de Elicia, como vine de tu casa, la cadenilla, que traxe para que

se holgasse con ella e no se puede acordar donde la puso. Que en toda esta noche ella ni yo no auemos dormido sueño de pesar.

No por su valor de la cadena, que no era mucho; pero por su mal cobro della e de mi mala dicha. Entraron vnos conoscidos e

familiares míos en aquella sazón aquí: temo no la ayan leuado, diziendo: si te vi, burleme etc. Assí que, hijos, agora que quiero

hablar con entramos, si algo vuestro amo a mí me dio, deués mirar que es mío; que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte

ni la quiero. Siruamos todos, que a todos dará, según viere que lo merescen. Que si me ha dado algo, dos vezes he puesto por

[106] él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su seruicio, que a vosotros, más materiales he gastado. Pues

aués de pensar, hijos, que todo me cuesta dinero e avn mi saber, que no lo he alcançado holgando. De lo qual fuera buen testigo

su madre de Pármeno. Dios aya su alma. Esto trabajé yo; a vosotros se os deue essotro. Esto tengo yo por oficio e trabajo;

vosotros por recreación e deleyte. Pues assí, no aués vosotros de auer ygual galardón de holgar, que yo de penar. Pero avn con

todo lo que he dicho, no os despidays, si mi cadena parece, de sendos pares de calças de grana, que es el ábito que mejor en los

mancebos paresce. E si no, recebid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida. E todo esto, de buen amor, porque holgastes

que houiesse yo antes el prouecho destos passos, que no otra. E si no os contentardes, de vuestro daño farés.

SEMPRONIO.- No es esta la primera vez que yo he dicho quánto en los viejos reyna este vicio de cobdicia. Quando pobre,

franca; quando rica, auarienta. Assí que aquiriendo cresce la cobdicia e la pobreza cobdiciando e ninguna cosa haze pobre al

auariento, sino la riqueza. ¡O Dios, e cómo cresce la necessidad con la abundancia! [107] ¡Quién la oyó esta vieja dezir que me

lleuasse yo todo el prouecho, si quisiesse, deste negocio, pensando que sería poco! Agora, que lo vee crescido, no quiere dar

nada, por complir el refrán de los niños, que dizen: de lo poco, poco; de lo mucho, nada.

PÁRMENO.- Déte lo que prometió o tomémosselo todo. Harto te dezía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras.

CELESTINA.- Si mucho enojo traés con vosotros o con vuestro amo o armas, no lo quebreys en mí. Que bien sé donde nasce

esto, bien sé e barrunto de qué pie coxqueays. No cierto de la necessidad, que teneys de lo que pedís, ni avn por la mucha

cobdicia, que lo teneys; sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados e catiuos con Elicia e Areusa, sin quereros

buscar otras, moueysme estas amenazas de dinero, poneysme estos temores de la partición. Pues callá, que quien estas os supo

acarrear, os dará otras diez agora, que ay más conoscimiento e más razón e más merecido de vuestra parte. E si sé complir lo

que prometo en este caso, dígalo Pármeno. Dilo, dilo, no ayas empacho de contar cómo nos passó, quando a la otra dolía la

madre. [108]

SEMPRONIO.- Yo dígole que se vaya y abáxasse las bragas: no ando por lo que piensas. No entremetas burlas a nuestra

demanda, que con esse galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. Déxate comigo de razones. A perro viejo no cuz cuz. Danos

las dos partes por cuenta de quanto de Calisto has recebido, no quieras que se descubra quién tú eres. A los otros, a los otros,

con essos halagos, vieja.

CELESTINA.- ¿Quién só yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy vna

vieja qual Dios me hizo, no peor que todas. Viuo de mi oficio, como cada qual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no

me quiere no le busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal viuo, Dios es el testigo de mi

coraçón. E no pienses con tu yra maltratarme, que justicia ay para todos: a todos es ygual. Tan bien seré oyda, avnque muger,

como vosotros, muy peynados. Déxame en mi casa con mi fortuna. [109] E tú, Pármeno, no pienses que soy tu catiua por saber

mis secretos e mi passada vida e los casos, que nos acaescieron a mí e a la desdichada de tu madre. E avn assí me trataua ella,

quando Dios quería.

PÁRMENO.- No me hinches las narizes con essas memorias; si no, embiart'e con nueuas a ella, donde mejor te puedas

quexar.

CELESTINA.- ¡Elicia! ¡Elicia! Leuántate dessa cama, daca mi manto presto, que por los sanctos de Dios para aquella justicia

me vaya bramando como vna loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren dezir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oueja mansa tenés

vosotros manos e braueza? ¿Con vna gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como

vosotros, contra los que ciñen espada, mostrá vuestras yras; no contra mi flaca rueca! Señal es de gran couardía acometer a los

menores e a los que poco pueden. Las suzias moxcas nunca pican sino los bueyes magros e flacos, los guzques ladradores a los

pobres peregrinos aquexan con [110] mayor ímpetu. Si aquella, que allí está en aquella cama, me ouiesse a mi creydo, jamás

quedaría esta casa de noche sin varón ni dormiríemos a lumbre de pajas; pero por aguardarte, por serte fiel, padescemos esta

soledad. E como nos veys mugeres, hablays e pedís demasías. Lo qual, si hombre sintiessedes en la posada, no haríades. Que

como dizen: el duro aduersario entibia las yras e sañas.

SEMPRONIO.- ¡O vieja auarienta, garganta muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia parte de lo ganado?

CELESTINA.- ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. E essotro no dé vozes, no allegue la vezindad. No me hagays

salir de seso. No querays que salgan a plaza las cosas de Calisto e vuestras.

SEMPRONIO.- Da bozes o gritos, que tú complirás lo que prometiste o complirán oy tus días.

ELICIA.- Mete, por Dios, el espada. Tenle, Pármeno, tenle, no la mate esse desuariado.

CELESTINA.- ¡Justicia!, ¡justicia!, ¡señores vezinos! ¡Justicia!, ¡que me matan en mi casa estos rufianes!

SEMPRONIO.- ¿Rufianes o qué? Esperá, doña, hechizera, [111] que yo te haré yr al infierno con cartas.

CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confessión, confessión!

PÁRMENO.- Dále, dále, acábala, pues començaste. ¡Que nos sentirán! ¡Muera!, ¡muera! De los enemigos los menos.

CELESTINA.- ¡Confessión!

ELICIA.- ¡O crueles enemigos! ¡En mal poder os veays! ¡E para quién touistes manos! Muerta es mi madre e mi bien todo.

SEMPRONIO.- ¡Huye!, ¡huye! Pármeno, que carga mucha gente. ¡Guarte!, ¡guarte!, que viene el alguazil.

PÁRMENO.- ¡O pecador de mí!, que no ay por dó nos vamos, que está tomada la puerta.

SEMPRONIO.- Saltemos destas ventanas. No muramos en poder de justicia.

PÁRMENO.- Salta, que tras ti voy.

[113]

Aucto trezeno

ARGUMENTO DEL TREZENO AUTO

Despertando Calisto de dormir está hablando consigo mismo. Dende vn poco está llamando a Tristán e a otros sus criados.

Torna a dormir Calisto. Pónese Tristán a la puerta. Viene Sosia llorando. Preguntado de Tristán, Sosia cuéntale la muerte de

Sempronio e Pármeno. Van a dezir las nueuas a Calisto, el qual sabiendo la verdad faze grande lamentación.

CALISTO, TRISTÁN, SOSIA.

CALISTO.- ¡O cómo he dormido tan a mi plazer, después de aquel açucarado rato, después de aquel angélico razonamiento!

Gran reposo he tenido. El sossiego e descanso ¿proceden de mi alegría o causó el trabajo corporal mi mucho dormir o la gloria

e plazer del ánimo? E no me marauillo que lo vno e lo otro se juntassen a cerrar los candados de mis ojos, pues trabajé con el

cuerpo e persona e holgué con el espíritu [114] e sentido la passada noche. Muy cierto es que la tristeza acarrea pensamiento e

el mucho pensar impide el sueño, como a mí estos días es acaescido con la desconfiança, que tenía, de la mayor gloria, que ya

poseo. ¡O señora e amor mío, Melibea! ¿Qué piensas agora? ¿Si duermes o estás despierta? ¿Si piensas en mí o en otro? ¿Si

estás leuantada o acostada? ¡O dichoso e bienandante Calisto, si verdad es que no ha sido sueño lo pasado! ¿Soñelo o no? ¿Fue

fantaseado o passó en verdad? Pues no estuue solo; mis criados me acompañaron. Dos eran. Si ellos dizen que passó en verdad,

creerlo he segund derecho. Quiero mandarlos llamar para más firmar mi gozo. ¡Tristanico!, ¡moços!, ¡Tristanico! Leuantate de

ay.

TRISTÁN.- Señor, leuantado estoy.

CALISTO.- Corre, llámame a Sempronio e a Pármeno.

TRISTÁN.- Ya voy, señor.

CALISTO.- Duerme e descansa, penado,

desde agora:

pues te ama tu señora

de tu grado. [115]

Vençe plazer al cuydado

e no le vea,

pueste ha fecho su priuado

Melibea.

TRISTÁN.- Señor, no ay ningún moço en casa.

CALISTO.- Pues abre essas ventanas, verás qué hora es.

TRISTÁN.- Señor, bien de día.

CALISTO.- Pues tórnalas a cerrar e déxame dormir hasta que sea hora de comer.

TRISTÁN.- Quiero baxarme a la puerta, porque duerma mi amo sin que ninguno le inpida e a quantos le buscaren se le

negaré. ¡O qué grita suena en el mercado! ¿Qué es esto? Alguna justicia se haze o madrugaron a correr toros. No sé qué me

diga de tan grandes vozes como se dan. De allá viene Sosia, el moço d' espuelas. Él me dirá qué es esto. Desgreñado viene el

vellaco. En alguna tauerna se deue hauer rebolcado. E si mi amo le cae en el rastro, mandarle ha dar dos mil palos. Que, aynque

es algo loco, la pena le hará cuerdo. Parece que viene llorando. ¿Qué es esto, Sosia? ¿Por qué lloras? ¿De dó vienes?

SOSIA.- ¡O malauenturado yo e qué pérdida [116] tan grande! ¡O desonrra de la casa de mi amo! ¡O qué mal día amanesció

éste! ¡O desdichados mancebos!

TRISTÁN.- ¿Qué es? ¿Qué has? ¿Por qué te matas? ¿Qué mal es éste?

SOSIA.- Sempronio e Pármeno...

TRISTÁN.- ¿Qué dizes, Sempronio e Pármeno? ¿Qué es esto, loco? Aclárate más, que me turbas.

SOSIA.- Nuestros compañeros, nuestros hermanos...

TRISTÁN.- O tú estás borracho o has perdido el seso o traes alguna mala nueua. ¿No me dirás qué es esto, que dizes, destos

moços?

SOSIA.- Que quedan degollados en la plaça.

TRISTÁN.- ¡O mala fortuna la nuestra, si es verdad! ¿Vístelos cierto o habláronte?

SOSIA.- Ya sin sentido yuan; pero el uno con harta difficultad, como me sintió que con lloro le miraua, hincó los ojos en mí,

alçando las manos al cielo, quasi dando gracias a Dios e como preguntándome qué sentía de su morir. Y en señal de triste

despedida abaxó su cabeça con lágrimas en los ojos, dando bien a entender que no me auía de ver más hasta el día del gran

juyzio.

TRISTÁN.- No sentiste bien; que sería preguntarte si estaua presente Calisto. E pues tan claras [117] señas traes deste

cruel dolor, vamos presto con las tristes nueuas a nuestro amo.

SOSIA.- ¡Señor!, ¡señor!

CALISTO.- ¿Qué es esso, locos? ¿No os mandé que no me recordásedes?

SOSIA.- Recuerda e leuanta, que si tú no buelues por los tuyos, de cayda vamos. Sempronio e Pármeno quedan descabeçados

en la plaça, como públicos malhechores, con pregones que manifestauan su delito.

CALISTO.- ¡O válasme Dios! ¿E qué es esto que me dizes? No sé si te crea tan acelerada e triste nueua. ¿Vístelos tú?

SOSIA.- Yo los vi.

CALISTO.- Cata, mira qué dizes, que esta noche han estado comigo.

SOSIA.- Pues madrugaron a morir.

CALISTO.- ¡O mis leales criados! ¡O mis grandes seruidores! ¡O mis fieles secretarios e consejeros! ¿Puede ser tal cosa

verdad? ¡O amenguado Calisto! Desonrrado quedas para toda tu vida. ¿Qué será de ti, muertos tal par de criados? Dime, por

Dios, Sosia, ¿qué fue la [118] causa? ¿Qué dezía el pregón? ¿Donde los tomaron? ¿Qué justicia lo hizo?

SOSIA.- Señor, la causa de su muerte publicaua el cruel verdugo a vozes, diziendo: Manda la justicia que mueran los

violentos matadores.

CALISTO.- ¿A quién mataron tan presto? ¿Qué puede ser esto? No ha quatro horas que de mí se despidieron. ¿Cómo se

llamaua el muerto?

SOSIA.- Señor, vna muger, que se llamaua Celestina.

CALISTO.- ¿Qué me dizes?

SOSIA.- Esto que oyes.

CALISTO.- Pues si esso es verdad, mátame tú a mí, yo te perdono: que más mal ay, que viste ni puedes pensar, si Celestina,

la de la cuchillada, es la muerta.

SOSIA.- Ella mesma es. De más de treynta estocadas la vi llagada, tendida en su casa, llorándola vna su criada.

CALISTO.- ¡O tristes moços! ¿Cómo yuan? ¿Viéronte? ¿Habláronte?

SOSIA.- ¡O señor!, que, si los vieras, quebraras el coraçón de dolor. El vno lleuaua todos los sesos de la cabeça de fuera, sin

ningún sentido; el otro quebrados entramos braços e la cara [119] magullada. Todos llenos de sangre. Que saltaron de vnas

ventanas muy altas por huyr del aguazil. E assí casi muertos les cortaron las cabeças, que creo que ya no sintieron nada.

CALISTO.- Pues yo bien siento mi honrra. Pluguiera a Dios que fuera yo ellos e perdiera la vida e no la honrra, e no la

esperança de conseguir mi començado propósito, que es lo que más en este caso desastrado siento. ¡O mi triste nombre e fama,

cómo andas al tablero de boca en boca! ¡O mis secretos más secretos, quán públicos andarés por las plaças e mercados! ¿Qué

será de mí? ¿Adonde yré? ¿Que salga allá?: a los muertos no puedo ya remediar. ¿Que me esté aquí?: parescerá couardía. ¿Qué

consejo tomaré? Dime, Sosia, ¿qué era la causa porque la mataron?

SOSIA.- Señor, aquella su criada, dando vozes, llorando su muerte, la publicaua a quantos la querían oyr, diziendo que

porque no quiso partir con ellos vna cadena de oro, que tú le diste.

CALISTO.- ¡O día de congoxa! ¡O fuerte tribulación! ¡E en qué anda mi hazienda de mano en [120] mano e mi nombre de

lengua en lengua! Todo será público quanto con ella e con ellos hablaua, quanto de mí sabían, el negocio en que andauan. No

osaré salir ante gentes. ¡O pecadores de mancebos, padecer por tan súpito desastre! ¡O mi gozo, cómo te vas diminuiendo!

Prouerbio es antigo, que de muy alto grandes caydas se dan. Mucho hauía anoche alcançado; mucho tengo oy perdido. Rara es

la bonança en el piélago. Yo estaua en título de alegre, si mi ventura quisiera tener quedos los ondosos vientos de mi perdición.

¡O fortuna, quánto e por quántas partes me has combatido! Pues, por más que sigas mi morada e seas contraria a mi persona, las

aduersidades con ygual ánimo se han de sofrir e en ellas se prueua el coraçón rezio o flaco. No ay mejor toque para conoscer

qué quilates [121] de virtud o esfuerço tiene el hombre. Pues por más mal e daño que me venga, no dexaré de complir el

mandado de aquella por quien todo esto se ha causado. Que más me va en conseguir la ganancia de la gloria que espero, que en

la pérdida de morir los que murieron. Ellos eran sobrados e esforzados: agora o en otro tiempo de pagar hauían. La vieja era

mala e falsa, según parece que hazía trato con ellos e assí que riñieron sobre la capa del justo. Permissión fue diuina que assí

acabasse en pago de muchos adulterios, que por su intercessión o causa son cometidos. Quiero hazer adereçar a Sosia e a

Tristanico. Yrán comigo este tan esperado camino. Lleuarán escalas, que son muy altas las paredes. Mañana haré que vengo de

fuera, si pudiere vengar estas muertes; si no, pagaré mi inocencia con mi fingida absencia o me fingiré loco, por mejor gozar

deste sabroso deleyte de mis amores, como hizo aquel gran capitán Ulixes por euitar la batalla troyana e holgar con Penélope

su muger.

[123]

Aucto quatorzeno

ARGUMENTO DEL QUATORZENO AUTO

Está Melibea muy afligida hablando con Lucrecia sobre la tardança de Calisto, el qual le auía hecho voto de venir en aquella

noche a visitalla, lo qual cumplió, e con él vinieron Sosia e Tristán. E después que cumplió su voluntad boluieron todos a la

posada ¿Calisto se retrae en su palacio e quéxase por auer estado tan poca quantidad de tiempo con Melibea e ruega a Febo que

cierre sus rayos, para hauer de restaurar su desseo.

MELIBEA, LUCRECIA, SOSIA, TRISTÁN, CALISTO.

MELIBEA.- Mucho se tarda aquel cauallero que esperamos. ¿Qué crees tú o sospechas de su estada, Lucrecia? [124]

LUCRECIA.- Señora, que tiene justo impedimiento e que no es en su mano venir más presto.

MELIBEA.- Los ángeles sean en su guarda, su persona esté sin peligro, que su tardanza no me es pena. Mas, cuytada, pienso

muchas cosas, que desde su casa acá le podrían acaecer. ¿Quién sabe, si él, con voluntad de venir al prometido plazo en la

forma que los tales mancebos a las tales horas suelen andar, fue topado de los alguaziles noturnos e sin le conocer le han

acometido, el qual por se defender los offendió o es dellos offendido? ¿O si por caso los ladradores perros con sus crueles

dientes, que ninguna differencia saben hazer ni acatamiento de personas, le ayan mordido? ¿O si ha caydo en alguna callada o

hoyo, donde algún daño le viniesse? ¡Mas, o mezquina de mí! ¿Qué son estos inconuenientes, que el concebido amor me pone

delante e los atribulados ymaginamientos [125] me acarrean? No plega a Dios que ninguna destas cosas sea, antes esté

quanto le plazerá sin verme. Mas escucha, que passos suenan en la calle e avn parece que hablan destotra parte del huerto.

SOSIA.- Arrima essa escalera, Tristán, que este es el mejor lugar, avnque alto.

TRISTÁN.- Sube, señor. Yo yré contigo, porque no sábemos quién está dentro. Hablando están.

CALISTO.- Quedaos, locos, que yo entraré solo, que a mi señora oygo.

MELIBEA.- Es tu sierua, es tu catiua, es la que más tu vida que la suya estima. ¡O mi señor!, no saltes de tan alto, que me

moriré en verlo; baxa, baxa poco a poco por el escala; no vengas con tanta pressura.

CALISTO.- ¡O angélica ymagen! ¡O preciosa perla, ante quien el mundo es feo! ¡O mi señora e mi gloria! En mis braços te

tengo e no lo creo. Mora en mi persona tanta turbación de [126] plazer, que me haze no sentir todo el gozo, que poseo.

MELIBEA.- Señor mío, pues me fié en tus manos, pues quise complir tu voluntad, no sea de peor condición por ser piadosa,

que si fuera esquiua e sin misericordia; no quieras perderme por tan breue deleyte e en tan poco espacio. Que las malfechas

cosas, después de cometidas, más presto se pueden reprehender que emendar. Goza de lo que yo gozo, que es ver e llegar a tu

persona; no pidas ni tomes aquello que, tomado, no será en tu mano boluer. Guarte, señor, de dañar lo que con todos tesoros del

mundo no se restaura.

CALISTO.- Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué sería, quando me la diessen, desechalla?

Ni tú, señora, me lo mandarás ni yo podría acabarlo comigo. No me pidas tal couardía. No es fazer tal cosa de ninguno, que

hombre sea, mayormente amando como yo. Nadando por este fuego de tu desseo toda mi vida, ¿no quieres que me arrime al

dulce puerto a descansar de mis passados trabajos?

MELIBEA.- Por mi vida, que avnque hable tu lengua quanto quisiere, no obren las manos quanto pueden. Está quedo, señor

mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo esterior, desto [127] que es propio fruto de amadores; no me quieras robar el

mayor don, que la natura me ha dado. Cata que del buen pastor es propio tresquillar sus ouejas e ganado; pero no destruyrlo y

estragarlo.

CALISTO.- ¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi passión? ¿Para penar de nueuo? ¿Para tornar el juego de

comienço? Perdona, señora, a mis desuergonçadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad e poco

merecer; agora gozan de llegar a tu gentil cuerpo e lindas e delicadas carnes.

MELIBEA.- Apártate allá, Lucrecia.

CALISTO.- ¿Por qué, mi señora? Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria.

MELIBEA.- Yo no los quiero de mi yerro. Si pensara que tan desmesuradamente te auías de hauer comigo, no fiara mi

persona de tu cruel conuersación.

SOSIA.- Tristán, bien oyes lo que passa. ¡En qué términos anda el negocio!

TRISTÁN.- Oygo tanto, que juzgo a mi amo por el más bienauenturado hombre que nasció. E [128] por mi vida que, avnque

soy mochacho, que diesse tan buena cuenta como mi amo.

SOSIA.- Para con tal joya quienquiera se ternía manos; pero con su pan se la coma, que bien caro le cuesta: dos moços

entraron en la salsa destos amores.

TRISTÁN.- Ya los tiene oluidados. ¡Dexaos morir siruiendo a ruynes, hazed locuras en confiança de su defensión! Viuiendo

con el Conde, que no matase al hombre, me daua mi madre por consejo. Veslos a ellos alegres e abraçados e sus seruidores con

harta mengua degollados.

MELIBEA.- ¡O mi vida e mi señor! ¿Cómo has quisido que pierda el nombre e corona de virgen por tan breue deleyte? ¡O

pecadora de mi madre, si de tal cosa fueses sabidora, cómo tomarías de grado tu muerte e me la darías a mí por fuerça! ¡Cómo

serías cruel verdugo de tu propia sangre! ¡Cómo sería yo fin quexosa de tus días! ¡O mi padre honrrado, cómo he dañado tu

 

fama e dado causa e lugar a quebrantar tu casa! ¡O traydora de mí, cómo no miré [129] primero el gran yerro que seguía de tu

entrada, el gran peligro que esperaua!

SOSIA.- ¡Ante quisiera yo oyrte esos miraglos! Todas sabes essa oración, después que no puede dexar de ser hecho. ¡E el

bouo de Calisto, que se lo escucha!

CALISTO.- Ya quiere amanecer. ¿Qué es esto? No me paresce que ha vna hora, que estamos aquí, e da el relox las tres.

MELIBEA.- Señor, por Dios, pues ya todo queda por ti, pues ya soy tu dueña, pues ya no puedes negar mi amor, no me

niegues tu vista de día, passando por mi puerta; de noche donde tú ordenares. Sea tu venida por este secreto lugar a la mesma

ora, porque siempre te espere apercebida del gozo con que quedo, esperando las venideras noches. E por el presente te ve con

Dios, que no serás visto, que haze muy [130] escuro, ni yo en casa sentida, que avn no amanesce.

CALISTO.- Moços, poné el escala.

SOSIA.- Señor, vesla aquí. Baxa.

MELIBEA.- Lucrecia, vente acá, que estoy sola. Aquel señor mío es ydo. Comigo dexa su coraçón, consigo lleua el mío.

¿Asnos oydo?

LUCRECIA.- No, señora, dormiendo he estado. [131]

SOSIA.- Tristán, deuemos yr muy callando, porque suelen leuantarse a esta hora los ricos, los cobdiciosos de temporales

bienes, los deuotos de templos, monesterios e yglesias, los enamorados como nuestro amo, los trabajadores de los campos e

labranças, e los pastores que en este tiempo traen las ouejas a estos apriscos a ordeñar, e podría ser que cogiessen de pasada

alguna razón, por do toda su honrra e la de Melibea se turbasse.

TRISTÁN.- ¡O simple rascacauallos! ¡Dizes que callemos e nombras su nombre della! Bueno eres para adalid o para regir

gente en tierra de moros de noche. Assí que, prohibiendo, permites; encubriendo, descubres; assegurando, offendes; callando,

bozeas e pregonas; preguntando, respondes. Pues tan sotil e discreto eres, ¿no me dirás en qué mes cae Santa María de

Agosto, Porque sepamos si ay harta paja en casa que comas ogaño?

CALISTO.- Mis cuydados e los de vosotros no son todos vnos. Entrad callando, no nos sientan en casa. Cerrad essa puerta

e vamos a reposar, que yo me quiero sobir solo a mi camara. Yo me desarmaré. Id vosotros a vuestras camas. [132]

CALISTO.- ¡O mezquino yo!, quanto me es agradable de mi natural la solicitud e silencio e escuridad. No sé si lo causa que

me vino a la memoria la trayción, que fize en me despartir de aquella señora, que tanto amo, hasta que más fuera de día, o el

dolor de mi deshonrra. ¡Ay, ay!, que esto es. Esta herida es la que siento agora, que se ha resfriado. Agora que está elada la

sangre, que ayer heruía; agora que veo la mengua de mi casa, la falta de mi seruicio, la perdición de mi patrimonio, la infamia

que tiene mi persona de la muerte, que de mis criados se ha seguido. ¿Qué hize? ¿En qué me detuue? ¿Cómo me puedo soffrir,

que no me mostré luego presente, como hombre injuriado, vengador, [133] soberuio e acelerado de la manifiesta injusticia que

me fue hecha? ¡O mísera suauidad desta breuíssima vida! ¿Quién es de ti tan cobdicioso que no quiera más morir luego, que

gozar vn año de vida denostado e prorogarle con deshonrra, corrompiendo la buena fama de los passados? Mayormente que

no ay hora cierta ni limitada ni avn vn solo momento. Deudores somos sin tiempo, contino estamos obligados a pagar luego.

¿Por qué no salí a inquirir siquiera la verdad de la secreta causa de mi manifiesta perdición? ¡O breue deleyte mundano!

¡Cómo duran poco e cuestan mucho tus dulçores! No se compra tan caro el arrepentir. ¡O triste yo! ¿Quando se restaurará tan

grande pérdida? ¿Qué haré? ¿Qué consejo tomaré? ¿A quién descobriré mi mengua? ¿Por qué lo celo a los otros mis

seruidores e parientes? Tresquílanme en concejo e no lo saben en mi casa. Salir quiero; pero, si salgo para dezir que he estado

presente, es tarde; si absente, es temprano. E para proueer amigos e criados antiguos, parientes e allegados, es menester

tiempo e para buscar armas e otros aparejos de vengança. ¡O cruel juez!, ¡e qué mal pago me has dado del pan, que [134] de

mi padre comiste! Yo pensaua que pudiera con tu fauor matar mill hombres sin temor de castigo, iniquo falsario, perseguidor

de verdad, hombre de baxo suelo. Bien dirán de ti que te hizo alcalde mengua de hombres buenos. Mirarás que tú e los que

mataste, en seruir a mis passados e a mí, érades compañeros; mas, quando el vil está rico, no tiene pariente ni amigo. ¿Quién

pensara que tú me auías de destruyr? No ay, cierto, cosa más empecible, qu' el incogitado enemigo. ¿Por qué quesiste que

dixessen: del monte sale con que se arde e que crié cueruo que me sacasse el ojo? Tú eres público delinquente e mataste a los

que son priuados. E pues sabe que menor delito es el priuado que el público, menor su vtilidad, según las leyes de Atenas [135]

disponen. Las quales no son escritas con sangre; antes muestran que es menor yerro no condenar los malhechores, que punir

los innocentes. ¡O quan peligroso es seguir justa causa delante injusto juez! Quánto más este excesso de mis criados, que no

carescía de culpa. Pues mira, si mal has hecho, que ay sindicado en el cielo y en la tierra: assí que a Dios e al rey serás reo e a

mí capital enemigo. ¿Qué peccó el vno por lo que hizo el otro, que por solo ser su compañero los mataste a entrambos? ¿Pero

qué digo? ¿Con quién hablo? ¿Estoy en mi seso? ¿Qué es esto, Calisto? ¿Soñauas, duermes o velas? ¿Estás en pie o

acostado? Cata que estás en tu cámara. ¿No vees que el offendedor no está presente? ¿Con quién lo has? Torna en ti. Mira

que nunca los absentes se hallaron justos. Oye entrambas partes para sentenciar. ¿No vees que por executar la justicia no auía

de mirar amistad ni deudo ni criança? ¿No miras que la ley tiene de ser ygual a todos? Mira que Rómulo, el primer

cimentador de Roma, mató a su propio hermano, porque la ordenada ley traspassó. [136] Mira a Torcato romano, cómo mató

a su hijo, porque excedió la tribunicia constitución. Otros muchos hizieron lo mesmo. Considera que, si aquí presente él

estouiese, respondería que hazientes e consintientes merecen ygual pena; avnque a entrambos matasse por lo que el vno pecó.

E que, si aceleró en su muerte, que era crimen notorio e no eran necessarias muchas prueuas e que fueron tomados en el acto

del matar: que ya estaua el vno muerto de la cayda que dio. E también se deue creer que aquella lloradera moça, que

Celestina tenía en su casa, le dio rezia priessa con su triste llanto e él, por no hazer bullicio, por no me disfamar, por no

esperar a que la gente se leuantasse e oyessen el pregón, del qual gran infamia se me siguía, los mandó justiciar tan de

mañana, pues era forçoso el verdugo y bozeador para la execución e su descargo. Lo qual todo, assí como creo es hecho, antes

le quedo deudor e obligado para quanto biua, no como a criado de mi padre, pero como a verdadero hermano. E puesto caso

que assí no fuesse, puesto caso que no [137] echasse lo passado a la mejor parte, acuérdate, Calisto, del gran gozo passado.

Acuérdate de tu señora e tu bien todo. E pues tu vida no tienes en nada por su seruicio, no has de tener las muertes de otros,

pues ningún dolor ygualará con el rescebido plazer.

¡O mi señora e mi vida! Que jamás pensé en absencia offenderte. Que paresce que tengo en poca estima la merced, que me

has hecho. No quiero pensar en enojo, no quiero tener ya con la tristeza amistad. ¡O bien sin comparación! ¡O insaciable

contentamiento! ¿E quándo pidiera yo más a Dios por premio de mis méritos, si algunos son en esta vida, de lo que alcançado

tengo? ¿Por qué no estoy contento? Pues no es razón ser ingrato a quien tanto bien me ha dado. ¡Quiérolo conocer, no quiero

con enojo perder mi seso, porque perdido no cayga de tan alta possessión! No quiero otra honrra; ni otra gloria, no otras

riquezas, no otro padre ni madre, no otros deudos no parientes. De día estaré en mi cámara, de noche en aquel parayso dulce,

en aquel alegre vergel, entre aquellas suaues plantas [138] e fresca verdura. ¡O noche de mi descanso, si fuesses ya tornada!

¡O luziente Febo, date priessa a tu acostumbrado camino! ¡O deleytosas estrellas, apareceos ante de la continua orden! ¡O

espacioso relox, avn te vea yo arder en biuo fuego de amor! Que si tú esperasses lo que yo, quando des doze, jamás estarías

arrendado a la voluntad del maestro, que te compuso. Pues ¡vosotros, inuernales meses, que agora estays escondidos!:

¡viniessedes con vuestras muy complidas noches a trocarlas por estos prolixos días! Ya me paresce hauer vn año, que no he

visto aquel suaue descanso, aquel deleytoso refrigerio de mis trabajos. ¿Pero qué es lo que demando? ¿Qué pido, loco, sin

sufrimiento? Lo que jamás fue ni puede ser. No aprenden los cursos naturales a rodearse sin orden, que a todos es vn ygual

curso, a todos vn mesmo espacio para muerte y vida, un limitado término a los secretos mouimientos del alto firmamento

celestial de los planetas y norte, de los crescimientos e mengua de la menstrua luna. Todo se rige con vn freno ygual, todo se

mueue con igual espuela: cielo, tierra, mar, fuego, viento, calor, frío ¿Qué me aprouecha a mí que dé doze [139]horas el relox

de hierro, si no las ha dado el del cielo? Pues, por mucho que madrugue, no amanesce más ayna.

Pero tú, dulce ymaginacion, tú que puedes, me acorre. Trae a mi fantasía la presencia angélica de aquella ymagen luziente,

buelue a mis oydos el suaue son de sus palabras, aquellos desuíos sin gana, aquel apártate allá, señor, no llegues a mí, aquel

no seas descortés, que con sus rubicundos labrios vía sonar, aquel no quieras mi perdición, que de rato en rato proponía,

aquellos amorosos abraços entre palabra e palabra, aquel soltarme e prenderme, aquel huyr e llegarse, aquellos açucarados

besos, aquella final salutación con que se me despidió. ¡Con quanta pena salió por su boca! ¡Con quantos desperezos! ¡Con

quantas lágrimas, que parescían granos de aljofar, que sin sentir se le cayan de aquellos claros e resplandecientes ojos!

SOSIA.- Tristán, ¿qué te paresce de Calisto, qué dormir ha hecho? Que son ya las quatro de la tarde e no nos ha llamado ni

ha comido.

TRISTÁN.- Calla, que el dormir no quiere priessa. [140] Demás desto, aquéxale por vna parte la tristeza de aquellos

moços, por otra le alegra el muy gran plazer de lo que con su Melibea ha alcançado. Assí que, dos tan rezios contrarios verás

qué tal pararán vn flaco subjecto, donde estuuieren aposentados.

SOSIA.- ¿Piénsaste tú que le penan a él mucho los muertos? Si no le penasse más a aquella, que desde esta ventana veo yo

yr por la calle, no lleuaría las tocas de tal color.

TRISTÁN.- ¿Quién es, hermano?

SOSIA.- Llégate acá e verla has antes que trasponga. Mira aquella lutosa, que se limpia agora las lágrimas de los ojos.

Aquella es Elicia, criada de Celestina e amiga de Sempronio. Vna muy bonita moça; avnque queda agora perdida la pecadora,

porque tenía a Celestina por madre e a Sempronio por el principal de sus amigos. E aquella casa, donde entra, allí mora vna

hermosa muger, muy graciosa e fresca, enamorada, medio ramera; pero no se tiene por poco dichoso quien la alcança tener

por amiga sin grande escote e llámase Areusa. Por la cual sé yo que ouo el triste de Pármeno más de tres noches malas e avn

que no le plaze a ella con su muerte.

[141]

Aucto dézimoquinto

ARGUMENTO DEL DÉCIMOQUINTO AUCTO

Areusa dize palabras injuriosas a vn rufián, llamado Centurio, el qual se despide della por la venida de Elicia, la qual cuenta a

Areusa las muertes que sobre los amores de Calisto e Melibea se auían ordenado, e conciertan Areusa y Elicia que Centurio aya

de vengar las muertes de los tres en los dos enamorados. En fin, despídese Elicia de Areusa, no consintiendo en lo que le ruega,

por no perder el buen tiempo que se daua, estando en su asueta casa.

AREUSA, CENTURIO, ELICIA.

ELICIA.- ¿Qué bozear es este de mi prima? Si ha sabido las tristes nueuas que yo le traygo, no auré yo las albricias de

dolor, que por tal mensaje se ganan. Llore, llore, vierta lágrimas, pues no se hallan tales hombres a cada rincón. Plázeme que

assí lo siente. Messe aquellos cabellos como yo triste he fecho, sepa que es perder buena vida más trabajo que la misma

muerte. ¡O [142] quanto más la quiero que hasta aquí, por el gran sentimiento que muestra!

AREUSA.- Vete de mi casa, rufián, vellaco, mentiroso, burlador, que me traes engañada, boua, con tus offertas vanas. Con

tus ronces e halagos hasme robado quanto tengo. Yo te di, vellaco, sayo e capa, espada e broquel, camisas de dos en dos a las

mill marauillas labradas, yo te di armas e cauallo, púsete con señor que no le merescías descalçar; agora vna cosa que te pido

que por mí fagas pónesme mill achaques.

CENTURIO.- Hermana mía, mándame tú matar [143] con diez hombres por tu seruicio e no que ande vna legua de camino

a pie.

AREUSA.- ¿Por qué jugaste tú el cauallo, tahúr vellaco? Que si por mí no ouiesse sido, estarías tú ya ahorcado. Tres vezes

te he librado de la justicia, quatro vezes desempeñado en los tableros. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué soy loca? ¿Por qué tengo fe

con este couarde? ¿Por qué creo sus mentiras? ¿Por qué le consiento entrar por mis puertas? ¿Qué tiene bueno? Los cabellos

crespos, la cara acuchillada, dos vezes açotado, [144] manco de la mano del espada, treynta mugeres en la putería. Salte

luego de ay. No te vea yo más, no me hables ni digas que me conoces; si no, por los huesos del padre que me hizo e de la

madre que me parió, yo te haga dar mill palos en essas espaldas de molinero. Que ya sabes que tengo quien lo sepa hazer y,

hecho, salirse con ello.

CENTURIO.- ¡Loquear, bouilla! Pues si yo me ensaño, alguna llorará. Mas quiero yrme e çofrirte, que no sé quien entra, no

nos oyan.

ELICIA.- Quiero entrar, que no es son de buen llanto donde ay amenazas e denuestos.

AREUSA.- ¡Ay triste yo! ¿Eres tú, mi Elicia? ¡Jesú, Jesú!, no lo puedo creer. ¿Qué es esto? ¿Quién te me cubrió de dolor?

¿Qué manto de tristeza es este? Cata, que me espantas, hermana mía. Dime presto qué cosa es, que estoy sin tiento, ninguna

gota de sangre has dexado en mi cuerpo.

ELICIA.- ¡Gran dolor, gran pérdida! Poco es lo que muestro con lo que siento y encubro; más [145] negro traygo el

coraçón que el manto, las entrañas, que las tocas. ¡Ay hermana, hermana, que no puedo fablar! No puedo de ronca sacar la

boz del pecho.

AREUSA.- ¡Ay triste! ¿Qué me tienes suspensa? Dímelo, no te messes, no te rascuñes ni maltrates. ¿Es común de entrambas

este mal? ¿Tócame a mí?

ELICIA.- ¡Ay prima mía e mi amor! Sempronio e Pármeno ya no biuen, ya no son en el mundo. Sus ánimas ya están

purgando su yerro. Ya son libres desta triste vida.

AREUSA.- ¿Qué me cuentas? No me lo digas. Calla por Dios, que me caeré muerta.

ELICIA.- Pues más mal ay que suena. Oye a la triste, que te contará más quexas. Celestina, aquella que tú bien conosciste,

aquella que yo tenía por madre, aquella que me regalaua, aquella que me encubría, aquella con quien yo me honrraua entre

mis yguales, aquella por quien yo era conoscida en toda la ciudad e arrabales, ya está dando cuenta de sus obras. Mill

cuchilladas [146] le vi dar a mis ojos: en mi regaço me la mataron.

AREUSA.- ¡O fuerte tribulación! ¡O dolorosas nueuas, dignas de mortal lloro! ¡O acelerados desastres! ¡O pérdida

incurable! ¿Cómo ha rodeado atan presto la fortuna su rueda? ¿Quién los mató? ¿Cómo murieron? Que estoy enuelesada, sin

tiento, como quien cosa impossible oye. No ha ocho días que los vide biuos e ya podemos dezir: perdónelos Dios. Cuéntame,

amiga mía, cómo es acaescido tan cruel e desastrado caso.

ELICIA.- Tú lo sabrás. Ya oyste dezir, hermana, los amores de Calisto e la loca de Melibea. Bien verías cómo Celestina auía

tomado el cargo, por intercessión de Sempronio, de ser medianera, pagándole su trabajo. La qual puso tanta diligencia e

solicitud, que a la segunda açadonada sacó agua. Pues, como Calisto tan presto vido buen concierto en cosa que jamás lo

esperaua, a bueltas de otras cosas dio a la desdichada de mi tía vna cadena de oro. E como sea de tal calidad aquel metal, que

mientra más beuemos dello más sed nos pone, con sacrílega [147] hambre, quando se vido tan rica, alçose con su ganancia e

no quiso dar parte a Sempronio ni a Pármeno dello, lo qual auía quedado entre ellos que partiessen lo que Calisto diesse.

Pues, como ellos viniessen cansados vna mañana de acompañar a su amo toda la noche, muy ayrados de no sé qué questiones

que dizen que auían auido, pidieron su parte a Celestina de la cadena para remediarse. Ella púsose en negarles la conuención

e promesa e dezir que todo era suyo lo ganado e avn descubriendo otras cosillas de secretos, que como dizen: riñen las

comadres etc. Assí que ellos muy enojados, por vna parte los aquexaua la necessidad, que priua todo amor; por otra, el enojo

grande e cansancio que trayan, que acarrea alteración; por otra, auían la fe quebrada de su mayor esperança. No sabían qué

hazer. Estuuieron gran rato en palabras. Al fin, viéndola tan cobdiciosa, perseuerando en [148] su negar, echaron mano a sus

espadas e diéronle mill cuchilladas.

AREUSA.- ¡O desdichada de muger! ¡Y en esto auía su vejez de fenescer! ¿E dellos, qué me dizes? ¿En qué pararon?

ELICIA.- Ellos, como ouieron hecho el delicto, por huyr de la justicia, que acaso passaua por allí, saltaron de las ventanas e

quasi muertos los prendieron e sin más dilación los degollaron.

AREUSA.- ¡O mi Pármeno e mi amor! ¡Y quanto dolor me pone su muerte! Pésame del grande amor que con él tan poco

tiempo auía puesto, pues no me auía más de durar. Pero pues ya este mal recabdo es hecho, pues ya esta desdicha es

acaescida, pues ya no se pueden por lágrimas comprar ni restaurar sus vidas, no te fatigues tú tanto, que cegarás llorando.

Que creo que poca ventaja me lleuas en sentimiento y verás con quanta paciencia lo çuffro y passo.

ELICIA.- ¡Ay que rauio! ¡Ay mezquina, que salgo de seso! ¡Ay, que no hallo quien lo sienta como yo! No hay quien pierda lo

que yo pierdo. ¡O quánto mejores y más honestas fueran mis [149] lágrimas en passión ajena, que en la propia mía! ¿A donde

yré, que pierdo madre, manto y abrigo; pierdo amigo y tal que nunca faltaua de mi marido? ¡O Celestina sabia, honrrada y

autorizada, quántas faltas me encobrías con tu buen saber! Tú trabajauas, yo holgaua; tú salías fuera, yo estaua encerrada; tú

rota, yo vestida; tú entrauas contino como abeja por casa, yo destruya, que otra cosa no sabía hazer. ¡O bien y gozo mundano,

que mientra eres posseydo eres menospreciado y jamás te consientes conocer hasta que te perdemos! ¡O Calisto y Melibea,

causadores de tantas muertes! ¡Mal fin ayan vuestros amores, en mal sabor se conuiertan vuestros dulces plazeres! Tórnese

lloro vuestra gloria, trabajo vuestro descanso. Las yeruas deleytosas, donde tomays los hurtados solazes, se conuiertan en

culebras, los cantares se os tornen lloro, los sombrosos árboles del huerto se sequen con vuestra vista, sus flores olorosas se

tornen de negra color. [150]

AREUSA.- Calla, por Dios, hermana, pon silencio a tus quexas, ataja tus lágrimas, limpia tus ojos, torna sobre tu vida. Que

quando vna puerta se cierra, otra suele abrir la fortuna y este mal, avnque duro, se soldará. E muchas cosas se pueden vengar

que es impossible remediar y esta tiene el remedio dudoso e la vengança en la mano.

ELICIA.- ¿De quién se ha de auer enmienda, que la muerta y los matadores me han acarreado esta cuyta? No menos me

fatiga la punición de los delinquentes, que el yerro cometido. ¿Qué mandas que haga, que todo carga sobre mí? Pluguiera a

Dios que fuera yo con ellos e no quedara para llorar a todos. Y de lo que más dolor siento es ver que por esso no dexa aquel

vil de poco sentimiento de ver y visitar festejando cada noche a su estiércol de Melibea y ella muy vfana en ver sangre vertida

por su seruicio.

AREUSA.- Si esso es verdad ¿de quién mejor se puede tomar vengança? De manera que quien lo comió, aquel lo escote.

Déxame tú, que si [151] yo les caygo en el rastro, quándo se veen e cómo, por dónde e a qué hora, no me ayas tú por hija de la

pastellera vieja, que bien conosciste, si no hago que les amarguen los amores. E si pongo en ello a aquel con quien me viste

que reñía quando entrauas, si no sea él peor verdugo para Calisto, que Sempronio de Celestina. Pues, ¡qué gozo auría agora

él en que le pusiesse yo en algo por mi seruicio, que se fue muy triste de verme que le traté mal! E vería él los cielos abiertos

en tornalle yo a hablar e mandar. Por ende, hermana, dime tú de quien pueda yo saber el negocio cómo passa, que yo le haré

armar vn lazo con que Melibea llore quanto agora goza.

ELICIA.- Yo conozco, amiga, otro compañero de Pármeno, moço de cauallos, que se llama Sosia, que le acompaña cada

noche. Quiero trabajar de se lo sacar todo el secreto e este será buen camino para lo que dizes.

AREUSA.- Mas hazme este plazer, que me embíes [152] acá esse Sosia. Yo le halagaré e diré mill lisonjas e offrescimientos

hasta que no le dexe en el cuerpo de lo hecho e por hazer. Después a él e a su amo haré reuessar el plazer comido. E tú, Elicia,

alma mía, no recibas pena. Passa a mi casa tu ropa e alhajas e vente a mi compañía, que estarás muy sola e la tristeza es

amiga de la soledad. Con nueuo amor oluidarás los viejos. Vn hijo que nasce restaura la falta de tres finados: con nueuo

sucessor se pierde la alegre memoria e plazeres perdidos del passado. De vn pan, que yo tenga, ternás tú la meytad. Más

lástima tengo de tu fatiga, que de los que te la ponen. Verdad sea, que cierto duele más la pérdida de lo que hombre tiene, que

da plazer la esperança de otro tal, avnque sea cierta. Pero ya lo hecho es sin remedio e los muertos irrecuperables. E como

dizen: mueran e biuamos. A los biuos me dexa a cargo, que yo te les daré tan amargo xarope a beuer, qual ellos a ti han dado.

¡Ay prima, prima, como sé yo, quando me ensaño, reboluer estas tramas, avnque [153] soy moça! E de ál me vengue Dios, que

de Calisto Centurio me vengará.

ELICIA.- Cata que creo que, avnque llame el que mandas, no aurá effecto lo que quieres, porque la pena de los que

murieron por descobrir el secreto porná silencio al biuo para guardarle. Lo que me dizes de mi venida a tu casa te agradesco

mucho. E Dios te ampare e alegre en tus necessidades, que bien muestras el parentesco e hermandad no seruir de viento, antes

en las aduersidades aprouechar. Pero, avnque lo quiera hazer, por gozar de tu dulce compañía, no podrá ser por el daño que

me vernía. La causa no es necessario dezir, pites hablo con quien me entiende. Que allí, hermana, soy conoscida, allí estoy

aparrochada. Jamás perderá aquella casa el nombre de Celestina, que Dios aya. Siempre acuden allí moças conoscidas e

allegadas, medio parientas de las que ella crió. Allí hazen sus conciertos, de donde se me seguirá algún prouecho. E también

essos pocos amigos, que me quedan, no me saben otra morada. Pues ya sabes quán duro es dexar lo vsado e [154] que mudar

costumbre es a par de muerte e piedra mouediza que nunca moho la cobija. Allí quiero estar, siquiera porque el alquile de la

casa, que está pagado por ogaño, no se vaya em balde. Assí que, avnque cada cosa no abastasse por sí, juntas aprouechan e

ayudan. Ya me paresce que es hora de yrme. De lo dicho me lleuo el cargo. Dios quede contigo, que me voy.

[155]

Aucto décimo sesto

ARGUMENTO DEL DECIMOSESTO AUCTO

Pensando Pleberio e Alisa tener su hija Melibea el don de la virginidad conseruado, lo qual, según ha parescido, está en

contrario, y están razonando sobre el casamiento de Melibea; e en tan gran quantidad le dan pena las palabras, que de sus

padres oye, que embía a Lucrecia para que sea causa de su silencio en aquel propósito.

PLEBERIO, ALISA, LUCRECIA, MELIBEA.

PLEBERIO.- Alisa, amiga, el tiempo, según me parece, se nos va, como dizen, entre las manos. Corren los días como agua

de río. No hay cosa tan ligera para huyr como la vida. La muerte nos sigue e rodea, de la qual somos vezinos e hazia su

vandera nos acostamos, según natura. [156] Esto vemos muy claro, si miramos nuestros yguales, nuestros hermanos e

parientes en derredor. Todos los come ya la tierra, todos están en sus perpetuas moradas. E pues somos inciertos quándo

auemos de ser llamados, viendo tan ciertas señales, deuemos echar nuestras baruas en remojo e aparejar nuestros fardeles

para andar este forçoso camino; no nos tome improuisos ni de salto aquella cruel boz de la muerte. Ordenemos nuestras

ánimas con tiempo, que más vale preuenir que ser preuenidos. Demos nuestra hazienda a dulce sucessor, acompañemos

nuestra vnica hija con marido, qual nuestro estado requiere, porque vamos descansados e sin dolor deste mundo. Lo qual con

mucha diligencia deuemos poner desde agora por obra e lo que otras vezes auemos principiado en este caso, agora aya

execución. No quede por nuestra negligencia nuestra hija en manos [157] de tutores, pues parescerá ya mejor en su propia

casa que en la nuestra. Quitarla hemos de lenguas de vulgo, porque ninguna virtut ay tan perfecta, que no tenga vituperadores

e maldizientes. No ay cosa con que mejor se conserue la limpia fama en las vírgines, que con temprano casamiento. ¿Quién

rehuyría nuestro parentesco en toda la ciudad? ¿Quién no se hallará gozoso de tomar tal joya en su compañía? ¿En quien

caben las quatro principales cosas que en los casamientos se demandan, conuiene a saber: lo primero discrición, honestidad e

virginidad: segundo, hermosura; lo terçero el alto origen e parientes; lo final, riqueza? De todo esto la dotó natura.

Qualquiera cosa que nos pidan hallarán bien complida.

ALISA.- Dios la conserue, mi señor Pleberio, porque nuestros desseos veamos complidos en nuestra vida. Que antes pienso

que faltará ygual a nuestra hija, según tu virtut e tu noble sangre, que no sobrarán muchos que la merezcan. Pero como esto

sea officio de los padres e muy ageno a las mugeres, como tú lo ordenares, seré yo alegre, e nuestra hija obedecerá, según su

casto biuir e honesta, vida y humildad.

LUCRECIA.- ¡Avn si bien lo supiesses, rebentarías! ¡Ya!, ¡ya! ¡Perdido es lo mejor! ¡Mal año [158] se os apareja a la

vejez! Lo mejor Calisto lo lleua. No ay quien ponga virgos, que ya es muerta Celestina. Tarde acordays y más auíades de

madrugar. ¡Escucha!, ¡escucha! señora Melibea.

MELIBEA.- ¿Qué hazes ay escondida, loca?

LUCRECIA.- Llégate aquí, señora, oyrás a tus padres la priessa que traen por te casar.

MELIBEA.- Calla, por Dios, que te oyrán. Déxalos parlar, déxalos deuaneen. Vn mes há que otra cosa no hazen ni en otra

cosa entienden. No parece sino que les dize el coraçón el gran amor que a Calisto tengo e todo lo que con él vn mes há he

passado. No sé si me han sentido, no sé qué se seaaquexarles más agora este cuydado que nunca. Pues mándoles yo trabajar

en vano. Por demás es la cítola en el molino. ¿Quién es el que me ha de quitar mi gloria? ¿Quién apartarme mis plazeres?

Calisto es mi [159] ánima, mi vida, mi señor, en quien yo tengo toda mi sperança. Conozco dél que no biuo engañada. Pues él

me ama, ¿con qué otra cosa le puedo pagar? Todas las debdas del mundo resciben compensación en diuerso género; el amor

no admite sino solo amor por paga. En pensar en él me alegro, en verlo me gozo, en oyrlo me glorifico. Haga e ordene de mí a

su voluntad. Si passar quisiere la mar, con él yré; si rodear el mundo, lléueme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no

rehuyré su querer. Déxenme mis padres gozar d'él, si ellos quieren gozar de mí. No piensen en estas vanidades ni en estos

casamientos: que más vale ser buena amiga que mala casada. Déxenme gozar mi mocedad alegre, si quieren gozar su vejez

cansada; si no, presto podrán aparejar mi perdición e su sepultura. No tengo otra lástima, sino por el tiempo que perdí de no

gozarlo, de no conoscerlo, después que a mí me sé conoscer. No quiero marido, no quiero ensuziar los ñudos [160] del

matrimonio ni las maritales pisadas de ageno hombre repisar, como muchas hallo en los antiguos libros que ley o que hizieron

más discretas que yo, más subidas en estado e linaje. Las quales algunas eran de la gentilidad tenidas por diosas, assí como

Venus, madre de Eneas e de Cupido, el dios del amor, que siendo casada corrompió la prometida fe marital. E avn otras, de

mayores fuegos encendidas, cometieron [161] nefarios e incestuosos yerros, como Mirra con su padre, Semíramis con su hijo,

Canasce con su hermano e avn aquella forjada Thamar, hija del rey Dauid. Otras avn más cruelmente traspassaron las leyes

de natura, como Pasiphe, muger del rey Minos, con el toro. Pues reynas eran e grandes señoras, debaxo de cuyas culpas la

razonable mía podrá passar sin denuesto. Mi amor fue con justa causa. Requerida e rogada, catiuada de su merescimiento,

aquexada por tan astuta maestra como Celestina, seruida de muy peligrosas visitaciones, antes que concediesse por entero en

su amor. Y después vn mes há, como has visto, que jamás noche ha faltado sin ser nuestro huerto escalado como fortaleza e

muchas auer venido [162] em balde e por esso no me mostrar más pena ni trabajo. Muertos por mí sus seruidores, perdiéndose

su hazienda, fingiendo absencia con todos los de la ciudad, todos los días encerrado en casa con esperança de verme a la

noche. ¡Afuera, afuera la ingratitud, afuera las lisonjas e el engaño con tan verdadero amador, que ni quiero marido ni quiero

padre ni parientes! Faltándome Calisto, me falte la vida, la qual, porque él de mí goze, me aplaze.

LUCRECIA.- Calla, señora, escucha, que todavía perseueran.

PLEBERIO.- Pues, ¿qué te parece, señora muger? ¿Deuemos hablarlo a nuestra hija, deuemos darle parte de tantos como

me la piden, para que de su voluntad venga, para que diga quál le agrada? Pues en esto las leyes dan libertad a los hombres e

mugeres, avnque estén so el paterno poder, para elegir.

ALISA.- ¿Qué dizes? ¿En qué gastas tiempo? ¿Quién ha de yrle con tan grande nouedad a nuestra Melibea, que no la

espante? ¡Cómo! [163] ¿E piensas que sabe ella qué cosa sean hombres? ¿Si se casan o qué es casar? ¿O que del

ayuntamiento de marido e muger se procreen los hijos? ¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe desseo de lo que no

conosce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar avn con el pensamiento? No lo creas, señor Pleberio, que si alto o

baxo de sangre o feo o gentil de gesto le mandaremos tomar, aquello será su plazer, aquello aurá por bueno. Que yo sé bien lo

que tengo criado en mi guardada hija.

MELIBEA.- Lucrecia, Lucrecia, corre presto, entra por el postigo en la sala y estóruales su hablar, interrúmpeles sus

alabanças con algún fingido mensaje, si no quieres que vaya yo dando bozes como loca, según estoy enojada del concepto

engañoso, que tienen de mi ignorancia.

LUCRECIA.- Ya voy, señora.

[165]

Aucto décimo séptimo

ARGUMENTO DEL DÉCIMO SÉPTIMO AUCTO

Elicia, caresciendo de la castimonia de Penélope, determina de despedir el pesar e luto que por causa de los muertos trae,

alabando el consejo de Areusa en este propósito; la qual va a casa de Areusa, adonde viene Sosia, al qual Areusa con palabras

fictas saca todo el secreto que está entre Calisto e Melibea.

ELICIA, AREUSA, SOSIA.

ELICIA.- Mal me va con este luto. Poco se visita mi casa, poco se passea mi calle. Ya no veo las músicas de la aluorada, ya

no las canciones de mis amigos, ya no las cuchilladas ni ruydos de noche por mi causa e, lo que peor siento, que ni blanca ni

presente veo entrar por mi puerta. [166] De todo esto me tengo yo la culpa, que si tomara el consejo de aquella que bien me

quiere, de aquella verdadera hermana, quando el otro día le lleué las nueuas deste triste negocio, que esta mi mengua ha

acarreado, no me viera agora entre dos paredes sola, que de asco ya no ay quien me vea. El diablo me da tener dolor por

quien no sé si, yo muerta, lo tuuiera. A osadas, que me dixo ella a mí lo cierto: nunca, hermana, traygas ni muestres más pena

por el mal ni muerte de otro, que él hiziera por ti. Sempronio holgara, yo muerta; pues ¿por qué, loca, me peno yo por él

degollado? ¿E qué sé si me matara a mí, conio era acelerado e loco, como hizo a aquella vieja, que tenía yo por madre?

Quiero en todo seguir su consejo de Areusa, que sabe más del mundo que yo e verla muchas vezes e traer materia cómo biua.

¡O qué participación tan suaue, qué conuersación tan gozosa e dulce! No en balde se dize: que vale más vn día del [167]

hombre discreto, que toda la vida del nescio e simple. Quiero pues deponer el luto, dexar tristeza, despedir las lágrimas, que

tan aparejadas han estado a salir. Pero como sea el primer officio, que en nasciendo hazemos, llorar, no me marauilla ser más

ligero de començar e de dexar más duro. Mas para esto es el buen seso, viendo la pérdida al ojo, viendo que los atauíos hazen

la muger hermosa, avnque no lo sea, tornan de vieja moça e a la moça más. No es otra cosa la color e aluayalde, sino

pegajosa liga en que se trauan los hombres. Ande pues mi espejo e alcohol, que tengo dañados estos ojos; anden mis tocas

blancas, mis gorgueras labradas, mis ropas de plazer. Quiero adereçar lexía para estos cabellos, que perdían ya la ruuia color

y, esto hecho, contaré mis gallinas, haré mi cama, porque la limpieza alegra el coraçón, barreré mi puerta e regaré la calle,

porque los que passaren vean que es ya desterrado el dolor. Mas primero quiero yr a visitar mi prima, por preguntarle si ha

ydo allá Sosia e lo que con él ha passado, que no lo he visto después que le dixe cómo le querría hablar Areusa. Quiera Dios

que la halle sola, que jamás está desacompañada de galanes, como buena tauerna de borrachos. [168]

ELICIA.- Cerrada está la puerta. No deue estar allá hombre. Quiero llamar. Tha, tha.

AREUSA.- ¿Quién es?

ELICIA.- Abre, amiga; Elicia soy.

AREUSA.- Entra, hermana mía. Véate Dios, que tanto plazer me hazes en venir como vienes, mudado el hábito de tristeza.

Agora nos gozaremos juntas, agora te visitaré, vernos hemos en mi casa y en la tuya. Quiçá por bien fue para entrambas la

muerte de Celestina, que yo ya siento la mejoría más que antes. Por esto se dize que los muertos abren los ojos de los que

biuen, a vnos con haziendas, a otros con libertad, como a ti.

ELICIA.- A tu puerta llaman. Poco espacio nos dan para hablar, que te querría preguntar si auía venido acá Sosia.

AREUSA.- No ha venido; después hablaremos. ¡Qué porradas que dan! Quiero yr abrir, que o es loco o priuado. [169]

¿Quién llama?

SOSIA.- Abreme, señora. Sosia soy, criado de Calisto.

AREUSA.- Por los santos de Dios, el lobo es en la conseja. Escóndete, hermana, tras esse paramento e verás quál te lo paro

lleno de viento de lisonjas, que piense, quando se parta de mí, que es él e otro no. E sacarle he lo suyo e lo ageno del buche

con halagos, como él saca el poluo con la almohaça a los cauallos.

AREUSA.- ¿Es mi Sosia, mi secreto amigo? ¿El que yo me quiero bien sin que él lo sepa? ¿El que desseo conoscer por su

buena fama? ¿El fiel a su amo? ¿El buen amigo de sus compañeros? Abraçarte quiero, amor, que agora, que te veo, creo que

ay más virtudes en ti, que todos me dezían. Andacá, entremos a assentarnos, que me gozo en mirarte, que me representas la

figura del desdichado de Pármeno. Con [170] esto haze oy tan claro día que auías tú de venir a uerme. Dime, señor,

¿conoscíasme antes de agora?

SOSIA.- Señora, la fama de tu gentileza, de tus gracias e saber buela tan alto por esta ciudad, que no deues tener en mucho

ser de más conoscida que conosciente, porque ninguno habla en loor de hermosas, que primero no se acuerde de ti, que de

quantas son.

ELICIA.- (Aparte. Escondida.) ¡O hideputa el pelón e cómo se desasna! ¡Quién le ve yr al agua con sus cauallos en cerro e

sus piernas de fuera, en sayo, e agora en verse medrado con calças e capa, sálenle alas e lengua!

AREUSA.- Ya me correría con tu razón, si alguno estuuiesse delante, en oyrte tanta burla como de mí hazes; pero, como

todos los hombres traygays proueydas essas razones, essas engañosas alabanças, tan comunes para todas, hechas de molde,

no me quiero de ti espantar. Pero hágote cierto, Sosia, que no tienes dellas necessidad; sin que me alabes te amo y sin que

[171] me ganes de nueuo me tienes ganada. Para lo que te embié a rogar que me vieses, son dos cosas, las quales, si más

lisonja o engaño en ti conozco, te dexaré de dezir, avnque sean de tu prouecho.

SOSIA.- Señora mía, no quiera Dios que yo te haga cautela. Muy seguro venía de la gran merced, que me piensas hazer e

hazes. No me sentía digno para descalçarte. Guía tú mi lengua, responde por mí a tus razones, que todo lo avré por rato e

firme.

AREUSA.- Amor mío, ya sabes quánto quise a Pármeno, e como dizen: quien bien quiere a Beltrán a todas sus cosas ama.

Todos sus amigos me agradauan, el buen seruicio de su amo, como a él mismo, me plazía. Donde vía su daño de Calisto, le

apartaua. Pues como esto assí sea, acordé dezirte, lo vno, que conozcas el amor que te tengo e quánto contigo e con tu

visitación siempre me alegrarás e que en esto no perderás nada, si yo pudiere, antes te verná prouecho. Lo otro e segundo, que

pues yo pongo mis ojos en ti, e mi amor e querer, auisarte que te guardes de peligros e más de descobrir tu secreto a ninguno,

pues ves quanto daño vino a Pármeno e a Sempronio de lo que supo Celestina, [172] porque no querría verte morir

mallogrado como a tu compañero. Harto me basta auer llorado al vno. Porque has de saber que vino a mí vna persona e me

dixo que le auías tú descubierto los amores de Calisto e Melibea e cómo la auía alcançado e cómo yuas cada noche a le

acompañar e otras muchas cosas, que no sabría relatar. Cata, amigo, que no guardar secreto es propio de las mugeres. No de

todas; sino de las baxas e de los niños. Cata que te puede venir gran daño. Que para esto te dio Dios dos oydos e dos ojos e no

más de vna lengua, porque sea doblado lo que vieres e oyeres, que no el hablar. Cata no confíes que tu amigo te ha de tener

secreto de lo que le dixeres, pues tú no le sabes a ti mismo tener. Quando ouieres de yr con tu amo Calisto a casa de aquella

señora, no hagas bullicio, no te sienta la tierra, que otros me dixeron que yuas cada noche dando bozes como loco de plazer.

SOSIA.- ¡O cómo son sin tiento e personas desacordadas las que tales nueuas, señora, te acarrean! Quien te dixo que de mi

boca lo hauía oydo, no dize verdad. Los otros de verme yr con la luna de noche a dar agua a mis cauallos, holgando e auiendo

plazer, diziendo cantares [173] por oluidar el trabajo e desechar enojo y esto antes de las diez, sospechan mal y de la sospecha

hazen certidumbre, affirman lo que barruntan. Sí, que no estaua Calisto loco, que a tal hora auía de yr a negocio de tanta

affrenta, sin esperar que repose la gente, que descansen todos en el dulçor del primer sueño. Ni menos auía de yr cada noche,

que aquel officio no çufre cotidiana visitación. Y si más clara quieres, señora, ver su falsedad, como dizen, que toman antes al

mentiroso que al que coxquea, en vn mes no auemos ydo ocho vezes y dizen los falsarios reboluedores que cada noche.

AREUSA.- Pues por mi vida, amor mío, porque yo los acuse y tome en el lazo del falso testimonio me dexes en la memoria

los días que aueys concertado de salir e, si yerran, estaré segura de tu secreto y cierta de su leuantar. Porque no siendo su

mensaje verdadero, será tu persona segura de peligro e yo sin sobresalto de tu vida. Pues tengo esperança de gozarme contigo

largo tiempo.

SOSIA.- Señora, no alarguemos los testigos. Para esta noche en dando el relox las doze está hecho el concierto de su

visitación por el huerto. Mañana preguntarás lo que han sabido, de lo [174] qual, si alguno te diere señas, que me tresquilen a

mí a cruzes.

AREUSA.- ¿E por qué parte, alma mía, porque mejor los pueda contradezir, si anduuieren errados vacilando?

SOSIA.- Por la calle del vicario gordo, a las espaldas de su casa.

ELICIA.- (Aparte. Escondida.) ¡Tiénente, don handrajoso! ¡No es más menester! ¡Maldito sea el que en manos de tal

azemilero se confía! ¡Qué desgoznarse haze el badajo!

AREUSA.- Hermano Sosia, esto hablado, basta para que tome cargo de saber tu innocencia e la maldad de tus aduersarios.

Vete con Dios, que estoy ocupada en otro negocio y me he detenido mucho contigo.

ELICIA.- (Aparte.) ¡O sabia muger! ¡O despidiente propio, qual le merece el asno que ha vaziado su secreto tan de ligero!

SOSIA.- Graciosa e suaue señora, perdóname si te he enojado con mi tardança. Mientra holgares con mi seruicio, jamás

hallarás quien tan de grado auenture en él su vida. E queden los ángeles contigo. [175]

AREUSA.- Dios te guíe. ¡Allá yras, azemilero! ¡Muy vfano vas por tu vida! Pues toma para tu ojo, vellaco, e perdona, que te

la doy de espaldas. ¿A quién digo? Hermana, sal acá. ¿Qué te parece, quál le embío? Assí sé yo tratar los tales, assí salen de

mis manos los asnos, apaleados como este e los locos corridos e los discretos espantados e los deuotos alterados e los castos

encendidos. Pues, prima, aprende, que otra arte es esta que la de Celestina; avnque ella me tenía por boua, porque me quería

yo serlo. E pues ya tenemos deste hecho sabido quanto desseáuamos, deuemos yr a casa de aquellotro cara de ahorcado, que

el jueues eché delante de ti baldonado de mi casa e haz tú como que nos quieres fazer amigos e que rogaste que fuesse a verlo.

[177]

Aucto décimo octauo

ARGUMENTO DEL DÉCIMO OCTAUO AUCTO

Elicia determina de fazer las amistades entre Areusa e Centurio por precepto de Areusa e vanse a casa de Centurio, onde ellas

le ruegan que aya de vengar las muertes en Calisto e Melibea; el qual lo prometió delante dellas. E como sea natural a estos no

hazer lo que prometen, escúsase como en el proceso paresce.

CENTURIO, ELICIA, AREUSA.

ELICIA.- ¿Quién está en su casa?

CENTURIO.- Mochacho, corre, verás quién osa entrar sin llamar a la puerta. Torna, torna acá, que ya he visto quién es. No

te cubras con el manto, señora: ya no te puedes esconder, que, quando vi adelante entrar a Elicia, vi que no podía traer

consigo mala compañía ni nueuas que me pesassen, sino que me auían de dar plazer.

AREUSA.- No entremos, por mi vida, más adentro, [178] que se estiende ya el vellaco, pensando que le vengo a rogar. Que

más holgara con la vista de otras como él, que con la nuestra. Boluamos, por Dios, que me fino en ver tan mal gesto.

¿Paréscete, hermana, que me traes por buenas estaciones e que es cosa justa venir de bísperas y entrarnos a uer vn

desuellacaras que ay está?

ELICIA.- Torna por mi amor, no te vayas; si no, en mis manos dexarás el medio manto.

CENTURIO.- Tenla, por Dios, señora, tenla no se te suelte.

ELICIA.- Marauillada estoy, prima, de tu buen seso. ¿Quál hombre ay tan loco e fuera de razón, que no huelgue de ser

visitado, mayormente de mugeres? Llégate acá, señor Centurio, que en cargo de mi alma por fuerça haga que te abrace, que

yo pagaré la fruta.

AREUSA.- Mejor lo vea yo en poder de justicia e morir a manos de sus enemigos, que yo tal gozo le dé. ¡Ya, ya hecho ha

conmigo para quanto biua! ¿E por quál carga de agua le tengo [179] de abraçar ni ver a esse enemigo? Porque le rogué

estotro día que fuesse vna jornada de aquí, en que me yua la vida e dixo de no.

CENTURIO.- Mándame tú, señora, cosa que yo sepa hazer, cosa que sea de mi officio. Vn desafío con tres juntos e si más

vinieren: que no huya por tu amor. Matar vn hombre, cortar vna pierna o braço, harpar el gesto de alguna que se aya

ygualado contigo: estas tales cosas, antes serán hechas, que encomendadas. No me pidas que ande camino ni que te dé dinero,

que bien sabes que no dura conmigo, que tres saltos daré sin que me se cayga blanca. Ninguno da lo que no tiene. En vna casa

biuo qual vees, que rodará el majadero por toda ella sin que tropiece. Las alhajas que tengo es el axuar de la frontera, vn

jarro desbocado, vn assador sin punta. La cama en que me acuesto está armada sobre aros de broqueles, vn rimero de malla

rota por [180] colchones, vna talega de dados por almohada. Que, avnque quiero dar collación, no tengo qué empeñar, sino

esta capa harpada, que traygo acuestas.

ELICIA.- Assí goze, que sus razones me contentan a marauilla. Como vn santo está obediente, como ángel te habla, a toda

razón se allega; ¿qué más le pides? Por mi vida que le hables e pierdas enojo, pues tan de grado se te offresce con su persona.

CENTURIO.- ¿Offrescer dizes, señora? Yo te juro por el sancto martilogio de pe a pa, el braço me tiembla de lo que por

ella entiendo hazer, que contino pienso cómo la tenga contenta e jamás acierto. La noche passada soñaua que hazía armas en

vn desafío por su seruicio con quatro hombres, que ella bien conosce, e maté al vno. E de los otros que huyeron el que más

sano se libró me dexó a los pies vn braço yzquierdo. Pues muy mejor lo haré despierto de día, quando alguno tocare en su

chapín.

AREUSA.- Pues aquí te tengo, a tiempo somos. Yo te perdono, con condición que me vengues [181] de vn cauallero, que se

llama Calisto, que nos ha enojado a mí e a mi prima.

CENTURIO.- ¡O!, reñiego de la condición. Dime luego si está confessado.

AREUSA.- No seas tú cura de su ánima.

CENTURIO.- Pues sea assí. Embiémosle a comer al infierno sin confessión.

AREUSA.- Escucha, no atajes mi razón. Esta noche lo tomarás.

CENTURIO.- No me digas más, al cabo estoy. Todo el negocio de sus amores sé e los que por su causa ay muertos e lo que

os tocaua a vosotras, por donde va e a qué hora e con quién es. Pero dime, ¿quántos son los que le acompañan?

AREUSA.- Dos moços.

CENTURIO.- Pequeña presa es essa, poco ceuo tiene ay mi espada. Mejor ceuara ella en otra parte esta noche, que estaua

concertada.

AREUSA.- Por escusarte lo hazes. A otro perro con esse huesso. No es para mí essa dilación. Aquí quiero ver si dezir e

hazer si comen juntos a tu mesa.

CENTURIO.- Si mi espada dixesse lo que haze, tiempo le faltaría para hablar. ¿Quién sino ella [182] puebla los más

cimenterios? ¿Quién haze ricos los cirujanos desta tierra? ¿Quién da contino quehazer a los armeros? ¿Quién destroça la

malla muy fina? ¿Quién haze riça de los broqueles de Barcelona? ¿Quién reuana los capacetes de Calatayud, sino ella? Que

los caxquetes de Almazén assí los corta, como si fuessen hechos de melón. Veynte años há que me da de comer. Por ella soy

temido de hombres e querido de mugeres; sino de ti. Por ella me dieron Centurio por nombre a mi abuelo e Centurio se llamó

mi padre e Centurio me llamo yo.

ELICIA.- Pues ¿qué hizo el espada por que ganó tu abuelo esse nombre? Dime, ¿por ventura fue por ella capitán de cient

hombres?

CENTURIO.- No; pero fue rufián de cient mugeres.

AREUSA.- No curemos de linaje ni hazañas viejas. Si has de hazer lo que te digo, sin dilación determina, porque nos

queremos yr.

CENTURIO.- Más desseo ya la noche por tenerte contenta, que tú por verte vengada. E porque más se haga todo a tu

voluntad, escoge qué muerte quieres que le dé. Allí te mostraré vn [183]reportorio en que ay sietecientas e setenta species de

muertes: verás quál más te agradare.

ELICIA.- Areusa, por mi amor, que no se ponga este fecho en manos de tan fiero hombre. Más vale que se quede por hazer,

que no escandalizar la ciudad, por donde nos venga más daño de lo passado.

AREUSA.- Calla, hermana, díganos alguna, que no sea de mucho bullicio.

CENTURIO.- Las que agora estos días yo vso e más traygo entre manos son espaldarazos sin sangre o porradas de pomo de

espada o reués mañoso; a otros agujero como harnero a puñaladas, tajo largo, estocada temerosa, tiro mortal. Algún día doy

palos por dexar holgar mi espada.

ELICIA.- No passe, por Dios, adelante; déle palos, porque quede castigado e no muerto.

CENTURIO.- Juro por el cuerpo santo de la letanía, no es más en mi braço derecho dar palos sin matar, que en el sol dexar

de dar bueltas al cielo.

AREUSA.- Hermana, no seamos nosotras lastimeras; haga lo que quisiere, mátele como se le antojare. Llore Melibea como

tú has hecho. Dexémosle. Centurio, da buena cuenta de lo [184] encomendado. De qualquier muerte holgarémos. Mira que no

se escape sin alguna paga de su yerro.

CENTURIO.- Perdónele Dios, si por pies no se me va. Muy alegre quedo, señora mía, que se ha ofrecido caso, avnque

pequeño, en que conozcas lo que yo sé hazer por tu amor.

AREUSA.- Pues Dios te dé buena manderecha e a él te encomiendo, que nos vamos.

CENTURIO.- Él te guíe e te dé más paciencia con los tuyos.

CENTURIO.- Allá yrán estas putas atestadas de razones. Agora quiero pensar cómo me escusaré de lo prometido, de

manera que piensen que puse diligencia con ánimo de executar lo dicho e no negligencia, por no me poner en peligro.

Quiérome hazer doliente; pero, ¿qué aprouecha? Que no se apartarán de la demanda, quando sane. Pues si digo que fui allá e

que les hize huyr, pedirme han señas de quién eran e quántos yuan y en qué lugar los tomé e qué vestidos lleuauan; yo no las

sabré dar. ¡Helo todo perdido! Pues ¿qué consejo tomaré, que cumpla con mi seguridad e su demanda? Quiero embiar [185] a

llamar a Traso, el coxo, e a sus dos compañeros e dezirles que, porque yo estoy occupado esta noche en otro negocio, vaya a

dar vn repiquete de broquel a manera de leuada, para oxear [186] vnos garçones, que me fue encomendado, que todo esto es

passos seguros e donde no consiguirán ningún daño, más de fazerlos huyr e boluerse a dormir.

[187]

Aucto décimonono

ARGUMENTO DEL DÉCIMONONO AUCTO

Yendo Calisto con Sosia e Tristán al huerto de Pleberio a visitar a Melibea, que lo estaua esperando e con ella Lucrecia,

cuenta Sosia lo que le aconteció con Areusa. Estando Calisto dentro del huerto con Melibea, viene Traso e otros por mandado

de Centurio a complir lo que auía prometido a Areusa e a Elicia, a los quales sale Sosia; e oyendo Calisto desde el huerto, onde

estaua con Melibea, el ruydo que trayan, quiso salir fuera, la qual salida fue causa que sus días peresciessen, porque los tales

este don resciben por galardón e por esto han de saber desamar los amadores.

SOSIA, TRISTÁN, CALISTO, MELIBEA, LUCRECIA.

SOSIA.- Muy quedo, para que no seamos sentidos. Desde aquí al huerto de Pleberio te contaré, hermano Tristán, lo que con

Areusa me ha passado oy, que estoy el más alegre hombre del mundo. Sabrás que ella por las buenas nueuas, que de mí auía

oydo, estaua presa de mi amor y embiome a Elicia, rogándome que la visitasse. E dexando aparte otras razones de [188] buen

consejo que passamos, mostró al presente ser tanto mía, quanto algún tiempo fue de Pármeno. Rogome que la visitasse

siempre, que ella pensaua gozar de mi amor por tiempo. Pero yo te juro por el peligroso camino en que vamos, hermano, e assí

goze de mí, que estuue dos o tres vezes por me arremeter a ella, sino que me empachaua la vergüença de verla tan hermosa e

arreada e a mí con vna capa vieja ratonada. Echaua de sí en bulliendo vn olor de almizque; yo hedía al estiercol, que lleuaua

dentro de los çapatos. Tenía vnas manos como la nieue, que, quando las sacaua de rato en rato de un guante, parecía que se

derramaua azahar por casa. Assí por esto, como porque tenía vn poco ella quehacer, se quedó mi atreuer para otro día. E avn

porque a la primera vista todas las cosas no son bien tratables e quanto más se comunican mejor se entienden en su

participación.

TRISTÁN.- Sosia amigo, otro seso más maduro y esperimentado, que no el mío, era necessario para darte consejo en este

negocio; pero lo que con mi tierna edad e mediano natural alcanço al presente te diré. Esta muger es marcada ramera, según

tú me dixiste: quanto con ella te passó has de creer que no caresce de engaño. [189] Sus offrecimientos fueron falsos e no sé yo

a qué fin. Porque amarte por gentilhombre ¿quántos más terná ella desechados? Si por rico, bien sabe que no tienes más del

poluo, que se te pega del almohaça. Si por hombre de linaje, ya sabrá que te llaman Sosia e a tu padre llamaron Sosia, nascido

e criado en vna aldea, quebrando terrones con vn arado, para lo qual eres tú más dispuesto, que para enamorado. Mira, Sosia,

e acuérdate bien si te quería sacar algún punto del secreto deste camino, que agora vamos, para con que lo supiesse reboluer a

Calisto e Pleberio, de embidia del plazer de Melibea. Cata que la embidia es vna incurable enfermedad donde assienta,

huésped que fatiga la posada: en lugar de galardón, siempre goza del mal ageno. Pues si esto es assí, ¡o cómo te quiere

aquella maluada hembra engañar con su alto nombre, del qual todas se arrean! Con su vicio ponçoñoso quería condenar el

ánima por complir su apetito, reboluer tales casas para contentar su dañada voluntad. ¡O arufianada muger, e con qué blanco

pan te daua çaraças: Quería vender su cuerpo a trueco de contienda. Óyeme e, si assí presumes que sea, ármale trato [190]

doble, qual yo te diré: que quién engaña al engañador... ya me entiendes. E si sabe mucho la raposa, más el que la toma.

Contramínale sus malos pensamientos, escala sus ruyndades, quando más segura la tengas, e cantarás después en tu establo:

vno piensa el vayo e otro el que lo ensilla.

SOSIA.- ¡O Tristán, discreto mancebo! Mucho más me has dicho, que tu edad demanda. Astuta sospecha has remontado e

creo que verdadera. Pero, porque ya llegamos al huerto e nuestro amo se nos acerca, dexemos este cuento, que es muy largo,

para otro día.

CALISTO.- Poned, moços, la escala e callad, que me paresce que está hablando mi señora de dentro. [191] Sobiré encima

de la pared y en ella estaré escuchando, por ver si oyré alguna buena señal de mi amor en absencia.

MELIBEA.- Canta más, por mi vida, Lucrecia, que me huelgo en oyrte, mientra viene aquel señor, e muy passo entre estas

verduricas, que no nos oyrán los que passaren.

LUCRECIA.- ¡O quién fuesse la ortelana

de aquestas viciosas flores,

por prender cada mañana

al partir a tus amores!

Vístanse nueuas collores

los lirios y el açucena;

derramen frescos olores,

quando entre por estrena. [192]

MELIBEA.- ¡O quan dulce me es oyrte! De gozo me deshago. No cesses, por mi amor.

LUCRECIA.- Alegre es la fuente clara

a quien con gran sed la vea;

mas muy más dulce es la cara

de Calisto a Melibea.

Pues, avnque más noche sea,

con su vista gozará.

¡O quando saltar le vea,

qué de abraços te dará!

Saltos de gozo infinitos

da el lobo viendo ganado;

con las tetas los cabritos,

Melibea con su amado.

Nunca fue más desseado

amado de su amiga,

ni huerto más visitado,

ni noche más sin fatiga.

MELIBEA.- Quanto dizes, amiga Lucrecia, se me representa delante, todo me parece que lo veo con mis ojos. Procede, que

a muy buen son lo dizes e ayudarte he yo. [193]

LUCRECIA, MELIBEA.

Dulces árboles sombrosos,

humilláos quando veays

aquellos ojos graciosos

del que tanto desseays.

Estrellas que relumbrays,

norte e luzero del día,

¿por qué no le despertays,

si duerme mi alegría?

MELIBEA.- Óyeme, tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.

Papagayos, ruyseñores,

que cantays al aluorada,

lleuad nueua a mis amores,

como espero aquí asentada.

La media noche es passada,

e no viene.

sabedme si ay otra amada

que lo detiene.

CALISTO.- Vencido me tiene el dulçor de tu suaue canto; no puedo más suffrir tu penado esperar. ¡O mi señora e mi bien

todo! ¿Quál muger podía [194] auer nascida, que despriuasse tu gran merecimiento? ¡O salteada melodía! ¡O gozoso rato! ¡O

coraçón mío! ¿E cómo no podiste más tiempo sufrir sin interrumper tu gozo e complir el desseo de entrambos?

MELIBEA.- ¡O sabrosa trayción! ¡O dulce sobresalto! ¿Es mi señor de mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer. ¿Dónde

estauas, luziente sol? ¿Donde me tenías tu claridad escondida? ¿Auía rato que escuchauas? ¿Por qué me dexauas echar

palabras sin seso al ayre, con mi ronca boz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna quán clara se nos

muestra, mira las nuues cómo huyen. Oye la corriente agua desta fontezica., ¡quánto más suaue murmurio su río lleua por

entre las frescas yeruas! Escucha los altos cipreses, ¡cómo se dan paz unos ramos con otros por intercessión de vn templadico

viento que los menea! Mira sus quietas sombras, ¡quán escuras están e aparejadas para encobrir nuestro deleyte! Lucrecia,

¿qué sientes, amiga? ¿Tórnaste loca de plazer? Déxale, [195] no me le despedaces, no le trabajes sus miembros con tus

pesados abraços. Déxame gozar lo que es mío, no me ocupes mi plazer.

CALISTO.- Pues, señora e gloria mía, si mi vida quieres, no cesse tu suaue canto. No sea de peor condición mi presencia,

con que te alegras, que mi absencia, que te fatiga.

MELIBEA.- ¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo cantaré, que tu desseo era el que regía mi son e hazía sonar mi

canto? Pues conseguida tu venida, desapareciose el desseo, destemplose el tono de mi boz. Y pues tú, señor, eres el dechado de

cortesía e buena criança, ¿cómo mandas a mi lengua hablar e no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no oluidas estas

mañas? Mándalas estar sossegadas e dexar su enojoso vso e conuersación incomportable. Cata, ángel mío, que assí como me

es agradable tu vista sossegada, me es enojoso tu riguroso trato; tus honestas burlas me dan plazer, tus deshonestas manos me

fatigan, quando passan de la razón. Dexa estar mis ropas en su [196] lugar e, si quieres ver si es el hábito de encima de seda o

de paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Pues cierto es de lienço. Holguemos e burlemos de otros mill modos, que yo te

mostraré, no me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué prouecho te trae dañar mis vestiduras?

CALISTO.- Señora, el que quiere comer el aue, quita primero las plumas.

LUCRECIA.- (Aparte.) Mala landre me mate, si más los escucho. ¿Vida es esta? ¡Que me esté yo deshaziendo de dentera y

ella esquiuándose porque la rueguen! Ya, ya apaziguado es el ruydo: no ouieron menester despartidores. Pero también me lo

haría yo, si estos necios de sus criados me fablassen entre día; pero esperan que los tengo de yr a buscar.

MELIBEA.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?

CALISTO.- No ay otra colación para mí, sino tener tu cuerpo e belleza en mi poder. Comer e beuer, donde quiera se da por

dinero, en cada tiempo se puede auer e qualquiera lo puede alcançar; pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no ay ygual

que en este huerto, ¿cómo mandas que se me passe ningún momento que no goze?

LUCRECIA.- (Aparte.) Ya me duele a mí la cabeça [197] d' escuchar e no a ellos de hablar ni los braços de retoçar ni las

bocas de besar. ¡Andar!, ya callan: a tres me parece que va la vencida.

CALISTO.- Jamás querría, señora, que amaneciesse, según la gloria e descanso que mi sentido recibe de la noble

conuersación de tus delicados miembros.

MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me hazes con tu visitación incomparable merced.

SOSIA.- ¿Assí, vellacos, rufianes, veníades a asombrar a los que no os temen? Pues yo juro que si esperárades, que yo os

hiziera yr como merecíades.

CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da bozes. Déxame yr a valerle, no le maten, que no está sino vn pajezico con él.

Dame presto mi capa, que está debaxo de ti.

MELIBEA.- ¡O triste de mi ventura! No vayas allá sin tus coraças; tórnate a armar. [198]

CALISTO.- Señora, lo que no haze espada e capa e coraçón, no lo fazen coraças e capaçete e couardía.

SOSIA.- ¿Avn tornays? Esperadme. Quiçá venís por lana.

CALISTO.- Déxame, por Dios, señora, que puesta está el escala.

MELIBEA.- ¡O desdichada yo!, e como vas tan rezio e con tanta priessa e desarmado a meterte entre quién no conosces?

Lucrecia, ven presto acá, que es ydo Calisto a vn ruydo. Echémosle sus coraças por la pared, que se quedan acá.

TRISTÁN.- Tente, señor, no baxes, que ydos son; que no era sino Traso el coxo e otros vellacos, que passauan bozeando.

Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al escala.

CALISTO.- ¡O!, ¡válame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confessión!

TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caydo del escala e no habla ni se bulle. [199]

SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡A essotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡O gran desuentura!

LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha!, ¡gran mal es este!

MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oygo?, ¡amarga de mí!

TRISTÁN.- ¡O mi señor e mi bien muerto! ¡O mi señor despeñado! ¡O triste muerte sin confessión! Coge, Sosia, essos sesos

de essos cantos, júntalos con la cabeça del desdichado amo nuestro. ¡O día de aziago! ¡O arrebatado fin!

MELIBEA.- ¡O desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oygo? Ayúdame a sobir,

Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien e plazer, [200] todo es ydo

en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumiose mi gloria!

LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dizes, mi amor?, ¿qué es esso, que lloras tan sin mesura?

TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto del escala e es muerto. Su cabeça está en

tres partes. Sin confessión pereció. Díselo a la triste e nueua amiga, que no espere más su penado amador. Toma tú, Sosia,

dessos pies. Lleuemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca su honrra detrimento, avnque sea muerto en este

lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, visítenos tristeza, cúbranos luto e dolorosa xerga.

MELIBEA.- ¡O la más de las tristes triste! ¡Tan [201] tarde alcançado el plazer, tan presto venido el dolor!

LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Agora en plazer, agora en tristeza! ¿Qué planeta houo, que

tan presto contrarió su operación? ¡Qué poco coraçón es este! Leuanta, por Dios, no seas hallada de tu padre en tan sospechoso

lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te amortezcas, por Dios. Ten esfuerço para sofrir la pena, pues touiste

osadía para el plazer.

MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos moços van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? ¡Rezando lleuan con responso mi bien

todo! ¡Muerta lleuan mi alegría! ¡No es tiempo de yo biuir! ¿Cómo no gozé más del gozo? ¿Cómo tuue en tan poco la gloria,

que entre mis manos toue? ¡O ingratos mortales! ¡Jamás conocés vuestros bienes, sino quando dellos caresceys! [202]

LUCRECIA.- Abíuate, abiua, que mayor mengua será hallarte en el huerto, que plazer sentiste con la venida ni pena con ver

que es muerto. Entremos en la cámara, acostarte as. Llamaré a tu padre e fingiremos otro mal, pues este no es para poderse

encobrir.

[203]

El veynteno aucto

ARGUMENTO DEL VEYNTENO AUTO

Lucrecia llama a la puerta de la cámara de Pleberio. Pregúntale Pleberio lo que quiere. Lucrecia le da priessa que vaya a uer a

su hija Melibea. Leuantado Pleberio, va a la cámara de Melibea. Consuélala, preguntando qué mal tiene. Finge Melibea dolor

de coraçón. Embía Melibea a su padre por algunos instrumentos músicos. Sube ella e Lucrecia en vna torre. Embía de sí a

Lucrecia. Cierra tras ella la puerta. Llégase su padre al pie de la torre. Descúbrele Melibea todo el negocio, que hauía passado.

En fin, déxase caer de la torre abaxo.

PLEBERIO, LUCRECIA, MELIBEA.

PLEBERIO.- ¿Qué quieres, Lucrecia? ¿Qué quieres tan presurosa? ¿Qué pides con tanta importunidad e poco sosiego? ¿Qué

es lo que mi hija ha sentido? ¿Qué mal tan arrebatado puede ser, que no aya yo tiempo de me vestir ni me des avn espacio a me

leuantar?

LUCRECIA.- Señor, apresúrate mucho, si la quieres [204] ver viua, que ni su mal conozco de fuerte ni a ella ya de

desfigurada.

PLEBERIO.- Vamos presto, anda allá, entra adelante, alça essa antepuerta e abre bien essa ventana, porque le pueda ver el

gesto con claridad. ¿Qué es esto, hija mía? ¿Qué dolor e sentimiento es el tuyo? ¿Qué nouedad es esta? ¿Qué poco esfuerço es

este? Mírame, que soy tu padre. Fabla comigo, cuéntame la causa de tu arrebatada pena. ¿Qué has? ¿Qué sientes? ¿Qué

quieres? Hablame, mírame, dime la razón de tu dolor, porque presto sea remediado. No quieras embiarme con triste postrimería

al sepulcro. Ya sabes que no tengo otro bien, sino a ti. Abre essos alegres ojos e mírame.

MELIBEA.- ¡Ay dolor!

PLEBERIO.- ¿Qué dolor puede ser, que yguale con ver yo el tuyo? Tu madre está sin seso en oyr tu mal. No pudo venir a

verte de turbada. Esfuerça tu fuerça, abiua tu coraçón, arréziate de manera que puedas tú comigo yr a visitar a ella. Dime, ánima

mía, la causa de tu sentimiento.

MELIBEA.- ¡Pereció mi remedio! [205]

PLEBERIO.- Hija, mi bienamada e querida del viejo padre, por Dios, no te ponga desesperación el cruel tormento desta tu

enfermedad e passión, que a los flacos coraçones el dolor los arguye. Si tú me cuentas tu mal, luego será remediado. Que ni

faltarán medicinas ni médicos ni siruientes para buscar tu salud, agora consista en yeruas o en piedras o en palabras o esté

secreta en cuerpos de animales. Pues no me fatigues más, no me atormentes, no me hagas salir de mi seso e dime ¿qué sientes?

MELIBEA.- Vna mortal llaga en medio del coraçón, que no me consiente hablar. No es ygual a los otros males; menester es

sacarle para ser curada, que está en lo más secreto dél.

PLEBERIO.- Temprano cobraste los sentimientos de la vegez. La moçedad toda suele ser plazer e alegría, enemiga de enojo.

Levántate de ay. Vamos a uer los frescos ayres de la ribera: alegrarte has con tu madre, descansará tu pena. Cata, si huyes de

plazer, no ay cosa más contraria a tu mal.

MELIBEA.- Vamos donde mandares. Subamos, [206] señor, al açotea alta, porque desde allí goze de la deleytosa vista de los

nauíos: por ventura afloxará algo mi congoxa.

PLEBERIO.- Subamos e Lucrecia con nosotros.

MELIBEA.- Mas, si a ti plazerá, padre mío, mandar traer algún instrumento de cuerdas con que se sufra mi dolor o tañiendo

o cantando, de manera que, avnque aquexe por vna parte la fuerça de su acidente, mitigarlo han por otra los dulces sones e

alegre armonía.

PLEBERIO.- Esso, hija mía, luego es hecho. Yo lo voy a mandar aparejar.

MELIBEA.- Lucrecia, amiga mía, muy alto es esto. Ya me pesa por dexar la compañía de mi padre. Baxa a él e dile que se

pare al pie desta torre, que le quiero dezir vna palabra, que se me oluidó que fablasse a mi madre.

LUCRECIA.- Ya voy, señora. [207]

MELIBEA.- De todos soy dexada. Bien se ha adereçado la manera de mi morir. Algún aliuio siento en ver que tan presto

seremos juntos yo e aquel mi querido amado Calisto. Quiero cerrar la puerta, porque ninguno suba a me estoruar mi muerte. No

me impidan la partida, no me atajen el camino, por el qual en breue tiempo podré visitar en este día al que me visitó la passada

noche. Todo se ha hecho a mi voluntad. Buen tiempo terné para contar a Pleberio mi señor la causa de mi ya acordado fin. Gran

sinrazón hago a sus canas, gran ofensa a su vegez. Gran fatiga le acarreo con mi falta. En gran soledad le dexo. Y caso que por

mi morir a mis [208] queridos padres sus días se diminuyessen, ¿quién dubda que no aya auido otros más crueles contra sus

padres? Bursia, rey de Bitinia, sin ninguna razón, no aquexándole pena como a mí, mató su propio padre. Tolomeo, rey de

Egypto, a su padre e madre e hermanos e muger, [209] por gozar de vna manceba. Orestes a su madre Clistenestra. El cruel

emperador Nero a su madre Agripina por solo su plazer hizo matar. Estos son dignos de culpa, estos son verdaderos

parricidas, que no yo; que con mi pena, con mi muerte purgo la culpa, que de su dolor se me puede poner. Otros muchos

crueles ouo, que mataron hijos e hermanos, debaxo de cuyos yerros el mío no parescerá grande. Philipo, rey de Macedonia;

Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laodice, reyna de Capadocia, e Medea, la nigromantesa. Todos

estos mataron hijos queridos e amados, sin ninguna razón, quedando sus personas a saluo. Finalmente, me ocurre aquella

gran crueldad de Phrates, rey de los Parthos, que, porque no quedasse sucessor después dél, mató a Orode, su viejo padre e a

su vnico hijo e treynta hermanos suyos. Estos fueron delictos dignos de culpable culpa, que, guardando sus personas de

peligro, matauan sus mayores e descendientes e hermanos. Verdad es que, avnque todo esto assí sea, no auía de remedarlos en

lo que malhizieron; pero no es más en mi mano. Tú, Señor, que de mi habla eres testigo, ves mi poco poder, ves quán catiua

tengo mi libertad, quán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto [210] cauallero, que priua al que tengo con los

viuos padres.

PLEBERIO.- Hija mía Melibea, ¿qué hazes sola? ¿Qué es tu voluntad dezirme? ¿Quieres que suba allá?

MELIBEA.- Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estó, que estoruaras la presente habla, que te quiero fazer.

Lastimado, serás breuemente con la muerte de tu vnica fija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso e tu passión, llegado es

mi aliuio e tu pena, llegada es mi acompañada hora e tu tiempo de soledad. No haurás, honrrado padre, menester instrumentos

para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oyrás la causa desesperada de mi

forçada e alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quexoso en no saber por qué me mato, que

doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más de lo que de mi grado dezirte quisiere. Porque,

quando el coraçón está embargado de passión, están cerrados los oydos al consejo e en tal tiempo las frutuosas palabras, en

lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre mío, mis vltimas palabras e, si como yo espero las recibes, no culparás mi

yerro. Bien [211] vees e oyes este triste e doloroso sentimiento, que toda la ciudad haze. Bien vees este clamor de campanas,

este alarido de gentes, este aullido de canes, este grande estrépito de armas. De todo esto fuy yo la causa. Yo cobrí de luto e

xergas en este día quasi la mayor parte de la cibdadana cauallería, yo dexé, oy muchos siruientes descubiertos de señor, yo quité

muchas raciones e limosnas a pobres e enuergonçantes, yo fuy ocasión que los muertos touiessen compañía del más acabado

hombre, que en gracia nasció, yo quité a los viuos el dechado de gentileza, de inuenciones galanas, de atauíos e brodaduras, de

habla, de andar, de cortesía, de virtud, yo fuy causa que la tierra goze sin tiempo el más noble cuerpo e más fresca juuentud,

que al mundo era en nuestra edad criada. E porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más

aclarar el hecho. Muchos días son passados, padre mío, que penaua por amor vn cauallero, que se llamaua Calisto, el qual tú

bien conosciste. Conosciste assimismo [212] sus padres e claro linaje: sus virtudes e bondad a todos eran manifiestas. Era tanta

su pena de amor e tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su passión a vna astuta e sagaz muger, que llamauan

Celestina. La qual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubría a ella lo que a mi querida madre

encobría. Touo manera cómo ganó mi querer, ordenó cómo su desseo e el mío houiessen efeto. Si él mucho me amaua, no viuía

engañado. Concertó el triste concierto de la dulce e desdichada execución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en

tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad. Del qual deleytoso yerro

de amor gozamos quasi vn mes. E como esta passada noche viniesse, según era acostumbrado, a la buelta de su venida, como

de la fortuna mudable estouiesse dispuesto e ordenado, según su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche

escura, la escala delgada, los siruientes que traya no diestros en aquel género de seruicio e él baxaua pressuroso a uer vn ruydo,

que con sus criados sonaua en la calle, con el gran ímpetu que leuaua, no vido bien los passos, puso el pie en vazío e cayó. De

la triste cayda sus más escondidos sesos quedaron [213] repartidos por las piedras e paredes. Cortaron las hadas sus hilos,

cortáronle sin confessión su vida, cortaron mi esperança, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad sería,

padre mío, muriendo él despeñado, que viuiese yo penada? Su muerte combida a la mía, combídame e fuerça que sea presto, sin

dilación, muéstrame que ha de ser despeñada por seguille en todo. No digan por mí: a muertos e a ydos... E assí contentarle he

en la muerte, pues no tuue tiempo en la vida. ¡O mi amor e señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me

incuses la tardança que hago, dando esta vltima cuenta a mi viejo padre, pues le deuo mucho más.» ¡O padre mío muy amado!

Ruégote, si amor en esta passada e penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas: juntas nos hagan nuestras

obsequias. Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin, coligidas e sacadas de aquellos antigos libros, que

tú por más aclarar mi ingenio me mandauas leer; sino que ya la dañada memoria con la grand turbación me las ha perdido e avn

porque veo tus lágrimas malsofridas [214]decir por tu arrugada haz. Salúdame a mi cara e amada madre: sepa de ti largamente

la triste razón porque muero. ¡Gran plazer lleuo de no la ver presente! Toma, padre viejo, los dones de tu vegez. Que en largos

días largas se sufren tristezas. Rescibe las arras de tu senectud antigua, rescibe allá tu amada hija. Gran dolor lleuo de mí,

mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo e con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo,

que allá baxa.

[215]

Veynte e vn aucto

ARGUMENTO DEL VEYNTE E VN AUTO

Pleberio, tornado a su cámara con grandíssimo llanto, preguntale Alisa su muger la causa de tan súpito mal. Cuéntale la

muerte de su hija Melibea, mostrándole el cuerpo della todo hecho pedaços e haziendo su planto concluye.

PLEBERIO, ALISA.

ALISA.- ¿Qué es esto, señor Pleberio? ¿Por qué son tus fuertes alaridos? Sin seso estaua adormida del pesar que oue, quando

oy dezir que sentía dolor nuestra hija; agora oyendo tus gemidos, tus vozes tan altas, tus quexas no acostumbradas, tu llanto e

congoxa de tanto sentimiento, en tal manera penetraron mis entrañas, en tal manera traspasaron mi coraçón, assí abiuaron mis

turbados sentidos, que el ya rescibido pesar alançé de mí. Vn dolor sacó otro, vn sentimiento [216] otro. Dime la causa de tus

quexas. ¿Por qué maldizes tu honrrada vegez? ¿Por qué pides la muerte? ¿Por qué arrancas tus blancos cabellos? ¿Por qué

hieres tu honrrada cara? ¿Es algún mal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena, no quiero yo viuir.

PLEBERIO.- ¡Ay, ay, noble muger! Nuestro gozo en el pozo. Nuestro bien todo es perdido. ¡No queramos más biuir! E

porque el incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle, porque más presto vayas al sepulcro, porque no llore yo solo

la pérdida dolorida de entramos, ves allí a la que tú pariste e yo engendré, hecha pedaços. La causa supe della; más la he sabido

por estenso desta su triste siruienta. Ayúdame a llorar nuestra llagada postremería. ¡O gentes, que venís a mi dolor! ¡O amigos e

señores, ayudáme a sentir mi pena! ¡O mi hija e mi bien todo! Crueldad sería que viua yo sobre ti. Más dignos eran mis sesenta

años, de la sepultura, [217] que tus veynte. Turbose la orden del morir con la tristeza, que te aquexaua. ¡O mis canas, salidas

para auer pesar! Mejor gozara de vosotras la tierra, que de aquellos ruuios cabellos, que presentes veo. Fuertes días me sobran

para viuir; ¿quexarme he de la muerte? ¿Incusarle he su dilación? Quanto tiempo me dexare solo después de ti, fálteme la vida,

pues me faltó tu agradable compañía. ¡O muger mía! Leuántate de sobre ella e, si alguna vida te queda, gástala comigo en

tristes gemidos, en quebrantamiento e sospirar. E si por caso tu espíritu reposa con el suyo, si ya has dexado esta vida de dolor,

¿por qué quesiste que lo passe yo todo? En esto tenés ventaja las hembras a los varones, que puede vn gran dolor sacaros del

mundo sin lo sentir o a lo menos perdeys el sentido, que es parte de descanso. ¡O duro coraçón de padre! ¿Cómo no te quiebras

de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quien edifiqué torres? [218] ¿Para quien adquirí honrras? ¿Para quien

planté árboles? ¿Para quien fabriqué nauíos? ¡O tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿Adonde hallará abrigo mi desconsolada

vegez? ¡O fortuna variable, ministra e mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no executaste tu cruel yra, tus mudables

ondas, en aquello que a ti es subjeto? ¿Por qué no destruyste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no

asolaste mis grandes heredamientos? Dexárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna flutuosa,

triste la mocedad con vegez alegre, no peruertieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la rezia e robusta

edad, que no en la flaca postremería.

¡O vida de congoxas llena, de miserias acompañada! ¡O mundo, mundo! Muchos mucho de ti dixeron, muchos en tus

qualidades metieron la mano, a diuersas cosas por oydas te compararon; yo por triste esperiencia lo contaré, como a quien las

ventas e compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel, que mucho ha fasta agora callado tus falsas

propiedades, por no encender con odio tu yra, porque no me secasses sin tiempo esta flor, que este [219] día echaste de tu

poder. Pues agora sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante

pobre, que sin temor de los crueles salteadores va cantando en alta boz. Yo pensaua en mi más tierna edad que eras y eran tus

hechos regidos por alguna orden; agora visto el pro e la contra de tus bienandanças, me pareces vn laberinto de errores, vn

desierto espantable, vna morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas,

monte alto, campo pedregoso, prado [220] lleno de serpientes, huerto florido e sin fruto, fuente de cuydados, río de lágrimas,

mar de miserias, trabajo sin prouecho, dulce ponçoña, vana esperança, falsa alegría, verdadero dolor. Céuasnos, mundo falso,

con el manjar de tus deleytes; al mejor sabor nos descubres el anzuelo: no lo podemos huyr, que nos tiene ya caçadas las

voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti, porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos

prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuydados, a rienda suelta; descúbresnos la celada,

quando ya no ay lugar de boluer. Muchos te dexaron con temor de tu arrebatado dexar: bienauenturados se llamarán, quando

vean el galardón, que a este triste viejo as dado en pago de tan largo seruicio. Quiébrasnos el ojo e vntasnos [221] con

consuelos el caxco. Hazes mal a todos, porque ningún triste se halle solo en ninguna aduersidad, diziendo que es aliuio a los

míseros, como yo, tener compañeros en la pena. Pues desconsolado viejo, ¡qué solo estoy!

Yo fui lastimado sin hauer ygual compañero de semejante dolor; avnque más en mi fatigada memoria rebueluo presentes e

passados. Que si aquella seueridad e paciencia de Paulo Emilio [222] me viniere a consolar con pérdida de dos hijos muertos en

siete días, diziendo que su animosidad obró que consolasse él al pueblo romano e no el pueblo a él, no me satisfaze, que otros

dos le quedauan dados en adobción. ¿Qué compañía me ternán en mi dolor aquel Pericles, capitán ateniense, ni el fuerte

Xenofón, pues sus pérdidas fueron de hijos absentes de sus tierras? Ni fue mucho no mudar su frente e tenerla serena e el otro

responder al mensajero, que las tristes albricias de la muerte de su hijo le venía a pedir, que no recibiesse él pena, que él no

sentía pesar. Que todo esto bien diferente es a mi mal.

Pues menos podrás dezir, mundo lleno de males, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras e yo, que seamos

yguales en sentir e que responda yo, muerta mi amada hija, lo que el su vnico hijo, que dijo: como yo fuesse mortal, sabía que

hauía de morir el que yo engendraua. Porque mi Melibea mató a sí misma [223] de su voluntad a mis ojos con la gran fatiga de

amor, que la aquexaba; el otro matáronle en muy lícita batalla. ¡O incomparable pérdida! ¡O lastimado viejo! Que quanto más

busco consuelos, menos razón fallo para me consolar. Que, si el profeta e rey Dauid al hijo, que enfermo lloraua, muerto no

quiso llorar, diziendo que era quasi locura llorar lo irrecuperable, quedáuanle otros muchos con que soldase su llaga; e yo no

lloro triste a ella muerta, pero la causa desastrada de su morir. Agora perderé contigo, mi desdichada hija, los miedos e temores,

que cada día me espauorecían: sola tu muerte es la que a mí me haze seguro de sospecha.

¿Qué haré, quando entre en tu cámara e retraymiento e la halle sola? ¿Qué haré de que no me respondas, si te llamo? ¿Quién

me podrá cobrir la gran falta, que tú me hazes? Ninguno perdió lo que yo el día de oy, avnque algo conforme parescía la fuerte

animosidad de Lambas [224] de Auria, duque de los ginoveses, que a su hijo herido con sus braços desde la nao echó en la mar.

Porque todas estas son muertes que, si roban la vida, es forçado de complir con la fama. Pero ¿quién forjó a mi hija a morir,

sino la fuerte fuerça de amor? Pues, mundo, halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vegez? ¿Cómo me mandas quedar en ti,

conosciendo tus falacias, tus lazos, tus cadenas e redes, con que pescas nuestras flacas voluntades? ¿A dó me pones mi hija?

¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¿Quién terná en regalos mis años, que caducan? ¡O amor, amor! ¡Que no

pensé que tenías [225] fuerça ni poder de matar a tus subjectos! Herida fue de ti mi juuentud, por medio de tus brasas passé:

¿cómo me soltaste, para me dar la paga de la huyda en mi vegez? Bien pensé que de tus lazos me auía librado, quando los

quarenta años toqué, quando fui contento con mi conjugal compañera, quando me vi con el fruto, que me cortaste el día de oy.

No pensé que tomauas en los hijos la vengança de los padres. Ni sé si hieres con hierro ni si quemas con fuego. Sana dexas la

ropa; lastimas el coraçón. Hazes que feo amen e hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre, que

no te conuiene? Si amor fuesses, amarías a tus siruientes. Si los amasses, no les darías pena. Si alegres viuiessen, no se

matarían, como agora mi amada hija. ¿En [226] qué pararon tus siruientes e sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a

manos de los más fieles compañeros, que ella para su seruicio enponçoñado, jamás halló. Ellos murieron degollados. Calisto,

despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos

hazes. No das yguales galardones. Iniqua es la ley, que a todos ygual no es. Alegra tu sonido; entristece tu trato.

Bienauenturados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido

traydos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te siruen das

mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa dança. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin

orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre e moço. Pónente vn arco en la mano, con que tiras a tiento; más ciegos son tus

ministros, que jamás sienten ni veen el desabrido galardón, que saca de tu seruicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás

haze señal dó llega. La leña, que gasta tu [227] llama, son almas e vidas de humanas criaturas. Las quales son tantas, que de

quien començar pueda, apenas me ocurre. No solo de christianos; mas de gentiles e judíos e todo en pago de buenos seruicios.

¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando, cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por ti

Paris? ¿Qué Elena? ¿Qué hizo Ypermestra? ¿Qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a Sapho, Ariadna, Leandro, ¿qué pago

les diste? Hasta Dauid e Salomón no quisiste dexar sin pena. Por tu amistad Sansón pagó lo que mereció, por creerse de quien

tú le forçaste a darle fe. Otros muchos, que callo, porque tengo harto que contar en mi mal.

Del mundo me quexo, porque en sí me crió, porque no me dando vida, no engendrara en él a Melibea, no nascida no amara,

no amando cessara mi quexosa e desconsolada postrimería. ¡O mi compañera buena! ¡O mi hija despedaçada! ¿Por qué no

quesiste que estoruasse tu muerte? ¿Por qué no houiste lástima de tu querida e amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel

con tu viejo padre? ¿Por qué me dexaste, quando yo te havía de dexar? ¿Por qué me dexaste penado? ¿Por qué me dexaste triste

e solo in hac lachrymarum valle? [229]

Concluye el autor

Aplicando la obra al propósito por que la acabó

Pues aquí vemos quan mal fenescieron

aquestos amantes, huygamos su dança,

amemos a aquel, que espinas y lança,

açotes y clauos su sangre vertieron.

Los falsos judíos su haz escupieron,

vinagre con hiel fue su potación;

porque nos lleue con el buen ladrón,

de dos que a sus santos lados pusieron.

No dudes ni ayas verguença, lector, [230]

narrar lo lasciuo, que aquí se te muestra:

que siendo discreto verás qu' es la muestra

por donde se vende la honesta lauor.

De nuestra vil massa con tal lamedor

consiente coxquillas de alto consejo

con motes e trufas del tiempo más viejo:

escriptas a bueltas le ponen sabor.

Y assí no me juzgues por esso liuiano;

más antes zeloso de limpio biuir,

zeloso de amar, temer y seruir

al alto Señor y Dios soberano.

Por ende, si vieres turuada mi mano,

turuias con claras mezclando razones,

dexa las burlas, qu' es paja e grançones,

sacando muy limpio d' entr' ellas el grano.

FIN

Alonso de Proaza corrector de la impresión.

Al lector

La harpa de Orpheo e dulce armonía

forçaua las piedras venir a su són,

abríe los palacios del triste Plutón,

las rápidas aguas parar las hazía.

Ni aue bolaua mi bruto pascía,

ella assentaua en los muros troyanos

las piedras e froga sin fuerça de manos,

según la dulçura con que se tañía. [232]

Prosigue e aplica.

Pues mucho más puede tu lengua hazer,

lector, con la obra que aquí te refiero,

que a vn coraçón más duro que azero

bien la leyenda harás liquescer:

harás al que ama amar no querer,

harás no ser triste al triste penado,

al que sin auiso, harás auisado:

assí que no es tanto las piedras mouer.

Prosigue.

No debuxó la comica mano

de Neuio ni Plauto, varones prudentes,

Tan bien los engaños de falsos siruientes

Y malas mugeres en metro romano,

Cratino y Menandro y Magnes anciano

Esta materia supieron apenas

Pintar en estilo primero de Athenas,

Como este poeta en su castellano. [233]

Dize el modo que se ha de tener leyendo esta tragicomedia.

Si amas y quieres a mucha atención

leyendo a Calisto mouer los oyentes,

cumple que sepas hablar entre dientes,

a vezes con gozo, esperança y passión,

a vezes ayrado con gran turbación.

Finge leyendo mil artes y modos,

pregunta y responde por boca de todos,

llorando y riyendo en tiempo y sazón.

Declara vn secreto que el autor encubrió en los metros que puso al principio del libro.

No quiere mi pluma ni manda razón

que quede la fama de aqueste gran hombre

ni su digna fama ni su claro nombre

cubierto de oluido por nuestra ocasión.

Por ende juntemos de cada renglón

de sus onze coplas la letra primera,

las quales descubren por sabia manera

su nombre, su tierra, su clara nación.

Toca como se deuía la obra llamar, tragicomedia e no comedia.

Penados amantes jamás conseguieron

d' empressa tan alta tan prompta victoria, [234]

como estos de quien recuenta la hystoria,

ni sus grandes penas tan bien succedieron.

Mas, como firmeza nunca touieron

los gozos de aqueste mundo traydor,

supplico que llores, discreto lector,

el trágico fin que todos ouieron.

Descriue el tiempo y lugar en que la obra primeramente se imprimió acabada.

El carro Phebeo después de auer dado

mill e quinientas bueltas en rueda,

ambos entonces los hijos de Leda [235]

a Phebo en su casa teníen possentado,

quando este muy dulce y breue tratado,

después de reuisto e bien corregido,

con gran vigilancia puntado e leydo,

fue en Salamanca impresso acabado. [237]

TRAGICOMEDIA DE CALISTO E MELIBEA. AGORA NUEUAMENTE REUISTA E CORREGIDA CON LOS

ARGUMENTOS DE CADA AUTO EN PRINCIPIO ACABASSE CON DILIGENCIA STUDIO IMPRESSA EN LA

INSIGNA CIUDAD DE VALÉNCIA POR JUAN JOFFRE A XXI DE FEBRERO DE M y. D. y. XIIII ANOS.

El sabio no dice lo que sabe, y el necio no sabe lo que dice.

Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar

Lo que importa verdaderamente en la vida no son los objetivos que nos marcamos, sino los caminos que seguimos para lograrlo.

Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.

Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.

El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado

Las personas son como la Luna. Siempre tienen un lado oscuro que no enseñan a nadie.

Las conversaciones son siempre peligrosas si se tiene algo que ocultar

El saber y la razón hablan, la ignorancia y el error gritan.

Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa

Algunas personas son tan falsas que ya no distinguen que lo que piensan es justamente lo contrario de lo que dicen.

Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha.

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