venmarktec - Noche de San Juan

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NOCHE DE SAN JUAN
de Lope de Vega

Sírvase notar que el texto presentado aquí está basado en varios impresos tempranos y modernos de la NOCHE DE SAN JUAN, según la edición de Anita Stoll quien nos la ha regalado. Luego fue preparado con codificación de HTML por Vern Williamsen, en 1995. El texto ha sido repasado varias veces por medios personales y electrónicos pero todavía puede contener errores de naturaleza tipográfica o de codificación. Si, por suerte, algunos se encuentran, haga el favor de escribir una nota a vwilliam@u.arizona.edu. Agradezco su ayuda en el trabajo de depuración. Este texto está presentado solamente para usos académicos. Para cualquier otro empleo, póngase en contacto con el encargado de la lista.

La base textualde esta edición es la Parte XXI (Madrid:Vda. de Alonso Martín, 1635) de las obras de Lope de Vega, cotejado con la edición de E. Cotarelo y Mori (Acad. N., Madrid, 1930) y la de Homero Serís (Madrid: Universal, 1935).

Vern G. Williamsen, 31 de enero de 1996.

Acto I

versos 1-370

versos 371-758

versos 759-1182

Acto II

versos 1183-1462

versos 1463-1798

versos 1799-2193

Acto III

versos 2194-2364

versos 2365-2626

versos 2627-3035

Electronic text by Vern G.Williamsen and J T Abraham


NOCHE DE SAN JUAN

Personas que hablan en ella:

·         Don JUAN

·         Don LUIS

·         Don PEDRO

·         Don BERNARDO

·         TELLO, gracioso

·         OCTAVIO

·         MENDOZA

·         CELIO

·         FABIO

·         LEANDRO

·         RODRIGO

·         LEONARDO

·         Don ALONSO

·         Don FÉLIX

·         Don TORIBIO

·         ALGUACILES

·         Doña LEONOR

·         Doña BLANCA

·         INÉS, criada

·         FENISA

·         ANTONIA, criada

·         LUCRECIA

ACTO PRIMERO

Salen Doña LEONOR, dama, e INÉS,

criada

 

 

LEONOR:           No sé si podrás oír 

               lo que no puedo callar.

INÉS:          Lo que tú supiste errar,

               ¿no lo sabré yo sufrir?

LEONOR:           Perdona el no haberte hablado,        

               Inés, queriéndote bien.

INÉS:          Ya es favor de aquel desdén

               pesarte de haber callado.

LEONOR:           No me podrás dar alcance

               sin un romance hasta el fin.                  

INÉS:          Con achaques de latín,

               hablan muchos en romance.

LEONOR:           Las destemplanzas de amor

               no requieren consonancias.

INÉS:          Si sabes mis ignorancias,                     

               lo más claro es lo mejor.

LEONOR:           ¿Tengo de decir, Inés,

               aquello de escucha?

INÉS:                              No,

               porque si te escucho yo,

               necio advertimiento es.                  

 

LEONOR:           Vive un caballero indiano

               enfrente de nuestra casa,

               en aquellas rejas verdes,

               cuando está en ellas, doradas.

               Hombre airoso, limpio y cuerdo,          

               don Juan Hurtado se llama;

               dijera mejor, pues hurta,

               don Juan Ladrón, sin Guevara.

               Éste, que mirando en ellas,

               las tardes y las mañanas,              

               no curioso de pintura

               los retratos de mi sala,

               sino mi persona viva,

               como papagayo en jaula

               siempre estaba en el balcón            

               diciendo a todos: "¿Quién pasa?"

               Debió de pasar amor,

               que como el rey que va a caza

               a las águilas se atreve,

               cuanto y más a humildes garzas.        

               Parándose alguna vez,

               preguntóle cómo estaba;

               respondió: "Como cautivo,"

               y miraba mis ventanas.

               De sus ojos y su voz                     

               a mi labor apelaba;

               mas pocas veces defienden

               las almohadillas las almas.

               Muchas, te confieso, amiga,

               que los ojos levantaba               

               por ver si estaba a la reja,

               que no por querer mirarla.

               Di en cansarme si le vía,

               ¡oh, qué necia confianza!

               que pesándome de verle,           

               de no verle me pesaba.

               Dicen los que saben desto,

               Inés, que el amor se causa

               de unos espíritus vivos

               que los ojos de quien ama           

               a los opuestos envían,

               y como veneno abrasan

               de aquellas sutiles venas

               la sangre más delicada.

               Por esta razón, los niños,             

               en los brazos de sus amas,

               enferman de quien los mira,

               aunque es la causa contraria;

               que allí mira el niño amor,

               pero aquí padece el alma,              

               que las niñas de los ojos

               las de las almas retratan.

               En la Vitoria una fiesta,

               que en guerra de amor no falta

               la vitoria a quien porfía         

               y más si está la esperanza

               tan cerca del Buen Suceso

               el tal indiano esperaba

               que yo llegase a la pila;

               llegué, y al tomar el agua,       

               como que hacía lo mismo

               me echó un papel en la manga.

               ¿No te dije yo al principio

               cómo Hurtado se llamaba?

               ¿Pues qué mayor sutileza          

               viniendo entre gente tanta?

               Tomaba con una mano

               el agua y con otra echaba

               el papel, en que fué cierto

               lo que dicen del que anda                

               entre la cruz y la pila.

               Pasaron dos horas largas

               mientras en la iglesia estuve,

               donde, por más que rezaba

               más al papel atendía            

               que a las imágenes santas.

               Quise romperle mil veces,

               y cuando ya le sacaba

               parece que me decía:

               "Señora, ¿por qué me rasgas?  

               ¿Qué perderás en saber

               cómo escriben a sus damas

               los amantes?"  Pero yo,

               aunque con mudas palabras,

               "No, traidor," le respondía,          

               "aquí morirás, que llamas

               para papeles de amores              

               suelen ser manos honradas".

               Entre si le rasgo, o no

               ¡oh, cuánto yerra quien halla        

               luz para atajar principios

               y los remedios dilata!

               Comencé a rasgarle, y luego

               detuvo el amor la espada,

               porque es ángel que defiende          

               papeles cuando honras mata.

               Volvió, en fin, por las razones,

               y la razón desampara,

               afeándome la muerte

               de un pobre papel sin armas.       

               El vino conmigo, en fin,

               y en mi aposento, sentada

               en mi cama, vi el papel,

               cortés, como quien engaña,

               y breve, como discreto,            

               y aquella máscara santa

               del matrimonio, en los hombres

               treta que ha perdido a tantas.

               Anduve desde este día

               triste y alegre, cansada           

               de sufrir mis pensamientos,

               que resistidos desmayan.

               Don Juan, como pescador

               que al pez el sedal alarga,

               cuando ya le tiene asido           

               y va mudando la caña,

               envióme una mujer

               destas que cuentan por habas

               los sucesos por venir;

               negro monjil, tocas blancas,       

               cuentas de no dar ninguna,

               que cruz y muerte rematan,

               cruz de matrimonios que hacen

               y muertes de honras que acaban.

               Yo no sé, por no cansarte,            

               con qué hechizos o palabras

               trocó mi honesto deseo,

               que a dos visitas estaba

               como don Juan me quería,

               claro está, que enamorada.       

               Respondí al papel, y a muchos,

               por esta fingida santa,

               a quien mi casa venera

               y a quien mi hermano regala.

               En fin, dando yo lugar,            

               todas las noches me habla

               por esas rejas don Juan;

               porque, después de acostada,

               vuelvo a vestirme y salir;

               porque cuando el amor danza,       

               no hay Conde Claros, Inés,

               que así salte de la cama.

               Hablamos hasta que el sol

               nos envía, con el alba,

               a decir que ya es de día,             

               porque los ojos no bastan.

               Así pasamos las noches,

               y te prometo que es tanta

               la blandura y discreción

               de don Juan, y que me trata        

               con tan honesto respeto,

               que, perdida y obligada,

               pienso advertir a mi hermano

               de que mi vida se pasa

               sin que de mi estado trate;        

               que, divertido en sus damas,

               como caballero mozo,

               ni se casa, ni me casa;

               porque somos las mujeres

               fruta que con flor agrada,         

               y del tiempo en que se coge

               siempre es mejor la mañana.

               Esta, Inés, la historia ha sido,

               y, cuanto amorosa, casta,

               no le di mano sin ser              

               sobre lágrimas prestadas.

               A quien no lo pareciere,

               pruebe a ser un año amada,

               que oír y no responder

               sólo es bueno para estatuas.          

               Yo defendí mi valor;

               pero donde el cielo es causa

               y dos almas se conforman,

               ninguna prudencia basta.

 

INÉS:             Aunque has pensado que yo            

               no entendía tu inquietud

               y estimaba la virtud

               de quien el papel te dio,

                  sabe que todo lo sé

               y de Tello, su criado,             

               que alguna vez me ha fïado

               tus pensamientos, en fe

                  de un poco de voluntad.

LEONOR:        ¿Quiéresle bien?

INÉS:                            Es discreto.

LEONOR:        Bueno andaba mi secreto.           

INÉS:          ¿Parécete novedad

                  que donde mira el señor

               siga su ejemplo el crïado.

LEONOR:        Mi hermano, Inés, ha llamado.

               ¡Ay, Dios!

INÉS:                     ¿De qué es el temor?      

LEONOR:           De venir con él don Juan,

               a quien él jamás habló.

INÉS:          ¿Don Juan?

LEONOR:                   Ya le he visto yo,

               y mil sospechas me dan.

 

Salen Don JUAN, Don LUIS y TELLO

 

 

LUIS:             Creed, señor don Juan, que estoy corrido

                  si bien no culpa, encogimiento ha sido

               no haberos visitado.

JUAN:          Confieso que en lo mismo estoy culpado,

               siendo mi obligación.

LUIS:                                   Antes la mía,

               que ofreceros debía,                    

               mi casa y mi amistad, por caballero,

               vecino y forastero.

JUAN:          Mostráis lo cortesano y lo discreto

               en honrarme, don Luis, y yo os prometo

               que el amor me debéis con que os hacía  

               mil visitas el alma cuando os vía,

               con mil ansias de ser amigo vuestro.

LUIS:          Estrellas tuvo el pensamiento nuestro,

               ellas nos concertaron, pues ha sido

               igual amor el que nos ha vencido;            

               servíos desta casa llanamente.

JUAN:          Esclavo seré suyo eternamente.

               ¿Es vuestra hermana esta señora?

LUIS:                                            Hoy quiero

               que conozcáis mi hermana.  El caballero,

               Leonor, que miras es don Juan Hurtado,  

               ya sé que tu retiro recatado

               aun no sabrá que fué nuestro vecino

               desde que a España de las Indias vino.

JUAN:          (¡Cielos, qué dicha es ésta!)      Aparte

               Señora, a tantas honras, la respuesta 

               es el silencio mudo,

               que es la lengua mejor de quien no pudo

               satisfacer su obligación hablando.

LEONOR:        Y yo, señor don Juan, quiero, imitando,

               si no el ejemplo, el pensamiento vuestro,

               decir callando del contento nuestro

               alguna parte breve

               por mi hermano y por mí.

LUIS:                                      Todo se debe

               al valor de don Juan.

JUAN:                                 Embarazado

               de tantas honras, casi estoy turbado;   

               aunque no lo supiera,

               por hermanos, señores, os tuviera,

               viendo tan parecida cortesía.

LUIS:          Retírate, Leonor, que hablar querría

               a solas con don Juan.

LEONOR:                               Como quisieres,  

               aunque la condición de las mujeres

               lleva mal los secretos.

 

Aparte a TELLO

 

 

JUAN:          (Tello, ¿que es esto?      

TELLO:                              Del amor efetos;

               que se pega también, y es cosa llana

               que a don Luis se le pegó su hermana.     

 

JUAN:          Si hacemos amistad, ¡ay, Leonor mía!,

               aquí veré tu sol sin celosía.)

 

[Aparte las dos]

 

 

LEONOR:        (Inés, detrás desta cortina quiero

               escuchar a mi hermano, que me muero

               de varios pensamientos combatida.       

INÉS:          ¿No ves que es amistad?

LEONOR:                                  ¿Y si es fingida?)

 

Escóndense las dos

 

 

LUIS:             Señor don Juan, ya que habemos

               nuestras almas declarado,

               fuera engaño haber callado

               lo que en su centro tenemos;            

               sin prólogos, sin extremos,

               ya sois dueño de la mía.

LEONOR:        ¡Ay, qué desdicha sería,

               Inés, que se declarase!

INÉS:          Mas aguardo que te case.                     

TELLO:         (No hay secreto sin espía:         Aparte

                  las dos escuchando están;

               que mujeres, por saber,

               y más cuando hay que temer,

               ventanas en bronce harán.             

LUIS:          Yo quiero, señor don Juan,

               al más hermoso sujeto

               deste lugar, y aunque a efeto

               de casarme, como es justo,

               no corresponde a mi gusto,              

               ni en público ni en secreto.

                  Creer que es honestidad

               a mi amor, está muy bien;

               que en un público desdén

               hay secreta voluntad.                   

               Tenéis vos tanta amistad

               con el dueño desta dama,

               que no fué mayor la fama

               de Pólux y de Castor;

               por donde piensa mi amor                

               que la fortuna me llama.

                  Pero ya ¿qué tiempo aguardo,

               cuando tan bien me entendéis,

               pues dice que lo sabéis

               la amistad de don Bernardo?        

               Que este mi desdén gallardo

               trujo de Sevilla aquí,

               como su hermano, y yo fui

               dichoso en que van despacio

               sus negocios en palacio,      

               pero muy aprisa en mí.

                  Blanca me mata, en efeto;

               yo me querría casar;

               nadie lo puede tratar

               como un amigo discreto;                 

               vos lo sois, y yo sujeto

               a cuanto vos concertéis.

               En dote no reparéis,

               que bien sabréis cuál me veo  

               si en posesión o en deseo        

               alguna prenda tenéis.

JUAN:             Si no tuviera por cierto

               el fin de tan justo amor,

               sabiendo vuestro valor,

               no me obligara al concierto;            

               será de Bernardo acierto,

               de Blanca será ventura;

               en vuestro valor segura,

               bien os empleáis los dos,

               vos en ella y ella en vos;              

               a tal fe, tal hermosura.

                  Y así, desde ahora os doy

               parabién, que lo que es justo

               lleva de su parte el gusto;

               conque a decírselo voy.                   

               De Blanca seguro estoy,

               que si os trató con desdén,

               no fué desprecio; que quien

               sabe que se ha de casar

               todo lo quiere guardar        

               para cuando le esté bien.

                  Allá en Sevilla tenía

               ciertos pensamientos yo,

               que la ausencia dividió,

               y de experiencia sabía                    

               que una amorosa porfía

               quiere presta ejecución;

               yo os traeré resolución

               tan presta, si me la dan,

               que hoy, víspera de San Juan,         

               juréis de la posesión.

LUIS:             Echaréme a vuestros pies.

JUAN:          Dejad cumplimientos vanos.

LUIS:          Dadme siquiera las manos.

JUAN:          Guardaldas para después.         

               Vamos, Tello.

TELLO:                      Mira a Inés

               con la divina Leonor.

JUAN:          ¿Acecharon?

TELLO:                       Sí, señor.

JUAN:          Tello, si don Luis se casa,

               yo soy dueño desta casa.                  

TELLO:         San Juan nos dé su favor.

 

Vanse los dos

 

 

LUIS:             Echando al mayor mundo todo el velo

               asombra la celeste artillería

               y entre pedazos de tiniebla fría

               por donde daba luz escupe hielo.        

                  Mas tomando con lástima del suelo

               el hacha eterna el que los años guía

               huye el horror y resucita el día

               en el alcázar del sereno cielo.

                  Así, con puros rayos celestiales    

               en tanta tempestad, tu sol previenes,

               hermosa Blanca, y a mis ojos tales.

                  Oh bien haya el rigor de tus desdenes;

               por que si no se hubieran hecho males

               era imposible conocer los bienes.       

           

Salen Doña LEONOR e INÉS

 

 

LEONOR:           Vengo a reñirte, enojada;

               paciencia puedes tener.

LUIS:          ¿Tú, Leonor?  Debe de ser

               porque estás hermosa, airada.

LEONOR:           Todo lo que has dicho oí               

               al indiano caballero,

               que de tus bodas tercero

               agora se va de aquí.

                  ¿Es justo que tome estado

               un hombre de tu valor                   

               antes que yo?  ¡Qué rigor!

               Pues es fuerza que, casado,

                  esclava venga yo a ser

               de una muy necia cuñada

               que a la suegra más cansada               

               sostituye por poder.

                  ¡Qué buen cuidado de hermano!

               De tales obligaciones

               en buen estado me pones;

               quiero besarte la mano.                 

                  ¡Qué buen marido me das

               sirviendo toda mi vida

               a una ninfa bien prendida!

               Ya la imagino detrás

                  y la doncella delante,              

               y decirme, muy tirana:

               "Deja, Leonor, la ventana,"

               no queriendo que levante

                  los ojos a ver pasar

               caballo, coche o carroza.               

               Como si una mujer moza

               se pudiese consolar

                  de no ver lo que otros ven,

               habiéndose hecho los ojos

               si para llorar enojos                   

               para ver la luz también.

                  ¿Es bien que esté en mi labor,

               y que ella todo lo mire;

               y en tanto que yo suspire,

               decir muy a lo señor:                 

                  "Qué bien a caballo va

               Sástago con sus soldados;

               lució en los toros pasados;

               bien visto en la corte está;

                  bravos tudescos sacó."        

               Y yo en la sala, a lo fresco,

               que labre y mire en tudesco

               mientras el otro pasó.

                  Gallardos, de mar a mar,

               pasan el Duque y Marqués,             

               la silla, el coche.  ¿No ves

               que a pausas me ha de sangrar

                  darme tentaciones tales?

               ¿Sin ser mi padre me das

               madrastra?  Mas no podrás;            

               que hoy quiero que me señales

                  monasterio y alimentos.

LUIS:          Tienes, Leonor, mil razones;

               que olvidan obligaciones

               amorosos pensamientos.                  

                  Estoy corrido de ver

               que me intentase casar;

               palabra te quiero dar

               de que no tendré mujer

                  antes que tengas marido,             

               hallando sujeto igual.

LEONOR:        Siendo rica y principal,

               ¿tan desdichada he nacido,

                  tan sin méritos estoy

               que de nadie soy mirada?                

LUIS:          Leonor, si alguno te agrada

               y es tu igual, licencia doy

                  a que me digas quién es

               y la tengas de casarte.

LEONOR:        No sé cómo acierte a hablarte.        

LUIS:          Si lo he de saber después,

                  ¿no es mejor saberlo agora?

               No te turbes.  ¿Qué claveles

               son ésos, que tú no sueles

               tener conmigo?

INÉS:                         Señora,                

                  habla, que es linda ocasión.

LEONOR:        Si te hablo claro, hermano,

               este caballero indiano

               me mira con afición,

                  y crïados de su casa                 

               a los nuestros han contado

               que ya un hábito le han dado,

               que a esto ha venido y que pasa

                  su hacienda de nueve mil

               pesos de renta, que yo                  

               no le había visto.

LUIS:                              ¿No?

LEONOR:                                   No,

               que aunque el amor es sutil,

                  no pudo desde su reja

               penetrar mi celosía.

LUIS:          Yo no quiero, hermana mía,           

               que de mi amor tengas queja;

                  fuera de que la afición

               que tengo a este caballero,

               ya de mis bodas tercero

               que no es poca obligación,            

                  concertará fácilmente

               las vuestras con gusto mío,

               que del tuyo bien confío

               que el concierto te contente.

                  Porque quien la celosía                

               dijo que no penetraba,

               claro está que le miraba

               si vio que el otro le vía.

                  Huyeron de una pendencia

               dos, y el uno se alabó               

               de que el otro se escondió,

               juzgando por diferencia

                  el huír y el esconder,

               siendo todo cobardía;

               y así tú cuando él te vía              

               también le pudiste ver.

                  Pero no lo examinemos;

               él vendrá y yo le querré

               por cuñado; en cuya fe

               los cuatro nos casaremos.               

                  De suerte que, si cansada

               es la cuñada, Leonor,

               quedarás, si no es mejor,

               con el cuñado vengada.

LEONOR:           Fío de tu entendimiento                

               que lo sabrás disponer.

               De golpe tanto placer,        

 

Aparte a INÉS

 

 

               (¡Ay, Inés!, temo el contento,

                    que también suele matar.

INÉS:          ¿Y Tello no tendrá aquí       

               su papel?

LEONOR:                  Dile. . .

INÉS:                              ¿Qué?

LEONOR:                                   Di

               que le comience a estudiar.

                  Dame pluma y tinta luego;

               a don Juan escribiré

               lo que ha de decir.  No sé       

               cómo mi poco sosiego

                  no dió enojo a don Luis.

               ¡Oh bienes, aunque dichosos,

               siempre venís sospechosos

               cuando de prisa venís!)          

 

Salen Don JUAN y Don BERNARDO

 

 

BERNARDO:         Conozco la obligación.

JUAN:          A mi fortuna agradezco

               quitaros a vos cuidados

               y dar a Blanca remedio.

BERNARDO:      Sois mi amigo en que se cifra      

               cuanto encareceros puedo;

               que una hermana a un hombre mozo

               es un insufrible peso;

               no habré tenido en mi vida

               mejor San Juan.

JUAN:                          Y yo pienso        

               que hoy está de gracia toda

               la luz del zafir eterno;

               alguna conjunción magna

               de benévolos aspectos

               influye fiestas, Bernardo,         

               paces, gustos, casamientos.

               Tengo por feliz auspicio

               tratar el de Blanca en tiempo

               que la fortuna mayor

               mira bien al Sol y a Venus;        

               de que procede también

               que siendo en el cielo inmenso

               Júpiter, señor del año,

               propicio a reyes y a imperios,

               ganados, trigos y frutos,          

               paz y prósperos sucesos,

               el Júpiter español,

               también con igual contento,

               se muestre alegre esta noche;

               y como del Rey sabemos        

               que tiene Dios en sus manos

               el corazón, por lo mesmo

               el buen Rey tiene en las suyas

               los corazones del reino.

               No es noble, ni hombre de bien,         

               quien no se alegra, pues vemos

               que del Sol viene la luz,

               como del entendimiento

               a las acciones del hombre

               la razón; y, fuera desto,        

               dijo un ángel a los padres

               de San Juan, que el nacimiento

               de su hijo había de ser

               alegre al mundo universo.

               Luego alegrarse esta noche         

               es justo, como decreto

               de Dios por boca de un ángel.

               Yo entré con un caballero

               a ver el sitio, Bernardo,

               donde esta noche veremos      

               tres soles en una aurora,

               que son, sin Edipos griegos,

               Rey, Reina y Infantes; mira

               todo el problema deshecho.

               Del Conde de Monterrey        

               el jardín, por los extremos

               que tiene al prado ventanas,

               dispuso el Marqués Crescencio,

               por orden del Conde Duque,

               desta suerte: un teatro en medio        

               con más de trescientas luces,

               que han de competir ardiendo

               entre faroles de vidrio

               con duplicados reflejos

               a veinte y cuatro blandones,       

               y, juntas ellas con ellos,

               a cuantas luces se asomen

               a las ventanas del cielo

               que como es fiesta, Bernardo,

               que le ha de tener por techo       

               bordarále de diamantes,

               porque no parezca negro.

               Aquí, el primero en la dicha,

               representará Vallejo

               una comedia, en que ha escrito          

               don Francisco de Quevedo

               los dos actos, que serán

               el primero y el tercero,

               porque el segundo, que abraza

               los dos, dicen que ha compuesto         

               don Antonio de Mendoza.

               Pintarte estos dos ingenios

               era atrevimiento en mí

               y no fuera gloria en ellos;

               porque son tan conocidos,          

               que sólo decirte puedo

               que, por partir el laurel,

               dividieron el Imperio.

               Veránla Sus Majestades

               dentro de un verde aposento        

               que forman arcos de flores;

               porque fué discreto acuerdo

               que todo fuese jardín

               adonde todo era cielo.

               De cortinas carmesíes            

               los arcos se cubren dentro;

               que para tales retratos

               estrellas quisieron serlo.

               Tendrán su lugar los Condes

               y las damas, previniendo            

               añadir cuadro al jardín

               con diferente pretexto.

               Porque en vez de ayudar todo

               con tanta fiesta deshecho,

               que del jardín, con más flores     

               que hay en los campos Hibleos

               hoy en la Casa del Campo

               han visto los jardineros

               seis fuentes más, y es la causa

               que, con justo sentimiento,        

               lloró de envidia del Prado,

               que aun hay en jardines celos,

               diciendo que le bastaba

               ser en verano e invierno

               ciudad portátil de coches        

               con inmortales paseos.

               Y, afligido, Manzanares,

               que le pareció desprecio,

               juró que habían de verle

               en julio y agosto seco.       

               Hay para damas tapadas

               dos teatros, al de en medio

               casi iguales, en que habrá

               disfraces de pensamientos.

               Por lo alto, como almenas,         

               del jardín en cinco puestos

               previenen músicos voces,

               eco el aire, amor, silencio,

               porque parezcan en alto,

               de verdes olmos cubiertos,         

               ruiseñores al aurora

               que alternan voces y versos.

               Hecha la primer comedia,

               harán colación, y luego

               la comodidad querrá                  

               pedir licencia y consejo

               a la autoridad cansada,

               y volverán a sus puestos

               los Reyes y los Infantes,

               con capas de color, ellos,         

               y la Reina, con valona,

               quitándole al sol el cerco,

               que es mejor que el de abaninos,

               el de diamantes tan bellos.

               Las damas lo mismo harán;        

               aunque, por falta de espejos,

               se miren unas en otras,

               cristales para de presto.

               Traerán valonas y tocas,

               mantos de humo y sombreros;        

               que los humos, de ser soles,

               aun allí querrán tenellos.    

               Dicen que a todos darán

               abanillos, y con ellos

               búcaros de olor, en quien        

               vaya por agua amor ciego

               al llanto de los galanes,

               que han de mirar encubiertos

               la fiesta, y por ver si amor

               descubre también deseos.         

               Sentados, hará Avendaño

               una comedia, que creo

               es retrato desta noche,

               en cuyo confuso lienzo

               tomó Lope la invención,        

               y se ha estudiado y compuesto

               todo junto en cinco días.

               Mas ¿para qué me detengo,

               sí, alegremente engañado,

               de tanta fiesta, no veo       

               que dejo un amante noble,

               como esperando, temiendo

               la respuesta que de vos

               también en su nombre espero,

               que, sin presunción de engaño,     

               favorable os aconsejo?

               Porque no puede hallar Blanca

               más honrado caballero;

               vos cuñado, amigo yo,

               si mañana amanecemos            

               ella casada, vos libre

               deste peso, yo contento

               de que servir a los tres

               es obligación y es premio.

 

BERNARDO:         A la mucha noticia que tenía,      

               don Juan, dese gallardo caballero

               añade vuestro abono y cortesía

               cuanto gozar en la experiencia espero;

               daréle a Blanca, que es la prenda mía

               de más valor, y, agradecido, quiero   

               emplear su hermosura en su nobleza,

               que la virtud es la mayor riqueza.

                  Y bien se echa de ver su entendimiento

               en no querer más dote que su gusto.

JUAN:          Pues yo casar a doña Blanca intento,  

               fïado estoy en que le viene al justo,

               lo menos dije de lo más que siento.

BERNARDO:      Fuera en tanta amistad término injusto

               no ser don Luis como le habéis pintado.

JUAN:          De sus partes estoy bien informado.     

BERNARDO:         Ya que el caballero la ocasión me ofrece,

               de cierta condición quiero advertiros,

               con que tendrá don Luis lo que merece

               y yo, Don Juan, el gusto de serviros.

JUAN:          Decid cuanto sentís, cuanto os parece 

               de mi proposición.

BERNARDO:                          Para deciros

               con llaneza y verdad mi pensamiento,

               como a tan grande amigo, estadme atento.

                  Muchas fiestas, don Juan, a la Vitoria

               he visto entrar el cielo de una dama,   

               descubriendo su sol manto de gloria

               y en nubes de humo la celeste llama;

               tanta inquietud ha puesto en mi memoria,

               que los amantes de la antigua fama,

               aunque fuesen Leandros, aunque Apolos,  

               sombra no son de mis suspiros solos.

                  Tal gracia, tal donaire y bizarría,

               de tanta honestidad acompañada,

               parece que en cuidado puesto había

               a la Naturaleza descuidada,        

               que como tantas cosas juntas cría,

               que no se advierte que repara en nada,

               aquí tomó de espacio los pinceles,

               con puntas de jazmines y claveles.

                  Cayósele una vez, don Juan, un guante; 

               alcéle, y con turbada diligencia

               volví al marfil el velo, que un diamante

               rompió por no sufrir la diferencia;

               tomóle agradecida de semblante.

               ¿Quién ha visto matar con reverencia?

               Pues cuando me acerqué y ella la hizo,

               en el sol de sus ojos me deshizo.

                  Este día, atrevido y confïado,

               en que mi amor había conocido,

               seguí su coche y pregunté a un crïado

               su calidad, su casa y su apellido;

               al nombre de Leonor Solís y Prado,

               que respondió, dejándole florido,

               le repliqué con eso, cuando pasa

               el sol por el León el mundo abrasa.   

                  Llegué a su calle, y supe que era hermana

               de ese don Luis; y así, don Juan, querría

               que en estas ferias, que el amor allana,

               me dé su hermana y le daré la mía;

               con esto queda, en lengua castellana,   

               hecho el concierto en justa cortesía,

               pues en el dote vengo a conformarme,

               siendo el que yo le doy el que ha de darme.

   

JUAN:             (¿A quién jamás sucedió      Aparte

               desdicha como la mía,       

               que yo mismo persuadía

               lo mismo que me mató?

               ¿Que busqué el veneno yo?

               ¿Que yo mi homicida fuí?

               [.................]      

               ¿que yo vine a concertar           

               en cuánto me ha de matar?

               ¿Y que las armas les di?

                  Esto no fue culpa mía,

               sino de mi mala estrella;          

               perdí a Leonor cuando en ella         

               más esperanza tenía;

               fui como aquel que bebía

               en fuente donde mortal

               ponzoña dejó animal;      

               que, como estaba sereno,      

               no pude ver el veneno

               en fe de beber cristal.

                  Fui como rudo villano

               que, del nido codicioso       

               del ruiseñor amoroso, 

               puso en el áspid la mano;

               fui tahur, fuí diestro en vano,

               que aunque juegue y acometa,

               puntas tire, naipes meta,           

               el que jugaba con él, 

               menos sabio y más cruel,

               le dio con la misma treta.

                  ¿Qué haré?  Pues decir no puedo

               a Don Bernardo que adoro      

               a Leonor, por su decoro 

               y por tener justo miedo

               de su hermano, si bien quedo

               sin esperanza; morir

               es fuerza, pues a decir       

               voy que a Bernardo la dé,  

               si hasta decirlo podré

               después de muerto vivir.)

 

A él

 

 

                  Bernardo, pensando estuve,    

               después que oí vuestro amor,       

               si hablar a Blanca es mejor, 

               que por eso me detuve;

               tal respeto siempre tuve

               al gusto de las mujeres.

               (¡Oh, pobre esperanza, hoy mueres!)   Aparte

BERNARDO:      Don Juan, gente de valor     

               para materias de honor

               no admite sus pareceres;

                  que aunque es bueno su consejo,

               cuando la ciega pasión      

               más con la misma razón   

               que con ellas me aconsejo:

               ella es el mejor espejo

               a cuyas verdades paso

               el parecer deste caso,        

               y Blanca no ha menester 

               darme a mí su parecer,

               basta saber que la caso.

JUAN:             No más, con eso me voy;

               mas bien será que la habléis.

BERNARDO:      Luego que os vais.

JUAN:                               Bien haréis.    

               (¡Ay, cielos, muriendo estoy!)     Aparte

               Con vos a la tarde soy,

               aunque es noche de San Juan;

               vos, como amante y galán,         

               tendréis que hacer.

BERNARDO:                           No tendré; 

               sólo esperando estaré

               si el bien que pido me dan.

 

Vase don JUAN.  Salen Doña BLANCA, dama y

ANTONIA, criada

 

 

BLANCA:           Pues, hermano, ¿qué quería

               don Juan, que se fue tan presto?        

BERNARDO:      Dame, Blanca, albricias.

BLANCA:                                   ¿Yo?   

               ¿De qué?

BERNARDO:                De dos casamientos.

BLANCA:        ¿Dos por lo menos?  ¿De quién?

               Que tan inquieto te veo

               que pienso que te has casado.      

BERNARDO:      Sí, por eso estoy inquieto;     

               tú lo estarás por lo mismo;

               trocado hermanas habemos

               don Luis de Solís y yo;

               don Juan ha sido el tercero,       

               que le debo esta amistad

               y este cuidado le debo.

               Tú serás de don Luis

               y yo de Leonor; no puedo

               detenerme, porque voy         

               a prevenir dos plateros 

               para darle ricas joyas;

               porque, en firmando el concierto,

               no me gane por la mano

               don Luis, que es gran caballero,        

               y querrá, con regalarte,   

               vencer, galán, mi deseo. 

 

Vase

 

 

BLANCA:        ¿Hase visto igual locura?

               Sin duda ha perdido el seso

               mi hermano.

ANTONIA:                    Terrible nueva        

               ha de ser para don Pedro

               el saber que te has casado.

BLANCA:        ¿Cómo casado?  Primero

               perderé, Antonia, mil vidas.

 

Sale don PEDRO

 

 

PEDRO:         Estando a tu reja atento      

               vi que salía tu hermano,   

               y a pedirte albricias vengo

               de que hoy han tenido fin

               mis pleitos en el Consejo;

               que este gusto, hermosa Blanca,         

               animó mi atrevimiento 

               para verte donde sólo

               con el pensamiento llego.

               Agora sí que pedirte,

               Blanca, a don Bernardo puedo,      

               y, casados, a Navarra,  

               gustando tú, nos iremos;

               que yo sé que ha de agradarte

               la hermosura de aquel reino.

               Verás a Pamplona, adonde         

               mi hacienda y mi regimiento  

               te harán de aquella ciudad,

               y por tus méritos, dueño.

               ¿Qué tristeza es ésta?

BLANCA:                                 Ha sido,

               don Pedro, contrario el cielo      

               a los pleitos de mi amor

               cuando propicio a tus pleitos;

               hoy mi hermano me ha casado.

PEDRO:         Tan presto, Blanca, me has muerto

               que parece que traías       

               el arcabuz en el pecho  

               y que apuntándome al mío

               diste con la lengua fuego.

               ¿Casada?  ¿Con quién?

BLANCA:                              No sé.

               Aquí andaba un caballero         

               sirviéndome, más preciado

               de amante que de discreto.

               Tiene una hermana que adora

               Bernardo, y han hecho trueco

               de damas, como si entrambos        

               jugaran al mismo juego. 

               Yo, quiere que a don Luis

               (que por extremo aborrezco)

               pase, y Leonor a Bernardo.

PEDRO:         De esa manera yo pierdo,      

               y no menos que la vida. 

BLANCA:        No perderás, si yo puedo.

PEDRO:         ¿Pues habrá remedio alguno?

BLANCA:        Los jueces son remedio:

               que de iguales voluntades          

               confirman los casamientos.   

PEDRO:         ¿Cumplirás tú lo que dices?

BLANCA:        Rüido siento, y sospecho

               que si no es el desposado,

               debe de ser el tercero.       

               Vete, y fía de mi amor,    

               que no he de tener más dueño

               que don Pedro, mientras viva.

PEDRO:         Mira que dicen que el viento

               lleva palabras y plumas.      

BLANCA:        Plumas y palabras quiero

               que firmen y que confirmen

               que ser tu mujer prometo.

               Esta es noche de San Juan;

               si voy al Prado, está cierto          

               que los dos iremos juntos         

               donde quien pudiere hacerlo

               nos dé las manos en forma

               de promesa y juramento.

               No te detengas aquí.        

PEDRO:         Quisiera...

BLANCA:                    Vete, don Pedro, 

               que a mi determinación

               no quiero agradecimiento,

               que te han de faltar palabras;

               y basta, que yo le creo.      

PEDRO:         Bien dices, y pues mi alma   

               tienes, señora, en tu pecho,

               pregúntale allá de espacio

               lo que callo y lo que siento.

 

Vanse.  Salen LEONOR, INÉS, y

TELLO

 

 

LEONOR:           Aun no me cabe en el pecho,          

               tanto bien me ha de matar.   

TELLO:         También el mar, con ser mar,

               es alguna vez estrecho.

LEONOR:           ¡Jesús!  ¡don Juan mi marido!

               ¿y con gusto de mi hermano?        

               Poco estimo el bien que gano,

               pues que no pierdo el sentido.

                  Debe de ser la ocasión.

               que como don Juan le tiene,

               corre el que de allí me viene         

               por cuenta de su razón.    

INÉS:             Y sa mesté, señor Tello,

               ¿qué es lo que piensa de mí?

TELLO:         Que soy tuísimo, y fui

               bella Inés, del pie al cabello.       

                  Para servicio de Dios

               en casándose don Juan,

               y a las Indias, si ellos van,

               iremos también los dos.

                  Verás a Lima, el mejor        

               fruto de española empresa; 

               lima, que al rey en la mesa

               no se la ponen mejor.

                  Lima dulce de Filipos,

               que no lima de Valencias,          

               que no le hacen competencias 

               Nápoles y Pausilipos.

                  Verás el Cerro, en grandeza

               ilustre, aunque dulce y agro,

               el gran Potosí, el milagro       

               mayor de naturaleza.    

                  Cuyas entrañas y centro

               son una imagen de plata,

               piadosa fuera, e ingrata

               a los que la rezan dentro.         

                  Es, por las Indias, el Rey

               envidiado de los reyes,

               que entre sus bárbaras leyes

               conserva de Dios la ley.

                  En esta tierra tan nueva,       

               cuyo Dios [es] el oro y plata,    

               que del mundo en cuanto trata

               fueron el Adán y Eva.

                  Allí las piedras se ven

               de tantas minas sacar,        

               y las perlas en el mar, 

               blancas y pardas también,

                  como dicen los poetas,

               que son quien las ve nacer.

INÉS:          ¿Cierto?

TELLO:                   Puédeslo creer.   

INÉS:          ¡Qué mentiras tan discretas!    

TELLO:            Espántome yo de quien

               no sabe que la poesía

               es moral filosofía

               y que se adorna también,    

                  como de sentencias graves,

               de fábulas, cuales son

               el Fénix, oposición

               del Sol, en drogas suaves.

                  Dime: ¿quién oyó cantar    

               al cisne?  Pues desa suerte  

               nacer al alba se advierte

               la perla en conchas del mar.

                  ¿Quién sabe que si primero

               mira al Basilisco el hombre, 

               le mata, trocando el nombre? 

               ¿Quién, cuando corre ligero

                  por el mar un galeón,

               la rémora, le detiene?

               Pues esto misterio tiene,    

               hermosura e invención.

INÉS:             Calla, que viene don Juan.

 

Sale don JUAN

 

 

LEONOR:        Señor mío, yo esperaba

               vuestra venida, que estaba

               como las perlas están 

                  esperando su rocío;

               mas mirad que amanecéis

               escuro, y que así pondréis

               como el vuestro el color mío.

 

JUAN:             ¡Ay de mí!

LEONOR:                        ¿Cómo ay de mí?    

               ¡Ay de entrambos, si por dicha    

               nació de alguna desdicha

               que vos suspiréis ansí!

JUAN:          Leonor mía, yo os perdí.

LEONOR:        ¿Eso cómo puede ser   

               siendo yo vuestra mujer?

JUAN:          Porque jamás vi pesar

               que no viniese a pisar

               los pasos que da el placer.

                  Sale el bien, y el mal detrás

               va sus estampas siguiendo.   

LEONOR:        No os entiendo.

JUAN:                          Ni yo entiendo

               que pueda decirte más.

               ¡Oh contento!, ¿dónde estás?

TELLO:         Sin duda algún triste caso 

               le obliga.

LEONOR:                    Mil muertes paso.

JUAN:          Si el mal te alcanza, ¿a qué vienes

               bien?  Pero siempre los bienes

               fueron muy cortos de paso.

LEONOR:           Mil veces queréis matarme    

               con tan declarada muerte.    

JUAN:          Es tan escura mi suerte,

               que no acierto a declararme.

LEONOR:        Mi hermano quiere casarme

               con vos.  ¿Qué podéis temer?  

               Vuestra mujer he de ser.

JUAN:          ¿Qué importa, Leonor hermosa,

               si, para ser envidiosa,

               es la fortuna mujer?

LEONOR:           Ya no puedo yo sufrillo.  

JUAN:          Ni yo tan grave tormento,    

               pues no digo lo que siento

               y me muero por decillo.

LEONOR:        Ya, don Juan, me maravillo

               desos respetos cansados;

               decidme vuestros cuidados,   

               que si son bienes perdidos,

               más que mataron sentidos

               suelen matar esperados.

JUAN:             No sé por dónde, mi bien,  

               pueda mi mal comenzar.  

LEONOR:        Por donde suele acabar,

               que es saberse mal o bien.

JUAN:          Bien dices; pero también

               es cosa fuerte, por Dios.    

LEONOR:        ¿Por qué, sintiéndola vos?    

               ¿Es más que la muerte fuerte?

JUAN:          Es más fuerte que la muerte.

LEONOR:        Pues matémonos los dos.

JUAN:             Yo, sí, con tanto pesar.

TELLO:         ¡Inés!

INÉS:                ¿Qué quieres decir?  

TELLO:         Que pienso que han de pedir

               el recado de matar.

LEONOR:        Mi hermano. . .

JUAN:                          Aquí es fuerza hablar,

               y sabrás males que, iguales,    

               no lo son los más mortales.

LEONOR:        Cruel avariento eres.

               ¿Qué harás del bien, si aun no quieres

               partir conmigo los males?

 

Sale Don LUIS

 

 

LUIS:             Don Juan, ¿ha venido ya?  

JUAN:          Aquí os estaba esperando.  

LUIS:          Mucho os debo.

JUAN:                         No, es muy poco.

LUIS:          ¿Qué responde don Bernardo?

JUAN:          Una cosa bien notable.

LUIS:          ¿Cómo?

JUAN:                  Que está enamorado 

               de la señora Leonor,  

               y que así podréis trocaros,

               ahorrando el dote, si sois

               a un mismo tiempo cuñados.

LUIS:          Eso me viene de perlas. 

JUAN:          Perlas significan llanto.    

LUIS:          Porque siendo doña Blanca

               buena para mí, su hermano

               es bueno para Leonor.

JUAN:          Y es el argumento claro;

               no hay sino trocar hermanas. 

 

A INÉS

 

 

TELLO:         (No he visto tan mal cruzado

               en cuantos bailes se han hecho;

               porque le yerran entrambos;

               que Leonor quiere a don Juan,

               y si en esto no me engaño, 

               Blanca no quiere a don Luis;

               luego no es baile acertado.

INÉS:          Muchas melindrosas vemos,

               y después todos los años,

               paren como unas conejas.

TELLO:         Es buen año de gazapos.

INÉS:          Lástima tengo a mi ama.

TELLO:         Y yo mayor a mi amo,

               pues dices que ha de parir   

               y él ha de morir de parto; 

               pues partiéndose a Sevilla,

               morirá cuando partamos.

INÉS:          ¿Cuál hombre murió de amor?

TELLO:         De amor, no; mas de hambre tantos 

               que aun no los mata la muerte,    

               que ellos se mueren de flacos;

               este año no habrá gallinas.

INÉS:          ¿Cómo?

TELLO:                Porque los salvados

               que habían de comer comemos.    

INÉS:          Ya llueve el cielo milagros. 

LUIS:          En fin, ¿quedastes en esto?

JUAN:          En esto, don Luis, quedamos,

               y hoy se harán escrituras.

LUIS:          Vuestra tristeza he notado   

               en que no me habláis con gusto. 

               ¿Qué es la causa?  ¿Fáltaos algo?

               Mi casa y mi vida es poco

               para serviros.

JUAN:                          Estando

               alegre de vuestras bodas,    

               un pliego, don Luis, me han dado  

               que me obliga a que me parta

               a Sevilla a cierto caso

               de importancia, y aun de pena;

               sin esto dejo un cuidado

               que en este lugar tenía;   

               que ya como amigo os hablo.

LUIS:          Pésame, pues este día

               en que os conozco y os trato

               os pierdo.

JUAN:                      No perderéis,  

               que, a tanto amor obligado,  

               toda vuestra casa llevo

               en el alma.

LUIS:                       Mucho tardo

               en pedirte el parabién.

LEONOR:        ¿Qué parabién, si has quebrado

               la palabra que me diste 

               de no casarte hasta tanto

               que me casases a mí?

LUIS:          Sí la cumplo.  ¿En qué te engaño?

               A don Bernardo te doy,  

               con don Bernardo te caso,    

               don Bernardo es caballero,

               don Bernardo es mi cuñado.

               ¿De qué te quejas, Leonor?

LEONOR:        Deja tantos don Bernardos,   

               que no le querré en mi vida,    

               si como fue Veinticuatro,

               don Bernardo, de Sevilla,

               fuera Bernardo del Carpio.

LUIS:          ¿Por qué?

LEONOR:                  Porque no es mi gusto.  

LUIS:          ¿No es tu gusto?  Leonor, paso.   

LEONOR:        Pues descártate de novio,

               y pasemos entrambos

               a otra mano nuestros gustos.

LUIS:          Tu padre soy.

LEONOR:                      Ni aun mi hermano.  

LUIS:          Mira que está aquí don Juan.  

LEONOR:        Por él lo que siento callo.

LUIS:          Presto quedaremos solos,

               que andas muy libre.

LEONOR:                              Yo ando

               como debo a quien yo soy.    

 

Vase.  Al salir Don JUAN, ásele Doña

LEONOR

 

 

LUIS:          Venid, don Juan.

LEONOR:                          Oye, ingrato.   

JUAN:          ¿Ingrato yo?

LEONOR:                      Sí.

JUAN:                             ¿Por qué,

               si te casas?

LEONOR:                         ¿Yo me caso?

JUAN:          ¿Pues eso quieres negar?

LEONOR:        ¿Y puedo yo confesarlo? 

JUAN:          Mira que se va don Luis 

               y vuelve de cuando en cuando

               la cabeza a ver si voy.

LEONOR:        ¿Qué importa?

JUAN:                         ¿Estás loca?

LEONOR:                                      Y tanto,

               que le diré que por ti,    

               si te vas.

JUAN:                      No hay desengaño    

               para consolar mi amor.

               Ya vuelve, suéltame.

LEONOR:                              Aguardo

               a que me mate.

JUAN:                         Yo juro

               de no irme.

LEONOR:                      ¡Ay, hombres falsos!

TELLO:         Inés, adiós.

INÉS:                       ¿Lloras?

TELLO:                                 No.  

INÉS:          ¿Pues que?

TELLO:                     Tomaba tabaco.

 

Vanse

 

 

FIN DEL PRIMER ACTO


ACTO SEGUNDO

 

 

Salen Doña BLANCA y ANTONIA

 

 

BLANCA:           Largo día.

ANTONIA:                               Temerario.

BLANCA:        Nunca le he visto mayor.

ANTONIA:       Es, en secretos de amor,

               la luz el mayor contrario.   

BLANCA:           ¡Ay, noche, que siempre en ti

               libra amor sus esperanzas,

               corre, que si no le alcanzas

               no queda remedio en mí!    

                  Apresura el negro coche   

               donde las mías están,

               ya que fuiste de San Juan,

               que es la más pública noche.

                  De Europa, en el mar te baña 

               sobre el amoroso toro,  

               y ven con máscara de oro

               desde las Indias a España.

                  Si, coronada de rosas,

               esperan otros amantes   

               la aurora, yo los diamantes  

               de tus alas perezosas.

                  Despierta, noche, que estoy

               sin vida por ti.  ¿Qué aguardas?

               Pero tanto más te tardas   

               cuanto más voces te doy.   

ANTONIA:          Haste aliñado tan presto,

               que has hecho mayor el día.

BLANCA:        Previene amor la osadía,

               y él me ha vestido y compuesto; 

                  que ya mi hermano ha sabido    

               que quiero salir al Prado,

               porque con esto, engañado,

               no repare en el vestido.

                  ¿Has avisado al cochero?  

ANTONIA:       ¿A las cuatro de la tarde    

               le he de avisar?

BLANCA:                        ¡Qué cobarde

               me entretiene el bien que espero!

                  Todo pienso que ha de ser

               estorbo a mi pretensión.   

ANTONIA:       La misma imaginación  

               no te deja entretener.

                  Suspende sólo un momento

               al pensamiento el cuidado.   

BLANCA:        Ya pienso, y lo que he pensado    

               es el mismo pensamiento.

                  ¿Aguardaré desta suerte

               a don Pedro?

ANTONIA:                     Tal estás,

               que, con ser mujer, me das

               mis ansias de hablarte y verte.   

BLANCA:           ¿Tendrá mi propio cuidado    

               don Pedro?

ANTONIA:                  En la calle está.

BLANCA:        ¿Podrá verme?

ANTONIA:                    Bien podrá;

               pero no será acertado.

BLANCA:           ¿Si vio hacer las escrituras?  

ANTONIA:       Todo pienso que lo vio. 

BLANCA:        ¿Y quieres que tenga yo

               mis esperanzas seguras?

                  Yo muero, y la noche duerme,

               ¡ay de mí!

ANTONIA:               Sosiega un poco. 

BLANCA:        Mejor podrá mi amor loco              

               matarme que entretenerme.

ANTONIA:          Toma un libro que hay aquí

               de comedias.

BLANCA:                       ¿Para qué?

               Pues si es de amores, yo sé

               que él puede buscarla en mí.  

                  ¿No has visto aquellos afectos

               tan vivos de dos amantes?

               Pues di a los representantes

               que vengan a hurtarme afectos.    

ANTONIA:          A lo menos tú pudieras  

               imitar sus relaciones

               con que tus locas pasiones,

               amorosa, entretuvieras.

BLANCA:           Bien dices, y tú serás

               la criada de la dama.   

ANTONIA:       Di, que ya el vulgo te aclama,

               si acción a los versos das.

                  porque en muchas ocasiones

               que prevenirle pretende,

               celebra lo que no entiende   

               no más de por las acciones.

 

BLANCA:           Una mañana de abril,

               cuando nueva sangre cobra

               cuanto en tierra, en aire, en agua

               o corre, o vuela, o se moja; 

               cuando por los secos ramos

               nuevo humor pimpollos brota,

               en cuyas pequeñas cunas

               están los frutos sin forma;

               cuando filomenas dulces 

               cantan, y piensan que lloran,

               haciendo músicos libros

               de los álamos las copas

               con achaques del color  

               (invención de gente moza,  

               que contra el recogimiento

               tal vez por remedio toma)

               bajé a la Casa del Campo,

               cuando la celeste concha,    

               abierto el dorado nácar    

               flores bañaba en aljófar.

               Llevaba por compañía

               esas dos esclavas solas,

               que por el color pudieran    

               servir para el sol de sombra.

               Tuve licencia de entrar,

               y entre los cuadros que a Flora

               viste de tomillo el arte

               lazos de sus verdes orlas,   

               anduve mirando fuentes  

               que despeñadas se arrojan

               de la altura en que se crían

               a lo llano, en que se postran.

               Las nuevas rosas cogía

               de las ramas espinosas  

               tan doncellas, que aun guardaban

               la clausura de las hojas.

               Las que mostraban color

               abríalas con la boca, 

               trocando aliento con ellas   

               por quedarme con la copia.

               Miraba otra vez atenta

               aquella estatua famosa

               del nieto de Carlos Quinto,  

               que ya los cielos coronan;   

               padre de nuestro divino

               monarca y señor, que adoran

               dos mundos, por quien España

               tantas esperanzas logra,

               y aquel valiente caballo,    

               que renueva la memoria

               del que llevaron los griegos

               fatal engaño de Troya,

               tan vivo, que imaginaba 

               que escuchara temerosa  

               los relinchos por Atlante

               de tanta grandeza heroica.

               Un obelisco de mármol

               no lejos, por unas diosas    

               y sátiros vierte plata

               sobre las inquietas ondas.

               Hay unos olmos enfrente,

               que de yedras trepadoras

               han hecho eternos vestidos,       

               galas de su verde pompa.

               Allí me senté cansada,

               cuando por la senda propia

               vino don Pedro a matarme,

               que yo no pienso otra cosa.  

               Mira tú si son estrellas   

               las que las almas provocan;

               pues se me turbó la mía

               con unas nuevas congojas.

               Aquí puedes tú pensar    

               qué palabras, qué lisonjas    

               me diría, cuando a un hombre

               la soledad ocasiona.

               Allí entró por las esclavas,

               esto del sol y la sombra,    

               y que tras la noche negra    

               venía la blanca aurora.

               Que era yo la primavera,

               y que presidiendo a todas

               las flores, las repartía   

               colores blancas y rojas.

               Oíle, y vi ser verdad,

               que no importa que la honra

               sea diamante, cuando hay cera

               por donde ternezas oiga.

               Como si le hubiera visto

               y concertado las horas

               que había de estar allí,

               hace que a los pies me pongan

               una toalla, dos cajas,  

               ésta azahar, aquélla alcorzas.

               Y muy hallado conmigo,

               suena la música ronca

               en un cubo que traía

               su poco de cantimplora  

               (y de plata, por lo menos).  

               Y quitándole a una bota,

               de aquello que a un hombre afrenta

               una torneada gorra,

               enjuaga un criado aprisa

               una cristalina copa

               y me brinda el tal galán,

               como si fuera su novia.

               Para este brindis había

               una colorada lonja,

               por quien Garrobillas hace   

               que gasten tantas arrobas.

               Yo atónita del suceso

               y del hombre estaba absorta,

               y comiendo por los ojos,

               aun no acertaba a la boca.   

               Acabóse aquesta fiesta

               y comenzamos por otra,

               que fue pedirme una mano.

               (Tengo por cosa notoria 

               que compañeros de mesa

               luego apelan a las bodas.)

               Allí le dije quién era,

               y él, la cara vergonzosa,

               retira la mano al pecho 

               y el pensamiento reporta.    

               Pidióme perdón, humilde,

               y perdonéle, amorosa;

               que quien ofensas desea,

               a pocos ruegos perdona. 

               Y en tanto que los criados   

               (hallados ya con las moras,

               que, al ejemplo de los dueños,

               fácilmente se conforman)

               de segunda mesa estaban 

               atentos a lo que sobra, 

               presumiendo que tenían

               para su señor señora.

               Con notable cortesía,

               me contó de su persona

               y casa, bien cuerdamente,    

               una bien trazada historia.

               Allí supe de sus pleitos,

               que no era jornada ociosa

               supe su nombre, y su patria  

               que era, en Navarra, Pamplona.    

               Con esto se iba encendiendo

               del sol la dorada antorcha;

               con que me volví a la villa,

               y él de mi casa se informa,

               donde papeles, deseos   

               y terceras amorosas

               de mi voluntad le dieron

               la merecida victoria.

               Tú sabes ya lo demás.    

               Este fué el principio, Antonia, 

               deste suceso, a quien ya

               sólo para ser su esposa

               me falta que aquesta noche

               sus estrellas me socorran.   

               Y no más, porque mi hermano

               de ver su cuñado torna.

               Amor, si eres dios, ¿qué esperas?

               Así olorosos aromas

               te sacrifiquen amantes  

               que favorezcas ahora    

               mi pretensión, pues es justa,

               para que yo reconozca

               que remuneras las penas

               con las merecidas glorias.   

           

Sale don BERNARDO

 

 

BERNARDO:         En el hábito en que estás  

               y en la corta bizarría

               echo de ver, Blanca mía,

               que esta noche al campo vas.

                  ¿Quieres hacerme un placer,    

               pues que yo te dejo ir? 

BLANCA:        ¿En qué te puedo servir?

BERNARDO:      Merced me puedes hacer.

                  Vete en cas de mi Leonor,

               pues que ya somos hermanos,  

               y besarásle las manos;

               paga, que es justo su amor;

                  y las dos os podréis ir

               juntas esta noche al Prado.

BLANCA:        Tú verás con el cuidado  

               que yo la voy a servir. 

BERNARDO:         Yo te daré que la lleves,

               como que es tuya, una joya.

BLANCA:        ¡Bravo amor!

BERNARDO:                   ¡Ardese Troya!

               muestra el amor que me debes.

BLANCA:           ¿Dónde está la joya?

BERNARDO:                               Ven 

               y escoge de las que traigo.

BLANCA:        ¿Tú liberal?  Mas ya caigo,

               Bernardo, en que quieres bien.

                  (Los cielos me dan favor        Aparte

               contra el mayor enemigo.

BERNARDO:      ¡Qué murmuras, Blanca?

BLANCA:                               Digo

               que es muy hermosa Leonor.

BERNARDO:         Dila mil cosas de mí,

               que quiero que la enamores.  

BLANCA:        Toda esta noche es de amores.

               ¡Oh, si amaneciese ansí!

 

Vanse.  Salen Doña LEONOR e

INÉS

 

LEONOR:           No trates de consolarme,

               que es consolarme ofenderme.

INÉS:          ¿Adónde vas?

LEONOR:                     A perderme.

INÉS:          ¿Qué piensas hacer?

LEONOR:                        Matarme;

               que no puede remediarme

               sino la muerte en tan fuerte

               desdicha.

INÉS:                    Señora, advierte. . . 

LEONOR:        No tienes que me advertir,   

               que el más penoso morir    

               es dilatando la muerte.

                  ¡Ausentarse nos bastaba

               don Juan, que es luz de mis ojos,

               sin añadir los enojos 

               de una violencia tan brava!  

               Si mi hermano se casaba,

               ¿por qué me casaba a mí?

               Pero si a don Juan perdí,

               saldrá don Luis con matarme,    

               mas no saldrá con casarme, 

               puesto que haya dado el sí.

                  Cánsese en locos intentos,

               más que el mar deshace espumas,

               que dagas no son las plumas  

               que firman los casamientos;  

               antes son los fundamentos,

               cuando no los junta amor,

               para apartarlos mejor;

               y esto de daga de hermano    

               es tempestad de verano: 

               poco rayo y gran temor.

INÉS:             ¿De qué te espantas que huya

               de verte casar don Juan,

               puesto que tan cerca están 

               de que todo se concluya?

LEONOR:        A ser firmeza la suya,

               él viera que no podía

               vencer la muerte a la mía;

               mas como no la hay en él,  

               por no matarme cruel,   

               inconstante se desvía.

 

Sale TELLO, de camino

 

 

INÉS:             ¿Quién viene aquí?

TELLO:                               ¿No lo ves?

INÉS:          ¿Es Tello?

TELLO:                     Linda razón,

               Echame la bendición   

               y dame, Leonor, los pies.    

LEONOR:           ¿Qué es esto?

TELLO:                          Partir, Señora.

LEONOR:        ¿Partir?  ¿Con tal brevedad?

               No tiene de sí piedad,

               Tello, quien se aparte agora,

                  pues víspera de San Juan.    

TELLO:         Somos de Mantua marqueses,

               que por los ríos franceses

               la caza buscando van.

                  Los tiempos son calurosos;

               pienso que Sierra Morena

               nos ha de dar mala cena,

               aunque hay conejos famosos;

                  si bien no tienen igual

               con el Parque de Madrid.

LEONOR:        Partid, ingratos, partid,    

               para qué dejéis mortal

                  una mujer que engañastes.

TELLO:         ¿Yo, señora?

LEONOR:                       Sí, los dos;

               que habéis de dar cuenta a Dios 

               del daño que me causastes. 

TELLO:            De Inés vaya, mas ¿de ti?

LEONOR:        Tú, traidor, fuiste el primero

               pintándome caballero

               a un ladrón.

TELLO:                      ¿Ladrón?

LEONOR:                         Sí.

TELLO:                                  ¿Sí?   

                  Antes hasta el nombre tiene     

               hurtado.

LEONOR:                   Eso digo yo;

               que quien hasta el nombre hurtó

               este nombre le conviene.

TELLO:            Pues yo tengo imaginado   

               que fuera, Leonor discreta,  

               mejor para ser poeta,

               porque fuera todo hurtado.

                  Mas sé, que si visto hubieras

               lo que este pobre ha pasado, 

               que restituyó lo hurtado,  

               y aun lo por hurtar, dijeras.

                  Ha hecho cosas crueles

               consigo, y tanto lloró,

               que pienso que jabonó 

               con lágrimas tus papeles.  

                  No ha comido ni he podido

               hacer que tome un bizcocho;

               que hoy, Leonor, desde las ocho

               ayuna al partir Cupido. 

                  Allá, con razones tibias,    

               dice que muere en tu fe,

               por más que le prediqué

               en un púlpito de Esquivias.

                  Cuando vió traer las mulas,  

               campanillas de un ausente    

               (no sé cómo este accidente

               sin lágrimas disimulas),

                  la manga desabotona

               del jubón y rompe aprisa   

               la trenza de la camisa. 

               No de romana matrona,

                  sino de Scévola brazo,

               toma un cuchillo; yo corro

               al socorro, y el socorro

               se me volvió puntillazo,   

                  con que dando en un baúl

               en esta pierna, al contrario,

               un hábito trinitario

               traigo entre rojo y azul.    

                  Luego, por huir, topé   

               con la esquina de un bufete,

               que es bufón que se entremete,

               o golpe o estorbo fué,

                  y metióme en la barriga 

               la esquina de tal manera,    

               que dando pasos afuera

               anduve de viga en viga,

                  hasta que di sobre un arca,

               adonde sin ser yo mona, 

               haciéndome de corona  

               vine a quedar por monarca.

LEONOR:           Y el cuchillo, ¿en qué paró?

TELLO:         Que, sin mandarlo Avicena,

               del corazón en la vena

               con la punta se picó. 

                  Mojó en la sangre una pluma,

               y apercibiendo papel,

               escribió con ella en él

               de sus desdichas la suma.    

                  Pelícano, en fin, Leonor,    

               si no cernícalo, ha sido,

               que estoy, por mal prevenido,

               baldado de cazador.

LEONOR:           Muestra, aquí dice: "Estas son    

               hoy de mi fe las postreras   

               reliquias."  Alma, ¿qué esperas?

               Voy a echarme del balcón.

INÉS:             ¿Señora?

TELLO:                     ¡Señora!

INÉS:                                Tente.

TELLO:         Detente.

INÉS:                    ¿Estás loca?

LEONOR:                            Sí.    

               Mataréme desde aquí 

               luego que don Juan se ausente.

                  Por eso dile que venga

               a verme, o que muerta soy.

TELLO:         Espera, yo iré, ya voy.    

LEONOR:        Pues venga, y no se detenga, 

                  que si en la mula le veo,

               me arrojaré del balcón.

TELLO:         Caerás en el pozo airón.

LEONOR:        ¿Qué infierno como un deseo?    

TELLO:            ¡Oh, Hero, de gran valor! 

               ¡Oh Leandro, que nadando

               vas en una mula, cuando

               navegas el mar de amor! (Vase.)

INÉS:             Impertinente has estado   

               en este necio coloquio. 

LEONOR:        Pues escucha un soliloquio,

               de mis desdichas traslado.

INÉS:             No, por Dios, que son efetos

               de menos satisfacción 

               y quitarás de invención  

               lo que gastes de concetos.

                  Poco más o menos, sé

               cuanto me puedes decir.

 

Salen Don JUAN, de camino, y TELLO

 

 

JUAN:          ¿Que no me puedo partir?

TELLO:         Ya no es posible.

JUAN:                             ¿Por qué?    

 

LEONOR:           ¡Jesús!  ¿don Juan de camino?

INÉS:          Desmayóse.

TELLO:                     Llega presto.

JUAN:          Buenas andan mis desdichas,

               buenos van mis pensamientos. 

               ¡Leonor!, ¡ah, Leonor!

TELLO:                              Murióse.   

JUAN:          ¿Cómo murióse?  En los cielos

               (si hay soplo que a tanto baste)

               se morirá el sol primero.

               Aquí, estrellas, que se eclipsa 

               la luna deste hemisferio.    

               Si soy la tierra, ¡ay de mí!,

               que vine a ponerme en medio.

               Aquí, celestiales luces,

               hermoso planeta Venus,  

               que no habrá amor en el mundo   

               y será su fin más presto.

               Aquí, polos, que tenéis

               de los cielos el gobierno,

               diamantes desenclavados 

               de aquellos dorados techos.  

               Primavera, que se mueren

               las rosas, acudid presto.

               Campos, mirad que os espera

               un luto de eterno invierno.  

               Excelsos montes de nieve

               ésta falta en vuestros puertos,

               ¡adónde iréis por blancura

               que encubra vuestros defetos?

               Dadme esas manos, mi bien,   

               ¡es posible, hermoso hielo,  

               que no te despierta Fénix,

               el sol de mi ardiente fuego?

               ¡Ay, elementos, haced

               llanto!  El aire, por su aliento  

               aromático; las aguas, 

               por el cristal de su pecho;

               la tierra, por tantas flores,

               y por tanta luz, el fuego.

               Ea, ¿qué aguardáis?  Venid,   

               sol, estrellas, luna, Venus, 

               polos, montes, nieves, campos,

               agua, fuego tierra y vientos.

               Pues esto sufrís, cielos,

               ya el mundo se acabó, su sol se ha muerto.

TELLO:         Nunca te he visto ensartar,  

               con relámpagos y truenos,

               tantos desatinos juntos.

JUAN:          Pues ¿qué quieres, si no veo

               señal de cielo en sus ojos,

               señal de azahar en su aliento?  

               Oh, nunca pasara el mar,

               o al través diera mi leño

               en la canal de Bahama;

               fuérase a pique hasta el centro 

               el navío en que venimos    

               sepultara el mar mi cuerpo.

TELLO:         ¿Y qué hicieran a Leonor  

               los demás que estaban dentro,

               viniendo a lograr a España 

               sus trabajos y sus pesos?    

               ¡Por Dios, que había de pedir

               prestada para aquel tiempo

               su ballena al buen Madrid

               para meterme en su pecho!     

JUAN:          Quéjate, España, de mí,

               que a Colón he sido opuesto;

               que él trujo a España las Indias

               y yo sin Indias la dejo.

               Aquí la plata y el oro,    

               para siempre se perdieron,   

               las piedras y los diamantes.

TELLO:         Ea, di que marineros

               y maestros y pilotos

               aprendan oficios nuevos;

               que buenas quedan las Indias,

               si quedan, por tus enredos,

               sin Cerro de Potosí,

               que vale infinitos pesos.

JUAN:          Tello, yo no quiero vida;    

               yo no quiero vida, Tello.    

TELLO:         Pues, ¿quién te ruega con ello?

JUAN:          Ya no me queda remedio.

               Pues esto sufrís, cielos,

               ya el mundo se acabó, su sol se ha muerto.

 

LEONOR vuelve en sí

 

 

LEONOR:        ¿Qué es esto, Inés?  ¿Quién da voces? 

INÉS:          Albricias, señor, que ha vuelto

               del desmayo.

JUAN:                     ¡Leonor mía!

LEONOR:        ¿Quién me llama?

JUAN:                           Ya volvieron

               el sol, la aurora, y el día,    

               cielos, a su ser primero.    

LEONOR:        Atenta, cruel don Juan,

               a tus engaños, que han hecho

               sirenas del mar de amor

               mis desdichas y tu ingenio;  

               no te quise interrumpir,

               por ver si en tantos enredos

               hallaba alguna verdad,

               de tu sentimiento ejemplo.

               Pero si alguna lo ha sido,   

               ¿qué furia, qué movimiento    

               de tu condición mudable

               te lleva a matarme, haciendo

               culpa la firmeza en mí

               con que te adoro y respeto?  

               Que quien los respetos culpa,

               no quiere estimar los yerros,

               porque temerá que se hagan

               quien se ha de obligar con ellos.

               No es culpa la que procede   

               de la fuerza, ni yo tengo    

               más ley que tu voluntad,

               más fe que tu pensamiento.

               Dime tú, pues que de mí

               te dió el cielo el mero imperio:

               "Leonor, en esta desdicha    

               este remedio tenemos";

               que si fuere atropellar

               vida, honor, hermanos, deudos,

               patria, y aun alma, aquí estoy. 

JUAN:          ¿Es eso cierto?

LEONOR:                         Y tan cierto

               que no hay a la ejecución

               un átomo solo en medio.

               Pues dame esa mano, y vamos

               donde firme juramento   

               para siempre nos obligue,    

               que ya con su manto negro

               nos viene a cubrir la noche,

               y sin ser vistos podremos

               salir, llegar y jurar;  

               que depositada luego,   

               en voluntades conformes,

               ¿qué importan fuerzas ni pleitos?

LEONOR:        Inés, toma tú mis joyas,

               y cuando aquí vuelva Tello 

               venid entrambos adonde  

               él te enseñe y yo te espero.

               ¿Es amor esta locura?

               ¿Es lealtad este deseo?

               ¿Es verdad esta fineza? 

JUAN:          Tú, como del alma dueño, 

               te responde. Tello, vamos,

               que esta noche por lo menos

               sí se alabare del hurto,

               no del prestado silencio,    

               que entre tanta gente y voces

               seguros, señora, iremos,

               que lo que suele estorbar,

               sirve agora de remedio.

               Si dejar por su marido  

               casa y padre es ley del cielo,    

               ¿a quién ofendo en dejarlo,

               pues hoy al cielo obedezco?

 

Vanse los dos

 

 

TELLO:         Plegue a Dios que no tengamos

               mal San Juan.

INÉS:                         ¡Ay, Tello, temo   

               la condición de su hermano;

               que ser don Juan caballero

               de tanto valor, no importa,

               pues con este casamiento

               el de Blanca queda en blanco;

               fuera de no ser bien hecho   

               sacarle su hermana ansí.

TELLO:         No quiso hablar mi escarmiento;

               que si por lo del cuchillo

               me vi entre sus manos muerto,

               con esta ocasión ¿qué hiciera?

               ¡Oh, amantes!: ¿Qué atrevimiento

               perdona vuestra locura?

               Voy a seguirlos, que pienso

               que habrá menester las manos.   

INÉS:          Yo, Tello, entretanto, quiero

               sacar joyas y vestidos.

TELLO:         Yo vendré por ti y por ellos.

 

Vase TELLO.  Sale Don LUIS dirigiéndose a

alguien dentro

 

LUIS:             Di, Fernando, a Marcial que saque el coche

               porque es breve la noche,    

               y la puedan gozar en Soto o Prado.

INÉS:          (Don Luis es éste; toda me ha turbado.)    Aparte

LUIS:          Inés, ¿adónde está Leonor, mi hermana?

               Que querría que fuese por mi esposa

               para que juntas esta noche hermosa

               (pues hace competencia al mejor día) 

               comenzasen tan dulce compañía

               en músicas, en álamos y en fuentes.

INÉS:          No habéis estado en eso diferentes,

               que ya, señor, tu pensamiento hurtado

               por ella fué para llevarla al Prado. 

LUIS:          ¡Oh qué placer me ha hecho, al fin discreta!

               ¿Qué paz puedo esperar que no prometa

               anticiparse a visitar a Blanca?

               Hoy le pienso añadir, con mano franca,    

               dos mil escudos más.

INÉS:                                Eres gallardo.   

LUIS:          Dile, si aquí viniere don Bernardo,

               que ella y Leonor al Prado juntas fueron,

               pues tengo por sin duda que se vieron.

 

Vanse, y salen don JUAN, TELLO y LEONOR, ella con

capotillo, sombrero y enaguas

 

           

JUAN:             No fue Paris más contento    

               a embarcarse para Troya      

               con aquella griega joya

               que yo contigo me siento,

               ni de aquel robo violento

               de Briseida y Hesión, 

               Aquiles y Telamón,    

               ni Saturno con Filira,

               ni Neso con Deyanira,

               ni con Medea Jasón.

                  Que aunque la gloria de verte  

               en mi poder es tan alta,

               que solamente le falta,

               bella Leonor, merecerte,

               pudiera, a no ser tan fuerte

               de tu afición el valor,    

               que se atreviera al honor;   

               mas llegar una mujer

               a no tener que temer,

               pasa a cuanto puede amor.

                  Sólo me ha causado pena 

               la confusión de la gente   

               atrevida e insolente,

               que por todas partes suena.

               La plaza de luces llena,

               ¿cómo estará sin testigo 

               donde lo es el más amigo?  

               No sé qué calle seguir;

               que mal me puedo encubrir

               llevando mi sol conmigo.

LEONOR:           Aunque pretende el temor  

               vencer la dulce osadía

               de mi amor, con más porfía

               vuelve a la batalla amor.

               Ya no temo su rigor,

               porque llegar a temer   

               era dejar de querer,    

               y no quiero yo dejar

               de quererte por hallar

               disculpa de ser mujer.

                  Toda nuestra cobardía   

               hasta los peligros es,  

               teme el ser; pero después

               se convierte en valentía

               en la primer osadía

               de una mujer que hoy lloramos,    

               culpadas todas estamos  

               mas cuantas después nacimos,

               aquel daño que os hicimos

               con estos yerros pagamos.

                  El que yo contigo espero  

               como castigo me alcanza,

               que nos queréis por venganza

               de aquel engaño primero;

               pero yo, don Juan, te quiero

               (con ánimo de perder  

               la vida) tanto, que el ser   

               en hombre viene a mudarse,

               porque hasta determinarse

               es una mujer mujer.

TELLO:            En vano el tiempo gastáis    

               donde el peligro os avisa    

               que en el espacio a la prisa

               vuestro remedio libráis;

               ya que en la estacada estáis,

               vencer importa el morir.

JUAN:          Cuanto me puedes decir, 

               Leonor, de tus obras creo.

TELLO:         Por esta calle es rodeo,

               por ésta podemos ir.

JUAN:             Yo pienso que favorece    

               la confusión nuestro engaño.

LEONOR:        Sólo el conocerme es daño,

               que en tanto bien me entristece.

JUAN:          Tanto el alboroto crece,

               que ya parece locura.   

TELLO:         Por eso mismo procura   

               tanta dama, tanto coche,

               hacer que tenga esta noche

               por variedad hermosura.

 

Tres mozos con capas de color, broqueles y espadas:

OCTAVIO, MENDOZA, y CELIO

 

 

OCTAVIO:          ¡Bravo altar!

MENDOZA:                        Es muy Bautista  

               aquella dama, aunque pasa    

               no por desierto su casa,

               según cierto coronista.

CELIO:            La oración, desa manera,

               no será para casarse. 

OCTAVIO:       ¿No es linda?

MENDOZA:              Con enmoñarse, 

               siendo otoño es primavera.

CELIO:            El vestido mucho ayuda.

MENDOZA:       ¿Nunca se ha de desnudar?

               ¿Ha la de andar a buscar

               el galán si se desnuda?    

OCTAVIO:          Notable pontifical

               en esta edad viene a ser

               un vestido de mujer.

CELIO:         No hay en el mundo caudal    

                  para chapines y randas,   

               pero todo lo merecen.

MENDOZA:       Brava guerra nos ofrecen

               con las celadas y bandas.

OCTAVIO:          Allí va cierto gazmonio 

               con su servicio.

CELIO:                           ¿De quién?    

OCTAVIO:       Del diablo.

CELIO:                       Tratalde bien,

               que puede ser matrimonio.

 

MENDOZA:          ¿Ah, señor, el de la ninfa?

               ¿es de Esgueva o Manzanares? 

JUAN:          Calla, Tello, y no respondas.

TELLO:         No tendrá paciencia un ángel.

CELIO:         ¿Es alquilada o es propia?

OCTAVIO:       ¿Dónde la lleva el bergante?

MENDOZA:       ¿Cómo no lleva tendidos    

               los cabellos virginales?

               Que crecen mucho esta noche,

               según los viejos romances.

OCTAVIO:       No es de mal monte la leña,

               pues entre dos se reparte.   

CELIO:         ¡Cómo calla el socarrón! 

MENDOZA:       ¿Qué os espantáis de que calle,

               si está enseñado a callar?

TELLO:         ¿Esto quieres tú que pase?

JUAN:          Calla, Tello.

TELLO:                        Ya no puedo.  

               Pícaros, si ya vinagres    

               salís de alguna despensa,

               cueros vivos, hombres zaques,

               oliendo a tabaco el alma

               y las narices a parches,

               ¡por vida del rey de espadas,

               que si saco la de Juanes

               que ese quedará con vida,

               que huya y que no le alcance!

OCTAVIO:       ¡Oh, qué gracioso mandicho 

               es el que la lleva y trae!   

JUAN:          Tello, ¿estás loco?

TELLO:                            ¿Esto sufres?

               ¡Afuera!

JUAN:                   Voy a ayudarle.

LEONOR:        Detente, don Juan, detente.

JUAN:          Déjame, por Dios.  ¡Cobardes,   

               haced como habláis!

OCTAVIO:                          Justicia  

               viene.

JUAN:                 ¿Ya buscáis achaques?

LEONOR:        Triste de mí, qué he de hacer?

               ¿Hay desdicha más notable?

               Si me conocen, soy muerta;   

               quiero en esta casa entrarme.

           

Salen ALGUACILES y gente

 

 

ALGUACIL:      ¡Téngase al rey!

JUAN:                           Los que huyen

               se tengan, que es gente infame;

               que yo soy un caballero

               que estoy a negocios graves  

               en la corte, y me quisieron, 

               con palabras arrogantes,

               afrentar sin darles causa.

ALGUACIL:      Y él, ¿quién es?

TELLO:                         Soy platicante

               de caballero, que ha poco    

               que navega en estos mares,    

               ¿Salté manda en qué le sirva?

ALGUACIL:      Vengan los dos a la cárcel.

TELLO:         ¿Cómo a la cárcel?

JUAN:                              (No veo        Aparte

               a Leonor.)

TELLO:                    ¿Salté no sabe  

               que es aquesta noche libre?  

ALGUACIL:      Allí va el señor Alcalde;

               vengan y hablarán con él.

JUAN:          Vamos, que yo quiero hablarle,

               y sabrán vuesas mercedes   

               la mucha que a mí me hace. 

ALGUACIL:      Vengan por aquí.

JUAN:                           (¡Ay, Leonor!     Aparte

               Luego volveré a buscarte,

               si no es tanta mi desdicha

               que me detenga o me mate.)   

 

Cuando los van llevando sale Don PEDRO y dice a uno

dellos

 

 

PEDRO:         ¡Ah, caballero, qué es esto?    

ESCRIBANO:     Cuchilladas, disparates

               de esta noche.

PEDRO:                        ¡Era a mi puerta!

ESCRIBANO:     ¿Mandáis más?

PEDRO:                     Que Dios os guarde.

 

                  Cansado de esperarte,

               hermosa Blanca, de tu calle vengo,

               y no pudiendo hallarte,

               apenas alma ni esperanza tengo.

               ¡Ay Dios!  si te ha forzado

               tu hermano al casamiento concertado?   

                  Es este pensamiento, 

               forzado soy a despedir la vida,

               que si del casamiento

               cumpliste la escritura prometida

               y a la mía faltaste,  

               al umbral de la muerte me dejaste.

                  Música y grita suena;

               todos se alegran, todos son dichosos;

               yo, sólo, en tanta pena,

               no puedo alzar los ojos envidiosos;    

               que no hay mayor desdicha    

               que no tener entre dichosos dicha.

 

Salen con guitarras y sonajas y canten

así:

 

 

MUSICA:           "Salen de Sanlúcar,

               rompiendo el agua,

               a la Torre del Oro      

               barcos de plata.   

               Verdes tienes los ojos,

               niña, los jueves,

               que si fueran azules,

               no fueran verdes.       

               Salen de Valencia, 

               noche de San Juan,

               dos pescadas saladas

               al fresco del mar."

 

Éntrense en grito y regocijo, y diga Don

PEDRO

 

 

PEDRO:            Envidio el contento y gusto    

               con que estos cantando van.  

               ¿Que en la noche de San Juan

               sólo yo tenga disgusto?

               Yo sólo, amor, siempre injusto,

               por tus mudanzas indigno

               de tener nombre divino, 

               dudoso entre el bien y el mal,

               del contento general

               soy en Madrid peregrino.

                  Ya no tengo qué esperar,

               que en esta nueva mudanza    

               aun no quiere la esperanza

               acompañar mi pesar.

               Ya quiere el alba llorar,

               pues ¿qué quieren mis desvelos? 

               Ya sus cristalinos hielos    

               ensartan perlas en flores,

               o los fingen mis temores,

               que vuelven los cielos celos.

                  Quiero en mi posada entrar,    

               aunque sé que no a dormir; 

               que no haré poco en vivir

               si Blanca se ha de casar.

               Aquí siento suspirar;

               parece en la voz mujer. 

               ¿Si ella vino?  Puede ser    

               que me aguarde con temor.

               La honra te vuelvo, amor,

               y conozco tu poder.

 

                  ¿Eres tú, mi bien?  Pues calla,   

               no debe de ser.  ¿Quién va?

LEONOR:        Una mujer.

PEDRO:                      Ella es.

               ¿Ha mucho, mi bien, que estás

               esperándome?  Perdona,

               que con amor pude errar 

               en ir a buscarte.  Dame 

               los brazos, y entre, que ya

               mi casa te espera, dueño.

LEONOR:        Y yo estaba, de esperar,

               sin vida, Teneos, ¡ay, Dios!,

               que ni soy la que esperáis 

               ni vos sois lo que yo espero.

PEDRO:         Decís muy bien: perdonad.

               ¿Pero cómo estáis aquí?

               Que he venido a recelar 

               que alguna traición me han hecho.    

LEONOR:        Advertid que os engañáis.

               Bien podéis estar seguro

               que una airada tempestad

               de desdichas me ha traído. 

               No puedo deciros más. 

PEDRO:         ¿Quién está con vos?

LEONOR:                             Si digo,

               señor, quién conmigo está,

               no es mucho que imaginéis

               el peligro que ignoráis;   

               porque son tantos mis males, 

               que por ventura podrán

               invisibles basiliscos,

               sólo mirando matar.

               Huid de verme y de hablarme, 

               que son veneno mortal   

               los males que fueron bienes.

PEDRO:         Dejad los ojos, y hablad.

LEONOR:        Quieren divertir mi pena

               con hablar y con llorar,

               cual a gusano de seda   

               en truenos de tempestad,

               hacen al alma ruido

               porque no sienta mi mal.

               Con un caballero, a quien    

               debo honesta voluntad,  

               iba de la mano.  ¡Ay, triste,

               cómo es imposible hallar

               a contradicción divina

               humana seguridad!       

               ¡Qué fiesta habrá sin desdicha!     

               ¡Qué contento sin azar!

               ¡Qué gusto sin su enemigo!

               ¡Qué bien sin dificultad!

               Criado y señor parecen,    

               juntos siempre, el bien y el mal. 

               Nunca el bien delante viene

               sin venir el mal detrás.

               Acuchilláronle aquí,

               pienso que muerto le habrán

               unos hombres que tenían    

               por alma su necedad.

               Es privilegio del vulgo,

               en estando junto, hablar

               con libertad, e imposible    

               castigar su libertad.   

               Aquí me entré de temor,

               y cansada de esperar

               lloré perderle y perderme,

               porque todo ha sido igual.   

               Pues en el talle y el traje  

               ser caballero mostráis,

               amparad una mujer,

               ya por ser este lugar

               donde la halláis vuestra casa,  

               ya porque obligado estáis  

               a vuestro respeto mismo,

               que no le podéis negar,

               a título de ser noble,

               la obligación natural.

PEDRO:         Extraña desdicha ha sido   

               la vuestra; mas puede os dar

               consuelo que no es la mía

               a la vuestra desigual.

               A nuestros perdidos dueños 

               podemos los dos llorar,  

               el mío, porque no viene,

               y el vuestro, porque se va.

               Yo vi llevar unos hombres

               presos; pienso que serán   

               los que decís; buenos iban,

               bien os podéis sosegar.

               Sólo de vos saber quiero

               el consejo que tomáis

               para que pueda serviros,

               que vuestro término da,    

               traje y discreción, indicios

               de ser mujer principal.

               Mirad si os está mejor

               que a vuestra casa volváis,

               o queréis que venga el día    

               si tenéis peligro allá;

               pues no es posible que tarde,

               que ya parece que dan

               de la risa del aurora   

               aquellas nubes señal. 

               Y parece que los montes

               lo verde argentando están

               por la espalda de la noche

               líneas de plata oriental.  

               Aquí tendréis aposento,  

               criadas honradas hay;

               mozo soy, no soy casado,

               no habrá celos, no temáis;

               aun no he vendido lo libre,  

               si bien lo quise emplear

               en este bien que me falta.

               Dios sabe si volverá.

               Yo iré a la cárcel mañana

               a saber de ese galán, 

               tan dichoso como yo,    

               si perdió lo que lloráis;

               que por la misma fortuna

               bien nos podemos juntar,

               pues caminos y desdichas

               siempre hicieron amistad.    

LEONOR:        Aquí será bien quedarme,

               si vos licencia me dais,

               hasta que sepáis mañana

               si fué mi temor verdad.    

               Que cuando sepáis quién soy,  

               mi nombre y mi calidad

               (que agora es fuerza encubriros),

               yo sé que no os pesará

               de haberme dado favor   

PEDRO:         Bastantes indicios dais.

               Caballero soy, segura

               vuestro honor podéis fiar

               de mi nobleza y mi celo.

LEONOR:        Conozco la voluntad

               con que ayudáis mi fortuna 

               y mi temor animáis.

PEDRO:         Extrañas cosas suceden

               una noche de San Juan.

LEONOR:        (¡Ay, don Juan!)                   Aparte

PEDRO:                     (¡Ay, Blanca!  ¡Ay, cielos! Aparte

               ¿Cómo es posible esperar   

               que amanezca con más bien

               quien anochece tan mal?)

 

FIN DEL SEGUNDO ACTO


ACTO TERCERO

 

 

Salen Don JUAN y TELLO con las espadas en las

manos

 

 

JUAN:             ¿Qué no podrá el dinero?

TELLO:         Gran fuerza tiene el oro.

JUAN:                                 Es caballero.   

TELLO:         Y hijo de buen padre,   

               pues que le engendra el sol; que humilde madre

               nunca fué de importancia.

JUAN:          Toda aquella arrogancia

               templaron veinte escudos.    

TELLO:         Buenos amigos son, negocian mudos.

JUAN:          Qué mal San Juan tuviera estando preso

               y de Leonor temiendo un mal suceso.

TELLO:         Aun no sabes lo que es en una estufa

               pulgas de por San Juan; no hay catalufa

               como ponen un cuerpo desdichado   

               todo de tomadillos perfilado;

               pues chinches, gente sorda,

               que a nubarrones la pespunta y borda.

JUAN:          Aquí quedó Leonor.

TELLO:                             No hay puerta abierta,  

               que aun el alba bosteza y no despierta.

JUAN:          Entra en ese portal.

TELLO:                            No hay más.            

JUAN:                                 ¿Qué aguardas?

TELLO:         Cuatro mil escopetas y alabardas

               son menester para un portal de noche;

               deja que pase este cantante coche.

JUAN:          Música lleva al Prado.

TELLO:         Los tres parecen gatos en tejado.

JUAN:          Conozco aquel romance y quien le hizo.

TELLO:         El tiplazo es lechón con romadizo.

JUAN:          Serenos de Madrid causan catarro. 

TELLO:         El bajo ha sido jarro   

               y agora tiene muermo,

               la tercera cruel canta de enfermo.

JUAN:          Vuelve a mirar, que ya pasaron; mira

               si habla, si suspira,   

               que estoy perdiendo el seso.

TELLO:         Si Leonor presumió que estabas preso,

               sola se volvería.

JUAN:          ¡Ay, dulce prenda mía!

               ¿Qué le habrá sucedido?  

               Si a su casa volvió, yo soy perdido. 

TELLO:         En todo esto no veo

               sino sombras, señor, de tu deseo.

JUAN:          ¡Ay, infeliz de mí!  Que el bien tenía,

               y como quien dormía   

               y soñaba tesoro, 

               que las manos bañó de plata y oro,

               siendo fingidas sombras los diamantes,

               que al aurora volaron inconstantes,

               y despertó al ruido    

               o el propio nombre le tocó el oído;

               así me siento, y solo y triste veo

               la burla de mi amor y mi deseo;

               que dicha en desdichado

               es sueño que nació de bien pasado, 

               que lo que vió de día    

               de noche le pintó la fantasía.

TELLO:         Ya, ¿qué piensas hacer?

JUAN:                                   Morirme, Tello.

TELLO:         Eso es muy bueno para dicho; hacello

               es muy dificultoso.

JUAN:          ¿Qué gente es ésta?

TELLO:                               Estruendo bullicioso  

               de gente que no ayuna

               del gran Profeta a la bendita cuna;

               pues como hablaba, mudo, Zacarías,

               todos quieren hablar en tales días.  

 

Salgan por una puerta FABIO, LEANDRO, y FENISA, de

noche de San Juan, y por otra LEONARDO y RODRIGO, guarnecidos los

sombreros y ferreruelos de fajas de papel, y LUCRECIA,

dama

 

 

LUCRECIA:      Las vayas han de ser sin pesadumbre.   

FENISA:        Este día, señores, es costumbre

               alegrarse no más y no enojarse.

LEANDRO:       Para reñir, mejor es acostarse.

LEONARDO:      No te enojes, que es uso de la Corte;  

               si no te han dicho cosa que te importe.

LUCRECIA:      ¿Qué había de decirme aquella dama,

               si sabe que sé yo cómo se llama?

FABIO:         Buena invención la de la plata.

LEANDRO:                                           Buena,

               con el papel, que más que plata suena;    

               que ya vale el papel como la plata;    

               tanto gastan procesos y poetas,

               que libranzas, por Dios, que andan secretas.

FABIO:         Uno conocí yo, y era tan franco,

               que trocaba lo escrito por lo blanco;  

               pero no pudo hallar quién lo trocase.

FENISA:        ¡Que noche de San Juan se empapelase

               y viniese, atrevido,

               de ciruela de Génova vestido

               un hombre con sus barbas y bigotes!    

TELLO:         Al Prado van los dichos matalotes.

RODRIGO:       Oyen, señores míos, poco a poco,

               que me voy enojando, y pico en loco.

FABIO:         Pues conmigo te metes

               figura guarnecida de cohetes.

RODRIGO:       Pues lacayo que jura de cochero   

               y consultado está de despensero,

               dos cosas más corrientes estos días

               que testimonios y mentiras frías,

               caballero te finges, disfrazado?  

LEANDRO:       ¡Oh qué lindo borrego trasquilado!   

JUAN:          Llega, Tello.  ¿Qué aguardas?

TELLO:                                         Caballeros,

               ¿han visto cierta dama, cuyas señas

               son capotillo y plumas y buen aire,

               que dejaron aquí sus escuderos  

               por ver una pendencia?

RODRIGO:                               ¡Qué donaire!

               ¿Fueran más frías dos cansadas dueñas

               con sus antojos, tocas y rosario?

               Pues hombre que pregona letüario

               más súbito que copla de repente.   

               ¿Tú vienes a dar cómo a tanta gente?        

TELLO:         De veras hablo y con disgusto vengo,

               que no soy hombre que ese oficio tengo.

LUCRECIA:      Quedo, que ya está el cómo declarado.

               Su matrimonio trascartón le ha dado; 

               señor mío, si habló con cerbatana,    

               en la parroquia la hallará mañana

               colgada de la pila, como llave,

               si el médico de Cádiz no lo sabe;

               que con sus almanaques  

               dice que habrá pescado en los Alfaques,   

               y los vende firmados,

               que dice que hay pronósticos hurtados.

LEONARDO:      Jure de gamo.

FABIO:                        Jure de venado.

TELLO:         Hidalgos, bueno está, quedo, con tiento.  

RODRIGO:       ¿Valiente?  ¡Oh qué gracioso disparate!     

FABIO:         Contradicción implica.

LUCRECIA:                                No se trate

               desta materia más; vamos al Prado.

LEANDRO:       Jure de gamo.

FABIO:                        Jure de venado.

 

Dándole grita, se entren

 

 

TELLO:            ¿No has escuchado la grita?    

JUAN:          Estoy por desesperarme; 

               todo es perderme y matarme

               cuanto mi amor solicita.

                  Tello, tú fuiste la culpa

               de aquella injusta prisión,     

               que ayudarte en la cuestión     

               fué de mi culpa disculpa.

                  ¿Qué importa noche como ésta

               sufrir disparates locos?

TELLO:         Fueron muchos, que a ser pocos    

               yo los pasara por fiesta.    

                  Aquí no hay más que esperar,

               si a casa volvió Leonor.

JUAN:          Que aun el día (¡oh gran rigor!)

               no me ha venido a ayudar.    

                  Algún amante que tiene  

               en brazos el bien que adora

               detiene, Tello, al aurora

               con hechizos, pues no viene.

                  Que habiendo, a mi parecer,    

               o a mi amor se lo parece,    

               dos mil años que amanece,

               no acaba de amanecer.

TELLO:            Estar aquí no es partido,

               que no es aguja Leonor  

               para buscarla, señor, 

               donde la habemos perdido.

                  Vamos a casa, que creo

               que allí la habemos de hallar.

JUAN:          ¿Quién podrá, Tello, esperar  

               los años de su deseo? 

TELLO:            Un hombre sale, señor,

               de aquella casa de enfrente.

JUAN:          No habrá cosa que no intente

               por templar mi loco amor.    

 

Sale don PEDRO

 

 

PEDRO:            Sueño que fuiste como dulce empeño, 

               de los cuidados que tu sombra asiste,

               ¿Cómo para cuidados, sueño fuiste,

               si nunca diste a los cuidados sueño?

                  Tú, que de cuanto vive, fácil dueño, 

               las mayores tristezas suspendiste,

               ¿por qué me dejas desvelar de triste

               sin ver mis ojos tu sabroso ceño?

                  ¡Oh muerte mentirosa en perezosos

               y muerte verdadera en desvelados!;

               bien podemos llamarte los quejosos

                  amigo falso que huye en los cuidados,

               pues te vas a dormir con los dichosos

               y dejas desvelar los desdichados.

 

JUAN:             Déjame que le hable yo, 

               que tu poca dicha tienes,    

               que puede ser que haya visto

               a Leonor.

TELLO:                    ¡Qué yerro emprendes!

PEDRO:         Dos hombres he visto allí;

               gente segura parece;    

               si requiebran en la calle,   

               saber por ventura pueden

               si Blanca ha llegado aquí.

               ¡Ah, caballeros!  no tienten

               vuesas mercedes la espada;   

               de paz soy, seguros lleguen. 

JUAN:          Antes hablaros quería

               por vecino, cortésmente,

               desta calle.

PEDRO:                    Y yo, señor,

               por si acaso os entretiene   

               alguna destas ventanas, 

               cuyos dueños lo merecen.

               Aguardo desde las diez

               cierta dama, y como duerme

               tan mal amor, me he vestido; 

               como si el aire pudiese 

               templar imaginaciones,

               aunque se templase en nieve.

               Suplícoos que me digáis

               si la habéis visto, que suelen  

               volverse cuando hay testigos,

               porque la busque y no espere,

               y por despejar la calle

               si os hago estorbo.

JUAN:                         (¡Que encuentre     Aparte 

               un mismo amor dos cuidados!  

               Fábula, por Dios, parece.) 

               A preguntaros lo mismo

               una desgracia me atreve,

               que acuchillando unos hombres

               perdí una dama, en que pierden  

               tanto mi vida y mi honor

               que uno acaba y otro muere.

               No he visto lo que esperáis,

               de que es justo que me pese;

               si lo que espero habéis visto,  

               oíd las señas que tiene.

PEDRO:         No hay para qué las digáis.

               (Hermano o marido es éste;         Aparte

               la mujer peligro corre;

               discreción será que niegue.)  

               Caballero, yo quisiera  

               que en esta ocasión presente

               fuéramos los dos dichosos

               y que con palabras breves

               diéramos el uno al otro    

               de lo que buscando viene

               las nuevas y las albricias.

JUAN:          Dios os guarde y os consuele.

PEDRO:         Dios os consuele y os guarde.

JUAN:          Vamos, Tello, que mi muerte  

               es imposible excusarse. 

TELLO:         Cuando, solícito, quieres

               saber, señor, de tu dama,

               bella Leonor, ángel, fénix,

               este socarrón amante, 

               muy necio e impertinente,    

               te pregunta por la suya;

               mala noche de mujeres;

               menester es pregonallas.

JUAN:          Pues diga amor, quién supiere   

               de Leonor, de la hermosura,  

               del sol, del ave celeste,

               de la discreción más rara,

               del gusto más excelente,

               del mejor despejo y brío   

               que hoy en la corte se prende.    

               Con cuyo pie de tres puntos

               cuantas han nacido mienten

               vuélvala luego a su dueño,

               que si a su dueño la vuelve

               le darán de albricias almas.    

TELLO:         Buenas nuevas si las creen;

               pero sólo te suplico,

               porque las señas no yerren,

               que a los tres puntos del pie

               añadas siquiera siete.

JUAN:          ¿Agora donaires, Tello?

TELLO:         Perdona.

JUAN:                  ¡Cielos, tenedme!;

               que en hallarla o no la hallar

               están mi vida o mi muerte. 

 

Vanse don JUAN y TELLO

 

 

PEDRO:            Qué yerro pudiera ser   

               si éste, como he sospechado,

               es marido que hacia el Prado

               topó su propia mujer,

                  que llevaba algún galán,   

               y entonces le acuchilló,   

               dársela, muy necio yo.

               Mejor sin ella se van

                  hasta que mañana el día

               me diga lo que he de hacer.  

 

Salen Doña BLANCA y ANTONIA con rebozos y

sombreros

 

 

ANTONIA:       El porfiar es vencer.   

BLANCA:        Grande ha sido mi osadía.

                  ¿No había de estar aquí

               agora don Pedro?

ANTONIA:                         ¿Quieres

               que llame?

BLANCA:                 Sí.

PEDRO:                           Dos mujeres,    

               (¡ay, cielos!), vienen allí.    

                  Ellas son.  ¡Blanca!

BLANCA:                           ¡Señor?

PEDRO:         ¡Cómo me has tenido en calma,

               que en ir y venir el alma

               está sin pulsos amor! 

                  Mas como cierra la rosa   

               a la noche el tornasol

               y después saliendo el sol

               vuelve a salir más hermosa,

                  así yo de tu presencia, 

               Blanca, al aurora salí

               con la vida que perdí

               en la noche de tu ausencia.

                  ¿Dónde has estado?  ¿Qué has hecho?

BLANCA:        Al instante que salía,

               dándome amor osadía 

               alma de mi tierno pecho,

                  dos amigas en su coche

               me hicieron por fuerza entrar,

               donde más que pasear  

               fue llorar toda la noche.    

                  Volví tarde, donde hallé

               que mi hermano, alborotado,

               con don Luis me había buscado;

               tu cuidado imaginé,   

                  y con ánimo de quien    

               no tiene más bien que a ti,

               segunda vez lo emprendí,

               y al fin me ha salido bien.

PEDRO:            No es hora, señora mía,     

               de pleitos ni de escrituras; 

               entrad a esperar seguras

               este perezoso día,

                  que tiene dentro de sí

               más años que el mundo tiene.  

BLANCA:        Mi honor a tus manos viene.   

PEDRO:         Ese mismo es alma en mí.

ANTONIA:          Mira lo que haces, señora.

BLANCA:        Antonia, si una mujer

               no se dejase vencer,    

               ¿quién puede?

ANTONIA:                         Un hombre que llora. 

BLANCA:           Yo conozco mi firmeza.

ANTONIA:       Tú saldrás desa fatiga

               las manos en la barriga

               como otros en la cabeza.     

 

Vanse.  Doña LEONOR se pone en lo

alto

 

 

LEONOR:           Salid por este balcón,  

               pues que no salís del pecho,

               llamas de amor, que habéis hecho

               incendio mi corazón;

               respire como infición 

               este aposento, y no impida   

               que viva el alma encendida;

               dad lugar a las que quedan

               para que las otras puedan

               ir conservando la vida. 

                  ¿Qué pajarillo el olvido

               de la noche así culpó 

               cuando el aurora esperó

               sobre las pajas del nido?

               ¿Qué caminante perdido?    

               ¿Qué marinero turbado,

               qué desabrido casado

               más tarde la vino a ver

               durmiendo de su mujer

               en la galera forzado?   

                  Qué poca dicha, don Juan,    

               tuvo contigo mi amor,

               si bien a mi ciego error

               culpa mis desdichas dan.

               Preso estás, a verte van   

               mis suspiros, mientras sigo  

               tu prisión; permite, amigo,

               que allá se queden en ti;

               porque no haya cosa en mí

               que no esté presa contigo. 

          

Tres caballeros, de noche: Don ALONSO, Don

FÉLIX, y Don TORIBIO

 

 

ALONSO::          ¡Qué necio ha estado el Prado!    

FÉLIX:         Tan pícaro sin olmos ha quedado

               que nadie acierta a hablar por descubierto.

TORIBIO::      De los bailes, don Félix, vengo muerto.

ALONSO::       Tristes danzas de España, ya murieron.    

FÉLIX:         Dios las perdone, gente honrada fueron. 

TORIBIO:       ¿Qué se hicieron gallardas y pavanas,

               pomposas como el nombre, y cortesanas?

ALONSO:        Ya se metieron monjas.

FÉLIX:                            Cosa extraña

               que ya todas las danzas en España    

               se han reducido a zápiro y a zépiro,

               a zípiro y a ñápiro.

ALONSO:        Por Dios, que es gran donaire,

               no tenéis que decir.

FÉLIX:                             Sí, pero el aire,

               la gala y bizarría         

               con que el mayor señor danzar podía

               y los pies de gibaos,

               y alemanas y brandos en saraos,

               ¿por qué se han de dejar de todo punto?

ALONSO:        Hermano, porque todo el mundo junto    

               se vuelve ya, como el vestido, viejo;  

               lo de atrás adelante.

FÉLIX:                             Mal consejo.

ALONSO:        La novedad, don Félix, siempre agrada,

               sea en razón o en sinrazón fundada.

               Mirad que aun la poesía    

               no habla ya la lengua que solía.

               ¿No habéis visto la máquina estrellada

               cuando la noche muda y enlutada,

               natural de Chinchón y de pulgares,

               teñidos con hollín los aladares    

               saca medio dormida el negro coche?

               No habéis visto en las manos de la noche

               el nuevo infante día

               nacer dando alegría

               a las aguas y flores?   

               ¿No habéis visto después cantar amores        

               los dulces pajarillos

               al esconderse los armados grillos

               entre los alcaceres?

               ¿No habéis visto con naguas las mujeres       

               sin anchos verdugados y abaninos  

               y los chapines de bordados finos,

               que fueron en sus madres de badana?

               ¿No habéis visto espumosa la mar cana

               sorberse naves como huevos frescos?    

               ¿No habéis visto en jubones y grigüescos  

               tanto algodón que aun el andar reporta?

               Pues si no lo habéis visto, poco importa.

FÉLIX:         ¡Qué notable frialdad!

ALONSO:                                  Usase ahora.

FÉLIX:         ¿No véis que allí suspira cierta mora?  

TORIBIO:       Sin duda es Melisendra, caballeros,     

               que aguarda a don Gaiferos.

ALONSO:        ¡Oh tú, doncellidama,

               si sales a saber cómo se llama

               el que ha de ser tu esposo   

               y la oración has hecho al glorioso   

               Bautista, santo de profeta palma,

               sábete que ha de ser Juan de buen alma,

               y que por lo agarrado

               primero que Mendoza será Hurtado?    

 

Échele una cadena

 

 

LEONOR:        Pues tome por la nueva esa cadena. 

ALONSO:        Hola, don Félix; ¡vive Dios! que es buena,

               que pesa y huele al oro y no (es) azófar.

TORIBIO:       ¡Peregrino suceso!

FÉLIX:         Mostrad.  ¡Buena, por Dios!, dícelo el peso.         

ALONSO:        Métase el alba y llore allá su aljófar,   

               que se deshace en flores y azucenas.

FÉLIX:         ¡Oh, aurora, lloradora de cadenas!

               Si acaso no eres duende

               y es mañana carbón cuando la vende.

LEONOR:        No hará, que me ha tocado  

               en lo vivo del alma, aquello Hurtado.

ALONSO:        ¿Y el Juan también?

LEONOR:                     No sé; váyase ahora,

               que hay peligro en la calle.

ALONSO:                                  Adiós, señora.

TORIBIO:       El médico de Cádiz no dijera  

               con su firme pronóstico que fuera    

               más verdadero que éste.

ALONSO:        Vuesa merced se acueste

               en sábanas de Holanda,

               que yo me voy a hacer la zarabanda.    

               Y tantos eslabones como tiene

               esta cadena el buen Hurtado pene

               años en que la sirva y la requiebre.

TORIBIO:       Mas que nos ha de dar gato por liebre.

ALONSO:        Así se le volvieran, y tan buenas,   

               a la cárcel de corte las cadenas.

 

Vanse. Salgan Doña BLANCA, Don PEDRO y

ANTONIA

 

PEDRO:            Detente, señora mía.

BLANCA:        ¿Que me detenga?  Ya es tarde.

               ¿Para tales sinrazones,

               vil caballero, me traes                     

               con tanto engaño a tu casa?          

PEDRO:         Plega al cielo que me mate

               un rayo si tengo culpa. 

LEONOR:        Aquel caballero sale               Aparte

               con una dama riñendo;                

               atenta quiero escucharle;                   

               por dicha tengo la culpa.

BLANCA:        Persuadirme, ingrato, es darme

               más pena de la que tengo.

               ¿Era yo mujer infame,                  

               que teniendo en casa amiga,                 

               con engaños semejantes,

               con lágrimas, con papeles,

               con finezas, con jurarme

               que era de tu pecho el alma                 

               y de tus venas la sangre,                   

               me obligas a que tan loca

               hermano tan noble trate

               con término tan indigno

               de mujeres principales?                     

               No importa, que al fin, ingrato,            

               no tienes de qué alabarte,

               que el honor que no ha caído

               es fácil de levantarse.

               Sola una mano me debes                      

               sobre juramentos graves,                    

               y yo tengo quien me vengue

               si no tuve quien me guarde.

               ¿Tú caballero?  ¿Tú noble?

PEDRO:         Señora, mientras no amaines          

               las lágrimas y las voces,            

               ¿cómo puedo asegurarte

               de que no he faltado un punto

               a obligaciones tan grandes?

               Oye, por Dios, advirtiendo                  

               que no pudiera un alarbe                    

               hacer la maldad que dices.

BLANCA:        ¿Pues yo no sentí quejarse

               y llorar una mujer

               otro aposento adelante                      

               de donde la cama tienes?                    

               ¿Pueden ser quejas iguales

               sino de tales traiciones?

               Que no es justo que se llamen

               celos tan viles desprecios,                 

               que celos, aunque mortales,                 

               son de lo que se imagina,

               que no de lo que se sabe.

               Demás de que ya me ha visto;

               pero porque no la mates,                    

               por los suspiros me escribe                 

               su desdicha y tus maldades.

               Y plegue a Dios que no sea

               mujer propia que te canse,

               si puede haber en el mundo                  

               tiranos que así las traten.          

PEDRO:         Señora, negar no puedo

               que como yo te esperase,

               siglos haciendo las horas,

               años los breves instantes,           

               esta mujer escondida                        

               hallé, saliendo a buscarte,

               en lo escuro desta puerta;

               pidióme, que la amparase;                 

               es mujer, soy hombre, pudo                  

               lastimarme y obligarme.                     

               Yo no sé si es la ocasión

               marido, galán o padre;

               ella nos dirá el suceso

               y podrá desengañarte.         

               Que mal pudiera ser yo                      

               villano e inexorable

               a lágrimas de mujer,

               y más si de causa nacen

               como la que miro en ti,                     

               fuera de ser como un ángel,          

               que si llorando una fea

               no hay lástima que no cause,

               ¿qué hará una mujer hermosa,

               que parece que se caen                      

               de dos estrellas del cielo                  

               sobre claveles, cristales?

BLANCA:        ¡Oh qué extremada pintura!

               ¿No pudiera retratarse

               esta mujer sin claveles?                    

               Parece que versos haces.                    

               ¿Un ángel a tales horas

               quieres, don Pedro, que hable?

               Para tales jerarquías

               es muy humilde mi traje;                    

               iréme a mi casa agora                 

               y mañana por la tarde

               vendré a hacerle una visita.

PEDRO:         Debes de querer matarme.

BLANCA:        Tú entretanto será justo      

               que consueles y regales                     

               ángel de tales claveles.

PEDRO:         Mátame bien, no te canses.

BLANCA:        Muy santo debes de ser,

               reliquias pueden cortarte,                  

               pues ángeles te visitan.             

PEDRO:         Ahora bien, entra y no aguardes

               a que siendo ya de día

               alguna persona pase

               que te conozca.

BLANCA:                     ¿Estas loco?              

               ¿Yo entrar, yo verte, yo hablarte?     

PEDRO:         Mira que yerras en esto.

               Pues primero que te cases

               me pides injustos celos,

               conque puedo imaginarte                     

               de condición insufrible.             

BLANCA:        No hayas miedo que te enfade.

               Queda con Dios.

PEDRO:                     No seas necia.

BLANCA:        Voy a que alguno me ampare,

               aunque sin ser ángel llore           

               sobre claveles cristales.                   

LEONOR:        ¡Ah, dama, señora,; ah, reina!

BLANCA:        ¿Quién es?

LEONOR:              Quien no es bien que cause

               injustamente estos celos

               entre tan firmes amantes.                   

               Hacedme merced de entrar,                   

               porque no por ampararme

               es bien que ese caballero

               os pierda; entrad y escuchadme.

BLANCA:        Desde ese balcón podréis      

               decir quién y qué os trae     

               a tal hora y en tal noche.

LEONOR:        Obligaréisme a que baje,

               porque no son mis desdichas

               para echadas en la calle.                   

               Entrad y sabréis quién soy.   

BLANCA:        Vuestro término es bastante

               a vencerme; voy a oíros.

PEDRO:         Quieran los cielos que baste;

               porque en dando una mujer                   

               en celosos disparates,                      

               hará verdades mentiras

               y hará mentiras verdades. 

 

Vanse. Salen don LUIS, don BERNARDO y

criados

 

 

LUIS:             No hay sitio, no hay señal, prado ni río

               que déllas tenga ni señal ni nueva.

BERNARDO:      Buscarlas me parece desvarío.        

LUIS:          ¡Que a darme tal pesar Leonor se atreva!

               Corrido voy del pensamiento mío,

               que de uno en otro a tal rigor me lleva,

               que os dije la sospecha que tenía.   

BERNARDO:      No estoy muy lejos de decir la mía.  

LUIS:             Como yo vi que de camino andaba

               el indiano don Juan, dióme cuidado,

               creyendo que Leonor se le inclinaba;

               engaño de mis celos fabricado        

               que, como vistes, en su casa estaba         

               de mi ofendido honor tan descuidado,

               que apenas le llamé cuando me abrieron.

BERNARDO:      Sospechas de don Juan injustas fueron.

                  Yo soy su amigo, y si a Leonor quisiera, 

               cuando le dije yo que la quería      

               lo mismo en confianza me dijera

               y desistiera yo de mi porfía;

               como la vuestra mi sospecha fuera;

               pero presumo que es verdad la mía.   

LUIS:          Pues vos ¿qué sospecháis?

BERNARDO:                           Un pensamiento         

               que a Blanca pudo dar atrevimiento.

                  Hay en este lugar un caballero,

               que ha venido a negocios de Navarra

               entendido, galán y lisonjero;         

               persona, en fin, para querer, bizarra.      

               No ya libre navío del mar fiero

               de Sanlúcar pasó la estrecha barra

               con más banderas, que le sirven de alas,

               que él por mi calle con diversas galas.   

                  Halléle hablando con mi hermana un día    

               y díjome, turbado, que informado

               de que presto a Sevilla me volvía,

               estaba de mi casa aficionado.

               Pienso, don Luis, que la verdad decía;    

               pero dándome celos su cuidado,       

               me informé de su casa, por si acaso

               tantos paseos no mudaban paso.

                  Esta que veis, don Luis, es su posada.

LUIS:          Sí; pero ¡de qué sirve haber creído 

               esa imaginación sólo fundada  

               en verle en vuestra calle divertido?

BERNARDO:      ¿Vos no buscastes a don Juan, la espada

               celosa del agravio y prevenido

               el ánimo a matarle?  Pues yo quiero  

               buscar este navarro caballero.              

                  Que como imaginastes que podía

               a Sevilla llevarse vuestra hermana,

               a Pamplona podrá llevar la mía,

               si no me sale la esperanza vana.            

LUIS:          Pues qué, ¿pensáisle hablar?

BERNARDO:                               Eso querría.

LUIS:          ¿En qué ocasión?

BERNARDO:                  Con que se va mañana      

               y que estoy desta casa aficionado.

LUIS:          Pensémoslo mejor.

BERNARDO:                     Ya lo he pensado.

 

Pónense a hablar los dos, y entran don JUAN

y TELLO

 

 

JUAN:             Desde que don Luis me habló       

               con don Bernardo en mi casa,                

               Tello, los vengo siguiendo

               y que viniesen me espanta

               adonde perdí a Leonor.

TELLO:         ¿Cómo ya saben que falta,       

               pues a su casa no ha vuelto,                

               ni menos salió con Blanca?

               Alguien que lo vio lo ha dicho.

JUAN:          Vive Dios, que más extraña

               confusión no ha sucedido             

               a hombre, y que se me acaba                 

               la paciencia imaginando

               que puedan desdichas tantas

               caber en sola una noche.

TELLO:         Si estuvieran acabadas,                     

               menos mal hubiera sido.                     

JUAN:          No cuenta cosas tan varias

               de Clariquea, Heliodoro.

               Las de Teágenes pasan

               en años, pero las mías        

               en una noche.

TELLO:                         No hagas                    

               exclamaciones, que pueden

               oírte.                                     

LUIS:                ¡Oh leyes humanas

               e inhumanas!  Que a los hombres

               nos toque, por muchas causas,               

               el servir a las mujeres,                    

               el acudir a las galas

               (que es lo que ellas más estiman),

               el sustentarlas, el darlas

               hasta la sangre y la vida                   

               y algunas veces el alma,                     

               está bien; dellas nacimos,

               que ya con esto se paga;

               pero ¡que el mundo haya puesto

               nuestra honra, nuestra fama                 

               y autoridad en sus manos...!                 

BERNARDO:      Como por las calles anda

               tanta gente, ¿en ciertos hombres

               que nos siguen, no reparas?

LUIS:          Bien dices.  ¡Ah, caballeros!          

               ¿Quiérennos algo?  ¡No hablan?  

JUAN:          Don Juan soy.

BERNARDO:                 ¿Vos nos seguís?     

JUAN:          Desde que me habló en mi casa,

               don Luis, sospeché que andáis

               de pesadumbre, y la espada                  

               es en los hombres de bien                   

               para defender la causa,                     

               después de la fe y del rey,

               del amigo y de la patria.

               No quiero saber lo que es,                  

               sino que a serviros salga;                  

               que no sufre la que es noble                

               estar ociosa en la vaina.

BERNARDO:      Sois bien nacido en efeto;

               merecéis que el rey os haga          

               la merced que le pedís,              

               y si fuere de importancia                   

               nos la haréis, como habéis dicho.

               Yo llamo en aquesta casa,

               donde pienso que ha de estar                

               cierta prenda que me falta.                 

JUAN:          Tello, don Bernardo busca                   

               a Leonor; gran mal me aguarda;

               mala noche de San Juan.

TELLO:         Peor será la mañana.          

 

Sale Don PEDRO

 

 

PEDRO:         No he visto venir el día             

               con tantas voces.  ¿Quién llama?

               Justicia es ésta.  ¿Quién es?

               El amparar esta dama

               me ha de costar pesadumbre                  

               si ha de resultar en Blanca.

LUIS:          Dejádmele hablar a mí.        

               Caballero, dos palabras.

PEDRO:         ¿Qué me mandáis en que os sirva?

LUIS:          Esta noche, de una casa                     

               principal, falta a su dueño,

               no digo su honor, su hermana,               

               y se sabe que está aquí.

               Toda esta gente embozada

               es justicia; vos podéis              

               seguro manifestarla

               de que no os harán agravio;          

               donde no . . .

PEDRO:                     Señores, basta;

               así es verdad que la tengo,

               que aquí llegó lastimada,     

               como mujer a quien suelen

               suceder tales desgracias.                   

               Dila el favor que era justo.

               Yo voy por ella. 

 

Vase

 

 

LUIS:                         Obligada

               dejaréis su casa y deudos            

               por defensor de su fama.

               Aquí está Blanca, Bernardo.   

JUAN:          ¿Luego buscaban a Blanca?

TELLO:         ¿No lo ves?  Menos desdicha,

               pues que no podrán casarla           

               con don Bernardo a Leonor.

BERNARDO:      Pensando estoy con qué traza         

               salga yo de aquí con honra.

LUIS:          No lo penséis sin hablarla,

               porque su lengua ha de ser                  

               o el remedio o la venganza.

 

Salen Don PEDRO y LEONOR

 

 

PEDRO:         Señora, salir es fuerza;             

               que si pudiera excusarla,

               yo os sirviera; mas no puedo.

LEONOR:        Si no es quien pienso, me aguarda           

               la muerte; pero ¿qué importa,

               si mis desdichas se acaban?                 

PEDRO:         La dama es ésta, señores.

BERNARDO:      Esta no es Blanca, mi hermana.

LUIS:          ¿Pues quién?

BERNARDO:                   La vuestra.

LUIS:                                     ¡Leonor!    

BERNARDO:      La misma.

LUIS:                 ¿Pues cómo estabas

               en esta casa?

LEONOR:                    Salimos                         

               yo y Blanca con otras damas

               al Prado, y como estas noches

               tantos desatinos pasan,                     

               unos hombres descorteses,

               con poco honestas palabras                  

               nos daban grita, a quien otros

               hicieron con las espadas

               callar bien a costa suya.                   

               Yo y Blanca entonces, turbadas,

               a este hidalgo le pedimos                   

               nos escondiese en su casa,

               porque a las demás del coche

               presas pienso que llevaba                   

               la justicia.

BERNARDO:               Desa suerte,

               ¿aquí también está Blanca?       

LEONOR:        Sí, señor.

LUIS:                          Notable dicha.

               Señor, decilda que salga,

               porque esa dama es mi esposa.               

PEDRO:         Si ella lo dice, eso basta,

               que ya sale, y yo a su gusto                

               no replicaré palabra.

              

Doña BLANCA y ANTONIA salen

 

 

BLANCA:        Pues ya Leonor os ha dicho,

               señores, nuestra jornada,            

               yo no tengo que añadir

               sino sólo que deis gracias           

               a este noble caballero.

JUAN:          Tello, de la lengua al alma

               anda mi amor dando voces,                   

               aunque parece que calla.

TELLO:         Como la gloria en el fin                    

               siempre dicen que se canta,

               aquí se llora el peligro.

LUIS:          Sólo falta que casadas               

               queden las dos, ya que el cielo

               favoreció nuestra causa;             

               no aguardemos otra noche

               de San Juan, que la pasada

               nos podrá servir de ejemplo.         

BERNARDO:      Dad vos la mano a mi hermana,

               que yo la daré a la vuestra.         

LEONOR:        Las mujeres no se casan

               dos veces, vivos sus dueños,

               aunque suelen tener causa,                  

               si no es aquellas que quieren

               ser dos veces desdichadas.                  

LUIS:          Leonor, ¿qué dices?

TELLO:                                 Don Juan,

               ¿qué estás mirando?  ¿Qué aguardas?

               Mira que dan a Leonor;                      

               di que es tuya, llega y habla.

               ¿Quieres tú que te la metan     

               con una cuchar de plata

               dentro de la boca?

JUAN:                            Amor,

               señores, cuya tirana                 

               fuerza. . .

TELLO:                      Qué entrada tan necia.

               Tiembla el mundo y llora España.     

JUAN:          Comunicando diez meses

               con doña Leonor gallarda

               por las ventanas los ojos,                  

               por los papeles las almas,

               me dio de su voluntad                       

               (cuando más rendido estaba)

               victoria; con que os he dicho

               que está conmigo casada.             

               Ya sabéis los dos quién soy.

BERNARDO:      Don Juan, mi amistad se agravia,            

               no de querer a Leonor,

               mas de no decir que estaban

               en estado vuestros pechos,                  

               que la pretensión dejara

               desistiendo de la empresa,                  

               aunque con menos ventaja,

               pues hoy doy la posesión

               y allí os diera la esperanza;        

               dalde la mano, y así

               con don Luis se casa Blanca,                

               que aunque se rompa el concierto,

               mejor estará empleada

               en vos que en mí.                    

LUIS:                            Yo agradezco,             

               don Bernardo, por tres causas               

               esas razones: por mí,                

               por don Juan y por mi hermana;

               pero pues vos no os casáis,

               y en esto el concierto falta,               

               ni yo es justo que me case,

               sino que halle en esta casa                 

               Blanca en don Pedro marido,

               que la relación pasada

               que me hicistes de los celos                

               y el hallarla aquí me mandan

               que se la dé con mi gusto.           

PEDRO:         Con la misma confianza

               estuve siempre.

JUAN:                       Yo soy

               de Leonor.

PEDRO:                  Yo soy de Blanca.                  

TELLO:         ¿Y yo de quién soy?

PEDRO:                              De Antonia.

               Aquí la comedia acaba                

               de la noche de San Juan,

               que si el arte se dilata

               a darle por sus preceptos                   

               al poeta, de distancia,

               por favor, veinticuatro horas,              

               ésta en menos de diez pasa.

 

FIN DE LA COMEDIA

 

 

El sabio no dice lo que sabe, y el necio no sabe lo que dice.

Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar

Lo que importa verdaderamente en la vida no son los objetivos que nos marcamos, sino los caminos que seguimos para lograrlo.

Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.

Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.

El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado

Las personas son como la Luna. Siempre tienen un lado oscuro que no enseñan a nadie.

Las conversaciones son siempre peligrosas si se tiene algo que ocultar

El saber y la razón hablan, la ignorancia y el error gritan.

Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa

Algunas personas son tan falsas que ya no distinguen que lo que piensan es justamente lo contrario de lo que dicen.

Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha.

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